Soy un seductor nato. Es un hecho. La seducción no tiene misterio
para mí, aunque es un trabajo duro, pero yo me dedico a ella a pico y pala, sin
descanso, a diario, tenazmente.
No tengo un método, simplemente dejo que mi encanto y
atractivo se desparramen sin contenerlos en absoluto, engalanados con mi
elegancia natural y mi buen gusto. Así he logrado mis conquistas y, aún hoy, en
las peores circunstancias, tengo mis éxitos diarios.
Siempre me siento adolescente, paso horas acicalándome y
arreglándome antes de salir de casa. Una chaqueta, a veces corbata, otras
sport, con traje o pantalones a la última moda, camisas de diversos colores
siempre bien combinados, calzado impoluto, un rostro cuidado con cremitas, que
son un vicio adquirido hace poco, bien peinado y con una calculada barba. Y
siempre con mi perfume de toda la vida, un Pour Monsieur de Chanel. Todos estos
cuidados han convertido al joven verdaderamente guapo que era en el maduro
francamente atractivo que soy ahora.
Por si fuera poco tengo una labia y un carisma que me hacen
casi irresistible. Sé que os sonará prepotente y egocéntrico, pero ni vosotros
ni yo estamos aquí para mentir ni ser falsos humildes, sino para contar las
cosas como son. No debéis considerar que el uso de la primera persona sea más ofensivo
que el de la tercera si dice la verdad…
Me gusta llevar algún detallito a mis amores, aunque
resulten modas antiguas y algunos las cataloguen de machistas. Unas flores,
algún licor o detalle goloso, incluso algo más íntimo y lujoso en ocasiones.
Damos paseos y cenamos, siempre por los mismos sitios,
porque sé que nos sentiremos cómodos en ellos. Toda esta descriptiva altanería
que os puede chocar, se desvanece cuando estoy con ellas, donde soy
absolutamente franco y sincero. No son conquistas de usar y tirar, siempre voy
en serio, aunque nunca dure demasiado.
Esos momentos de intimidad son irrepetibles para mí, aunque
no paren de sucederse. Me fascina observar sus distintos rostros, aunque sean
el mismo, se me pone la carne de gallina cuando puedo acariciarlas o me miran
con esa intensidad inabordable.
No me tomo a mal los rechazos, son parte del juego, y como
competidor nato sé perder y ganar porque he ganado y he perdido en muchas
ocasiones. Debo reconocer que al principio lo llevaba peor, pero con el dolor y
las derrotas se madura, lo que me ha convertido en un conquistador muy deportivo.
He lidiado con todo tipo de caracteres y humores, así que sé
cómo manejarme con cada uno de ellos. Incluso intuyo con tiempo cuando la cosa
no va a llegar a buen puerto o cuando ese día se va a oscurecer.
Cuando las interpelo la recepción suele ser buena, incluso aunque
aparenten cierta indiferencia, porque conozco esos ojos y esas miradas al
haberlas visto millones de veces en las más distintas situaciones. De esta
manera he triunfado y he fracasado con cientos de mujeres… y todas ellas se
llaman Noelia.
A veces me reconocen, otras no, pero se dejan seducir antes
de olvidarme para siempre, y en algunos casos quedamos como simples amigos;
pero cuando sale bien, cuando mis atenciones la despiertan, volvemos a vivir
ese amor arrebatado donde no existe nada más, porque esas fugaces llamaradas de
lucidez que puedo vivir aún con ella son como esos efímeros e intensos amores
de verano, como un caduco estío condenado a marcharse pronto, pero que todos
queremos recuperar.
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