Aquí no tenemos de nada salvo toda la libertad del mundo.
Podemos hacer de todo, nos divertimos, pero ese todo tiene poco que ver con el
de los que no viven aquí.
Podemos correr arriba y abajo, sin límites ni fronteras que
nos paren, sin impedimentos ni ataduras, pero en nuestros descalzos pies y
nuestras manos sólo hay arena y algún palo o roca con los que distraer nuestras
ocurrencias.
Aquí no hay guarros porque todos olemos igual. Nos pasamos
el día metidos en el río, aunque casi no hay agua corriente ni caliente.
Tampoco hay gordos, salvo Dakarai, mi mejor amigo, que está rollizo aunque no
sabemos por qué, ya que los alimentos escasean y desde luego no son buenos.
Tenemos bastante imaginación, ciertamente se nos ocurren
muchas cosas, pero no tenemos con qué hacerlas realidad. Las utilidades que a
los palos de madera y las piedras se pueden dar son limitadas... De todas las
distracciones, la que más nos gusta es el fútbol. Jugamos con frutas o con
algún balón que hacemos nosotros mismos con trapos. Las porterías se marcan con
palos o piedras y no hay reglas ni faltas, corriendo descalzos sobre la arena
de punta a punta de un campo indeterminado.
Todos son del mismo equipo menos yo. Todos se hicieron del
Manchester United cuando uno de sus jugadores vino en viaje humanitario, pero
yo soy del Real Madrid.
Cuando apenas tenía uso de razón, mi padre me llevó a la
ciudad. Ha sido la única vez que he ido. En un bar estaban poniendo un partido.
Era del Real Madrid. Desde aquel día me hice fanático de ese juego y de ese
equipo. Un jugador del Manchester United regalando camisetas no me iba a
convencer.
Siempre me sentí diferente por ello, lo que me encantaba,
por otra parte. Los chicos de mi edad se pavoneaban delante de mí con su
camiseta del Manchester, lo hicieron durante años, incluso cuando ya tenían más
agujeros que tela.
El día que un campamento militar se asentó a pocos
kilómetros de nuestro poblado, la curiosidad y las pocas atracciones me
llevaron allí junto a tres amigos. Ya habíamos crecido, y nos creíamos los más
fuertes, menos Dakarai, que seguía estando gordo.
Allí había otros chicos, hijos de militares, que se divertían como podían. Jugaban partidos de fútbol en sus ratos libres ¡con balones
de verdad en un campo de verdad! Jamás había tocado un balón de fútbol real… o parecido, claro que tampoco
había tenido nunca una camiseta de mi equipo. En realidad nadie tenía nada,
salvo los que cogieron las camisetas de aquel jugador del Manchester, ahora
deshilachadas.
Hicieron buenas migas con nosotros, pero nunca nos dejaban
jugar en sus pachangas, ya que tenían jugadores de sobra. Eso fue lo que me dio
la idea. Formar mi propio equipo para jugar contra ellos y poder tocar un balón
de verdad.
Busqué entre los mejores jugadores del poblado, busqué a
siete para sumarlos a mis tres amigos. Dakarai sería el portero. La verdad es que no
había ninguno bueno, de hecho no podían ser peores, pero eso me daba lo mismo. A
ellos también. Sólo con la idea de poder ponerse su raída camiseta del
Manchester United para jugar contra un equipo y con un balón de verdad era
suficiente aliciente.
El equipo que logré hacer era un cuadro. Un equipo de
inútiles. Cuatro de ellos no habían jugado nunca, aunque tenían su camiseta
oficial del Manchester... más o menos; dos estaban cojos, uno porque se destrozó
la rodilla cuando cayó intentando trepar un peñasco y otro porque se le infectó
un clavo que pisó un día; los demás, salvo dos, no habían tocado nunca un
balón de verdad… Luego estaba Dakarai, que además de orondo estaba medio ciego,
por lo que no confiábamos mucho en que parase alguna.
Todo esto me daba igual, yo no quería ganar el partido, sólo
quería jugarlo. Me pasé dos semanas planteando la táctica, que fue un suplicio,
porque todos querían ser delanteros. ¿Cómo convences a un tipo que no ha jugado
nunca y sólo ha oído hablar de meter goles de que tiene que ser lateral derecho o
central? Al final me di por satisfecho cuando tres de ellos aceptaron quedarse
cerca del portero. Dos eran los cojos, por supuesto, por aquello de correr
menos.
Conforme se acercaba el partido, la idea de jugarlo con la
camiseta de mi equipo se apoderó de mí por culpa de mis amigos, que no hablaban
de otra cosa. Iban a usar la suya por fin para lo que había sido concebida: jugar un
partido de verdad en un campo de verdad. Fue oyendo todas aquellas ilusionadas conversaciones cuando
sentí el anhelo de tener la mía. Todos tenían camiseta menos yo, incluso
Dakarai encontró la forma de tener un atuendo de portero, pero yo me negaba a
jugar mi primer partido con una camiseta que no fuera la del Madrid. O jugaba
con el escudo madridista en el pecho o jugaría desnudo.
Así que hice las dos cosas. El día del partido me presenté
sin camiseta, pero con el torso pintado de blanco. Fue complicado que aquello
quedase bien, pero encontré la forma de hacerlo gracias a la ayuda de la gente de
algunas tribus cercanas. Para hacer el escudo le pedí ayuda a Dakarai, que
aunque está mal del pulso y de la vista hizo lo que pudo.
Así fui a jugar, lleno de orgullo y completamente eufórico,
mirando altanero al resto de mis compañeros, llevando mi camiseta en la piel.
La pintura se fue quitando con el sudor, del escudo sólo
quedó un manchurrón y nos metieron una paliza, pero jamás olvidaré el primer
partido que jugué sudando la camiseta de mi equipo.
Eso es amor a unos colores y.......... al fútbol.
ResponderEliminarJejejeje, así es! Un saludo!
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