miércoles, 27 de junio de 2018

MI PIEL

RELATO










Aquí no tenemos de nada salvo toda la libertad del mundo. Podemos hacer de todo, nos divertimos, pero ese todo tiene poco que ver con el de los que no viven aquí.

Podemos correr arriba y abajo, sin límites ni fronteras que nos paren, sin impedimentos ni ataduras, pero en nuestros descalzos pies y nuestras manos sólo hay arena y algún palo o roca con los que distraer nuestras ocurrencias.

Aquí no hay guarros porque todos olemos igual. Nos pasamos el día metidos en el río, aunque casi no hay agua corriente ni caliente. Tampoco hay gordos, salvo Dakarai, mi mejor amigo, que está rollizo aunque no sabemos por qué, ya que los alimentos escasean y desde luego no son buenos.

Tenemos bastante imaginación, ciertamente se nos ocurren muchas cosas, pero no tenemos con qué hacerlas realidad. Las utilidades que a los palos de madera y las piedras se pueden dar son limitadas... De todas las distracciones, la que más nos gusta es el fútbol. Jugamos con frutas o con algún balón que hacemos nosotros mismos con trapos. Las porterías se marcan con palos o piedras y no hay reglas ni faltas, corriendo descalzos sobre la arena de punta a punta de un campo indeterminado.

Todos son del mismo equipo menos yo. Todos se hicieron del Manchester United cuando uno de sus jugadores vino en viaje humanitario, pero yo soy del Real Madrid.

Cuando apenas tenía uso de razón, mi padre me llevó a la ciudad. Ha sido la única vez que he ido. En un bar estaban poniendo un partido. Era del Real Madrid. Desde aquel día me hice fanático de ese juego y de ese equipo. Un jugador del Manchester United regalando camisetas no me iba a convencer.

Siempre me sentí diferente por ello, lo que me encantaba, por otra parte. Los chicos de mi edad se pavoneaban delante de mí con su camiseta del Manchester, lo hicieron durante años, incluso cuando ya tenían más agujeros que tela.

El día que un campamento militar se asentó a pocos kilómetros de nuestro poblado, la curiosidad y las pocas atracciones me llevaron allí junto a tres amigos. Ya habíamos crecido, y nos creíamos los más fuertes, menos Dakarai, que seguía estando gordo.

Allí había otros chicos, hijos de militares, que se divertían como podían. Jugaban partidos de fútbol en sus ratos libres ¡con balones de verdad en un campo de verdad! Jamás había tocado un balón de fútbol real… o parecido, claro que tampoco había tenido nunca una camiseta de mi equipo. En realidad nadie tenía nada, salvo los que cogieron las camisetas de aquel jugador del Manchester, ahora deshilachadas.

Hicieron buenas migas con nosotros, pero nunca nos dejaban jugar en sus pachangas, ya que tenían jugadores de sobra. Eso fue lo que me dio la idea. Formar mi propio equipo para jugar contra ellos y poder tocar un balón de verdad.

Busqué entre los mejores jugadores del poblado, busqué a siete para sumarlos a mis tres amigos. Dakarai sería el portero. La verdad es que no había ninguno bueno, de hecho no podían ser peores, pero eso me daba lo mismo. A ellos también. Sólo con la idea de poder ponerse su raída camiseta del Manchester United para jugar contra un equipo y con un balón de verdad era suficiente aliciente.

El equipo que logré hacer era un cuadro. Un equipo de inútiles. Cuatro de ellos no habían jugado nunca, aunque tenían su camiseta oficial del Manchester... más o menos; dos estaban cojos, uno porque se destrozó la rodilla cuando cayó intentando trepar un peñasco y otro porque se le infectó un clavo que pisó un día; los demás, salvo dos, no habían tocado nunca un balón de verdad… Luego estaba Dakarai, que además de orondo estaba medio ciego, por lo que no confiábamos mucho en que parase alguna.

Todo esto me daba igual, yo no quería ganar el partido, sólo quería jugarlo. Me pasé dos semanas planteando la táctica, que fue un suplicio, porque todos querían ser delanteros. ¿Cómo convences a un tipo que no ha jugado nunca y sólo ha oído hablar de meter goles de que tiene que ser lateral derecho o central? Al final me di por satisfecho cuando tres de ellos aceptaron quedarse cerca del portero. Dos eran los cojos, por supuesto, por aquello de correr menos.

Conforme se acercaba el partido, la idea de jugarlo con la camiseta de mi equipo se apoderó de mí por culpa de mis amigos, que no hablaban de otra cosa. Iban a usar la suya por fin para lo que había sido concebida: jugar un partido de verdad en un campo de verdad. Fue oyendo todas aquellas ilusionadas conversaciones cuando sentí el anhelo de tener la mía. Todos tenían camiseta menos yo, incluso Dakarai encontró la forma de tener un atuendo de portero, pero yo me negaba a jugar mi primer partido con una camiseta que no fuera la del Madrid. O jugaba con el escudo madridista en el pecho o jugaría desnudo.

Así que hice las dos cosas. El día del partido me presenté sin camiseta, pero con el torso pintado de blanco. Fue complicado que aquello quedase bien, pero encontré la forma de hacerlo gracias a la ayuda de la gente de algunas tribus cercanas. Para hacer el escudo le pedí ayuda a Dakarai, que aunque está mal del pulso y de la vista hizo lo que pudo.

Así fui a jugar, lleno de orgullo y completamente eufórico, mirando altanero al resto de mis compañeros, llevando mi camiseta en la piel.

La pintura se fue quitando con el sudor, del escudo sólo quedó un manchurrón y nos metieron una paliza, pero jamás olvidaré el primer partido que jugué sudando la camiseta de mi equipo.


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