jueves, 4 de agosto de 2011

EL SEÑOR JOHNSON



Salía el señor Johnson del edificio donde residía, radiante, dispuesto a afrontar un nuevo día con la mejor de sus sonrisas cuando ocurrió algo, una de esas cosas que vemos luego en todos los noticiarios, programas radiofónicos y publicado en los periódicos, que no suele verse en la vida real, que se consumen rápido aunque despiertan la curiosidad de todos y son más característicos de una película de humor negro o de terror estrafalario. Un piano de cola iniciaba, en el mismo momento en el que el señor Johnson miraba a los lados de su calle como cada mañana, un enérgico vuelo, como si de un imperial águila en pos de su presa se tratase, con la obstinada misión de demostrar la ley de Newton y posarse en el suelo no sin antes hacerlo en la calva cabeza del señor Johnson.
El señor Johnson tenía fama de testarudo, de cabezota redomado, un cabeza dura, pero en contraposición con la excelente madera de roble macizo en que estaba construido el planeador piano no pudo oponer resistencia en la decidida misión de éste por alcanzar el suelo, y así por tanto, su férrea sesera no logró mantener al resto de su cuerpo en la erguida desenvoltura con la que acostumbraba a posar en el portal de su edificio.
Al contrario que cuando deseamos que nos pase algo que parece imposible pero que nos gustaría o nos vendría de perlas, como encontrar el trabajo de nuestra vida, nuestra media naranja o la lotería y usamos frases como, “es imposible que éso me pase a mí” o “es tan difícil, nunca pasará”, con la intención de convencernos a nosotros mismos para asumir mejor la decepción cuando eso que deseamos no nos suceda y también, por qué no decirlo, por cierta superstición en la que creemos que rebozándonos en la negatividad haremos que el cosmos se ponga a nuestro favor por esa demostración de falsa humildad, uno nunca dice, ni piensa, cuando sale por la mañana de su confortable casa, que una de las cosas más probables que le sucederá es que un piano de madera de roble macizo de color claro y del que dos teclas están desafinadas nos caerá encima de la cabeza.
Bien es cierto que siempre vemos las cosas negativas como más posibles que las positivas, que nos toque la lotería es imposible pero que nos caiga un rayo nos puede pasar en cualquier momento… a fin de cuentas “tenemos tan mala suerte”, “lo que no me pase a mí”…
Estas ideas jamás se le pasaron por la cabeza al señor Johnson, una cabeza, que una vez aplastada por el piano que intentaban introducir en la casa del profesor de música que vivía en el 7º piso tampoco estaba para que pasara nada más por ella, dicho sea de paso. El señor Johnson, como decía, jamás tenía estos pensamientos, era un tipo positivo, que no sólo creía que le podían pasar todas las cosas buenas del mundo, sino que tenía la profunda convicción de que si algo bueno tenía que pasarle a alguien, ése alguien era él. Se lo merecía. Si la ciencia avanzaba lo suficiente se clonaría para poder interactuar con él mismo, incluso se plantearía una versión femenina de sí, ya que sería la única mujer que podría estar a su altura.

3 comentarios:

  1. Me gusta la historia, como te dije en su momento, es muy tú :)
    Madre mia, cuanto tiempo sin escuchar a Richard Marx, jajaja

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  2. Me alegro mucho que hayas publicado la historia del Sr. Johnson, es genial, no podias guardartela para ti, seria egoísta por tu parte, estas historias que salen de tu cabecita tienes que compartirlas, esperando la siguiente...

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  3. Ya que la escribes pues la publicas, sea mejor o peor jejejeje. Habrás más, sí...

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