martes, 30 de agosto de 2011

EL SEÑOR JOHNSON: TERCERA PARTE

EL SEÑOR JACK VALANCE





Llevaba una camiseta sucia que usaba para estar en casa llena de manchas recién hechas, existe un placer irrefrenable entre los mediocres cuando ven a alguien guapo y atractivo perder la dignidad por la causa más mínima, una simple mancha por ejemplo. Ver a Valance con su camiseta llena de lámparas tenía que ser una situación casi orgásmica para cualquier mindundi patético. Podríamos definir a Valance, en aquel momento, como una “orgía para mediocres”. Además las manchas eran de batido de chocolate, algo con una falta de glamour escandalosa. Batido Puleva.  Parecía borracho desde luego, pero el alcohol le sentaba mal, en seguida perdía el control, por eso él era más de batidos y cosas de éstas. Esto lo sabía bien el camarero del estupendo CHORI-PUB, su sitio predilecto (pulsad en el nombre y veréis que el Pub existe verdaderamente), que siempre había visto a Valance como un hombre extremadamente sano, algo que contrastaba con la mayoría de su clientela habitual. Llevaba también un pantalón corto de deporte y tenía una postura deshilachada, como rumiando lo que acontecería el día próximo. Un día que recordaría siempre. Al día siguiente intentaría cumplir una venganza, desproporcionada, sí, pero era lo que le pedía el cuerpo. Estaba convencido de que no lo lograría, que algo pasaría, porque se consideraba el hombre más desafortunado del mundo, nunca nada le salía bien, nunca nada le había salido bien. Estaba maldito. Pero incluso convencido de ello una fuerza  invisible le impulsaba a continuar.
No tenía pocos motivos Jack Valance para sentirse maldito, su vida había sido un cúmulo de desgracias cada vez más surrealistas que hasta a la persona más racionalista le haría dudar y plantearse alguna extraña maldición.
Cuando era pequeño Valance había destacado en salto de trampolín, una especialidad no muy común entre los chavales, pero que por presumir delante de las chicas y tener la piscina que frecuentaba un trampolín, se había aficionado. Era un chico guapo, muy apuesto, incluso ahora a pesar de ese aspecto desarrapado mientras se toma su batido Puleva es un hombre muy atractivo, así que tenía la atención de quién quería tenerla. Ella se llamaba Lucy, la chica favorita de todo chaval entre los 7 y los 13 años, pederastas aparte. Había prometido a todos, especialmente a ella, que haría un salto especial, que no habían visto nunca, en el concurso que habían organizado en su barrio.

Era por la mañana, lo había ensayado sólo con la vigilancia de sus padres muchas veces, era un gran salto, espectacular para su edad. Se sentía seguro, era su gran día. Todo el mundo le miraba, casi dispuestos a aplaudir ya, el resto de competidores ni se acercaban a él. Haciendo un salto 40 veces menos complicado ganaría por aplastamiento, pero Jack Valance se sentía por aquellas fechas el rey del mundo. Empezó a botar en la barra flexible del trampolín. Cada vez más alto. En un último impulso alcanzó una gran altura que iba a usar como salida hacia el agua, dio una voltereta en el aire y empezó el descenso, su joven figura se veía elástica y se dirigía hacia un éxito del que se hablaría largo tiempo. Una sonrisa escapó de sus labios mientras pensaba todo esto en el aire, cuando sin aviso, sin cita previa, el mismo trampolín que antes le había impulsado se interpuso entre él y el agua. Su cabeza remató en picado la tabla y ésta le expulsó hacia el agua con violencia, su caída no era muy elegante, parecía más la de un pajarillo abatido por un cazador.
-“Esto no debería haber estado ahí…” se decía a sí mismo en fugaces y poco lúcidos pensamientos.
Adiós Lucy. Hola mediocridad.
Todos achacaron al fracaso el hecho de que Lucy pasara de él, pero Valance opinaba que la cosa se debía más a la ausencia de las dos paletas de su dentadura, bajas irremediables del accidente, que le hacía una sonrisa indigna de su conocido glamour. Ya se sabe como son las chicas a esas edades. Muy suyas.

Ahí empezó una serie de catástrofes vitales que le habían ido acomplejando, un hombre guapo sin ninguna confianza en sí mismo. La siguió perdiendo cuando dirigiéndose a una importante y vital entrevista de trabajo fue atropellado por un autobús al cruzar una calle mientras pensaba en sus cosas. El efecto Gaudí. Un año postrado en cama y fuera la posibilidad de trabajo.
 Cuando no consiguió acostarse con su primera novia porque no lograba tener una erección consistente. Tampoco lo logró con la segunda. Ambas le dejaron por ello. Con la tercera, más preocupada, y con tratamiento, lo logró por fin, aunque la eyaculación precoz fue otro elemento de acomplejamiento a tener en cuenta.
Cuando fue despedido del trabajo por algo que no había hecho, por encontrarse en el sitio más inadecuado en el momento más inoportuno, cuando encontró a la mujer de su jefe en una situación muy comprometida y, al salir el acompañante de ésta a toda prisa, ser él la víctima del malentendido con su jefe, que entró poco después.
Su confianza, su vida, se perdía como la parte de arriba de un reloj de arena pierde su carga.
Por fin parecía haber encontrado la paz con Michelle, llevaba 3 años con ella, había logrado reponerse de la gran mayoría de complejos y pensaba que por fin le pasaba algo bueno… Hasta que apareció el señor Johnson.
Ese ser despreciable, con esa rechoncha cabeza siempre rezumando sudor, le daban ganas de vomitar… Ese tipejo, millonario eso sí, le había robado a su chica, esa zorra.
Se fue con él porque tenía mucho dinero y sin dar mayores explicaciones. Eso le había hundido. Después de mucho llorar y compadecerse, siguió llorando y compadeciéndose, pero maquinando algo en su cabeza. Quería acabar con ese tipo, el que le había hundido del todo. Había tocado fondo le daba todo igual. Perdió su trabajo, se aisló por completo pero al menos ahora tenía un objetivo. Gracias a un amigo que tenía una empresa de mudanzas, a ciertos contactos y a mucha planificación ingenió una venganza. Entrar en la casa cuando hubiera que llevar el piano que había encargado un pianista vecino del señor Johnson. Una vez allí, en la casa de su víctima envenenaría su botella de leche, por ejemplo. Limpio, si se hacía bien.
Y allí estaba, en la ventana colgado de arneses con el piano de cola de roble macizo junto a él, abriendo la ventana y evitando que el señor Johnson le viera cuando salía de su casa. Desde arriba veía ahora su calva y dura cabeza, pequeñita. A esa distancia no parecía tan asqueroso ni su cabeza tan rechoncha. Pensó que si el piano cayese lo mismo hacía blanco, pero que con su suerte se movería justo cuando lo soltara, además alguien podría estar viéndolo. Era el momento de entrar y hacer lo que había ido a hacer. Moviéndose entre las cuerdas del arnés algo se soltó. Miró alarmado y vio que las cuerdas y alambres que sujetaban el piano estaban a punto de romperse. Intentó hacer algo, pero era absurdo que pudiera sostener esos alambres si estaban destinados a romperse. El piano cayó. Y cayó. Extrañamente Valance gritó para avisar a su odiado hurtador de novias, algo que posteriormente la haría pensar. Todo fue en balde. La calva cabeza de Johnson parecía tener pintados círculos rojos y blancos como una vulgar diana y el piano impacto de lleno aplastando al sudoroso millonario. En esa ocasión Valance había tenido la suerte de cara, se iba ahorrar entrar y envenenar botellas de leche. Una suerte, ya que aunque él no lo sepa, yo sí, ya que como narrador omnisciente sé lo que hubiera pasado de no haberse roto el cable que sujetaba el piano y Valance haber entrado a envenenar la botella.
Johnson, de noche, se abría dirigido al frigorífico a darle un buen trago a la famosa botella pero en el momento mismo de llevarse la misma a los labios habría aparecido Michelle, apenas vestida con un levísimo camisón de seda sin abrochar que dejaba entrever absolutamente todo. Michelle le diría: “Ya estás tardando mucho…” de la forma más sugerente que sabía, y ella sabía ser muy sugerente, porque aunque Johnson no le atraía lo más mínimo, sabía cómo tenerlo contento.
Él quedaría con la boca abierta y la botella se deslizaría sin querer de su mano, cayendo al suelo, rompiéndose en miles de cristales y desperdigando la blanca leche por todo el suelo.
Ironías de la vida, una caída, la de la botella, salvaría al señor Johnson, y otra, la del piano, le aplastó la cabeza. De no ser por un piano, Johnson habría vivido una noche tremenda de sexo semiacrobático. Una gran noche.
 Esta situación dejó pasmado en lo alto del arnés a Valance que poco a poco fue dejando traslucir una leve sonrisa. Lo que había pasado era aún mejor que lo planeado… La suerte le había dado la cara, todo había salido mejor de lo que podía haber pensado. Así era. Así era de no ser porque en la esquina, abajo, un músico llamado Maurice había visto toda la escena. Le pareció ver que Valance miraba a la desafortunada cabeza que acabaría aplastada antes de empezar a manipular el piano y que éste cayera. Así estaba dispuesto a decirlo a la policía… Además,  si sus ojos no le engañaban le parecía que en ese mismo momento, desde lo alto, miraba la escena con una sonrisa en los labios…




3 comentarios:

  1. ¿Me lo pones dificil a conciencia verdad? Va a ser complicado estar a la altura en la cuarta parte, pero todo se andará jajajajajaja :P

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  2. Ganas tengo de ver con qué nos deleitas jajaja.

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  3. La verdad es que hace falta imaginación para seguir con el relato sin que se pierda el interés y lo conseguís ;)

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