Drama de altos vuelos, de sobresalientes interpretaciones,
en especial del protagonista Joaquin Phoenix, que es a través de quien vemos
toda la película. Una notable cinta que se estrena aquí con retraso ya que es
de 2008.
Una historia de soledades y personalidades complejas, de
personajes densos y profundos y algunos sumidos en la angustia vital.
Personajes que se agarran en algunos casos a, lo que creen, las últimas
oportunidades pero no renuncian a nada aunque esa elección no sea la más afortunada.
Un drama de personajes, soledad, complejidad y profundidad, un drama y unas
personas en el límite de la desesperación, inestables y cambiantes, al menos
dos de ellos, los interpretados por Gwyneth Paltrow y Joaquin Phoenix.
Leonard siente enseguida más afinidad con respecto a Michelle
(Paltrow), quizá como oposición a sus padres y también por cierta
identificación con su inestabilidad y sus problemas acuciantes que va notando.
Analizando un poco parece que es más por atracción inicial que rebelión contra
sus padres, ya que muestra un especial interés en ella desde el principio.
Leonard casi en ningún momento es honesto, sólo dice la
verdad si no le involucra o cree que no le va a perjudicar, si puede sacar un
beneficio o algo parecido mentirá en todo momento. Nunca parece sentirse a
gusto en ningún lado, todo lo que hace en sociedad es impostado, como si para
funcionar tuviera que actuar, como en la escena donde se va de fiesta con
Michelle y sus amigas.
Esos tonos usados por el director no sólo transmiten la
frialdad mencionada sino depresión, decaimiento, tristeza… Una película que
contiene mucho desgarro y donde hay vencedores, vencidos y meros
supervivientes, personajes heridos que seguirán así y otros que acaban
aceptando una vida que aunque no deseada al menos es soportable. Todo ello está
tratado con desnudez y un, como comenté, desgarro interior que se lleva a nivel
individual y que quizá, sólo alcance a entender esa madre interpretada por Isabella
Rossellini. Ella es la testigo silenciosa que es consciente de lo que le ocurre a su
hijo y su conflicto interior, un personaje que ve impotente cómo no puede hacer
nada para que su hijo sea feliz salvo dejándolo ir y que vive esperanzada su
vuelta.
Así el personaje de Sandra será la única que no tendrá en un
principio caída posible si fuera rechazada, es ninguneada por Leonard y un
segundo plato clarísimo a pesar de que dice que tiene muchos pretendientes, su
colchón es que es totalmente estable. Ella se agarra a Leonard, que la rechaza
en realidad porque él a su vez se agarra a Michelle, que rechaza a éste como
pareja porque ella se agarra de esa forma a un hombre casado. Ese hombre casado
no la da tranquilidad porque no acaba de dejar a su mujer. Así Michelle sirve
de colchón al marido interpretado por
Elias Koteas, Leonard sirve de colchón en caso de fracaso a Michelle y
Sandra sirve de lo mismo a Leonard. Esta estructura se mantiene hasta que el
personaje de Elias Koteas decide no usar más de colchón a Michelle y estar con
ella de forma definitiva dejando a su mujer. Esto provoca un terremoto en toda
la cadena, Leonard que era usado por Michelle como paño de lágrimas se queda
sin su sueño y se ve abocado a usar su colchón con Sandra y ésta, que ajena a
todo lo que ocurre parecía quedarse sola, acaba siendo la gran triunfadora,
pero una triunfadora en la inconsciencia. Sandra persigue a Leonard que
persigue Michelle que persigue a Ron
(Elias Koteas).
Una interesante reflexión sobre el riesgo o la seguridad,
sobre la inestabilidad o improbabilidad y la comodidad, Leonard es el único que
está dispuesto al riesgo anteponiéndolo a la opción segura y por supuesto es el
que se da el mayor batacazo. Sandra ve en Leonard su mejor opción y no hay
otras seguras, Michelle cede a la comodidad y premia el riesgo que también toma
Ronald cuando deja a su mujer. Una reflexión sobre la dependencia, sobre la
necesidad del otro, sobre dejar en manos de los demás nuestra propia felicidad.
Gray combina muy bien o contrasta acertadamente ambientes
incómodos, lluviosos, fríos, con otros que sin perder ese tono triste y gélido
son más confortables, como algunos momentos en casa de Leonard con Sandra o en
su propia habitación, el refugio del protagonista.
El jersey de Sandra en la primera escena se confunde con
muebles del decorado, resaltando su carácter discreto, pacífico, tranquilo. Es
marrón. Michelle en su primera aparición aparece de negro en contraste con las
paredes blancas donde se enmarca. Posteriormente la veremos introducirse en un
coche negro que como su abrigo del mismo color indica su total integración en
ese mundo laboral, el símbolo de la comodidad a la que se ha entregado y
entregará finalmente, se homogenizan los colores. En esa vida ella parece estar
más cómoda y sus actitudes rebeldes e independientes parecen una forma de
evasión. Michelle va siempre de negro si exceptuamos cuando está en su casa que
lleva alguna camiseta de color rosa o anaranjado. Todos son muy sobrios, el que
más se sale de esa tendencia es el propio Leonard, como por otro lado es
normal.
Es ahí donde quizá la película tiene el mayor problema, la
escasa afinidad que se acaba sintiendo, especialmente, por el personaje
protagonista, que es al que seguimos en todo momento, una víctima por la que no
llegamos a sentir compasión pero también una especie de verdugo por quien se
puede llegar a sentir cierta repulsión. Un conflicto de sentimientos que
deambulan en una excesiva frialdad.
Las interpretaciones, como comenté, son estupendas pero es
necesario volver a destacar el trabajo maravilloso de Joaquin Phoenix,
simplemente magnífico.
“Two lovers” es la mejor película, hasta la fecha, de James
Gray en un género complicado, un drama romántico de contenido desgarro que
evita en todo momento caer en la sensiblería y la lágrima fácil, un drama que conmueve
pero en el que esas lágrimas se congelan antes si quiera de salir.
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