El general había diseñado la táctica que debía llevarles a
la gloria, la había meditado y pensado concienzudamente, cada movimiento propio
y del rival, sin dejar nada al azar. Se preparaba, serio y taciturno, para
hacer el discurso motivador antes de que se disparasen las hostilidades.
Sus hombres estaban nerviosos, tensos en esa insufrible calma
antes de comenzar que tan bien conocían. Sus rostros crispados, su mentón
apretado, su sudor… pero también había determinación en la mirada. Los
soldados se acomodaban sus uniformes, comprobaban sus protecciones, dejaban
cada prenda a su gusto en gestos que buscaban relajación, olvidarse de todo en
esos segundos de espera con aquel rival enfrente.
El general miró orgulloso a esos hombres, firmes con sus impolutos
uniformes, prestos y dispuestos a lanzarse a la batalla. Las banderas ondeaban
al viento, el escudo en todo lo alto. Por aquello debían vencer, aquello lo
significaba todo. Miró aquellos símbolos y se regocijó. Era el momento.
Allí estaba el ejército rival, igualmente uniformado, con sus
símbolos erguidos, orgullosos, desafiándolos… Empezó a hablar, primero con calma, luego subiendo la intensidad, para terminar en una arenga enfatizada que enardeció a todos los presentes, deseosos de lanzarse al campo de batalla.
Salieron en tromba, las líneas muy juntas adelantando la
parte central de las tropas para enfrentarse a las legiones rivales, más
poderosas y físicas, que afrontaron el choque con energía. Aquellos lanzaron ataques
aéreos, con flechas y catapultas, que fueron frenando sus avances, hasta que
llegó un punto en el que tuvieron que parar para defenderse. Con orden y calma,
fueron retrocediendo, movimientos coordinados y perfectamente planificados,
dejando que el rival avanzara mientras la línea defensiva se combaba. Las
legiones rivales progresaban con decisión, en formación tortuga, sin pausa.
En aquel momento, el general, que había mantenido los
flancos en calma, ordenó su avance, que atacaran los costados del enemigo, para
aprovechar la superioridad y fortaleza que tenían en esa zona con su
caballería.
Mientras aquellas recias tropas a las que se enfrentaban embestían
con determinación por el centro, hundiéndoles por esa zona, la caballería lanzaba
contraataques vigorosos y decididos por los flancos, mermando los costados del ejército
contrario. Aunque la retaguardia se veía exigida, se mantenía con firmeza. La
lucha táctica estaba dejando la contienda en un equilibrio muy inestable, ya
que si algunas de las legiones desfallecían podía conducir al fracaso.
El enemigo parecía tenerlo todo controlado en su avance por
el medio, con una oposición discreta, que iba retrocediendo, consintiendo el
dominio de la zona, pero no se percataban de lo que estaba sucediendo por izquierda
y derecha, donde la caballería les estaba minando.
Comenzó la lluvia, los cuerpos se apilaban en el terreno,
pero otros venían a cubrir sus huecos. Todo era confuso y embarullado, era una
lucha de poder a poder donde ningún ejército parecía imponerse sobre el
otro ni desnivelar la contienda. El barro cubría rostros y trajes, provocaba
resbalones y ralentizaba los movimientos.
Cuando los enemigos quisieron darse cuenta estaban rodeados.
Intentaron desviar soldados para apoyar a los agonizantes flancos, por lo que secciones
traseras de las legiones recibieron órdenes de reforzar ambos costados, dirigiéndose
desde el centro hacía allí para hacer la cobertura de apoyo. Aquello terminó
por desequilibrar aún más la situación, ya que facilitó la contención por el
centro mientras los flancos izquierdo y derecho siguieron siendo masacrados.
El enemigo, poco a poco, quedó cercado. Al mandar retrasar
el general intencionadamente la parte central formando una C, la caballería iba
sellando el círculo por los costados y la parte trasera, dejando al ejército
rival en el centro y sin posibilidad de salida.
El avance se hizo incontrolable, los cuerpos caían,
superaban línea tras línea, aquel territorio estaba conquistado… y así llegó el
GOL.
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