La mayoría de la gente ve el verano como el cálido lugar de
sus aventuras, desvaríos y amoríos, ese entorno agradable donde dar rienda
suelta a los excesos y encender la pasión sin miedo ni complejos, pero para mí
los veranos son un lugar gélido e incómodo donde no apetece nada, un horror
uniforme sin atractivos ni alicientes.
El verano invita al amor y al sexo, a la infidelidad y la
lascivia, pero pasada la adolescencia aquello de los amores veraniegos, a pesar
de ser soltero, se esfumaron para mí. Es lo que tiene pasar esta época del año
en Siberia, entre esquimales, en un infinito de hielo…
No es un sitio confortable, ni siquiera en verano. Uno no
puede ir por casa desnudo, ni espatarrarse en calzoncillos, ni sentarse al
fresco en una terracita. No, uno tiene que ir siempre con su abrigo de pieles
hasta para ducharse.
Aquí se valora mucho el sol, que apenas calienta, pero
cambia el ánimo y logra que se vean mejor las risueñas caritas, enmarcadas en
sus capuchas, de mis compañeros. No es que esto no tenga sus ventajas, aunque
bien pensado no se me ocurre ninguna… Bueno, que te ahorras un dineral en aire
acondicionado y en ropa, porque con una piel de oso tienes para varios años.
Estoy aquí por trabajo, que no por devoción, porque a mí lo
del calorcito me va bastante, pero ahogo mis penas pensando en lo bien que se
lo estarán pasando mis amigos en la playa o la piscina. Los quiero mucho.
Disfrutan porque en esta época a las chicas les da por ir en
bikini y a los chicos en bañador, lo que siempre es estimulante. Aquí, la mujer
con menos ropa que he visto tenía una piel de oso polar que la tapaba todo el
cuerpo dejando ver unos picaruelos ojillos rasgados. Me siento como en la época
victoriana, que si veo un tobillo desnudo me tengo que ir derecho a dar una
ducha de agua fría, que, por cierto, es una de esas cosas que aquí podréis
hacer casi en cualquier sitio.
El amor aquí es complicado. Yo siempre estaba predispuesto,
aunque las lugareñas nunca me han resultado especialmente atractivas. Aun así uno
no es de piedra y ha tenido sus escarceos. Me gustó mucho una chica que tenía
los ojos más rasgados de lo normal, que era lo único que se le veía, como a las
demás, siempre que no lleven gafas... Seducirla era un problema, porque quise
llevarle flores y aquí no pude encontrar un maldito ramo… Le hice una figurita
de hielo, que aquí se conservan estupendamente bien, y comenzamos a salir. Patinábamos
sobre hielo, jugábamos al hockey, hacíamos esquí... esas cosas.
Lo peor fue cuando me invitó a su casa y se quitó la
capucha. Aquella chica de ojos rasgados no era como imaginaba. Tenía barba y
creo que podía cogerme a pulso.
Llevarla a casa o ir a la suya me mortificaba, los iglús
siempre me han producido una enorme angustia. Sé que los hay duraderos, pero no
acabo de estar nunca tranquilo. Por mucho que se diga, dentro sigue haciendo
frío. Que de los -40 pasemos a los -15 no es algo especialmente cálido... ¡Leches,
son casas hechas de hielo, con paredes y techos de hielo! ¡Cómo no va a hacer
frío! Por otro lado, siempre he pensado que dar rienda suelta al fuego de mi
pasión allí quizá podría derretirlos… Ya, ya sé que es una paranoia, pero es
algo que tengo metido en la cabeza. De todas formas, es complicado ponerse a
tono, hasta el punto de que creo que está mermando mi masculinidad.
Por estas razones, poco a poco, fui desistiendo de los amores
veraniegos, así que paso los fines de semana con mi pingüino en casa tomando
productos congelados, que aquí son muy buenos, y otros artesanales, como los helados.
Hago unos calipos estupendos con zumo de limón y un poco de hielo de mi jardín.
Mis días de estío son rutinarios y aburridos, vivo mirando
el calendario con anhelo, deseando que llegue la Navidad para regresar a mi
casa y sentir por fin la agradable sensación del cálido invierno, porque si una
cosa tengo clara es que el verano está tremendamente sobrevalorado, y sus
amores más.
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