Me sedujiste en la primavera, desplegaste todos tus
encantos, que son infinitos, y yo no me resistí. Estaba predispuesta, tus
atenciones eran constantes y sabía que te tenía en mis redes, por eso acudías
puntual a tu cita para ofrecerme la mejor de tus caras en cada amanecer, convirtiéndome
en la más bella de tus conquistas.
A merced el uno del otro, no había nada que pudiera interponerse
entre nosotros, ni nubarrón que ensombreciera nuestra relación. Dispuestos a
vivir un verano de locura, estaba entregada y sometida a tu voluntad, deseando recibirte
en mis fértiles contornos.
Antes de que el gallo cantara estaba ansiosa por tenerte,
necesitaba tu calidez en el crepúsculo, tan frío con tu ausencia en mi lecho
solitario. Te añoraba cuando te marchabas por las noches, dejándome abandonada,
esperando tu retorno para volver a sentir tu ardor en mi regazo. Tu fuego y tu
calor, llenos de pasión, castigando mi cuerpo en un placer infinito.
Sólo quiero sentirte sobre mí una y otra vez sin descanso,
sin pausa, con tus manos explorando la superficie de mi cuerpo, examinando cada
resquicio, tus sabios dedos como rayos acariciando mi arenosa piel, achicharrándome
con arañazos desbocados, haciéndome surcos de embeleso, amasando y alisando mis
provocativas e insinuantes curvas con cálidas caricias, haciendo florecer mi
humedad irremediable.
Esa humedad que me empapa hasta lo más hondo, que me riega
entera en un éxtasis de placer, mientras tu esencia penetra en mí con devoción
y ansia excitando todo mi ser, demostración palpable de mi pasión por
recibirte, anhelante, sintiendo cómo ese hermoso tallo, lleno de deseo, que se
yergue orgulloso en mi interior y desde él, erecto y firme, crece sin frenos.
Noto cómo sube la temperatura con tu presencia, cómo cada
rincón de mí arde en un fuego sin rescoldos, abrasados, derritiéndonos en un
mecer parsimonioso durante horas sin descanso, en un clímax diario y eterno.
Fecundada, llena de vida, con el tiempo haciendo su trabajo,
henchida en mis entrañas, gestando a nuestro querido hijo, fruto de nuestra
unión, con su rojizo y rechoncho rostro, imponente y lustroso mirando a la vida
con satisfacción…
Y yo, la acogedora tierra, mirando desde abajo al fastuoso
padre sol y la inmensa naturaleza, sólo puedo decir: Sí, aquí hay buenos
tomates.
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