Verterse, derramarse, vaciarse en otro completamente
vulnerable que acaba convertido en uno mismo, que es mucho más que uno mismo,
por el que se prescinde o se da la vida sin atisbo de duda, ser guía y
protector en una entrega absoluta manifestada de infinitas formas. Derramar
amor, enseñanzas, dulzura, sacrificio, conocimientos, lucha, desvelos… en un
recipiente puro, desvalido, anhelante de todo, tan dependiente como
independiente. Exprimirse para llenar un recipiente vacío que emprende un
camino. Eso es la maternidad.
Un recipiente que sale de las entrañas de la madre, pero que
no implica que ésta ejerza como tal, ni que el hecho de que no suceda
incapacite a la mujer para ejercer la maternidad en su plena esencia. Si bien
la biología define a una madre, la maternidad y su ejecución van mucho más allá
del simple parto.
Ellas son orden, comprensión y capacidad de seducción y
convencimiento. La maternidad es amor y responsabilidad.
Todo esto, con sus múltiples matices, lecturas y vericuetos,
lo ha plasmado el cine en multitud de películas, pero vertebraría toda la idea
de maternidad cinéfila en dos grandes pilares. El de la mujer y madre fordiana
y el de la madre hitchcockiana.
Habréis observado que hablo de mujer y madre en Ford, pero
no en Hitchcock, porque esa es una de las diferencias entre ambos cineastas. Si
bien en la mujer fordiana se intuye a la madre que será, no es así en la
hitchcockiana, que parece dividir a las féminas en dos: las mujeres como objeto
de deseo y las madres, que serían una especie aparte de mujer con su propio
universo. En Hitchcock no parece compatible ser objeto de deseo y madre.
-La madre fordiana.
La madre fordiana sería el lado más luminoso y clásico de la
maternidad. La columna vertebral, el pilar básico, el pegamento de la familia.
Son abnegación y sacrificio, amor y respeto, resignación y fortaleza. Son
mujeres duras, recias. La mujer y madre fordianas seguramente estarán mal vistas
ahora por el feminismo más rancio y fanático de hoy en día, pero son las
contenedoras de todas las esencias de la maternidad. Sí, son recias,
protectoras del orden doméstico y familiar y a la vez escrupulosas defensoras
de la libertad de cada componente de la misma. Capaces de la renuncia y con el
sacrificio por montera (“Las uvas de la ira, 1940), abrazadas a la resignación
(“La ruta del tabaco”, 1941), estoicas en el dolor (“Qué verde era mi valle”,
1941; “Cuatro hijos”, 1928)…
El estoicismo de las mujeres fordianas alcanza su
sublimación con la maternidad. Una Maureen O'Hara las representa a la perfección. Su abnegado sacrificio, dominadoras de lo
cotidiano y doméstico, ya se intuye cuando son elegidas por los héroes de Ford,
pero una vez son madres parecen adquirir toda la sabiduría. Son el pegamento de
la unidad familiar, la madre clásica y tradicional, el muro de carga de la
casa, el reducto de paz para el héroe, que una vez se descalza las botas pasa a
ser un subordinado más.
Los conflictos en las nuevas familias modernas, donde los
niños se ven con dos “madres” o dos “padres” tras divorcios y nuevos
matrimonios, cuando ellos son usados como armas entre los padres (“Quédate a mi
lado” de Chris Columbus, 1998); porque dos mujeres son pareja (“Los chicos
están bien” de Lisa Cholodenko, 2010) o porque el sentimiento maternal va por
libre, amenazando con usurpar tu lugar (“El pequeño Tate” de Jodie Foster, 1991)…
Madres que mueren para desolación de los más jóvenes hasta
traumatizarlos (“Bambi” de David Hand, 1942, “Buscando a Nemo” de Andrew
Stanton y Lee Unkrich, 2002…)
Madres sobrevenidas o que no han parido aún pero que son
paradigma de la maternidad, como nos ha enseñado Brie Larson en sus mejores
trabajos (“La habitación” de Lenny Abrahamson, 2015; “Las vidas de Grace” de
Destin Cretton, 2013); “Gloria” (1980) de John Cassavetes... Esas madres que
no lo son pero ejercen como tal, como las institutrices de Julie Andrews en
“Sonrisas y lágrimas” (Robert Wise, 1965) o “Mary Poppins” (Robert Stevenson,
1964). Donde tan frustrante es no poder ser madre cuando la naturaleza te llama
como problemático e irresponsable serlo por adelantado, por ejemplo en la adolescencia
(“Juno” de Jason Reitman, 2007; “La fuerza del amor” de Matt Williams, 2000…).
Madres que se sienten abandonadas, que aquello por lo que
dieron todo ahora las deja en la estacada para vivir su vida, con la sensación
del deber cumplido y a la vez desoladas porque aquel vínculo que creían
irrompible se resquebraja con facilidad, olvidadas… (“Cuentos de Tokio” de
Yasujiro Ozu, 1953; “Dejad paso al mañana” de Leo McCarey, 1937; “Solas” de
Benito Zambrano, 1999…).
-La madre hitchcokiana.
Las madres hitchcockianas tienen dos vertientes. En las
madres de Hitchcock encontramos siempre comportamientos obsesivos,
controladores, paranoicos, perturbados, esquizoides, indiferentes o faltos de
escrúpulos incluso. Su relación con los hijos siempre es sobreprotectora,
obsesiva, perturbadora, excesiva, despreciativa o traumática…
El primer tipo de madre hitchcockiana sería el amable.
Madres posesivas y obsesivas, sobreprotectoras, controladoras hasta la
psicopatía de la vida de sus hijos, capaces de olisquear el aliento de estos
aunque peinen canas para comprobar si han bebido (“Con la muerte en los talones”, 1959); mirar con celos y reticencias a cualquier mujer que se acerque
a su preciado hijo (“Los pájaros”, 1963)… del mismo modo que sus hijos pueden tomar
roles infantiles, mimados, pidiendo su auxilio cuando no saben manejarse en la
vida (“Encadenados”, 1946)… No todo es malo, también hay madres normales que
luchan por recuperar a su hija, sin más (“El hombre que sabía demasiado”,
1956).
El segundo tipo son las psicóticas o perturbadas, mujeres
sin escrúpulos para las que los hijos son un engorro, un accidente o una carga
que deben mal llevar, sin código moral, que actúan con completo egoísmo y como
si sus vástagos no existieran. Madres que crearán traumas de difícil solución
en sus hijos (“Marnie, la ladrona”, 1964), cuando no imposible (“Psicosis”,
1960)…
Estas madres perturbadas, castradoras (“Carrie” de Brian De
Palma, 1976; “Cisne negro” de Darren Aronofsky, 2010…), terroríficas incluso,
han engendrado muchas hijas cinematográficas. En muchos casos han llevado la
sobreprotección hasta lindar con la locura o el terror (“Los otros” de Amenábar, 2001); al desprecio y el odio hacia el propio hijo como manifestación de los
propios traumas (“Babadook” de Jennifer Kent, 2015); hasta el despertar del
instinto maternal de fantasmas dispuestos a cualquier cosa por sus criaturas (“Mamá”
de Andrés Muschietti, 2013)… Y es que cuando el instinto maternal se despierta
no se puede renunciar a un hijo, ni hacerle daño, dándolo todo por él, aunque
sea el mismísimo diablo (“La semilla del diablo” de Roman Polanski, 1968), en
la escenificación perfecta de ese vínculo y lazo invisible que se forma entre
la madre y su criatura.
Al final debemos reconocer que la mayoría de las madres
tienen un poco de fordianas y un poco de hitchcockianas, en distintas medidas,
con distintas características que las definan. Unas serán más fordianas que
otras, unas más hitchcockianas, pero siempre suele haber algo de ambas. Su
lealtad y responsabilidad con los suyos supera a la de cualquier otro jefe o
responsable de grupos. Sus quejas y reproches no son tanto una recriminación
como un desahogo, ya que suelen ser incapaces de acabar negando algo. La
preocupación, el cuidado, la vigilancia y el orden que nunca las impedirá relatar
y quejarse sin remilgos, siempre amorosamente.
Pero también es fácil encontrar ese carácter obsesivo y
controlador para que sus pequeños no se desmanden, tenerlos a golpe de móvil, bien
situados/controlados geográficamente, bien comidos y bien dormidos, con los
calzoncillos limpios por si hay un accidente y el médico nos hace una revisión
de emergencia…
La madre se vacía de sí misma hacia los hijos, pero estos
también acumulan su carga en dos vertientes: los propios intereses y la
preocupación materna. Por eso nos agobiamos tanto, demasiada carga para la
frivolidad de la edad temprana. Dos preocupaciones y necesidades que a veces es
difícil congeniar, que pueden hacer daño en un duelo de egoísmos que
obligadamente chocan. La necesidad de aventura y descubrimiento y la inevitable
precaución, que impactan en madre e hijo desde la acumulación y el vacío.
Los hijos desesperan a las madres como las madres lo hacen
con los hijos, unas desde el exceso de celo y otros desde la angustia que
provoca la despreocupación, el descubrimiento y el ansia de independencia.
Los matices son infinitos en una relación tan potente y
firme, en amores tan sinceros que lo hacen todo complejo. Amores fuera de duda,
distintos, pero verdaderos, que llevarán a los hijos a querer contarlo todo,
pero no sobre Eva, sino sobre su madre (“Todo sobre mi madre” de Almodóvar,
1999); sólo responder ante su madre por estar perturbados y excesivamente
mimados (“Al rojo vivo” de Raoul Walsh, 1949)… El deber ante un hijo que limita
la vida (“La señorita Oyu” de Kenji Mizoguchi, 1951)…
Hay muchas, muchísimas películas que tocan de una u otra
forma el tema de la maternidad, un tema vertebral en la sociedad moderna.
“Mommy” (Xavier Dolan, 2014), “El club de la buena estrella” (Wayne Wang,
1993), “La fuerza del cariño” (James L. Brooks, 1983)…
Esa abnegada entrega, que debe venir de una decisión madura
y meditada, de una madre una vez ha tenido un hijo, entra en conflicto con la
individualidad e independencia de éste. Es ley de vida.
Yo he tenido mucha suerte. Ella es la mejor, como pensarán
ustedes de las suyas, pero yo estoy en lo cierto… como también pensarán
ustedes. La mía es una madre fordiana de pura cepa: orden, responsabilidad y
amor. Sé que sería capaz de entregar lo que fuera por mí, lo que no me negarán
es un colchón de afecto y confianza. Pero también tiene su agudo lado
hitchcockiano con el que ambos debemos lidiar.
Sí, ella es mi red. Un buen motivo para levantarse por las
mañanas. Adoro los vaciles, las discusiones, sus quejas y enfados que no duran
nada, oírla relatar y al poco reír cuando le gastas una broma, discutir viendo
un programa o reflexionar sobre lo divino y humano… Por eso la quiero tanto.
Por lo que es y por lo que no es, por sus defectos y sus virtudes, más que nada
porque es lo que siempre recibí.
Queridos amigos, amen a sus madres. Cuídenlas y
disfrútenlas, son seres de película.
A mi madre.
No tengo palabras para decirte lo mucho q me ha emocionado.
ResponderEliminarEres un gran hijo, porque eres una gran persona, y aunq eso depende mucho de el sustrato, en gran parte es gracias a la labor de tus padres, de tu madre en una gran proporción. Todo mi cariño para esa gran madre tuya, q ha ayudado a formar a esta gran persona q eres tu, mi querido Sambo.
Por otra parte, impresiona verdaderamente la cantidad d referencias!!! Y el contenido, con tu visión d las madres F/H está logradísimo.
Muchas gracias, en este día especial, por este texto.
Y, de nuevo, un beso y un abrazo a tu madre.
También para ti.
Bss
Muchísimas gracias, Reina. Me alegra mucho que te haya gustado. Al final quedó algo profundo y reflexivo, además de documentado jajaja.
EliminarBesos!
Sinceramente, amigo mío...... me descubro ante usted y me quito el cráneo si es preciso. La parte cinéfila del post es extraordinaria, pero el principio del post, con esa glosa a la maternidad, es de una belleza indescriptible, auténticamente sublime. Y para ambas cosas, hay que saber escribir: qué duda cabe que sería usted un magnífico contador de historias. Es para mi un orgullo ser seguidor de este blog, y si se me permite la licencia, y como decimos por Andalucía, "Viva la madre que le parió"
EliminarSalu2
Muchísimas gracias, Antonio! Me alegra que te haya gustado en todos los sentido, es un orgullo especial.
EliminarLicencia permitida, mi madre es de allí, precisamente! Jajaja
Un saludo y un abrazo fuerte.