Interesante e irregular distopía sobre un mundo congelado y
recluido en un tren que no para de dar vueltas. Las distopías siempre dan juego
y permiten a los guionistas y directores ser imaginativos, crear atractivos
mundos y sugerentes hipótesis futuras que posibilitan el desarrollo de
fascinantes historias. El mayor problema que suelen tener es su falta de
coherencia respecto a sus propias reglas o la caída en los tópicos y el
simplismo. Es necesario un buen trabajo de guión para llevarlas a buen puerto y
lo cierto es que cuando salen bien nos regalan a los cinéfilos y aficionados a
la ciencia ficción grande momentos.
El calentamiento global y una fallida solución científica al
mismo, han provocado el congelamiento del planeta, haciendo imposible la vida
en él. Sólo quedan unos pocos hombres que han quedado recluidos en un tren de
alta tecnología que gira por el planeta de forma constante, un arca, que les
protege del frío exterior. Lleva 17 años en funcionamiento. Por desgracia, dentro del tren la vida es un infierno, donde una clase dirigente domina y
controla al resto. Año 2031, mundo postapocalíptico.
Clasismo; abusos de la clase dirigente, como los que vemos a
los violinistas; sometimiento; restricciones alimenticias, una comida que se
usa como cebo narrativo, como forma de dominio y como modo de comunicación, ya
que se reciben notas rojas a través de ella de un misterioso desconocido de
los vagones más avanzados... Unas pastillas negras gelatinosas bastante
repulsivas es el único alimento. Un mundo siniestro, sucio, demacrado,
incómodo…
Se nos presentan a los “buenos” de la historia, dentro del
grupo de sometidos, claro está, y se marca la misión. Curtis (Chris Evans),
Edgar (Jamie Bell), su sumiso amigo, y Gilliam (John Hurt), el mentor, son los
tres más destacados. La misión: apoderarse del tren y matar a un tal Wilford
que está en el primer vagón, un dios silencioso. La clásica rebelión, vaya.
Una buena dirección.
La dirección de Joon-ho Bong es lo más notable de la cinta.
El director coreano acierta con el tono, la atmósfera y la estética, muy
lograda y en consonancia con el fondo. No carece de defectos, tics típicamente
orientales y ciertas incongruencias ligadas también a la trama, pero en general
su trabajo es digno de elogio. Una estética lúgubre, mugrienta, que retrata con
acierto la podredumbre de ese mundo oscuro con tonos opacos, negros, grises,
marrones… hasta que salgamos a otros vagones. Hay algo que recuerda a “La
ciudad de los niños perdidos” (1995) de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro.
-Un sensacional ejemplo del uso estético perfectamente
integrado en la trama lo tenemos con la presentación de Mason (Tilda Swinton).
El mundo en los sometidos vagones de cola es gris, los vestuarios son oscuros,
deprimentes, uniformes. La aparición de Mason, con vestuario colorido junto a otros acompañantes, rompe
con esa uniformidad estética y marca la diferencia con respecto a esas
esclavizadas gentes, su dominio, el único elemento de color. Una uniformidad
que define el obligado orden al que los más “coloridos” someten al resto.
-Uno de los elementos más interesantes de la película es la mezcla de humor y crueldad violenta. Cada escena violenta será precedida de un elemento excéntrico, humorístico. Un estilo a Tarantino, pero enrarecido. Así, la aparición de Mason, ese excéntrico y esperpéntico personaje de dentadura imposible y anillo omnipresente, y el lanzamiento de un zapato que impacta en otra mujer de amarillo, preceden a una de las escenas más escalofriantes de la película, la de los 7 minutos con el brazo fuera al lanzador de dicho zapato. 7 minutos que es lo que tarda en congelarse para después ser destrozado con un mazo. Un truculento momento que será en off. Este momento sugiere el posible motivo por el cual algunos personajes no tienen brazos o piernas, como el propio Gilliam, al que le falta, precisamente, un brazo y una pierna.
-Un nuevo ejemplo de elemento excéntrico que antecede a una
escena violenta lo tenemos en la batalla contra el ejercito encapuchado y
armado con hachas, cuando el duelo se interrumpe para celebrar el año nuevo
mientras se cruza un puente, reiniciándose al salir del empinadísimo lugar.
Aquí habrá un cebo con la mirada por la ventana del diseñador de cerraduras,
Namgoong Minsoo (Kang-ho Song), que se explicará posteriormente, cuando
sepamos que miraba un avión estrellado al fondo, con cada vez menos nieve
cubriéndolo… Es decir, la temperatura está aumentando.
-Por tercera vez se recurrirá a los elementos excéntricos y
humorísticos, surrealistas, como antecedentes de la violencia en la escena de la
escuela infantil. Niños repelentes, colorido naif y kitsch, profesoras
embarazadas… y con metralletas.
-Un magnífico ejemplo del virtuosismo de la dirección en la
puesta en escena lo tenemos con ese plano secuencia que lleva del dibujante que
hace dibujos de niños, entre otras cosas, al que seguimos en un travelling, para
llegar a la madre negra a la que le quitaron su hijo, que pondrá dicho dibujo
como argumento para sumarse al grupo de ataque. Sin cortes hasta la llegada de
los villanos en un perfecto retrato del entorno y la idea.
-Joon-ho peca de usar en exceso las cámaras lentas sin
motivo ni sentido alguno, tic muy oriental de dirección de esteticismo
gratuito. Excesivas, uno de los defectos de su dirección. Un ejemplo más, la
escena de la batalla contra los encapuchados y sus hachas. La muerte de Edgar
en esa escena será, precisamente, a cámara lenta.
-La estética en la escalofriante y desagradable escena en los
baños amarillos es el clímax esteticista de la película, con un malote que
parece Terminator matando a la mayoría del grupo de nuestros protagonistas. La
muerte del mudo nos recuerda a una de “Salvar al soldado Ryan” (Steven
Spielberg, 1998).
La mitología tiene muchos elementos de interés: el
planteamiento, la división de clases, la comida especial, la droga Kronol, las
notas rojas…
Habrá un cebo o recurso de guión para lanzar la trama, que
posteriormente se antojará bastante tramposo: la posible ausencia de balas en
las armas de los custodios. Los ecos son muy usados en la película, por ejemplo
se recordará la frase “baja esa arma inútil” al inicio, como deducción de que
las armas no tienen balas.
El discurso resulta redundante. No es ni mucho menos
compleja esta exposición de una dictadura, de un abuso absolutista, para que se
redunde tanto en su explicación. Uno de los defectos del guión.
Una vez iniciada la rebelión se nos presentará a otro
personaje clave, el diseñador de las cerraduras, un oriental enganchado a la
drogas, y su hija, inocente acompañante pero aún más enganchada que él. Tras un
toma y daca innecesario y excesivo para convencerle se sumará al grupo.
Atravesarán varias puertas gracias a su ayuda y descubriremos que la hija del
diseñador, Yona (Ah-sung Ko), ve cosas, lo que hay al otro lado de las puertas, antes de abrirlas, en una chorrada de guión que no lleva a ningún lado. Uno de
los vagones contendrá muchas camas vacías y comida. En otro, la cocina, con un
buen travelling descriptivo sobre la misma donde descubrirán que las barras
proteínicas que comen están hechas con insectos. Una asquerosidad, vamos. Paul,
el cocinero, viejo conocido, recibirá unas cuantas quejas, como es lógico, que
uno no pide que participe en “Master Chef”, pero siempre hay un punto
intermedio. Una submisión que surge en el camino es la de apoderarse del agua,
con ello podrían controlar el tren.
Curtis, el protagonista, rehúye del pasado y los recuerdos, sus 17 años en el Arca, desde los 17, precisamente, a los 34. La nueva secuencia de acción de los rebeldes contra el escalofriante e impactante ejército encapuchado armado con hachas vuelve a excederse con las cámaras lentas, ya sea para duelos generales o para que veamos las habilidades de Curtis en el cuerpo a cuerpo. Habrá un segundo asalto tras la pausa para celebrar el fin de año en la oscuridad, donde los soldados tendrán visores nocturnos y comenzarán una carnicería presidida por la repelente ministra Mason. No sabemos de dónde diablos sacan los visores los soldados que luchan, pero les servirá de poco cuando nuestro grupo y en especial su líder, Curtis, recurran al primitivismo, al fuego, para dar luz y vencer en la batalla. Curtis sacrificará, en cierta medida, a su amigo por alcanzar a la ministra Mason, en lo que será una nueva interrupción a la batalla. Una ministra seminazi con su dentadura de quita y pon.
“Snowpiercer” es “El
mago de Oz” pervertido, siguiendo un camino de balsas mugrientas y
ensangrentadas, o de vagones amarillos, hacía un dios falso que espera solo al
final del camino y que no es lo que se espera. También hay algo de videojuego,
pasando pantallas, superando retos.
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