La escena donde Lucy descubre la carta del asilo no puede tener una dirección más perfecta y precisa. Plano de Rhoda bailando y travelling de acercamiento hacia la abuela. Inserto de la carta del asilo cuando Lucy revisa el correo y el posterior plano de reacción. Ejemplar forma de mostrar la marginación del personaje y a su vez la solidaridad que el director tiene con él. La cámara acompañará a discreta distancia a Lucy en su decepción hasta la mecedora, poniéndose a su lado cuando el matrimonio entre. En ese momento volvemos a ver a Lucy en un lado y al resto de la familia en otro, una distancia evidente. Es absolutamente magistral.
Otro inserto de la carta será utilizado para cuando la vea
el matrimonio. Es maravilloso el enorme y generoso gesto de la madre con su hijo
en la conversación que acontece a continuación. George explicará que Addie ha
accedido a quedarse con Barkley en California, pero Lucy le ahorrará el trago,
la plena lucidez y amor por su hijo de Lucy, de tener que decirle lo del asilo,
anticipándose y ofreciéndose a ir ella por propia voluntad. Una madre que hacía
cosas molestas para la familia de su hijo que hacían comprensibles sus quejas e
incomodidades, pero todo lo hacía sin mala voluntad, y cuando fue
consciente del problema no dudó en demostrar la máxima generosidad, esa de la
que sólo una madre parece ser capaz.
La tremenda dignidad de la madre se contrapone a un
arrugado, avergonzado y excelente Thomas Mitchell. Ella no quiere que su
marido se entere de que irá al asilo porque sabe que le parecen unos sitios
horribles, momento en el que el espectador recordará, con un escalofrío por la
columna, la carta que Max leyó a Barkley y donde era la propia Lucy la que lo decía. Aquel cebo que dejó McCarey en
la escena anterior.
Será la primera cosa que Lucy oculte a su marido, todo provocado
por sus hijos, que son lo que más quiere en el mundo. Esa es la ironía. Es otra
de esas bellas mentiras que nos regala el cine. Una confesión que Lucy dice a
su hijo favorito, algo que se le debe clavar en el corazón de igual forma que
sucede al espectador. La escena concluye con un abrazo tremendamente
emocionante.
Magnífico plano, ante un simbólico espejo que devuelve la
verdadera imagen, de Mitchell y su mujer sintiéndose despreciables por mandar a
su madre al asilo.
Otro plano magnífico, que inicia la última parte del film,
expone nuevamente el talento de McCarey. Un enorme picado retrata el vértigo de
la gran ciudad, que de alguna manera se emparenta a los hijos y la juventud, y
con una panorámica la cámara nos lleva sin corte a un parque, que se emparenta
con nuestros dos veteranos protagonistas, de hecho los veremos acto seguido
paseando por allí. Un entorno en el que se sienten más confortados.
Esta parte final McCarey la dedicará a sus protagonistas
casi en exclusiva, un homenaje precioso y entrañable donde los veremos
disfrutar de verdad, el único momento en la película, y casi en su vida, donde
los veremos dedicarse tiempo a sí mismos sin pensar en nada más. Leo McCarey no
podía renunciar a esto. Un homenaje que comenzará con un paseo por el parque y
reflexiones de ellos acerca de la felicidad y los objetivos frustrados, todo
ello trufado de los habituales y sutiles gestos que añade McCarey en ese
talento y sensibilidad sin igual, como los continuos amagos del marido para
mirar el reloj y las recriminaciones de su mujer, Lucy, por ese mismo hecho. Lo
que provoca esa tensión en Barkley es la cita que tienen con sus hijos, pero
Lucy le advertirá de que tienen hasta 5 horas de margen para estar en tensión y
pendientes del reloj. Como no podía ser de otra forma esta mini historia dentro
de la narración tendrá una vuelta de tuerca y, finalmente, cuando Lucy cree
conveniente irse de su placentera velada porque se acerca la hora convenida,
será Barkley el que se niegue, dando plantón a sus hijos sin el menor problema.
Un precioso y magnífico detalle.
Más ejemplos de talento, los hay a raudales, y de la suma
sutileza de este director tocado por la varita. El momento en el que Barkley
decide entrar, fingiendo que quiere comprarse algo de ropa, en una tienda donde
hay un cartel en el que se busca un trabajador… No hay el más mínimo subrayado,
la cámara los sigue, el cartel está en segundo plano y Barkley entrará y saldrá
inmediatamente diciendo que lo que buscaba no lo había de su talla. Barkley,
incluso en esos momentos, no se rinde. Es uno de esos momentos mágicos que da
el cine y del que sólo son capaces directores verdaderamente grandes.
Si alguien quiere saber qué es la sutileza en el cine que
vea la obra de Leo McCarey y saldrá de dudas, que vea esta cinta.
“Ahorre mientras es joven”.
George: “A buenas horas nos lo dicen”.
Al paseo por el parque y por las calles de la ciudad le
seguirá un paseo en un cochazo, momento que aprovechará la pareja para
rememorar sus pequeños grandes momentos y hacerse algunas autorecriminaciones. Este viaje
les llevará al hotel donde disfrutaron de su luna de miel. Un momento y un
escenario únicos que nos dejará magistrales detalles.
Los padres siempre esperan, pasan mucho tiempo de sus vidas
esperando a los hijos… Hoy le tocará esperar a ellos.
Confío en que lo que le dice el padre, cuando se tapa para
que no lo oigamos, a Nellie, en la conversación telefónica donde avisa de que no
acudirán a la cena, fuera los suficientemente contundente y revelador que
merece ese odioso personaje. Que la retratara. Esto lo hará con alguna copita
de más, que a veces ayuda a soltarse un poco para estas cosas.
McCarey hará lujosas panorámicas por el hotel mostrando su
belleza y grandeza, además nuestros protagonistas serán atendidos por un
agradabilísimo director de hotel que disfrutará mucho de las anécdotas de la
pareja.
La pareja en soledad rodeada de ese lujo tendrá tiempo para
ponerse muy romántica, Lucy recitará un bello poema y Barkley le dirá hermosas
palabras, el matrimonio se declarará su amor y… en ese momento McCarey y su
increíble talento y humor volverá a hacer acto de presencia. Lucy, en el
momento justo en el que se van a besar, girará la cabeza hacia nosotros, el
plano está tomado a su espalda, como si espiásemos esa intimidad, y con una
sonrisa vergonzosa se arrepentirá y corregirá su movimiento. Un detalle de
maestro, un guiño metalingüístico en el que la tradicional pareja se muestra discreta
y pudorosa ante nuestra curiosa mirada de espectador. Es pura magia.
Hipnotizados.
Baile y más humor. La pareja se lanzará a la pista de baile a bailar un vals pero a los pocos compases la música cambiará a un ritmo mucho más vivo, ante el desconcierto de la pareja. El director de la orquesta, atento, se percatará de esto y volverá a retomar los ritmos más suaves del vals.
Observen las miradas que se echa la pareja, por ejemplo
cuando Lucy recita el poema. Desprenden amor sincero.
En la emotiva y triste despedida del matrimonio, esperanzada
por parte de él, sí que habrá un beso y unas hermosas palabras de cariño y amor
ante la posibilidad de no volver a verse. De esos momentos que se clavan en el
corazón, con sinceridad, sin cursilería. Los hijos, por su parte, esperando,
serán conscientes de su condición. El único que muestra algo de dignidad es
George (Thomas Mitchell). Nellie seguirá obsesionada con las apariencias.
George: “¿Acaso no lo somos?”.
Robert (Ray Mayer): “¡Tú lo has dicho, hermano!”
El final es desgarrador, como desgarradora es la despedida
de la pareja en el andén, otro andén de cine. Una pareja que seguramente no se
volverá a ver y una mujer que guarda un secreto por el bien de su familia, para
que el egoísmo de sus hijos quede a salvo y ellos puedan ser felices y para que
su marido no sufra con la verdad y pueda marchar tranquilo. Todo esto es
expresado con ese plano final de Lucy mirando largamente la partida del tren
que lleva a Barkley, en silencio, otro de los míticos silencios de McCarey,
especialmente en los finales. Una mujer plenamente consciente de la situación.
Sinceridad y sensibilidad desbordada. Una joya. Una obra maestra.
La consciencia de la vejez, de que ya no se es lo que se
era, del desprecio, de ver que no se es útil y que tus supuestos seres queridos
no ven en ti más que una carga, el tener que sobrellevarlo en silencio y con la
mayor dignidad posible, el dolor que supone su desprecio, su abandono, sus
peleas para deshacerse de uno, del egoísmo de la gente por la que se dio todo…
es desoladora.
Amor verdadero, crueldad, egoísmo… y todo con exquisita
sensibilidad será, entre otras muchas cosas, lo que veremos en este
imprescindible título de McCarey.
Es imposible destacar una interpretación, todos están
magníficos, por pequeño que sea su papel, pero los dos protagonistas, Victor
Moore como Barkley y Beulah Bondi como Lucy, están sublimes. Es obligado
destacar también de forma especial a Thomas Mitchell y a Maurice Moscovitch en
su pequeño papel de amigo de Barkley, como Max Rubens.
Obra de arte mayúscula de obligado visionado, que defiende
valores incontestables y saca lo mejor de nosotros. Al que la vea le será
difícil contener las lágrimas. Disfruten de sus padres, de sus abuelos,
sáquenles todo el partido, que es mucho. Cuídenles y hónrenles, seguro que lo
merecen.
Mira voy a ser breve, porque me puede la emoción:
ResponderEliminarOjalá lograra ser una infinitésima parte de lo que mi madre (sobre todo) y mi padre han sido para con sus hijos.
Preciosa película. Reflexiones muy hondas y sentidas sobre la familia, la vejez, la paternidad, la entrega…
Gracias.
Un beso querido sensei.
Reina, no me cabe ninguna duda de que lo serás y tus hijos lo recordarán.
ResponderEliminarUna película enorme, una joya indiscutible.
Un besazo.
Tengo la sensación de haber visto la película, mientras leía y al llegar al final :) Creo que mucho está en el espectador, en lo que esa persona ve, interpreta... Pero también creo que hay películas hechas con tanta sinceridad y belleza que uno tendría que ser de piedra para no sentir nada. Sí se junta un estupendo espectador y una película tan maravillosa, pues entonces tenemos a MrSambo al cuadrado, jejeje. Muy emotivos los tres post dedicados a la peli y a tus padres. Hay que disfrutar con ellos todos los momentos posibles. Son los mejores.Jo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Patricia
Muchas gracias Patricia, sonrojo. Se hace lo que se puede para enriquecer el visionado jeje.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.