La madre de George, Lucy, maravillosamente interpretada por
Beulah Bondi, no podrá evitar entrometerse en las cosas de la casa, de su hijo,
deformación profesional, la necesidad de sentirse útil. Esto llevará a conflictos
con Anita (Fay Bainter), la esposa de George, sobre quién lleva la casa.
McCarey también modula a la perfección las situaciones dramáticas, así la
tensión y diferencias entre las dos mujeres, o en realidad de Anita con
respecto a Lucy, irán creciendo poco a poco. Tendremos una pequeña discusión
por una camisa como primer ejemplo de estas diferencias, posteriormente, con el
enredo de Rhoda y sus salidas con un maduro desconocido, tendremos el
desencadenante final.
Esta tensión entre ambas se va desarrollando y nos ofrecerá
otra escena sumamente divertida, que provoca en el espectador la sonrisa del
mismo modo que la tensión por la reacción que Anita pudiera tener con respecto
a Lucy, por el deterioro de su relación. En plena clase de bridge, Lucy
aparecerá con su chirriante silla. Ante un salón repleto de alumnos ella se
sentará a contemplar el espectáculo mientras se balancea. El sonido de la
mecedora distrae a los allí presentes, que en realidad se muestran comprensivos,
pero provoca tensión en Anita y apuro en George. Un chirrido que rompe el
silencio en una gran escena. George, en realidad, no ve nada malo en lo que
hace porque ve que la gente no se siente molesta, pero siente apuro por las
reacciones de su mujer, especialmente cuando la abuela Lucy comienza a hablar
con algunos de los allí presentes al ser interpelada por ellos.
Esto supondrá otro pequeño conflicto, Anita entra en pánico
por la posibilidad de que Lucy pueda echar por tierra la clase y tratará de
deshacerse de ella, para ello la mandará con su hija al cine con la excusa de
que la vigile. La abuela comienza a sospechar, como es lógico, y será mostrado
en uno de los imprescindibles silencios de McCarey. La propia nieta se
intentará librar de ella en el cine, escapándose una vez la película se ha
iniciado…
La abuela, la vejez, como un estorbo. La falta de
sensibilidad de la juventud e incluso de la supuesta madurez, más hipócrita. Se
la acoge por compasión y se evita y rehúye cuando molesta o no se comporta como
queremos. Hubiera sido demagógico la comparativa de "los padres nunca lo harían con
sus hijos", como la propia Lucy y el propio George demuestran con su hija Rhoda,
como demagógico resulta el argumento de que los hijos no pidieron que los
tuvieran etc. El hecho es que los sentimientos ante nuestros padres deberían ser
los más intensos y comprendidos por los que nos acompañen en la vida. De eso
habla McCarey.
En el conflicto entre padres mayores e hijos, los suegros y
nietas tienen un papel sumamente importante. A menudo su presión obliga a los
hijos a tomar decisiones en contra de los padres y en otros casos acaban siendo
pieza fundamental para que esa relación y convivencia sea positiva y factible.
Aquí McCarey vuelve a mostrarse alejado de la demagogia y maniqueísmo, y si bien
es cierto que muestra nueras y yernos que no admiten la convivencia con los
padres de su pareja, también veremos a otros que incluso están dispuestos a
quedarse con los dos. Del mismo modo nos mostrará a hijos más proclives a ayudar
a sus padres y a otros que no lo están en absoluto, incluso contradiciendo a
sus cónyuges.
También nos mostrará el egoísmo de los nietos, algo que va
con la edad, personificado en Rhoda. Al fin y al cabo todos pasamos por todas
las edades.
Las molestias que puede ocasionar Lucy, la abuela, por
mostrarse de forma natural son, a menudo, ignoradas por ella, que no es
consciente de los conflictos que puede crear. En otros casos será la terquedad
o las artimañas de veterana, como el chantaje emocional… Nada que no se pueda
resolver con diálogo.
Otra bella, tierna y triste escena la tendremos en la
llamada del abuelo Cooper, interpretado muy bien también por Victor Moore, a
Lucy en medio de la clase de bridge. Una escena donde McCarey nos mostrará sólo
las reacciones de ella, su pena por estar lejos de él debido a las
circunstancias, algo que dejará apesadumbrados a los allí presentes.
El abuelo, Barkley (Victor Moore), está en una situación
parecida. Contento por estar con sus hijos echa mucho de menos a su mujer y
siente que molesta. La situación de molestia no sólo es para los hijos,
también lo es para los padres, como expresa Barkley a su amigo quiosquero. Él
preferiría seguir siendo independiente junto a su mujer, un nuevo aspecto de
las circunstancias que toca McCarey en su profunda y aguda reflexión. Para los
padres tampoco es fácil amoldarse a las costumbres y rutinas de las familias de
sus hijos. Lógico.
Esta preciosa conversación del padre junto a Max Rubens
(Maurice Moscovitch), su amigo quiosquero, nos dejará más reflexiones de Barkley,
nostálgico, sobre la idea del crecimiento de los hijos, sobre que cuando se
disfruta verdaderamente de su relación es cuando éstos son niños. El elemento
de la inocencia es vital en esa relación, una inocencia que se pierde
irremediablemente.
“A veces pienso que los niños no deberían pasar de la edad
en que tienes que arroparlos cada noche”.
La descorazonadora sensación de los padres al sentir que sus
hijos se avergüenzan de ellos…
Esta escena, con la conversación, la lectura que hace Max de
la carta que Lucy mandó a Barkley y el posterior epílogo de Max con su mujer,
es uno de los mejores momentos de la película, una película que navega en la
excelencia fotograma a fotograma. El amor como ese hogar en el que pasar los
años, en el que resguardarse de lo malo. El epílogo con Max llamando a su mujer,
sólo para saber que está ahí ante la incredulidad de ella, es otra genialidad
del director.
McCarey usará, mediante la carta de Lucy, un cebo que será
desolador para el público y aumentará el impacto emocional al final. Es cuando
en la carta Lucy expresa lo que le pareció el asilo al que le llevó su hija
Nellie. Le pareció terrible y triste. Posteriormente George y su mujer
decidirán llevarla al asilo, algo de lo que Barkley jamás se enterará. La
despedida de Barkley de su amigo Max, tras la lectura de la carta, se mostrará
con un plano donde vemos las manos del abuelo recoger su bufanda, mencionada en
la conversación telefónica que presenciamos con Lucy, y su abrigo. Max les dará
una salida en un trabajo como guardas para estar juntos, algo que Barkley no
aceptará.
El director también examinará los problemas con los que se
enfrenta la gente de más edad en la sociedad, discriminados y despreciados,
considerados gente inservible, en una muestra de sutileza y saber hacer. Un
plano general con George paseando y deteniéndose ante un cartel que no puede
leer, algo que McCarey se anticipó a mostrar con la petición a Max de la
lectura de la carta de Lucy, y que al buscar ayuda en un señor que está cerca
se verá obligado a reivindicar su condición de persona competente.
Señor: “¿Usted era contable?”.
George: “Soy contable”.
Los niños suelen estar presentes en las cintas de McCarey,
uno de esos elementos y constantes del director.
He mencionado las artimañas y ciertos chantajes emocionales
que usan los mayores para lograr sus propósitos, tendremos un buen ejemplo de
ello en la escena donde Lucy no parará de quejarse, amablemente e insistiendo
en que el matrimonio debe salir a divertirse, sobre su soledad, la falta de
entretenimiento al haberse estropeado la radio y las molestias que le provoca
su dispepsia. La conversación con la nieta además servirá a McCarey para
mostrar las enormes diferencias generacionales.
“¿Te importa si sigo fingiendo?”.
El pendoncillo de la hija, Rhoda, saldrá con un hombre de 35
años. La conversación con su abuela, marcando la lejanía de ambas generaciones,
es francamente divertida. Este hecho y que la abuela guarde el secreto a su
nieta hará estallar el conflicto entre Anita y Lucy, donde saldrán a la luz
todas las recriminaciones que la nuera mantenía ocultas y latentes. Rhoda no
pasa la noche en su casa.
La fina ironía y el humor matizando la crueldad de los
hechos y definiendo el retrato de todos los personajes se mantiene como marca
de McCarey. Así veremos a Cora, la hija que tiene a su cuidado al padre,
Barkley, más interesada por guardar las apariencias que por el bienestar de él.
Lo cambiará de lugar, enfermo de gripe como está, del incómodo sofá donde lo
mantiene en su convalecencia lo pasará, a toda prisa, a una confortable
cama sólo para dar buena imagen ante el médico que acaba de llegar. Una escena donde
el humor y la crueldad se vuelven a dar la mano con un tacto exquisito. Hay que
decir que el médico, interpretado por Louis Jean Heydt, parece cualquier cosa
menos un médico. El marido de Cora es un buen ejemplo de la profundidad de
miras y falta de demagogia del discurso de McCarey, él propondrá a su mujer
traerse incluso a Lucy para no ver tan triste al padre, siendo la hija la que
se niega. Bien es cierto que no pone mucho énfasis.
Se mencionará a Addie, la hija que parece desentenderse de
todo pero que finalmente accederá a quedarse con su padre.
Es doloroso ver como el bueno de Max parece tratar con más
cariño y afecto a Barkley que su propia hija. En la despedida McCarey utilizará
el humor, un estupendo momento donde Barkley camuflará su incontenible risa en
la tos. También es muy brillante el gesto de Max cuando reconoce a Cora por su
actitud borde y antipática.
McCarey al inicio de la cinta habla del puente generacional a
menudo insalvable, este puente lo vemos retratado en la escena donde George
(Thomas Mitchell) y Anita (Fay Bainter), hablan sobre los quebraderos de cabeza
que suponen las dos generaciones que los enmarcan, la de la madre de George y
la de su hija. Unos quebraderos de cabeza provocados por intentar
congeniar a las tres generaciones que deben convivir.
A mis padres.
Las relaciones familiares son muy complicadas, incluso mediando amor. Y sí, el diálogo es una buena forma de resolver muchos conflictos. Pero no siempre existe esa posibilidad. O se emplea sin pericia, o sin éxito.
ResponderEliminarLa familia. Nuestra historia.
Somos eslabones en la cadena de la vida. Es mejor tratar de que sean eslabones fuertes, pulidos, fiables, útiles…
No hay nada, NADA, que desee con tanta intensidad en esta vida.
Un beso a tus padres, aunque no les digas porqué.
Y otro para ti, por quererles y valorarles.
Muchas gracias Reina por tu reflexión y por tus palabras. Otro beso para ti también.
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