Seguramente, “Los archivos del Pentágono” es
la película más feminista de las nominadas, o la que mejor trata el tema, sin enfatizar
ni dogmatizar. Y con todo, en este contexto, resulta demasiado evidente la
intención desde el planteamiento, como expliqué al inicio del análisis, ya que
es el New York Times, no el Washington Post, el medio de destapa el escándalo,
por lo que dirigir la mira hacia el Post deja en evidencia esa aspiración
feminista.
Spielberg recurre a sutilezas, a la realidad de la época y a
pequeños planos significativos para lanzar un mensaje que no es soterrado,
como tampoco es enfático. Se centra Spielberg en la figura de Katherine Graham,
una mujer en un mundo de hombres, una mujer que había asumido su papel
secundario en la sociedad, dada de lado por su propio padre, que prefirió
delegar en su esposo a su muerte, que se ve dirigiendo el periódico familiar de
manera casual y sobrevenida. Y desde ahí siente que tiene que demostrar más que
nadie para que la acepten, ser la más aplicada, y lo asume como algo evidente,
en lo que ni siquiera aprecia contradicción. Es una servidumbre más por ser
mujer, y por serlo donde no debe serlo, una intrusa en ese mundo de hombres,
algo que explicita en la magnífica escena junto a su hija reseñada
anteriormente (donde recitará a Samuel Johnson en sus postulados machistas). Y
el peso del legado, de lo que ha sido la vida de su familia, el miedo a que sus
decisiones terminen con el periódico, a perder el control familiar en su salida
a bolsa… Observen ese plano general (luego uno algo más corto), para el gesto
de Streep cuando ve cómo el resto de la junta, todos hombres, llevan una pequeña
carpetita del grosor de un folio en contraste con todos los documentos que ella
trae y que se ha aprendido. Se avergonzará y tratará de ocultarlos hasta que ve
a su consejero con un buen número de documentos también. Complejo y vergüenza…
pero en la junta es la única que sabe los datos, aunque no tenga el aplomo de
exponerlos, asumiendo un segundo plano tras su principal consejero. Sentiremos
cómo se la trata de forma despectiva, con a alguien inferior, ignorada,
despreciada y no escuchada en su propio periódico… como si fuera un monigote
colocado allí, una molestia funcionarial, pura fachada que sólo debe actuar
siguiendo los pasos de los que saben… Y todo se hace con pequeños gestos,
sutilezas, sin enfatizar el tema.
Observen la conclusión de esta secuencia, que se divide en
varias escenas entre las que se insertan otras. A la salida de la reunión, y
tras tener que escuchar desprecios, Kay Graham volverá a su despacho y
conversará a solas con su principal consejero, Fritz Beebe (Tracy Letts), sobre
la salida a bolsa y demás. El hombre se levantará en señal de apoyo, mientras
que ella permanece sentada, empequeñecida, víctima de las dudas, el complejo y
el sometimiento de ese entorno, en general, hostil.
Una intrusa en un mundo de hombres (que de alguna forma
representa Arthur Parsons, interpretado por Bradley Whitford), que Spielberg
logra retratar en un solo plano, cuando Katherine Graham va a entrar en la sala
donde confirmarán la salida a bolsa de su periódico, donde sólo encontrará
hombres, pero en la puerta, en la antesala, se cruzará con un nutrido número de
mujeres, secretarias, es de suponer, que aguardan fuera.
En la comida social que vemos, se volverá a marcar ese
machismo reinante en la sociedad de los 70, pura plasmación. Una vez terminada
la cena se procederá a la tradicional reunión para que los hombres hablen de
sus cosas por un lado, las cosas “importantes”, la política y demás, porque
ellos son los que saben, mientras que las mujeres hablarán de las suyas por
otro, cosas “frívolas” e intrascendentes, como la moda, las columnas de estilo
y la decoración… Streep terminará la escena en medio de ambos mundos, como
pionera que es, cuando su amigo McNamara la requiera para avisarla del artículo
que saldrá en el Times criticándole, es decir, sin incluirla en el mundo de los
hombres, pero sacándola del de las mujeres, el resto de ellas, para hablar
asuntos de “machos”, de política…
Son muchas las escenas en las que se ve a Kay sentada ante un hombre, en apariencia de sometimiento.
Son muchas las escenas en las que se ve a Kay sentada ante un hombre, en apariencia de sometimiento.
El desarrollo es perfecto, hasta llegar a la parte final,
donde el alzamiento de Katherine Graham es pleno, categórico, sutil e
inspirador. Comenzará con sus miedos en la citada escena en la habitación
infantil junto a su hija. Continuará con la asunción de Bradlee del verdadero
valor de las decisiones de su amiga, en la posición que se encuentra y el
pasado de donde viene, y lo hará tras una conversación con su propia mujer (Sarah Paulson), que
le abrirá los ojos (de nuevo las mujeres), reconociendo la enorme valentía, más
aún que la suya, de esa mujer. También tendrá el reconocimiento íntimo en esa risa
de su consejero, Fritz (Tracy Letts), que parece aliviado por esa decisión que
quizá deseaba, pero él no se habría atrevido a acometer.
Concluirá (y bien podría estar en la parte técnica del
análisis), con esos picados, esa cámara que sube y se eleva sobre todos, ante
la decisión de Streep, al final de la secuencia, haciendo solemne la tremenda
dignidad de Graham, que se impone por fin, reivindicando su lugar, a todo
prejuicio y desprecio.
Por último, de nuevo en una ejemplar y magistral
demostración de dominio del lenguaje cinematográfico, tendremos el momento
definitivo que eleva a Katherine Graham sobre su propio pasado con un
movimiento de cámara, absolutamente genial, un travelling con panorámica que
gira para que veamos la foto del padre de Katherine justo cuando su hija pasa a
su lado en medio del ajetreo de la redacción: la digna heredera que bien
mereció más reconocimiento de ese padre.
Graham saldrá del juicio contra el Post vencedora, y lo hará
a través de un pasillo de mujeres que la observan admiradas…
Esta apología de la libertad de prensa, de la prensa en
general, del periodismo de verdad, es una estupenda película, brillantemente
dirigida. Alcanza su objetivo a pesar de su excesiva explicitud y redundancias,
como deja patente ese primer plano clásico spielbergiano a la chica que recita
el veredicto enfáticamente, como si no hubiera quedado suficientemente claro ya
durante todo el metraje. Una película correcta que se eleva por el trabajo de su director.
“… debe servir a los gobernados, no a los gobernantes”.
Ha incluido varias referencias cinéfilas el bueno de
Spielberg durante la narración. “Dos hombres y un destino” (George Roy Hill, 1969), “The Blob” (Irvin S. Yeaworth Jr., 1958), “El
planeta de los simios” (Franklin J. Schaffner, 1968), “El valle de las muñecas” (Mark Robson, 1968), “Joanna” (Michael Sarne, 1968)… incluso el final de la
película engancha con otro de los referentes del cine periodístico moderno, ya
citado en la amplia lista del inicio del análisis, “Todos los hombres del
presidente” (Alan J. Pakula, 1976) con el inicio del tema Watergate.
Las interpretaciones son ejemplares, con Tom Hanks (y su
pie, al que Spielberg dedica atención), que se sigue confirmando como el Jack
Lemmon de Spielberg y, sobre todo, una Meryl Streep majestuosa, la mejor en
mucho tiempo, que tiene una merecida nominación ante la que no puede caber duda
en esta ocasión.
Streep está imponente, como suele acostumbrar, por otra
parte, en su personificación de esa mujer que mezcla vulnerabilidad,
inseguridad y firmeza férrea, que se van alternando e incluso confluyendo en
muchos momentos, de una forma plenamente coherente.
Dedicada a Nora Ephron (guionista, directora, productora,
novelista, periodista…), fallecida en 2012, que estuvo casada con Carl
Bernstein, y que era una de las pocas personas que conocía la identidad de “Garganta
Profunda”, vital en el caso Watergate.
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