Un plano general, un traje de novia recién terminado a la
izquierda del plano, una chica dormida al fondo del mismo, un hombre que llega
a despertarla cariñosamente, él es el famoso modisto Reynolds Woodcock, que ha hecho ese vestido
para una princesa, que siempre se negó al compromiso. La cámara se acerca sutil
y muy lentamente, sigilosa y tímida hacia esa pareja. En ese momento se escucha
lo que nunca antes habíamos oído a ese hombre frío, estricto, exigente,
maniático y encorsetado: una declaración de amor cálida, firme, enfática
incluso; un reconocimiento de vulnerabilidad, la necesidad de esa persona, que
no quiere que se separe de él bajo ninguna circunstancia para todo lo que está
por venir… y una petición de matrimonio. Y mientras esto sucedía, mientras
Alma, la chica, retrasaba nerviosa su contestación, la cámara seguía avanzando
cautelosa y premiosamente dejando fuera del plano el bello vestido blanco,
símbolo de lo que movía la vida de ese modisto, de lo que la llenaba y
vertebraba hasta ese momento, su trabajo, para dejarlos solos a los dos en
plano. Y no será hasta que el último fragmento de la prenda desaparezca del
plano cuando llegará la ansiada aceptación.
“Te amo, Alma. No quiero estar sin ti”.
Y la escena anterior. En sus febriles ensoñaciones, el
modisto envenenado por su amante, ve el fantasma de su madre frente a él en su
habitación. Es la figura que lo sobrevuela todo, el elemento esencial para
entender la historia. Viste el traje de novia que le hizo él siendo un niño,
con 16 años, para la boda con su segundo marido. El rostro de ella es serio e
inexpresivo, mientras él dice cuánto la ama y lo mucho que la echa de menos. Es
el retrato de una vulnerabilidad que se ha vuelto infantil, niño, como cuando
dependía de aquella autoritaria madre… Y de repente se abre la puerta que está
al lado de ese fantasma para que entre Alma (Vicky Krieps) con una cesta. La cámara hará unas
leves panorámicas hacia nuestra izquierda y derecha siguiéndola, pero
manteniendo a las dos figuras en plano, hasta que llega el corte para el contraplano.
Cuando volvamos a ver a Alma será desde más cerca, y mientras la cámara la sigue
con otra panorámica, al cruzarse por el sitio donde estaba la figura materna
comprobaremos que ha desaparecido. Y en el rostro de Daniel Day-Lewis,
recibiendo las cariñosas atenciones de Alma en esa habitación en penumbra, se
produce la gran revolución: ese hombre ha encontrado por fin la figura materna
que tanto añora, a la que hemos visto coger el relevo ante nuestros ojos en esta
hermosa, sensacional y bergmaniana escena.
“Una casa que no cambia es una casa muerta”.
Un vestido de novia, el recuerdo que menciona Woodcock de su
madre; un vestido de novia, con el que aparece el fantasma de su madre; y un
vestido de novia, que desaparece de plano, hecho para una princesa (es simbólico
que se dañe este vestido tras el envenenamiento sufrido), en la redención y
petición de matrimonio… Perfecto…
Un vestido de novia que tendrá un mensaje oculto: "Nunca Maldito". Porque es ahí donde empezó todo, en aquel vestido de novia que hizo para su madre, que se fue poco después. Ahí Woodcock comenzó a sentirse maldito. Un mensaje que leerá Alma, y lo entenderá todo, entenderá cual es su papel.
Así, con esta exquisita sutileza, se definen la aceptación y
las reglas de un amor, una comprensión que aún tardará en confirmarse del todo,
pero que es auténtica, como iré explicando.
Estos detalles, sutiles, brillantes, definen la calidad y
categoría de una película, eso que la mayoría no capta o le da igual, pero que
no da igual, porque es básico para la creación de un todo, es el manejo del
lenguaje cinematográfico. El cómo se cuenta, tan importante (y más ahora, donde
casi todo está inventado), como el qué se cuenta. Pero, ¿y lo que se cuenta es
igualmente sutil y brillante? Pues, absolutamente sí, porque esas dos escenas,
con el pasado que las provoca y el futuro que desencadenan, se atiborran de
matices, ideas y conceptos.
Ya lo sé. Tostón, pesada, aburrida… son adjetivos que este
tipo de películas suelen llevarse, aparte de grandes elogios. Es lógico, lo
entiendo, muchos espectadores están acostumbrados a otro ritmo, piden más
movimiento, que pasen cosas que se salgan de la norma, defensores de esos que
dicen que el cine debe ser la vida sin las partes aburridas… Incluso que sea más obvio. Una pena, con lo
rico y variado que es el cine, la gran cantidad y variedad de formas de contar
las cosas, la gran cantidad y variedad de cosas que hay para contar… Retratar
la vida, evadirse de la misma, prescindir o escenificar la vida misma y sus
infinitos matices… usar la brocha gorda para entretener… el detallismo para
fascinar… “El hilo invisible” es una obra maestra, aburra a algunos o no lo
haga. No se me ocurriría recomendarla a cualquiera, pero lo que es, es.
Me encanta esta intro.
ResponderEliminarMuero x verla.
Por leer el resto de posts.
Mil gracias sensei!!
Besos!!!
Pues a ver si cumple y cumplo expectativas! Jaja
EliminarBesos.