Comenzó a sacar todas las piezas de sus cajas. Maderas,
estantes, tornillos, tuercas y demás cachivaches que debía montar de forma
sencilla siguiendo el manual de instrucciones. Eso decía la teoría. Sacó
también sus herramientas.
No se le daban mal esas cosas, aunque tampoco era un
experimentado carpintero y no se prodigaba mucho en estos trabajos caseros.
Quizá no era el mejor momento para ponerse a construir una estantería, el día
de Nochebuena, pero se aburría y lo había ido postergando innecesariamente por
unas cosas u otras, por lo que se lanzó decididamente a concluirla antes de la
tarde. No podía costar mucho.
El trabajo le permitiría relajarse. Sus padres habían
fallecido a principios de año, uno siguió a otro, como esos caballitos de mar
que no pueden vivir sin su pareja. Su hermano mayor vivía en Francia desde
hacía dos años por cuestiones de trabajo, y aunque el año anterior pudo venir,
este no era posible.
La estantería iba cogiendo forma, tenía la base y el armazón
casi completos. Colocó con su destornillador los tornillos de sujeción en las
maderas largas que servirían de sostén, de marco, introdujo los tacos de madera
en los agujeros que venían formados para las baldas más fuertes arriba y abajo
de la estantería. Los pasos parecían sencillos, el manual estaba bastante bien
explicado, sólo había que seguir las instrucciones.
Desde luego ese año no le hubiera importado desplazarse a
donde fuera, a Francia, con su hermano, por ejemplo, pero también a él el trabajo
se lo impedía. Desde hacía cinco años él se ocupaba de la cena familiar por
pura pasión, por lo que aquello era un claro síntoma depresivo.
Con los pilares firmemente asentados, la estantería tenía
una imagen robusta. Estaba quedando bastante bien, toda la estructura era
fuerte y sólida, con maderas bastante buenas y gruesas, aunque contrastaban con
los estantes, que, por el contrario, parecían algo delgados y endebles. El
sudor le caía por el rostro, los martillazos le tonificaban. Se sentía mejor.
Aunque el trabajo le relajaba, le carcomía por dentro que la
vida no fuera tan fácil de seguir como aquel manual, con sus imprevistos y
cambios repentinos de opinión, llena de infidelidades y compromisos
incumplidos. Su novia le había dejado dos meses antes tras varios años de
compromiso. Todo se había ido acumulando, todo se le vino encima, por ello su
estado de ánimo era taciturno y tenía tanta ilusión puesta en aquella reunión
que tendría tantas bajas. Necesitaba recomponer su vida desde la base.
Una vez colocada toda la estructura, con las maderas
superiores e inferiores y las baldas laterales bien agarradas con sus
respectivos tornillos, decidió tomarse una cerveza. Miraba distraídamente la
foto familiar que tenía al lado del televisor, dejando volar los recuerdos, con
la vista puesta más allá del propio retrato. Sus padres, los tres hermanos con
sus parejas y los seis sobrinos. Todos reunidos, perfectamente colocados en un
plano muy equilibrado por el fotógrafo.
Con un martillo clavó las puntas en la parte trasera para
fijar la madera allí, el fondo de la estantería, que impediría fugas
inconvenientes de lo que decidiera colocar. Miraba sus discos. Dos de los Beatles,
dos de los Rolling Stones, uno de One Direction y otro de villancicos… No tenía
ni idea de música, pero quedarían bien, junto a su colección de clásicos
literarios, y servirían para probar su nuevo equipo musical de 3000 euros.
Cogió los pequeños soportes sobre los que colocaría las
baldas horizontales sobre las que iría poniendo las cosas. Eran modulables, se
podían colocar a cualquier altura, podían cambiarse de posición, sustituirlas
por otras, colocar más o colocar menos, según le conviniera. Era la parte menos
fiable de la estantería, la que más le incomodaba.
Sonó su móvil, era su otra hermana. Se disculpaba porque
tampoco podría ir con sus sobrinos y su cuñado, el pequeño de ellos se había
puesto malo y habían tenido que ir al hospital… Quizá su cuñado se pasara en
algún momento. Él adoraba a sus sobrinos y a su hermana, aunque no soportaba a
su cuñado... Los pequeños, tanto los tres de su hermano que estaba en Francia, como
los tres de su hermana, eran su gran amor y lo que había hecho
que esas fechas le volvieran a apasionar.
Se sentó en el sofá y miró alternativamente a la foto y a su
estantería, que estaba casi terminada. Paseó su mirada perdida pensando en la
ingente cantidad de comida que tenía en la cocina por hacer, en el silencio que
sus sobrinos no romperían.
Se levantó bruscamente y comenzó a meter cosas sin orden
alguno entre los estantes, frenéticamente, en ese receptáculo que tan poco le
costó formar y reunir, cogiendo todo lo que pillaba, hasta que uno de los
estantes cedió. Aquella tara, aquella imperfección, le satisfizo, le sació, le
permitió un momento de paz, como si el caótico universo hubiera vuelto a tener
cierto sentido, sintiendo una ficticia sensación de control.
Con un buen surtido de botes de cerveza y algo de comida
recalentada en el microondas, pasó las horas en el sofá escuchando el disco de
villancicos a un volumen suave y viendo cómo la luz del crepúsculo hacía bailar
las sombras sobre la foto familiar que tenía siempre a mano yaciendo frente a
él.
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