Tengo que reconocer mi maldad. Desde que tengo blog, cuando
veo una película mala o muy mala lo gozo aún más que antes. Empiezo a salivar
ante la perspectiva de un futuro análisis en el que poner negro sobre blanco
todas las chorradas e incoherencias que se asoman a la pantalla, en muchos
casos en millonarias producciones, y dar salida a todo el poder sarcástico e
irónico del que sea capaz.
Nada más empezar “San Andrés” supe que iba a disfrutar como
un enano, convencido de que la película podía superar mis expectativas y ser
aún más mala de lo que pensaba. Y aquí estoy, presto y dispuesto a disfrutar
porque todo lo que pensaba quedó en ridículo ante la verdad, para mi
satisfacción.
Así, una distraída chica cae a un abismo y el coche se queda colgando. Ella hace todo lo posible por tener el accidente, dejando de mirar a la carretera para coger botellas o leer el whatsapp, pero será una roca la que la saque de su camino. Caerá varias centenas de metros, dará vueltas y chocará contra rocas, pero afortunadamente para ella no le pasará nada, quedando colgada ante el abismo. A vosotros, que sois todos unos acomodados, esto os parecerá inaudito, pero para Dwayne Johnson es una situación cotidiana, incluso un día aburrido en la oficina... Coge su helicóptero y lo hace descender por un estrecho desfiladero para aproximarse a la desdichada muchacha. Tan estrecho que el helicóptero no puede moverse porque entonces su hélices chocarían con las rocas. Así que con ciudadín… Dwayne delega en su compañero el rescate, quiere que descienda y asegure el coche para subirlos, y sin moverse mucho, no vaya a ser que se choquen…
Viendo la inutilidad manifiesta de su compañero y que el helicóptero se mueve para todos lados, (pero sin chocarse, no se preocupen, sólo rozan las rocas como para mosquear), Dwayne decide intervenir. Pone cara de salvaje, tanto que pensé que o bien iba a ponerse el coche bajo el brazo para subirlo a pulso o se lo iba a comer directamente, para finalmente, en un rapto de sensibilidad, limitarse a arrancarle la puerta, coger a la chica y mirar a su compañero, que se queda por ahí colgando, como diciéndole: “aprende, chaval”. Olé sus huevos.
“Sólo hago mi trabajo. Voy donde me mandan”. Un tío
encantador.
Es evidente que Dwayne hizo esto así para humillar a su compañero
y quedar de guay ante los periodistas que llevaba en el helicóptero, porque sí,
el tío se marca esto arriesgando la vida de dos periodistas que iban con su
grupo, pero a ver quién se mete con un tío capaz de llevar el helicóptero
debajo de un brazo y el coche debajo del otro mientras casca nueces con los
glúteos.
Dwayne Johnson, La Roca, ese hombre que tiene unos bíceps
con gravedad propia, lo hace cada vez mejor, es justo reconocerlo, y ha estado
más que acertado en algunas de sus últimas películas donde se le ha exigido
algo más a nivel dramático, pero donde destaca es en títulos de acción y
espectáculo, que es donde su carisma sale a relucir, lo que le ha convertido en
uno de los actores más exitosos del género. Aquí interpreta (es un decir) a un bombero
piloto de helicóptero especializado en rescates difíciles, que tendrá que dar
el do de pecho cuando un terrible terremoto de escala 9 provocado en la falla
de San Andrés destruya todo a su paso.
Por supuesto, el pobre Dwayne, que aquí se llama Raymond
Gaines, ese hombre que tiene unos abdominales donde podrían correr Oliver y Benji,
tendrá que rescatar a su hija, que se ha ido justo antes del terremoto a San
Francisco precisamente. ¡Una originalidad, eh!
Como en toda película de catástrofes que se precie,
tendremos un grupo de científicos que descubren el apocalipsis 5 o 6 segundos
antes de que acontezca, y se lo van contando a todo aquel que quiere escuchar,
como los locos o los borrachos desparramando sus batallitas. La cosa es que, ¿para
qué demonios queremos científicos en las películas si nunca se enteran de nada
y lo único que hacen es comentar y explicar lo que pasa cuando ya lo estamos
viendo? ¡Que los eliminen a todos!
Como de costumbre además son gafes. Basta que lleguen a donde descubren un patrón y la falla de San Andrés se pone a tocar las narices… La escena es para no perdérsela: El científico jefe interpretado por Paul Giamatti alerta a los presentes en la Presa Hoover, mientras su amigo, que en esta ocasión no es negro, sino oriental (para que no digan que son racistas, ¡ops!), se entretiene en salvar a una niña estúpida que se queda llorando con “todo su papo” a pesar de tener ya sus 10 u 11 añitos (se agradece al menos que no sea un perro a quien tenga que salvar), justo en la zona donde el dichoso terremoto está abriendo una grieta, que mira que había sitios para abrir grietas donde no hubiera orientales corriendo con niñas en brazos, pero nada… El caso es que el suelo se abre bajo sus pies pero alcanza a tirar la niña hacia su amigo, que lo espera medio metro delante suyo, justo antes de caer y que el agua de la presa se lo lleve por delante, mientras su amigo Giamatti lo mira desconsolado y a salvo, medio metro delante suya, porque el terremoto es respetuoso con los científicos blancos, y si tiene que morir alguien ya hemos visto en Hollywood que mejor que sea un negro o un oriental antes que un blanco, una niña o un perro…
La mayor gloria de la película es Alexandra Daddario, sobre
todo en bikini, la hija de Raymond. Ella vive con su madre y el nuevo novio de
aquella, con lo que Raymond deberá recomponer también su vida familiar, y como
Hollywood ha demostrado también, no hay nada que ayude más a una recomposición familiar
que una catástrofe nuclear, alienígena o del tipo que sea… Él sigue enamorado de su mujer, por lo
que no queda más remedio que poner al novio como un infame en cuanto se pueda,
para que su enamorada, Emma Gaines (Carla Gugino), vea la realidad del buen
partido que estaba a punto de dejar escapar…
Es cierto que en un principio se intenta darle algo de
profundidad. Un hombre dedicado al trabajo que ha encontrado el amor con la
esposa de Dwayne y que resulta educado y simpático, así como respetuoso con la
hija de aquellos, pero a la hora de la verdad héroe sólo puede haber uno.
El rascacielos donde acontece una de las más espectaculares
escenas de acción, que iba a ser el edificio más alto de San Francisco, resulta
simbólico. Representaría la relación de ese arquitecto con la esposa de
Dwayne: a medio construir, con casi todo vendido, pero que se vendrá abajo estrepitosamente.
La escena del rascacielos es otro deleite. Oportunamente, Raymond llamará a su mujer para disculparse por no sé qué, el caso es que en ese preciso instante un terremoto empezará a zarandear el edificio. ¡Qué natural! ¡Qué poco artificial! Otra de esas casualidades que se suelen dar a menudo… El caso es que aprovechando esa afortunada casualidad, Raymond se pondrá en marcha para rescatar a su adorada esposa dándole las instrucciones adecuadas. Le dirá que suba a la azotea, pero sólo subirá ella, que parece la única en salvarse. Extraña que en el clímax de la acción alguien como Dwayne Johnson no distinga el peso de la camilla que eleva con su mujer colgando, pero tratándose de “La Roca”, que es ese hombre que tiene unos pectorales dignos de 700 rebaños de vacas lecheras, extraña menos, porque no distingue de pesos, le parecen todos iguales…
Al mismo tiempo, otro terremoto se ensañará con el
mencionado edificio donde está Blake con el novio de su madre, Daniel (Ioan
Gruffudd). En el colmo de la mala suerte y la casualidad (es una película que
con tanta casualidad habrá que deducir que es una reflexión sobre las mismas),
el coche donde van Daniel y Blake choca y deja atrapada a la chica, pero no al
arquitecto, momento que aprovechará para salir de allí por patas de malas
maneras… La forma en la que Blake queda atrapada es otro tema, pero no vamos a
ponerlos tiquismiquis.
Como la cosa no ha quedado suficientemente rocambolesca, se
añade otra casualidad. De todas las personas que había en el edificio, los
hermanos que Blake conoció oirán a Daniel pedir ayuda en su huida y entrada en
pánico, y serán ellos quienes vuelvan a rescatarla, salvándola in extremis…
¡El mundo es un pañuelo! La verdad es que desde que miran a las escaleras hasta
que aparecen a rescatar a la chica pasa un buen ratico, pero ya que van los
muchachos no los vamos a criticar… Blake se agobia un poco por eso de tener un
coche que se le va aplastando encima, pero lo lleva con entereza, mientras sus
nuevos amigos, con una pizca de suerte y otra de ingenio e inteligencia (usan un
gato y pinchan las ruedas), la logran rescatar.
Tras unos momentos de respeto para que los muchachos se
miren con cara de embobados y sugerir a los espectadores que se hacen tilín, el
edificio continuará su autodestrucción…
En ambos rascacielos caerán cascotes por todos lados,
alcanzando a todo el mundo menos a los protagonistas, que tienen un campo de fuerza
producto de la atracción gravitacional de los bíceps de Dwayne Johnson, que los
protege de ellos. Les rozan, pero siempre dan al de al lado, al de detrás o al
de enfrente, siempre se cae o hunde la zona donde no están ellos… Son lo que deben
llamar “edificios inteligentes”.
Por cierto, el terremoto también se cargará el cartel de
Hollywood. No sé por qué le tienen tanta manía las catástrofes naturales a ese
cartel... Ver “El día de mañana” (Roland Emmerich, 2004), por ejemplo.
Debo decir que la escena del derrumbamiento del edificio
donde está Emma (Carla Gugino) tiene todo mi reconocimiento, rodada en un largo
plano sin corte es visualmente extraordinaria. Las imágenes posteriores con el
rescate y demás, también son notables. El resto de escenas de destrucción
también destacan y están muy bien rodadas, con soberbios planos generales y
sostenidos que permiten verlo todo con atención. Es una pena, porque el trabajo
técnico de Brad Peyton es bueno.
Una vez todos a salvo, la chica contactará por teléfono con sus
padres y, claro, flipará al encontrarlos juntos, como es normal, porque no
tiene ni pies ni cabeza. Así que el resto de la película queda en que esos
padres buscan a su hija, que a su vez debe buscar el sitio más alto para que Dwayne
Johnson, ese hombre que tiene unas piernas y unos pies con los que puede
vendimiar la cosecha entera de La Rioja y la de Ribera del Duero a la vez, pueda
verla.
A todo esto, el director, Brad Peyton, como nos presentó al
novio de la madre, se ve obligado a seguir sus andanzas una vez huyó, pero como
no sabe muy bien qué hacer con él, se lo carga de la forma más absurda en
cuanto tiene ocasión, con lo que no puede ni oír el furibundo mensaje que le
dejó Emma… Una pena.
Como así todo resultaría fácil, el mismo director de antes,
decide que lo mejor es deshacerse del helicóptero, razón de ser de la película,
pero que ya no volverá a aparecer. Lo que si habrá será una avioneta. Así que
Dawyne Johnson, ese hombre que tiene unos brazos capaces que mantener
conversaciones filosóficas sobre Kant y la estética transcendental, lo aterriza
a lo bruto y roba un coche metiéndoselo bajo el sobaco y saliendo corriendo.
El coche les dura poco porque enseguida se encuentran con una gran brecha en la
tierra, que si observan el plano general anterior no se ve por ningún lado.
En estas escenas la pareja se sincerará el uno con el otro. A Dawyne Johnson, que es ese hombre que tiene un corazón tan grande que puede dar sangre a un hospital de jabalís entero, le cuesta abrirse y comunicarse, porque es un hombre de comerse las cosas él solo, que para eso tiene ese cuerpo, y no molestar con minucias a los que le rodean, pero su mujer insistirá en que hablar es bueno y Dawyne hará un esfuerzo, porque si algo tiene es que es generoso, comprensivo, amable y amoroso, además de poder comer jamones de un bocado y hacer pesas con Lexus de gama alta. Así que el hombre se sincera y cuenta sus sentimientos más íntimos y quiere llorar, se nota que quiere llorar, pero no le sale, a Dwayne no le salen las lágrimas aunque se mete un dedo en un ojo para intentarlo, un dedo con el que podría jugar a las chapas con elefantes, y sufre, sufre mucho. Yo lo achaco a su exceso de testosterona o de esteroides, que le han hecho muy hombre y han absorbido cualquier atisbo de debilidad o vulnerabilidad…
Raymond y Emma saltan en paracaídas y dejan que su avión se
estrelle en el mar (aquí sobra la pasta), pero hay un problemilla: el edificio
donde habían quedado está un poco perjudicado, por lo que los chavales van a otro,
algo de lo que nuestros heroicos padres aún no se han enterado.
Y así están las cosas en vísperas del megaterremoto que el
científico vaticina, con Raymond salvado vidas y recomendando a la gente dónde
ponerse, lo mismo que su hija con sus dos amiguitos. Y como es costumbre en
cuanto a Dwayne Johnson, ese hombre con unas espaldas en las que se puede jugar
un partido de polo, se le ocurre coger una lancha motora, momento en el que vendrá un tsunami... no seré yo quien le llame gafe, pero… Imágenes impresionantes y flipadas
varias en otro momento espectacular donde nuestro protagonista hará surf tan
ricamente en ese pedazo de ola.
Una ola que llega hasta el edificio donde Blake y sus amigos
pretenden esperar a su padre, con la mala suerte de que el agua entra
precisamente por su ventana, algo que hubieran evitado subiendo una planta más,
pero bueno, no se mueren…
Entra en acción el olfato de Dwayne Johnson, que es ese
hombre al que el protagonista de “El perfume” le pide consejo cuando tiene
dudas, llegando al edificio en el que se encuentra su hija, uno alto, como le
dijo. En realidad será ella la que encuentre a sus padres, asomándose oportunamente
a una ventana tras el aviso de uno de sus amigos y verlos pasando con su lancha
por allí… ¡Qué casualidad! ¡San Francisco es como un pueblo!
Y siguiendo el hilo de las casualidades, en cuanto se vean el edificio volverá a hundirse un poco más. Blake queda atrapada, otra vez, y con el agua al cuello, hasta que en una de sus aguadillas parece asfixiarse ante la mirada de su padre. Vosotros pensareis que estar 20 minutos bajo el agua es demasiado exagerado, pero eso es porque no conocéis a “La Roca” ni su capacidad pulmonar. Allí dentro cabe una tribu entera de ewoks con sus casas y todo. Ese hombre es capaz de apagar las velas de cumpleaños de sus hijos desde Arkansas. “La Roca” pilla a los tres cerditos y los hace hombres del tirón.
El hombre intenta abrir hueco para sacar a su hija antes de
que se ahogue, pero no parece poder, hasta que la ve ahogarse... En ese momento
pone cara de furia, muerde un par de hierros, se traga varios maderos, destroza unas cuantas estanterías que le estorban el paso y la saca de allí…
Tras unos eternos momentos dramáticos donde la chica no responde a los cuidados
de su padre, Dwayne le hace el boca a boca de tal manera que apunto está la
chica de salir volando, no olviden que Dwayne Johnson es ese hombre que infla
zepelines como si fueran globos de cumpleaños. Tales son los soplidos que a la
pobre chica le sale todo el agua que tenía en su cuerpo por orificios que no
sabía que tenía, y así revive para nuestro alivio. La chica se tira como unos 5
minutos sin respirar entre que se ahoga y la salvan, pero no nos cuentan si
tiene consecuencias…
Una bandera americana se desenrollará ante tanta destrucción
y Dwayne dirá: “Ahora a reconstruir”. No puede haber mejor final.
Un desastre con alguna escena donde brillan los efectos y la
dirección, pero un desastre… Es difícil encontrarla peor, las hay, pero es
difícil. Al menos puedes echar unas risas…
Risas las que me he echado, leyendo la crítica... Muy buena (la crítica, no la película, que esa es de las de tener un bucket de palomitas al lado...)
ResponderEliminarMuchas gracias, Bergil. Era la intención, sacar la sonrisa al menos con este tipo de pelis, que como dices son para disfrutar con palomitas jaja
EliminarJajaja, debo reconocer que aunque Johnson no es mi actor favorito, en algunas cintas da el pego, en esta, me temo que salvo para el chiste de "una roca la echó de la carretera y otra Roca la salvó", poco más.
ResponderEliminar¡Buen provecho con las palomitas!
HemosVisto!
Coincido contigo. El tío es muy solvente en estas pelis, pero claro, hay algunas que... jajajaja
EliminarUn saludo, Joan.