Una esplendorosa mañana de junio, desperté con el corazón
sobresaltado, y no era de un mal sueño. Todo lo contrario.
Estaba tomando algo en una terraza con un amigo, de repente
miré hacia el lado derecho y vi a una chica preciosa sonriendo. ¡Y qué sonrisa,
Dios mío! Miré hacia un lado y hacia el otro, me froté los ojos, incrédulo de
mí, y la chica agudizó más la sonrisa. Parecía que esa deslumbrante sonrisa y
la mirada de sus maravillosos ojos verdes rasgados se dirigían hacia mí.
Después de un momento, donde estaba flotando con una sensación fascinante que
me parecía no haber tenido nunca en mi vida, la amiga que la acompañaba, le
cogió el brazo para llevársela de allí. Ella me echó una mirada de reojo,
sonriendo, en expresión de circunstancias. Comenzaron a caminar, la amiga se
volvió para mirarme, pero con una expresión bastante seria. La misteriosa chica
se dio cuenta del gesto de su amiga, y volvió a mirarme con esa fascinante
sonrisa mientras caminaban. Permanecí embobado hasta que se perdieron por una
calla. En ese momento desperté del sueño.
No sólo fue un intenso sueño, fue una experiencia que se
arraigó en lo más hondo de mi ser. Lo extraño fue que en ese mágico instante no
se me pasó por la cabeza en ningún momento decirle nada a la chica.
Mi amigo no se percató de nada, porque cuando me volví para
la barra de la terraza seguía vacilando a un culé que andaba por allí
incordiando.
Pasé todo el día ausente y despistado pensando en ella,
esperando que llegara la tarde, terminando mis obligaciones laborales
apresuradamente, para volver al pueblo en el que estuve el día anterior, con un
gran desasosiego. Arrastrado por una emoción incontrolable, hice por pensar que
era una estupidez, incluso algo sucio que yo siempre habría repudiado, ya que
soy un hombre casado bien entrado en los 40, con hijos de edad próxima a la de
la chica. También sentía cierta incertidumbre, por si el sueño me había hecho
confundir la realidad.
El caso es que allí estaba a la misma hora y en el mismo
lugar. Pedí un café y me senté en una mesa de la terraza, mirando hacia todos
lados como si fuese un adolescente en la edad del pavo. Haciendo tiempo, pedí
un licor sin alcohol, pero casi una hora después no había rastro de ella. Me
sentí muy ridículo, me pregunte: ¿Qué hago aquí haciendo el tonto? Me dirigí
hacia mi coche cabizbajo para volver a casa, mentalizándome en quitarme aquella
sonrisa de la cabeza. Al fin y al cabo sólo era una sonrisa y cualquiera sabía
por lo que era...
Cuando saqué el coche del aparcamiento, mi ánimo cambió de
forma repentina. Sin pensar, miré hacia mi izquierda, como si otra vez algo me
hubiese arrastrado a mirar hacia allí. A lo lejos, al fondo de un parque, vi a alguien
que caminaba en mi dirección, aunque a tanta distancia no la distinguía. Tardé en
reconocerla porque, a diferencia del día anterior, traía el pelo recogido. ¡Era
ella! Venía con un perro pequeño que llevaba con una correa. Cuando salió del
parque, antes de cruzar la calle donde yo estaba parado con el coche, comenzó a
mirarme otra vez con esa sonrisa. La misma que me fascinó el día
anterior. ¡Dios mío!
De repente escuché un estruendo de pitos de coches, los cuales
insistían en que me quitase de allí. Volví con rapidez a meter el coche en el aparcamiento
y salí apresurado hacia el parque para poder tener un ángulo en el que poder
verla mejor. Llegué justo cuando se adentraba en una casa. Me senté en un banco
del parque que me permitía ver a la perfección la puerta por la que había
entrado.
Encendí un cigarro y, por unos momentos, no tuve la sensación
de estar haciendo el estúpido sentado en un parque de un pueblo donde todos los
vecinos se suelen conocer. Pasaron unos minutos y la vi salir de la casa
acompañada de otra chica, que parecía la amiga del día anterior. Se despidió de
la amiga y se encaminó volviendo por donde había venido.
Allí estaba yo intentando disimular, pero con el corazón
cada vez más acelerado. Mientras se acercaba escuché como la saludaban
llamándola por su nombre: Lucía.
Justo cuando iba a pasar cerca del banco donde estaba
sentado, el perro cambió la dirección dirigiéndose hacia mí; mientras que ella
decía: ¡Qué haces! ¡Estate quieta!, porque se puso a olerme los pies y las piernas.
Nervioso y sobrepasado por lo que me estaba ocurriendo, acerté a decir:
–Debe ser porque yo también tengo un perro pequeño y ha
estado alrededor mío antes de salir de casa. Es una perrita.
–Sí, debe de ser eso que has dicho de tu perro –y, sonriendo, me pidió disculpas.
–No, no, me encantan los perros y los animales.
–¡Vaya! ¡Te gustan los perros y eres del Madrid! Ayer
escuché por casualidad, cuando me acerqué a la barra a pagar la copa que había
tomado con una amiga, lo que le dijiste al del Barcelona de los culés y los
chupachups. Me hizo mucha gracia, me acuerdo y me da la risa. Ese culé es
un pesado impertinente y en mi trabajo a veces lo tengo que soportar. A la otra
persona que estaba a tu lado lo conozco mejor y con otro agrado. Somos
compañeros de la peña del Madrid de aquí del pueblo.
–¡Qué bien! Yo también soy socio de la peña madridista de mi
pueblo. Conozco a tu compañero de peña por eso, precisamente. Me llamo Julio.
–Lucía es mi nombre. Encantada de haberte conocido en estas
circunstancias tan simpáticas. -Nos reímos con una complicidad que, por lo
menos a mí, me pareció maravillosa-. No te había visto nunca por aquí.
Últimamente vengo poco, antes, cuando era más joven, venía mucho más. Tengo
familia y mi madre es de aquí.
–¿Cuál es la familia de tu madre?
–La familia de mi madre son… (En los pueblos, todas las
familias tenemos un mote, y esa es la mejor forma de identificarnos). ¡Espera!
¿Tú eres primo de... y de...?
–Sí, son mis primos.
–¡Ay, qué alegría! Son de mi pandilla, sobre todo soy muy
amiga de tu prima desde pequeña. Perdóname, no quiero parecer una descarada. Mi
madre y mi abuela me dicen que no sé disimular mi alegría o cuando algo me
agrada, aunque ni muchísimo menos soy siempre así. Verás, es que mis
amigos me dicen que soy muy rara y muy fanática con el Madrid, y tus primos en
varias ocasiones me han comentado que tienen un primo muy madridista que en
reuniones familiares es muy revoltoso. ¿No serás tú?
–Al parecer, sí. Creo que yo soy ese "revoltoso
madridista". –Otra vez unas risas–. Igual hasta te he visto cuando éramos
más pequeños en la piscina de mi prima, porque cuando mis tíos hicieron la
piscina vine con frecuencia y había muchas niñas amigas de ella por allí. Claro
está que ha pasado mucho tiempo y, evidentemente, hemos cambiado, sobre todo yo,
seguro.
–No sé si te parecerá una tontería lo que te voy a decir. Hace
por lo menos 20 años que en la piscina de tu prima un chico me regalo un pin
muy chulo del Madrid. Nunca lo olvidé. ¡Aún lo tengo guardado! También recuerdo
que desde muy chica me encantaba el Madrid. Seguramente le dije algo al chico
del Madrid para que me regalase ese pin tan chulo. –Saco el móvil y se puso a
buscar fotos hasta que me enseñó una de ellas donde lo llevaba puesto. ¡No sé
lo que me entró por el cuerpo cuando lo vi!
–Tengo otro igual, recuerdo que hace más o menos esos años
compré dos en un viaje a Madrid.
–¿Entonces...? ¡Todo coincide! –me miró de una forma tan especial, que me
costaba trabajo mantenerme en pie.
–La boda de tu prima es a finales de agosto, supongo que vendrás.
–Claro, jamás me la perdería; además mi prima desde siempre
me ha hecho mucha gracia.
–Sí, es muy “salá”.
Charlamos un poco más sobre el Madrid.
–Voy a seguir con mi atrevimiento... ¿Podrías enviarme esas
cosas de las que me has hablado del Madrid?
–Claro que sí. Encantado.
–Pues anota mi teléfono. Se nos ha hecho de noche charlando,
sin darnos cuenta –me dijo, mientras yo acariciaba a su perrita, que no paraba
de subirse a piernas.
Nos despedimos y me dijo: "que no se te olvide enviarme
esas cosas del Madrid, si no le diré a tu prima que no te invite a la
boda", con una risa que me hacía flotar como el día anterior.
Llegué a casa y cene con rapidez. Tenía cosas que preparar para
el día siguiente. Con esa excusa me fui a mi despacho. Eran cosas leves y estaba
deseando enviarle a Lucía lo que me había pedido, pero me guardé las ganas. Lo
que sí hice fue buscarla por la red social de los amigos, por medio de mi
prima. Pronto la encontré, vi que tenía novio; también que no era tan joven
como me pareció. 31 años. Su alegre rostro le hacía parecer aún más joven.
Estuve un buen rato curioseando por sus publicaciones, hasta bastante tiempo
atrás. Descubrí que hubo un tiempo en el que lo pasó bastante mal, algo que
sólo comprendí plenamente más adelante.
Al día siguiente hice lo mismo después de cenar, pero esta
vez la saludé a través de internet antes de ponerle los enlaces sobre el Madrid.
Pronto me contestó y me puso unas risas.
–¡Vaya! ¿Te hago gracia o es algo de lo que has visto?
–No, perdona, Julio. Anoche te estuve buscando por una red
social y vi esto que me mandas, soy muy impaciente y no pude evitarlo.
Entonces me dio la risa y no fui capaz de decirle que yo
también la espié.
Estuvimos hablando hasta bien tarde sobre el Madrid, su
trabajo e, incluso, sobre algunas cosas personales suyas. Le di toda la iniciativa
y hacía todo lo posible, intentando agudizar mi ingenio, para que se sintiese a
gusto.
–Soy muy rara, por lo visto, con el Madrid, según me dicen
los amigos de la pandilla, y por cómo me miran en la peña cuando muestro mi disconformidad
con lo que dicen.
–¿Por qué dices eso, Lucía? Eres de lo más razonable y coherente.
–¡Menos mal qué encuentro alguien que me entiende! ¡Hasta
con mi padre, con lo que lo quiero, he discutido algunas veces! ¡Si te contara
las broncas que me han echado mi abuela y madre desde niña!
Casi todas las conversaciones que tratábamos terminaban en
risas, por lo que fuimos cogiendo cada vez más confianza. Me decía que se
sentía muy a gusto hablando conmigo y no sólo de fútbol. Yo no quería
demostrarle que me estaba enamorando de ella, pero tenía la sensación de que se
daba cuenta.
Como siempre, la iniciativa la tomaba ella a la hora de dar
otro paso, por ejemplo cuando me pidió que hablásemos por teléfono. Eran muchas
horas mandando mensajes y nos cansábamos de escribir…
–Mi abuela y madre, hasta hace poco, me decían que me pasaba
algo. Ahora me dicen que me ven radiante, y creo que no sé disimularlo. Lo que
no saben es el porqué. A mi amiga, con la que me viste en la terraza, se lo
cuento todo, y ahora también tengo la necesidad de hablar contigo de estas
cosas. Estuve saliendo con un chico desde los 17 hasta los 24 años. Conforme
avanzó el tiempo se fue comportando peor conmigo; yo creía que era porque bebía
más de la cuenta y, quizá, por alguna cosa más. Era muy joven e ingenua con ese
tipo de cosas. Quería ayudarlo, no sólo porque lo quería, también porque
pensaba que si lo dejaba se iba a abandonar a esos vicios. No se dejaba ayudar
por mí ni por su familia, entregándose a nuevas amistades poco recomendables.
Su propia familia me decía que no tenía por qué aguantar eso. Cada vez era más
agresivo, hasta que un día rompí con todo. Él se fue del pueblo, se puso en
tratamiento y ahora creo que está bien. Después de algo más de dos años conocí
a un chico en un viaje, que ahora es mi novio. Es una persona muy buena, responsable
y con un porvenir bastante satisfactorio. Está muy bien considerado en la
empresa donde trabaja. Si te dijera la pasta que gana te asombrarías…
Yo no podía más que estar callado, por lo que ella, de vez
en cuando, me decía: ¿Estás prestando atención a lo que estoy hablando?
–Claro que sí, ¡cómo no voy a hacerlo!
–He viajado algunas veces con él, viaja mucho por temas trabajo.
Me aburro como una ostra el tiempo que tengo que pasar sola, que es mucho. Lo
peor es cuando me tengo que relacionar con la gente que él frecuenta. A mi
novio no le gustan cosas que a mí me apasionan, como el fútbol, los animales,
la naturaleza... Al principio pensaba que era natural, porque yo soy de pueblo
y él de una ciudad grande. Pero es excesivo, le repelan todas esas cosas. Al
mismo tiempo yo le estoy cogiendo más asco a sus gustos, que están todos
relacionados con su trabajo. Es muy dormilón, yo todo lo contrario. Hablar con
él a estas horas es imposible. Tampoco le gustan las fiestas, bailar y esas
cosas, que a mí me encantan. Como te he dicho es muy bueno, pero como le digo a
él: “eres un viejo”…Y ya te lo conté más o menos todo. ¿Qué me dices, Julio?
Yo estaba deseando preguntarle que por qué su madre y su abuela
últimamente la veían tan contenta. Creo que ella me dijo eso para que le
preguntase, pero tampoco me atreví…
–Será cuestión de que os vayáis acostumbrando con el tiempo,
eso nos ha pasado a todos con ciertas cosas.
–¡Vaya tela! ¡Otro como mi abuela, mi madre y mi amiga!
–Es que Lucía, si me dices que es buen chico y responsable,
no sé qué decir…
Nos dimos las buenas noches. Quedándome con la sensación de que
no había estado a la altura después de que ella se confiase conmigo de aquella
manera. Fue la primera vez que hablamos de una forma tan seria e íntima.
Al día siguiente la llamé para preguntarle cómo estaba.
Nos conocemos desde hace poco más de un mes y sabes cosas de
mí que sólo conoce mi amiga más íntima. La verdad es que estoy de malhumor y
tengo pocas ganas de hablar. Mañana te llamo, Julio, si estoy de mejor humor.
–¿Estás enfadada conmigo?
–No, no, ya te contaré mañana. Es que... bueno, un poco sí lo
estoy contigo… –Tras un silencio dijo riendo–: ¡Es broma! –lo que me dejó mucho
más tranquilo.
Pasé aquel día y el siguiente ansioso por saber qué era lo
que la tenía de mal humor. Ya bien entrada la noche recibí un mensaje suyo
diciéndome: “¡Todavía despierto! Somos dos duendes de la noche. Como la
canción”. La contesté poniéndole unas risas y me hizo la llamada.
–Como te dije, estaba de mal humor y debería ser todo lo
contrario, porque mi novio me tiene preparado un viaje de lujo durante dos
semanas. No tengo ganas de ir ni de estar con él... Es triste, porque me
encanta viajar… y mira ahora... Tú dirás que para qué te cuento todo esto… Mi
amiga me dice que la tengo negra, pero contigo me siento muy cómoda hablando.
–Y yo contigo, Lucía. No sé cómo agradecerte tu simpatía y
confianza.
–Pues siendo sincero, diciéndome si soy injusta o no.
–Igual al llegar allí se te pasa el mal humor, disfrutando
de las vacaciones. Aunque como me has pedido sinceridad, creo que por lo que me
contaste la otra noche no vas a estar bien. Espero no haber sido demasiado
osado…
–No lo eres, y eso es lo que esperaba que me dijera alguien.
Sólo te lo podía contar a ti y a mi amiga. Es que he perdido la ilusión con mi
novio, por todo lo que te conté. Lo que me apetece de verdad es hacer un
viaje con toda mi pandilla de amigos y que tú vinieses también. Aunque suene
absurdo, es así...
–¡No sería una tontería, sería una locura!
–Pues a mí me encantan las locuras sinceras, Julio. –Hubo un
silencio.
–La otra noche me dijiste que últimamente tu abuela y tu madre
te veían muy contenta y no quise preguntarte por qué…
–¿De verdad no lo intuyes?
Quise decirle muchas cosas, jugármela y apostarlo todo para
aliviar esa sutil tortura, que todo quedase claro… pero de nuevo fui cobarde, no
me atreví y me quedé en un silencio atragantado.
–Bueno, Julio, mañana nos tenemos que levantar temprano,
cuando quieras me llamas y me dices lo que intuyes. Más que nada, para que yo
no te tenga que contar tantas cosas... ¿vale?
En los siguientes días la llamé un par de veces, pero sin
querer retomar la conversación por donde la habíamos dejamos. Aunque ella se
mostraba agradable, con su naturalidad habitual, nuestras conversaciones no
tenían la misma soltura y confianza de las semanas anteriores. Nos limitamos a hablar
de fútbol, de su perrita y otras cosas intrascendentes. Ella no volvió a
hacerme más llamadas, sólo de vez en cuando me mandaba mensajes. Era evidente
su tirantez después de haberse abierto tanto a mí y yo no haber estado a la
altura. Sentía remordimientos por haberme enamorado de una chica bastante más
joven que yo estando casado. Así transcurrió casi todo el verano, hasta que
llegó la boda de mi prima a finales de agosto…
Iba a volver a verla y mi emoción estaba a flor de piel,
aunque con mi familia y conocidos presentes debería guardar la compostura mejor
que nunca.
Nada más entrar al salón de la boda y sentarme, miré al
frente y, unas mesas más adelante, la vi. Me hizo un gesto con la mano
saludándome. Mi mujer se dio cuenta enseguida. Me preguntó quién era esa a la
que había saludado.
–Es una amiga de mi prima que es del Madrid y pertenece a la
peña madridista de aquí, por eso la conozco. –Así empezaron las mentiras...
Pasado unos momentos se levantó dirigiéndose hacia mi mesa.
Si en las dos veces que la vi estaba guapa, en esta ocasión estaba
deslumbrante. Llevaba un vestido blanco ceñido con los bordes morados. Llegó a
mi mesa y en primer lugar, para mi sorpresa, saludó a mi hija mayor y su novio,
a los que, por lo que se ve, conocía. Mi hija se la presentó a mi mujer y a mi
hijo. Mi hija le preguntó por su novio y Lucía contestó que no había podido
venir a la boda porque había tenido que ir a un congreso relacionado con su
trabajo. Conmigo fue con el que menos habló y sólo para decirme que luego
“charlaríamos del Madrid”. Mi mujer, dirigiéndose a mi hija, dijo: ¡Qué chica
más mona!
–¡Has visto mamá! ¡Y qué agradable es!
El novio de mi hija también se sumó a los halagos, comentando
que todos decían que Lucía valía mucho. Recordando la situación mientras
escribo me pongo a sudar…
Cenamos, brindamos por los novios y todas esas cosas de las
bodas. Después del baile de los novios, mi prima me pidió un baile. Mientras
que bailaba con mi prima, Lucía me miraba fijamente. Después me acerqué a la
barra a pedir unas copas y sabía que ella estaba cerca. Me acerqué, nos volvimos
a saludar y ella me presentó a sus hermanos. La hermana era muy guapa también, como
el hermano, de gran parecido con ambas, aunque ninguno alcanzaba a Lucía. Para
romper el hielo me puse a hablar de fútbol, del Madrid, pero ellos no eran tan
fanáticos.
–Ella es insoportable viendo el fútbol. Un día le dio una
patada a la mesa y se rompió un dedo –comentaron para hilaridad de todos.
Al cabo de un buen rato, salí a la puerta del salón. Me
alejé un poco para tomar el aire y la vi venir del aparcamiento. Era evidente
que esa noche iba a pasar algo definitivo.
–¿Qué, tomando el aire?
–Sí, he tomado dos copas y estaba acalorado.
–Yo vengo de cambiarme los zapatos en el coche de mi
hermano. Queda todavía mucha noche y tenía los pies doloridos de los tacones. –Miró
hacia todos lados y luego se puso muy seria mirándome fijamente a los ojos.
–Tienes doblado el cuello de la camisa –me lo puso bien y
acarició mi cuello sutilmente–. Que me perdonen tu mujer e hijos, pero desde
aquella tarde que hablamos por primera vez en el parque no puedo dejar de
pensar en ti.
Se me saltaron dos lagrimones.
–¿Por qué lloras? –me pregunto angustiada.
–No hagas caso. Desde que te vi la primera vez estoy
prendado de ti y no puedo hacer nada para evitarlo. Aquella tarde en el parque
forcé el encuentro.
–Me di cuenta. Mi perrita nos ayudó bastante, si no llega a ser
por ella igual no me atrevo a pararme.
–¿Qué vamos a hacer, Lucía?
–Mañana hablaremos.
–Sí, aquí no podemos quedarnos más –le dije mirando su boca,
a punto de hacer una locura, antes de que se adentrase de nuevo en el salón.
En la conversación que tuvimos el día siguiente ya no
ocultábamos nada nuestros sentimientos. Nunca imaginé poder decir esas cosas
por teléfono. Ella sabía encontrar mejor las palabras cariñosas al no poder
estar juntos, sintiendo el roce de nuestra piel y besándonos. Diciéndome lo
feliz que era. Tuvimos que dejar la conversación durante unas horas, porque ella
tenía un tremendo dolor de cabeza y apenas había dormido. Yo me retiré de los
festejos de la boda bastante antes, pero no es que hubiese dormido mucho tampoco.
Retomamos la conversación al cabo de unas horas.
–Estoy igual de feliz y sin dolor de cabeza. Lo único que me
sabe mal de todo esto es que tu mujer y tu familia lo pasen mal por lo que nos ocurre.
Porque nos enamoramos de una forma maravillosa sin pretender hacer daño a
nadie. No pienso presionarte para que dejes a tu familia ni nada parecido,
tenlo claro. Esto para mí es mucho, como intenté demostrarte desde la primera
vez que comenzamos a hablar. Julio, eres el hombre que he estado esperando toda
mi vida. Anoche, mientras bailabas con tu prima, cerré los ojos e imaginé que
éramos los dos bailando.
–¿Qué digo yo ahora, Lucía? Después de todo lo que me has
dicho, después de cómo me miraste aquel día, como nadie me había mirado antes,
estas palabras lo son todo para mí.
-Me han mirado muchos tíos desde que me hice una mujer, pero
de forma babosa.
–No entiendo como una chica tan guapa, tan encantadora, con
ese don tan bonito que tienes, se pudo fijar en mí... ¡Tengo 16 años más que
tú!
–No son tantos, y te conservas muy bien, pimpollo.
Me da algo de vergüenza escribir estas cosas que me decía, pero
quiero ser lo más fiel posible a la historia. Aunque sea desde el anonimato.
–Lucía, ¿y si se entera tu familia?
–Supongo que al principio les costaría, pero es mi decisión,
y si un día se da el caso lo tienen que entender, quieran o no. Sobre todo
le costaría a mi madre, con la que no tengo apenas nada en común. Soy como mi
padre y mi abuela, según ella. No se lo decía, pero se daban cuenta de que no
era totalmente feliz con mi novio. Del mismo modo que se percataron de mi
felicidad después de conocerte, aunque no sepan nada. Mi amiga sí lo sabe todo,
salvo lo que ha ocurrido desde anoche. ¡Verás cuando se lo cuente mañana! Me dirá
que estoy loca y yo le diré que sí… Por ti. Es muy buena chica y me quiere
mucho, por eso se preocupa tanto. Te cuento una cosa que me dejó pillada el
primer día que hablamos. Mi perrita es muy arisca con todo el mundo, menos con
mi padre y conmigo. Cuando mi novio venía casa, la teníamos que sacar al patio.
Se ponía a su lado gruñendo y un día le mordió. Me daba una pena, el pobre...
Cuando aquel día se acercó a ti y se subió a tus piernas moviendo el rabo, loca
de contenta, flipaba. Se lo conté a mi amiga y le dije que entre tú y yo había
algo mágico.
–¡Lucía, el que está flipando de felicidad soy yo!
Con la excusa de que había comenzado la liga, inventamos la
mentira de ir a ver a nuestro equipo al Bernabéu. Yo diciendo que había quedado
con unos amigos y ella con una amiga de los estudios. No fuimos a Madrid,
quedamos en un hotel para estar juntos todo el tiempo posible. Allí quedamos
dos semanas después de la boda. La encontré caminando unos metros delante de
mí, acercándose al hotel. Le gaste una broma, sobresaltándola. Nos abrazamos,
soltamos lo que llevábamos en las manos y nos besamos como dos desesperados en
medio de la calle. Entramos al hotel, subimos a la habitación. Cerró la
puerta y nos arrojamos en la cama; aprovechando bien el tiempo hasta que llegó
la hora de almorzar. Todo fue maravilloso con ella: la comida y los paseos
durante la tarde, porque estábamos en una ciudad propicia para ello, donde
había muchas cosas que visitar. Luego la cena, donde buscamos un lugar idílico.
Después unas copas, que aumentaron aún más mi entusiasmo hasta hacerme bailar
con ella.
–Te tengo que enseñar a bailar bien todos los bailes –me
dijo riendo mientras bailábamos y me indicaba cómo tenía que moverme.
Cuando regresamos al hotel comenzaron mis angustias.
–Lucía, igual con el tiempo te cansas de mí.
–Pues cuando me canse, te regalo un chupachups y a tomar
viento. –Rápidamente comenzó a reír, haciéndome cosquillas–. Te voy a cuidar
siempre y el tiempo apenas pasará para ti –me dijo sentada sobre mis piernas,
acariciándome la cara–. Julio, desde que nos conocemos le he dado vueltas a
todo. Eres tú el que tiene una familia y un hogar.
–Sí, los tengo, y es en lo último que quiero pensar ahora, eso
es en lo que no quiero ponerme a pensar…
–Para mí no hay nada como estar contigo.
–Me dijiste que le habías dicho a tu amiga que lo del
perrito había sido una señal.
–¡Sí! ¡Y lo del pin también! ¿No crees, Julio, que hay cosas
del destino contra las que no se puede luchar?
–En eso estaba pensando, y me lo has quitado de la punta de
la lengua, Lucía.
Apenas dormimos dos horas. Nos levantamos pronto porque
queríamos aprovechar al máximo el tiempo paseando por la ciudad. A la tarde nos
tuvimos que despedir hasta la próxima ocasión, que no sabríamos cuando sería.
Nos dio mucha rabia, aunque aquella misma noche, después de cenar, nos
estuvimos escribiendo hasta que el sueño nos venció.
Varios días después, en una de las ocasiones que estábamos
hablando, le dije que no encontraba la manera de decírselo a mi mujer. Ella ya
había hablado con su novio después de la boda de mi prima, le había dicho que
no podían seguir, que eran demasiado diferentes, que no podían ser felices.
–Julio, ya te dije que no pensaba presionarte en lo más
mínimo. Lo mío era muy diferente, estaba muy aburrida antes de conocerte a ti.
–Yo no puedo querer a mi mujer como la quería antes...
Muchos años de casados y varios de novios, siempre ha estado a mi lado
apoyándome en todo... Cuando estoy a solas con ella lo pasó muy mal. Siento
culpa e impotencia. No debería contarte esto, pero quiero que lo sepas.
–Lo entiendo perfectamente. Siempre tiene que haber algún
inconveniente en las cosas bonitas, pero ya verás como con el tiempo todo se
arregla. Lo nuestro merece la pena, y estoy segura de que mi amor por ti nunca
se va a acabar. Te dije que le había dado vueltas a todo. Hasta he pensado en cómo
se lo tomará tu hija el día que lo sepa y si me odiará, porque todo cambiará,
ya no sentirá la misma alegría al verme.
–Debemos de ser muy cuidadosos y discretos, Lucía.
–Mi familia sospecha algo, dicen que me ven muy contenta. Por
ahora no saben nada, pero lo notan. No me lo dicen, pero me lo insinúan. Mi
hermana me dijo: “A ti te pasa algo, nunca te he visto así de contenta”.
Procuraré que sigan pensando que tiene que ver con una amiga…
Tuve que contárselo todo a un amigo de confianza. Reaccionó
muy mal y me dijo al principio que no quería saber nada más. Incluso me
zarandeó diciéndome que era impropio de mí y me mandó a la mierda. No me cogía
el teléfono y tuve que estar varios días insistiendo, hasta que quedamos para
hablar otra vez después de haberle puesto muchos mensajes intentando
explicarme. Las dos familias siempre hemos estado muy unidas y es normal que
reaccionara así. No es que me haya dado la aprobación a lo que estoy haciendo,
pero creo que ha entendido que ha sido algo incontrolable para mí.
Otro día recibí varias llamadas de un teléfono desconocido,
terminé cogiendo la llamada. Era la amiga de Lucía. Lo primero que me dijo es que
ni se me ocurriera decirle a Lucía que había llamado. Consiguió mi teléfono
aprovechando un descuido de Lucía, que dejó el suyo abierto sobre la mesa un
día que me estaba escribiendo. Me estuvo explicando su relación con Lucía, su
extrema confianza, la ausencia de secretos entre ellas y lo mucho que se
querían. Acabó advirtiéndome de que me atuviera a las consecuencias si la hacía
sufrir.
Apenas pude decirle nada tras aquellas palabras y el tono en
que fueron pronunciadas. Ella pensaba que podría estar aprovechándome de su
amiga, que lo nuestro podría ser para mí una mera aventura de hombre casado
cansado de su matrimonio.
-Espero que sea verdad todo lo que me cuenta de ti. Lucía se
merece lo mejor del mundo –concluyó.
Seguimos planeando encuentros en ciudades que no nos pillaran
muy lejos para pasar más tiempo juntos. Fuimos también a Madrid varias veces a
ver a nuestro equipo al Bernabéu, hicimos el tour y demás. Viajábamos en
AVE por separado, para evitar riesgos de que alguien conocido nos viera. La
primera vez que fuimos al Bernabéu nos llevamos un susto con una cámara de
televisión a la entrada. A raíz de aquello tomamos más precauciones. Nada
impidió que disfrutáramos de todo al máximo.
Aquel día estuve más pendiente de ella que del partido.
Disfruté mucho viendo la pasión con la que veía el encuentro. Cada vez que
había una jugada de peligro me pellizcaba y yo, entre risas, le decía: “me vas
a señalar y verás”. Era verdad lo que dijo su hermano de cómo veía los partidos…
Para este verano tenemos planeado un viaje durante una
semana fuera de España. Lucía dice que para ella no es problema poner excusas.
Su amiga es una “manitas” con eso de los montajes fotográficos, lo que le viene
de perlas. A mí, en cambio, me será más difícil inventar algo creíble para
estar una semana fuera.
Lucía es el sol que envía rayos de felicidad a mi alma.
Estando con ella todo es apasionante, fascinante, maravilloso y un montón de
adjetivos más. Todas las vivencias con ella se me quedan grabadas a fuego, con
la emoción de la primera vez. Cuando algo me altera, lo intuye con rapidez. No
me agobia preguntándome, haciendo que las cosas me salgan con naturalidad. Todo
me lo facilita con cariño, aunque sea en momentos en los que no podemos estar
juntos.
Ojalá pronto se solucione todo. Encontrando la mejor manera
de hablar con mi mujer, causando el menor daño posible. Quizá algún día le
enseñe esto que he escrito a Lucía y me autorice a poner una foto o video por twitter.
Sabríais también quién soy.
Por último os cuento una anécdota. Un día quedamos
aprovechando que su perrita estaba en celo. Llevé a mi perro, que es de tamaño
parecido a su perrita. Nacieron cuatro simpáticos cachorrillos, que están
haciendo el gamberro por ahí.
Relato ANÓNIMO
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