No es ni mucho menos una mala película, un biopic clásico
que es justo lo que se espera que sea, no se sale un ápice de lo que uno puede
suponer, bien construida, efectiva, con momentos emotivos y conseguidos, buena
factura, todo calculado al milímetro, pero falta de vigor, energía y foco
definido, desviándose hacia vericuetos personales tópicos reduciendo la trama
investigadora y profesional del personaje.
“La teoría del todo” es la clásica película que satisface
pero no entusiasma, superior a otras de las nominadas este año, pero inferior a
otras tantas, sin que sea un año para destacar precisamente.
Es posible que esa idea de querer abarcar tanto, centrándose
en exceso en un triángulo amoroso y las vicisitudes románticas de Jane Hawking
(Felicity Jones), tenga que ver con ese “todo” que reza el título, pero lo
cierto es que aunque deja buenas escenas dramáticas, en un tono equilibrado
general muy acertado, hace perder fuerza a la excepcionalidad del genio Stephen
Hawking.
La dirección clásica de James Marsh deja algunos detalles
visuales, su trabajo con los actores y el equilibrio dramático contenido y
sensible, con buenos trazos de humor, como rasgos más brillantes.
Así, por ejemplo, el juego con los círculos, símbolo de ese
“todo” que ambiciona Hawking en una sola fórmula que explique el universo,
aparecerá de forma recurrente visualmente durante la narración. De hecho
empezará con varios, el de la silla de ruedas, objeto inseparable de la figura
que conocemos de Hawking, dando vueltas en círculo, a la de la rueda de una bicicleta,
cuando el genio científico todavía no estaba postrado en la silla y era un
muchacho jovial y alegre. Estamos en Inglaterra, 1963, de unos planos distorsionados
que volverán al final de la cinta, a un flashback con el joven Hawking en sus
inicios. Más círculos, una escalera circular en contrapicado que sube Jane en
busca de Stephen, la leche en un café, un ojo...
Los personajes están bien construidos, así como
aceptablemente mostradas las particulares circunstancias de Hawking y su
enfermedad, que va apareciendo en pequeños detalles cada vez más seguidos, su
deterioro imparable, una taza tirada, dificultad a la hora de coger un
bolígrafo del suelo, tropezones…
Hawking es directo y atrevido, ambicioso y amable, jamás se
quejará durante su enfermedad, sólo le veremos titubear y débil al conocer la
fatal noticia de lo que tiene y el plazo de dos años de vida que le dan, también al perder la voz. Desde
ahí nunca mostrará amargura. No hay autocompasión alguna en ningún momento. Ambiciona
la fórmula del todo, la que explique los secretos del universo, mientras se
debate entre un Dios creador o su inexistencia, conceptos sobre los que irá
variando su postura. Su mujer, Jane, es creyente, pero nada fanática, será una
influencia y apoyo imprescindible en todo momento.
Al conocer la noticia de su enfermedad, Hawking se aislará
pero será rescatado por Jane. Una estupenda escena dramática. El ultimátum de
Jane moviliza al genio, que se debate en su interior con sentimientos contradictorios,
no quiere perderla, no quiere que le vea así y se ve traumáticamente obligado a
enseñarle lo irreversible de su enfermedad jugando al criquet… Una frustración
que recibirá el pago amoroso de una fidelidad a prueba de bombas, la de Jane.
Aparte de Jane, Hawking gozará de grandes apoyos que le harán
la vida un poco más fácil, un buen mentor (David Thewlis); un gran amigo, con el que compartirá
buenos momentos y siempre habrá humor; y un nuevo personaje que se integrará en
la narración mediada la película, el músico, Jonathan (Charlie Cox), el
director del coro de la iglesia que hace girar la narración hacia un conflicto
dramático haciendo perder en cierta medida el foco narrativo.
Es una pena que se desaproveche así a Emily Watson, un papel
absurdo que no llega ni a secundario y que sólo aparece para recomendar a su
hija que se meta en el coro de la iglesia, lo que acabará creando ese triángulo
amoroso.
Es interesante en el retrato inicial de Hawking que éste es
consciente de que algo le está ocurriendo, sus dificultades motoras se hacen
evidentes y las nota, pero disimulará y seguirá avanzando hasta que se haga
insostenible.
Un hombre al que se le apaga el cuerpo pero se le expande la
mente. Sentirse inútil, patético, incapaz de la acción más simple y a la vez
ser alguien excepcional capaz de llegar a deducciones y límites intelectuales
al alcance de unos pocos. La impotente y dura excepcionalidad. La imposibilidad
mecánica, el ilimitado intelecto. Contrastes fascinantes en Hawking que siempre
me han seducido y hecho reflexionar, antes de esta película.
La complicidad entre Stephen y Jane es inmediata, hasta el
punto de que nos preguntaremos qué ve en él esa chica tan mona antes de hablar,
qué provoca ese milagro con una simple mirada, el flechazo. Supongo que eso ni
Hawking puede explicarlo. Una complicidad que surge del azul, el color que
adorna la fiesta en la que se conocen, y de una escalera, lugar donde estalla
la chispa. Eso intangible e inexplicable se sigue desarrollando con las
coincidencias que hacen que la pareja se encuentre y que fascine a ambos,
aunque curiosamente Dios interrumpirá una de las citas, ya que la chica tendrá
que ir a misa.
El azul también será protagonista en la escena donde el
amigo íntimo y fiel, se mantendrá hasta el final, de Stephen, Brian (Harry
Lloyd), cuente la noticia de su enfermedad a Jane. En cambio, en el posterior
encuentro entre Jane y Stephen una vez Brian le cuenta la notica a la chica,
será el color rojo el protagonista. Una escena donde Stephen está viendo la televisión. El
mazazo de la noticia, dos años de vida, nos lleva a un contundente fundido a
negro.
El caso es que la pareja retará al tiempo y se reirá de los
2 años de vida que dieron a Stephen, no se explica por qué ese diagnóstico fue
fallido o se alargo la esperanza vital, pero el hecho es que Stephen Hawking y
su ahora ex mujer siguen vivos y activos. El paso del tiempo es algo
indeterminado. Boda, hijo, deterioros, un nuevo bebé, el paso del tiempo… la
vida con dificultades pero feliz.
Lo que es evidente es que Stephen queda seducido por la
sagacidad, inteligencia y fortaleza de la chica, que demostrará durante toda la
narración. Con ella mantendrá conversaciones teológicas, sobre Dios y sobre la
ciencia que estimularán al genio. Jane es una mujer de bandera que luchará
contra el destino.
Jane es inquieta, aplicada y muy inteligente, es divertida
verla sufrir por lograr su doctorado en poesía medieval española leyendo libros
sobre Góngora mientras Stephen juguetea con sus hijos en la silla de ruedas… Pero lo logrará, como todo lo que se propone. Una mujer competente que sufre y
se desahoga en llantos… y posteriormente en un buen amigo. La felicidad de
Stephen se muestra en varias ocasiones en los juegos, con la bici al inicio
junto a su amigo, junto a sus hijos con la silla de ruedas revoloteando…
Jane usará el coro como evasión paro terminará por encontrar
otro amor en Jonathan, un buen hombre que no iba con intenciones deshonestas,
que ayudará a la familia porque se siente útil así y no tiene obligaciones
familiares tras perder a su mujer. El romance se hace previsible y ella se
muere de ganar, como se aprecia en sus dubitativos ademanes ante Jonathan. Se
declararán el amor en secreto cuando veamos al tercer hijo del matrimonio,
momento en el que Jonathan se apartará dignamente. Stephen intermediará para
que Jonathan vuelva a estar con ellos. Fundido a negro.
La narración, mediado el metraje, se desviará y centrará en
ella, en Jane. Si bien es cierto que la película se basa en el libro de ella,
“Viajando al infinito: Mi vida con Stephen”, el punto de vista inicial
corresponde al de Stephen, con lo que el cambio desconcierta e incomoda. Su
conflicto dramático, una vez se enamora del músico, Jonathan, no carece de
interés, así como su sacrificio, pero la personalidad más atractiva y fascinante es la de Stephen, que queda en un segundo plano desconcertante durante
demasiado tiempo.
Este conflicto se disparará, una neumonía mientras ve ópera
en soledad rodeado de luces naranjas y la consiguiente traqueotomía que le
provocará la pérdida del habla, irá en paralelo con la tentación de infidelidad
de su mujer y el nacimiento del sentimiento de culpa. Ni por esas titubearán
ninguno de los dos.
La introducción de un cuarto componente en la trama
romántica, la asistente Elaine Mason (Maxine Peake), tiene una aceptable
evolución. Se aprecia un cuidado desarrollo para mostrar la paulatina sustitución
de Jane por Elaine. Primero atemperará con inteligencia a Stephen, aunque él
nunca se muestra irascible, luego surgirá la complicidad, las bromas sexuales
con el Penthouse y cómo va cogiendo fuerza con respecto a Jane en los cuidados
a Stephen. Elaine se convertirá en la segunda esposa de Stephen. Una escena
retrata perfectamente la creciente lejanía de Stephen con respecto a Jane, un
plano donde la vemos al fondo del encuadre, en la cama, mientras él
termina su libro “Una breve historia del tiempo” en primer plano, ajeno.
Habrá homenajes a “Lo que el viento se llevó” (Victor
Fleming, 1939) e incluso podríamos decir a “2001: Una odisea del espacio”
(Stanley Kubrick, 1968) con la canción popular Daisy Bell, el primer tema
cantado con “síntesis de voz” de computador.
Se dan retazos de la genialidad de Stephen pero se muestra
poco, más centrada la narración en el aspecto personal. Le veremos en el lugar
de los genios en Cambridge, donde se lograron asombrosos descubrimientos, y su
encuentro con Roger Penrose, una relación, la de Stephen con Penrose, reducida a
la asistencia del primero a una conferencia del segundo y poco más… Los
agujeros negros, el espacio y el tiempo y la posibilidad de que dejen de
existir, de que haya un inicio, son ideas que se esbozan. Su tesis será
ligeramente criticada en los tres primeros capítulos, pero entregará a sus
profesores y maestros en el cuarto, con un encendido elogio. Su paso a Doctor.
La idea de que el tiempo tuviera un inicio. Lo demostrará, o al menos eso parece,
pero luego buscará contradecirse a sí mismo. La contradicción consistirá en
pasar de la posibilidad de un Dios a su imposibilidad por la falta de límites
del universo. Esta escena, donde Stephen conversa con Jane sobre teorías
cuánticas y la relatividad, es de los pocos momentos didácticos de la cinta.
Unas reflexiones que parecen reducirse a la existencia o no de Dios en opinión
del científico.
Con todo, se logra transmitir la idea o la sensación de
gigante intelectual comparado con los que rodean a Stephen, aunque se echa en
falta que se trate más el aspecto profesional y científico. La naturaleza del
tiempo, si terminará alguna vez, si se puede retroceder, además de a través de
los recuerdos, en él… son más ideas en la obra de Stephen Hawking.
Asistiremos a una conferencia de Stephen donde manifiesta su
renuncia a un Dios creador, pero no a la esperanza y la esencia especial de la
vida, algo subrayado con ese momento donde se desdobla para hacer algo tan
simple como recoger un bolígrafo, algo para lo que está imposibilitado. Es
simpático el momento en el que después de que Stephen se manifieste en contra de
la existencia de Dios en la conferencia, Jonathan, el músico, junto a su esposa
Jane, exclame un sincero “¡Dios!” ante la misiva con la invitación de la Reina a
Stephen.
Hay muchas escenas notables a nivel dramático, entre ellas
destacaré la de la comida, sin palabras, donde vemos las dificultades de
Stephen para comer mientras el resto actúa distraídamente casi sin percatarse
de sus movimientos, esos movimientos imposibles para él. Stephen querrá un
momento de soledad, su lucha en la escalera, asumiendo un paso más en su
deterioro y con su hijo en lo alto de la escalera, un bebé más ágil que él al
que no puede siquiera cuidar, es un momento francamente duro. Dolor íntimo.
Poco después tendremos otra escena clave, sin palabras
apenas, la presentación de la silla de ruedas en la que Stephen quedará
postrado siempre, será en otra comida dificultosa nuevamente.
Preciosa es también la escena del sordo “I love you” que un
Stephen ya sin habla dedica a su esposa. Más intensa aún es la ruptura, una
excepcional escena dramática con Stephen y Jane y las incontenibles lágrimas en
los ojos que se aprecian incluso en él en los planos dedicados a ella.
Una intensa intimidad que desprende cariño en el adiós. Sensacionales ambos
actores. Una hermosa escena.
Lejos de llevar a la pena, nos sumiremos en el buen rollo,
es Stephen el que da el paso de la ruptura con Jane para ir hacia Elaine, y
ella volverá, ya liberada, con el músico, Jonathan. Felices en pareja, la publicación
de un libro revolucionario y exitoso, “Una breve historia del tiempo”, con más
de 10 millones de copias vendidas, el ofrecimiento de la Reina de ser Sir, que
Stephen rechazaría, y un viaje en el tiempo, una vuelta atrás, pero a través de
los recuerdos y el arte, el cine y la literatura.
“Mira nuestro logro”. La familia. Jane y Stephen mantienen
su amistad y tres hijos en común.
La música de Johann Johansson, muy en la onda de Alexandre
Desplat, es realmente bella. El trabajo de los actores es excelente, aunque parece
que todos los elogios se los está llevando Eddie Redmayne, un estupendo actor
que hace un trabajo físico encomiable, un trabajo soberbio de imitación,
mimetizándose literalmente en Stephen Hawing, un papel muy emotivo y
agradecido, de esos que gustan tanto a la academia. No es la mejor
interpretación del año, pero ya se sabe que cuando se nominan este tipo de
papeles tienen muchas posibilidades de llevarse un Oscar. Redmayne es un actor
más que prometedor como ya demostró en “Los miserables” (Tom Hooper, 2012) o
“Mi semana con Marilyn” (Simon Curtis, 2011) por ejemplo. Si pueden vean la
película en versión original para disfrutar de su voz, y sin cantar. Felicity
Jones está esplendorosa, un papel mucho más complejo, pero menos vistoso, una interpretación
sublime.
Como curiosidad destacar que Benedict Cumberbatch, buen
amigo de Redmayne, interpretó a Hawking para la BBC en 2004.
Un biopic más que interesante, la verdad. A mí, personalmente, me ha gustado mucho. El personaje de Hawking está bastante logrado, sobre todo en lo que a caracterización se refiere. Muy buena cinta y, sobre todo, estupendo análisis, Sambo. Eres un maestro. Un abrazo y espero verte (si gustas) por mi entrada de Whitesnake. Que sé que eres muy ochentero.
ResponderEliminarSí que es mejor que otras nominadas, no es mala película, no. Muchas gracias Alex, ahí vamos.
EliminarPor supuesto que me pasaré, soy de los 80, del Rock y de las melodías, así que muy de Whitesnake jaja
Y otra peli más basada en un genio de la ciencia y las matemáticas. No he vuelto a ver ninguna de este estilo desde Una mente maravillosa. ¿En tu opinión cuál es mejor Sambo?
ResponderEliminarLa teoría del todo la veré pero el prota este pelirrojo, el de los pilares de la tierra, siempre me echa para atrás jajajaj.
Jajajajaja es buen actor, no seas malo jajaja. Hombre, la gran virtud de UNA MENTE MARAVILLOSA es que se plantea un biopic como si fuera un thriller, no es una peli que me convenza, pero está bien ese aspecto.
EliminarEsta es justo lo que esperas, un biopic bien hecho. La de THE IMITATION GAME tiene a otro genio, pero es peor que esta en realidad.
Excelente entrada.
ResponderEliminarIntentare verla.
Un beso.
Muchas gracias María! Ya me contarás cuando la veas.
EliminarUn beso.