Hirokazu Koreeda es uno de los cineastas japoneses más
reputados de la actualidad y parece que también más exportables. Dotado de una
sensibilidad exquisita, algo bastante común por aquellos lares, que nunca cae en
la sensiblería, Koreeda tiene ya una filmografía más que notable con algunas
joyas espléndidas, como “Caminando” (2008) o “Nadie sabe” (2004) y un toque
para dirigir a los niños francamente excepcional.
Gran parte de su filmografía tiene la mirada puesta en la
infancia, un ejemplo lo tenemos en la recién estrenada “De tal padre, tal hijo”
(2013) o esta que no ocupa, con una mirada entrañable hacia esa infancia que observa con fascinación y extrañeza el mundo que le rodea.
Dos hermanos que viven alejados debido a la separación de sus
padres, 6 meses separados, ingenian un plan para volver a reunirlos. Deben reunir
todas las piezas para hacer un viaje a un lugar en el que se conceden milagros…
Koichi (Koki Maeda) es el hermano mayor, más serio y muy
responsable, Ryunosuke (Ohshirô Maeda) es el pequeño, también muy responsable y
más risueño, puro dinamismo y alegría, parece sumido siempre en la completa
felicidad. Estos dos hermanos también lo son en la vida real y forman el dúo
cómico Maeda Maeda.
La narración de Koreeda es completamente impresionista, algo
que dota de agilidad al conjunto pero que también perjudica el resultado final,
ya que parece querer abarcar demasiados personajes e historias, muchas de ellas
intrascendentes. Así veremos inicialmente estampas que aparentemente no tendrán
importancia pero que serán claves para los movimientos y sentimientos de los
personajes o cierta importancia narrativa, la necesaria limpieza debido a la
ceniza que sale del volcán, el mismo volcán como una amenaza latente, la
escuela en lo alto de la montaña, el tren…
Da la sensación de que se estira demasiado la historia con
la inclusión de tantos personajes, incluso el ritmo puede verse perjudicado,
dentro de la agilidad impresionista pretendida, por todo ello. La película
resulta algo dispersa, con falta de cohesión por esa mirada caleidoscópica que
resta algo de fuerza a los conflictos de los personajes, intensidad dramática,
quizá procurando evitar el sentimentalismo.
Estampas costumbristas y cotidianas componen la casi
totalidad de la cinta, fundamentada en las digresiones, intrascendencias, conversaciones
entre los grupos de amigos, cada hermano tiene uno, sus ocurrencias,
sentimientos y deseos, que son los que les impulsarán para buscar ese ansiado
milagro. Veremos comidas, escenas de los hobbies de los abuelos, sus trabajos,
los momentos de ocio de los niños, sus actividades, como la natación...
La gran virtud de Koreeda y su cinta es que logra que las
ocurrencias, conversaciones e ideas de esos críos resulten siempre entrañables
al espectador, que queda entregado a sus minimalistas aventuras. Chicos y
chicas listos.
“Él viola nuestra intimidad”.
La dirección de Koreeda tiene ese toque sobrio a lo Yasujiro
Ozu, de planos muy estéticos y renunciando a mover mucho la cámara, aunque
habrá panorámicas y travellings, sobre todo en el vagar de los chavales. Habrá
innumerables planos estáticos o de objetos que son manipulados, planos detalle.
Los objetos serán importantes, como el timbre de la bicicleta de la profesora
de la que está enamorado uno de los amigos de Koichi.
Notable es también cómo se muestra el vínculo entre los dos
hermanos, que aprovechan sus clases de natación para hablar por teléfono,
convirtiéndolo así en un objeto básico de su relación. Uno está en Osaka y el
otro en Fukuoka. La primera vez que los veamos comerán helado además, una forma
de compartir momentos.
Todo rezuma naturalidad, Koreeda pretende capturar pedazos
de vida, donde la historia es casi una anécdota, donde lo que importa es cómo
sienten y se manejan un grupo de personajes, en su mayoría niños, por la vida,
por sus problemas, con soledades, anhelos y sentimientos. Algún ejemplo de los
cientos que hay lo tenemos en ese zapato que se le sale a un chaval al bajar
las escaleras junto a Ryu, el embase que lanza Koichi a la papelera de su
habitación y no entra por lo que debe levantarse para meterlo saliendo de
plano…
Varias veces veremos a los pequeños frente a espejos, unas
veces en grupo y otras por separado. En ellos se forjará la idea y las motivaciones
y deseos y que los impulsarán en la búsqueda del milagro. Otra
conversación tras un cristal, entre el abuelo y Koichi, antecederá al truco
diseñado para escaparse de la escuela el día que emprendan el viaje, es decir,
un cristal como símbolo para una mentira o artimaña pactada por Koichi y su
abuelo.
Los deseos de los niños son una bella muestra de la visión
infantil de la vida, idealista, mágica, fascinante, donde todo es posible,
incluso ante las situaciones más duras e incómodas. Una magia que de alguna
manera lleva a la madurez en el final de la cinta.
Esa mentalidad infantil queda también expuesta en dos
sueños, uno de Koichi y otro de Ryu. El primero soñará que vuelven a estar
juntos mientras dos señores se llevan un cuerno gigante para su angustia,
mientras su familia parece ajena, como si sintiera que tan solo él quiere esa
reunión. El de Ryu será distinto, también están juntos pero sus padres discuten
y él prefiere alejarse y evadirse. De esta forma se manifiesta que los deseos
de los hermanos son distintos, uno sí quiere esa reunión, el otro es feliz tal
como están, aunque el vínculo familiar y con su hermano le haga sumarse al plan
para reunirlos.
Un detalle extraordinario sobre esa esencia infantil lo
tenemos en la escena en la que los amigos de Koichi lo abandonan cuando éste
pasa de ser el principal motivador para la aventura del milagro a convertirse
en un cínico realista… Esa postura no será aceptada por sus amigos, que lo
abandonarán y rechazarán, hasta la posterior rectificación. En la infancia el cinismo
y la desesperanza no son bien aceptados.
Ryu es vital, perfectamente integrado en Fukuoka, con sus
amigos y cuidando de su irresponsable padre, su jardín y su casa.
El padre (Jô Odagiri) tiene un toque hippie, parece que vive
en comuna con su grupo musical, es infantil y tiene en cierta medida cambiados
los roles con su hijo, que sin perder su esencia de niño se comporta de forma
mucho más responsable. Niños adultos. Adultos inmaduros.
La película utiliza una vitalista música de cuerda en una
onda muy americana para acompañar las pequeñas aventuras de los críos.
El tren será el vehículo del milagro, como lo será de otras
cosas, un símbolo de unión y destino que forjarán los propios niños. El tren
influirá en todos los personajes, de forma especial en los niños y el abuelo de
los protagonistas, que al saber que el tren bala, ese objeto milagroso, va a
llegar querrá innovar en el clásico pastel que suele hacer. Una buena broma la
tendremos con el primer intento de milagro junto a un modesto tren y la desaparición
de una abuela al otro lado. Impacto en la mentalidad infantil.
Las historias sobre los abuelos de Koichi y Ryu, así como
las de la madre de una de las niñas y demás adultos, son aristas narrativas que
restan cohesión a la obra y aportan poco, incluso en esa intención de capturar
vida y naturalidad. Hay también cierta sexualidad incipiente en alguno de los
chicos, sobre todo en relación en las atractivas profesoras y bibliotecarias
que los tratan. El abuelo y los amigos se emborracharán y hablarán de sus
cosas, dando inicio a una vaga trama sobre los pasteles del abuelo y la
búsqueda de la innovación. Un pastel que implica la renuncia o no a unos
principios, otro elemento simbólico.
En esta travesía en busca de un milagro Koreeda y sus
chavales simplemente pretenden hacer un canto a la vida y aprovechar los
buenos momentos que ella nos da. La vida como el mejor de los regalos.
Desperdiciar la vida… no se puede sólo desperdiciar la vida…
El padre es muy inmaduro, pero Ryu será feliz con él, en
Fukuoka precisamente veremos los momentos más distendidos, siempre de ocio, con
música y fuegos artificiales.
-Hija (Nene Ohtsuka): Cuando estás borracho todas tienen el
mismo sabor.
-Abuela (Kirin Kiki): No importa cuánto beba, luego lo
orinas todo.
Los diálogos son muy simpáticos y divertidos, con la abuela
y madre de los chicos destacadas en este aspecto. Ideas como los niños
comprometiéndose a vigilar a sus padres para que no salgan con nadie son
realmente entrañables.
El tren y el milagro acaban desarrollando la idea de la vida
como cambio… o como renuncia al mismo. La vida como posibilidad de ese cambio,
un cambio que depende de nosotros, una vida que vendría simbolizada en el tren,
inamovible en su trayecto, pero del que te puedes bajar y coger otro camino.
Así los niños querrán cambiar su situación pero renunciarán a ello por un bien
mayor, el abuelo querrá innovar en su pastel y el resto de niños querrán
cambiar algo que no les gusta o que desean, donde algunos apostarán por ese
cambio (la chica que quiere ser actriz, Megumi, interpretada por Kyara Uchida).
Los milagros de los niños definen su esencia y naturaleza,
jugar bien al beisbol, resucitar un perro, ser actriz, lograr ser una buena
pintora, la reunión familiar…
La relación entre los hermanos es muy bonita, ciertamente,
uno deseando reunir a su familia, el otro cómodo con su nueva situación, pero
en la que el vínculo y el afecto mutuos se imponen a todo. Veremos celos de
Koichi por los amigos de su hermano y la falta de interés que muestra en el
plan de reunión, por ejemplo.
Momentos para tocar un innumerable grupo de personajes,
abuelo, abuela, amigos, trabajos de los padres, madres de críos… La excesiva
dispersión en la narración impresionista mencionada. Esto no evita que haya
estampas y escenas muy hermosas o entrañables, como cuando vemos a Koichi y su
abuelo preparar juntos un nuevo pastel. También sinceras conversaciones entre los
padres y sus hijos, por teléfono, debido a la lejanía.
Se desarrolla en esta parte la idea, mencionada, de las
soledades y el desarraigo, la que siente Koichi, la que siente la madre, la que
impulsa a Ryu a rectificar…
La aventura, el milagro.
Las mañas, planes y estratagemas del grupo de amigos para
cumplir su objetivo, viajar al lugar donde se crucen los dos trenes bala y
pedir su milagro, dejarán momentos muy entrañables y divertidos, el amigo
de Koichi y sus apaños seductores con la bibliotecaria; los planes para
recolectar dinero y comprar los billetes de tren; la renuncia a las clases de
natación que tanto gustan a Koichi para dedicar ese dinero al viaje; la
rectificación de Ryu siguiendo las instrucciones de sus amigos para sumarse al
plan de su hermano, en unas simpáticas escenas; la conversación tras el cristal
de Koichi y su abuelo para planear la huida del grupo de niños de la escuela;
toda la estratagema que urden para lograrlo y que contará con la complicidad de
una enfermera; la veterana perra de uno de los críos, que fue víctima de una
simpática broma macabra, que muere poco antes de ir en busca del milagro, en un
estupendo detalle de guión en el que la vida interrumpe o cambia nuestros
deseos y prioridades…
Dos grupos de amigos en dos trenes distintos buscando un
punto de reunión en el que encontrarse. En este trayecto Koreeda sigue
salpicando la cinta de detalles que muestran los anhelos de los personajes, como la
mirada nostálgica que lanza Koichi a la familia que se reúne en el andén, su principal
añoranza.
El divertido enredo, algo forzado, con la abuela de Megumi y
la hospitalidad japonesa para evitar a la policía cuando el más despistado y
vago de los amigos se pierde, es un nuevo ejemplo de desviación y dispersión
narrativa que no deja de ser entrañable. Que Koreeda se detenga en esa pareja
de abuelos que también anhelan a sus hijos y por ello les acogen no aporta nada
a la narración, añade dos personajes más a la misma que no tienen
trascendencia, pero deja una escena entrañable y encantadora… Defectos y
virtudes todo en uno.
Koichi y Ryu tendrán un par de conversaciones íntimas,
sinceras y bonitas, donde reflexionarán sobre la familia, la madurez, la
responsabilidad... En una de ellas todo quedará simbolizado en una bolsa de
patatas y el hecho de no terminarse las migajas, de cedérselas al otro... Esos
detalles tan fascinantes que deja el cine oriental.
Tras los rituales donde pintaban y escribían sus deseos para
el milagro en casa de los acogedores y hospitalarios abuelitos y pasar la noche
allí, emprenderán el último paso, donde los ancianos les ayudarán a situarse en
el mejor sitio para ver el cruce de los trenes, el momento del milagro. Ese
momento del milagro sublima esa idea impresionista que mantiene la narración de
Koreeda, con planos de objetos que han sido significativos durante la trama
(las migas de patata, las pinturas, el termómetro…). Unos milagros gritados a
pleno pulmón por todos ellos en el momento que se cruzan los dos trenes.
Una vez cumplida la liturgia verán cómo algunos de los milagros parecen no cumplirse. Vemos cómo de alguna forma algunos tenían asumido que no se cumplirían, pero encontraban la magia en hacer esa liturgia, cómo otros renunciaron al milagro que tenían pensado en aras de un bien mayor. Esta renuncia en el caso de Koichi resulta artificiosa, ya que su petición era que estallase el volcán para que ello obligase a unirse a la familia, cuando con pedir en abstracto que su familia se uniera no hacía semejante tragedia obligatoria…
El picado a la salida de los críos de la estación resulta
atractivamente ambiguo, especialmente por el chico del perro muerto.
Koreeda entrega una obra sencilla y apacible, repleta de
naturalidad, que convierte una anécdota en algo hermoso y entrañable a pesar de
su dispersión y que esté en exceso estirada, lo que resta impacto emocional,
uno de los grandes peros de la cinta. La ingenuidad infantil queda
perfectamente trasladada en la mirada de los protagonistas y hacen que la obra
acabe siendo decididamente encantadora.
Y es que algunos milagros finalmente se cumplen…
El mimo al detalle de los japoneses. Un tópico, quizá, pero creo q a los occidentales nos atrapa; esta historia no tendría ningún sentido con dos hermanos de Minnesota o de Calasparras. Son delicados y tienen esa cierta forma de mirar q hace q superes el tedio de los estiramientos innecesarios y se te aparezca la ternura, la belleza de las pequeñas o grandes cosas en todo su esplendor y te haga sonreír. En general (RAN no sería, por ejemplo, aunq determinadas escenas podrían incluirse) me hacen sentir un mundo reposado, sereno, bello.
ResponderEliminarMe gusta el cine de los directores asiáticos en general.
Gracias por traer esta cinta.
Besos!
Es verdad, Reina, tienen una sensibilidad especial que se capta, se transmite y contrasta con todo lo que tiene que ver con nosotros, más acelerados en general. Esta película no será muy conocida y no llamará la atención, además tiene defectillos, pero merece la pena.
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