jueves, 21 de marzo de 2013

Crítica: EL MERODEADOR (1951) -Parte 1/2-

JOSEPH LOSEY










En muchas ocasiones he comentado la influencia hitchcockiana de numerosas películas de intriga, ese adjetivo que se suele poner a las cintas de suspense que como en las del maestro inglés pretenden crear toda la tensión posible. Son muchos los ejemplos con títulos tremendamente brillantes, otros notables y muchos otros mediocres. También he comentado que lo que diferencia esos títulos de los del maestro inglés es la mirada, esa mirada viciosa, retorcida, fetichista, que esconde algo oscuro, profundo, a veces insondable e inconfesable en su interior, ahí radica la maestría de Hitchcock, lo que lo eleva, entre otros muchos aspectos de todo tipo (técnicos, innovadores, narrativos, conceptuales…), al Olimpo de los más grandes directores de la historia.

Curiosamente esta magnífica cinta que nos ocupa no destaca por su trabajo con el suspense, se entronca más con la narrativa y la concepción del cine negro más clásica, pero en cambio sí que posee esa perversa mirada, que trasciende la narración típica, de los grandes maestros y en especial de Alfred Hitchcok. La misma mirada oscura, morbosa, retorcida que nos hace recordar al maestro. Losey logra acercarse a ese tono perverso del genio inglés, esa profundidad que marca la diferencia entre los imitadores hitchcockianos y el modelo, aunque prescinde casi por completo del suspense.


Joseph Losey es otro de esos directores tremendamente apreciados por los más cinéfilos que no ha acabado de trascender al público mayoritario, como tantos otros talentos, pero que tiene títulos realmente espléndidos, obras de arte para gozo y disfrute de los que valoran el buen cine. “El forajido” (1950), “El tigre dormido” (1954), “Tiempo sin piedad” (1957), “El criminal” (1960)… cintas donde el componente criminal está muy presente, mostrando un interés especial por el género negro y el thriller. “El sirviente” (1963) es la obra maestra de Losey y muestra todas las claves de su talento, de su mirada y de sus inquietudes, en ese juego de dominaciones y manipulaciones, aspectos clave de su filmografía, sus principales constantes.

Un policía (Van Heflin), que cree ser injustamente tratado por la vida, queda prendado por el lujo de una casa que van a vigilar por la denuncia de la posible presencia de un presunto merodeador. La denuncia procede de Susan Gilvray (Evelyn Keyes), una mujer casada con un conocido locutor de radio que pasa las noches sola. El policía, Webb Garwood (Van Heflin), hará todo lo posible por seducirla.



La película se inicia con una brevísima escena que parece una declaración de intenciones. Un encuadre dentro de un encuadre, una ventana, donde Losey nos pone en el papel de voyeur, como el merodeador que vigila a nuestra protagonista, al mismo nivel, mientras ésta se acicala en el baño, en intimidad, sorprendida repentinamente por dicho observador. Como en Hitchcock se aprecia en esta sencilla escena una reflexión sobre el propio cine y su esencia, si bien en el cine del maestro inglés esto era muy común y uno de sus elementos básicos a nivel conceptual. Una estupenda escena para marcar el tono.



El inicio es profundamente expresionista, con un constante juego de luces y sombras, como vemos en la presentación de la pareja de policías. En esta presentación apreciaremos primero el contraplano, uso de luces con un foco bañando la fachada de la casa de la mujer, y luego el plano, los que miran, los dos agentes.

Desde el mismo inicio vemos el contraste entre los dos policías, nuestro protagonista es irónico y parece rezumar cierta envidia y fascinación por el lujo y riqueza de la vivienda que deben vigilar. Su compañero, Bud (John Maxwell), auténtico y modesto, se conforma con disfrutar de su vida sin excesos de ambición, su fascinación es su familia y su hobby geológico.



Hay un detalle de puesta en escena que va definiendo claramente a Webb (Heflin), es el momento en el que, tras haberse mostrado indiferente al problema de la mujer y más preocupado por los lujos que la casa contiene, le pregunta a la dueña que si quiere que se queden para que esté más tranquila. En ese momento, justo al salir de la casa, Webb nos dará la espalda y para acentuar este aspecto en el contraplano veremos cómo su engreído rostro se sumerge en las sombras al cerrarse la puerta. Todo ello muestra su falsedad, su lado oscuro, su personalidad retorcida, de una forma sencilla, sutil y brillante visualmente. Todo con un perfecto manejo de las luces y las sombras.




La distinción de personalidades de los dos policías, ya mencionada, se verbaliza en la posterior conversación entre ellos. El más veterano, Bud, habla de su hobby, sus libros y su mujer, mientras que Webb no puede ocultar su creciente obsesión e interés por el dinero de ese matrimonio, la mujer que allí vive, la casa… una conversación que no es tal, porque cada uno habla de una cosa sin atender apenas al otro.

La mirada hitchcockiana de Losey en estas primeras secuencias se mantiene, un ejemplo lo tenemos en esa pequeña escena donde vemos a Susan tumbada en su cama tomando un té, su relajado y sensual movimiento de cabeza y su pie en alto. Morbosa mirada… antes del regreso de Webb.



Un travelling que integra a Webb en el entorno de la casa lo sigue en su husmeo por el piso, allí empezará a intimar con Susan, que contará su pasado como actriz frustrada, que tiene un marido locutor de radio al que escucha todas las noches y que son del mismo lugar, que quizá se conocieron en el pasado. Este último aspecto es lo que crea los lazos y facilita el coqueteo del agente.

Aunque mantendrá que está felizmente casada, intuiremos que lo que está es felizmente acomodada, ésta será la debilidad que explotará Webb. La sutil sonrisa de Susan al despedirse del policía y apagar la luz la delata.



Hasta pronto Susan”.

Los encuentros se van sucediendo, la relación desarrollándose. Webb irá como invitado, vestido de calle. En estas conversaciones entenderemos sus motivaciones, no le gusta ser policía y está frustrado porque piensa que merecía mejor suerte. Susan poco a poco va estando más tentada por las atenciones de Webb, una sensual escena la tendremos en el juego con la horquilla. Los diálogos están repletos de segundas intenciones, insinuaciones, tensión y desafío sexual.


“¿Eso es lo que pretende? ¿Retrasar las cosas?”


En su investigación por el piso y gracias a la horquilla, Webb descubrirá el testamento del marido de Susan, algo que será mostrado de forma sutil y aparcado hasta el final.

Son muy interesantes las escenas de seducción del decidido policía con la incómoda y constante presencia de la voz del marido, que parece presidir el flirteo. Así Susan confesará que su manifestada felicidad no es tal, que está atrapada, pero que tiene una vida cómoda, adinerada… también manifiesta su frustración por no poder tener hijos, su marido es muy mayor. Faltan excitaciones, por eso le tienta cada vez más el policía, aunque sus principios al inicio la frenen. Muy bien elaborado el progreso de la relación, con profundidad, desarrollo y paciencia, sin precipitación ni prisas. Cuando Webb se lance será rechazado con contundencia, fiereza y bofetadas. Lo echará.


Webb es maquiavélico, sus fines justifican sus medios, pero también es la decisión y la tenacidad personificada. Insistirá. Como en la primera ocasión en la que la vemos abrir la puerta, Susan no mirará por la mirilla, sí lo hará la segunda vez, muestra de confianza y de que no esperaba el regreso de Webb. Aunque pueda resultar forzado, el hecho es que Webb logrará hablar con ella para disculparse y conseguirá su identificación al hablar de la soledad, el punto débil de la chica, que pasa las noches, sola, esperando al marido. Se reinicia la relación.



Más sensualidad, el baile, la reticente Susan no opone resistencia en el regreso, en realidad su dignidad anterior era forzada, su pulsión interior la incitaba a caer en esa tentación. Consumándola.


La consumación será acompañada por un disco, no por la voz del marido. Pequeña liberación.

La escena donde Webb conversa con Bud y su mujer sobre las aficiones de éste, muestra a las claras la personalidad del personaje. Aburrido, deseando irse para asistir a su cita con Susan, no le importa lo más mínimo lo que su amigo dice o hace, sólo le interesa cumplir su propósito, parece incapaz de la empatía. Su entusiasta compañero no se percatará y mostrará sus rocas con delectación. Losey nos muestra su talento al hacer que sea la mujer de Bud la que se percate de la incomodidad de Webb, las mujeres mucho más atentas siempre a los detalles y las sensibilidades. Losey nos enseñará en un plano sutil y general todo esto, cuando veamos a la mujer extrañada por la actitud de Webb al darse un momento la vuelta. Gran detalle de puesta en escena delicado e inteligente. Posteriormente verbalizará sus sospechas, incluso a solas con su marido, en ese tierno momento tras la marcha de Webb. Un marido, Bud, que parece no enterarse de nada.

Aparente rutina de la clandestina pareja, ella encantada, el retorciendo su cabeza para seguir el plan fijado. El marido en la radio, una pequeña pistola, las vacaciones de él, una fuga juntos, los miedos y la frustración por tener que ocultarse… son los elementos que van generando la tensión y haciendo intuir hacia donde encaminará sus pasos el resuelto Webb.

Webb poco a poco va consiguiendo su propósito, tener controlada, manipulada y dominada a Susan, su amante y víctima. La chantajeará emocionalmente con total frialdad para que vaya haciendo lo que él quiere. Querrá que se vaya con él de vacaciones a Las Vegas.

Tienes que hacerlo y lo harás”.


Contra lo que tenía pensado ella no se presentará, pero nada arredrará a Webb, que irá a verla y mantendrá una conversación con Susan donde ésta dirá que su marido sabe que tiene un amante y una consiguiente amenaza de muerte y posterior suicidio. Webb va generando en ella un sentimiento de culpa que le servirá en esa manipulación psicológica que ejerce. Posteriormente, marido y mujer mantendrán una breve conversación en off, que oiremos desde el punto de vista del protagonista. La idea de no mostrar apenas al marido es muy buena, incluso hubiera sido más efectiva si no apareciera en ningún momento y tan solo fuera una presencia fantasmagórica personificada en la voz de la radio.

Narrativamente hablando “El merodeador” es notable. El espectador no acaba de conocer cuáles son los propósitos y el fin último del protagonista, ni siquiera conoce claramente sus intenciones ni el porqué de sus repentinos cambios de actuación, esto se va aclarando conforme avanzamos en dicha narración de forma magistral.



 


Dedicada a Ana, amiga madridista y cinéfila.




6 comentarios:

  1. ¿Y dices que la película no se caracteriza por el suspense? Pues me he quedado la mar de intrigada. Mañana nos pasamos por aquí:)
    Un abrazo,
    Patricia

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  2. Buena idea MrSambo la de no "spoilearla totalmente". Me he quedado intrigado yo también. El argumento me recuerda a un thriller más moderno, del montón, protagonizado por Ray Liotta. ¿Es este último una versión modificada?

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    1. Hola Keyser, bueno, creo que mañana acabo de destriparla jajaja. La de Ray Liotta creo que se llama FALSA SEDUCCIÓN y no es un remake, aunque efectivamente creo recordar que tiene puntos en común, pero van por sitios distintos. Buen título te has sacado, no recordaba esa cinta de Liotta. No sé hasta que punto pudieron basarse en ésta, pero no sería del todo desdeñable la idea como bien apuntas.

      Un saludo crack.

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    2. Hola Amigos:Existe la posibilidad de ver El Merodeador como si todo sucediera en un sueño. Así, las contradicciones de los personajes, el paso abrupto de una escena a otra ,la conducta corrosiva de Webb y el desierto bizarro del final, configuran para mí un verdadero cuadro onírico, lleno de las oscuridades propias de una lógica pesadillesca y ensoñada.¿No les parece?

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    3. Pues puede ser una interesante interpretación en la que indagar, aunque de inicio presentaría problemas de coherencia y punto de vista.

      Muchas gracias por el aporte, Pacane.

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