miércoles, 23 de enero de 2013

Crítica: DEJAD PASO AL MAÑANA (1937) -Parte 1/3-

LEO McCAREY









Leo McCarey pasa por ser uno de los cineastas más grandes que ha dado el séptimo arte en la historia. Uno de los genios de la comedia y el melodrama que contó con un gran éxito y aceptación tanto de público como de crítica. Ganador de dos Oscar de la academia como mejor director por “La Pícara Puritana” (1937) y “Siguiendo mi camino” (1944), sus éxitos de taquilla se cuentan por decenas. 

Toda la filmografía de McCarey se encuentra bañada por la influencia e ideas católicas. El director fue educado en la religión católica que practicó hasta el día de su muerte en 1969. Esto se aprecia en todas sus películas, títulos como “Tú y yo” (1939-1957); “Siguiendo mi camino” (1944); “Las campanas de Santa María” (1945) o esta que nos ocupa son exponentes evidentes de lo comentado. Una reivindicación de los valores tradicionales, de las enseñanzas y principios católicos donde las iglesias o los sacerdotes tienen un papel importante o principal. La capacidad de Leo McCarey para la emoción, su sensibilidad sin límites, ha sido pocas veces igualada, sin caer en la sensiblería, con un manejo de los silencios y las miradas, que casi remite a cineastas orientales o al propio Bresson, muy posterior a él, sencillamente perfecto. Por ello, además de ser un talentoso creador de comedias que manejaba como pocos la screwball (“La pícara puritana”) o el slapstick (“Sopa de ganso”) (1933), es considerado uno de los mejores directores de melodramas de la historia del cine (“Tú y yo”, “Dejad paso al mañana”, “Las campanas de Santa María”).



Licenciado en derecho, tras sus intentos como abogado y boxeador se dedicó a lo que de verdad la apasionaba, el cine. Comenzó como director cómico en cintas de Laurel y Hardy o Los Hermanos Marx, para luego dirigirse a proyectos más personales. Estas primeras cintas y su sentido del humor serán una influencia que marcará la obra del director hasta el final, un humor totalmente reconocible y explotado en todas sus facetas, diálogos, escenas físicas etc.

La renuncia (“Las campanas de Santa María”, “Tú y yo”, “Siguiendo mi camino”, “Dejad paso al mañana”…), el amor verdadero (“Tú y yo”, “Las campanas de Santa María”…), el sacrificio (“Dejad paso al mañana”, “Las campanas de Santa María”…), entre otros muchos temas, son constantes en el cine de McCarey y los veremos fielmente reflejados en esta película.

Para McCareyDejad paso al mañana” era su mejor obra, incluso manifestó cuando le dieron el Oscar ese mismo año por otra de sus grandes cintas, “La pícara puritana”, que le habían premiado por la película equivocada.



Esta obra indiscutible del maestro McCarey aborda un tema similar, o igual, al tratado por Yasujiro Ozu en “Cuentos de Tokio” (1953), otra obra de arte descomunal de obligado visionado. No sería raro que el maestro japonés se hubiera fijado mucho en la cinta de McCarey para su genial película.

Los valores religiosos y católicos están especialmente presentes en esta cinta, así McCarey la iniciará recordando uno de los mandamientos de alguien “muy sabio. "Honrarás a tu padre y a tu madre”.




El conflicto, muy actual y moderno, entre los padres mayores y los hijos que no quieren o creen que no pueden ocuparse de ellos cuando tienen sus propias vidas es el eje que vertebra esta desoladora historia, de la que Orson Welles, un absoluto fan de esta película, dijo que haría llorar a las piedras. Además John Ford la tenía entre sus cintas predilectas. ¡Ahí es nada!

Lejos de lo que cabría esperar McCarey huye de cualquier tipo de sensiblería y maniqueísmo, profundizando en todos los problemas y comprendiendo las razones de todos, aunque toma un evidente partido, algo que no esconde en ningún momento, ya que como he comentado, inicia su película mencionando el mandamiento en el que se debe honrar a los padres.


McCarey mostrará las dificultades de la convivencia de esos abuelos con las nuevas generaciones, las dificultades para congraciar trabajo y deberes familiares, las tiranteces y diferencias entre las distintas generaciones que conviven. El director nos mostrará la incomodidad de los hijos, las presiones de los yernos, la incomprensión de los nietos, los descuidos de los abuelos… Se preocupará por las razones de todos ellos, por cómo influye la presencia de la abuela en la vida y el trabajo de una nuera, como una nieta no se siente cómoda con sus amistades al estar su abuela presente, como los hijos se sienten presionados por sus mujeres, cómo sienten una falta de intimidad… No hay trazo grueso en ningún momento, no sitúa a todos los hijos en el mismo lugar, son distintos aunque todos acaben tomando la misma decisión en grupo, su mirada diferencia y, aunque severa, se advierte interés en sus justificaciones, que no comparte. Del mismo modo no escatima las dificultades que los abuelos pueden crear, McCarey no las ve graves, pero las muestra como parte del conflicto, cómo se inmiscuyen en la intimidad o en las relaciones entre padres e hijos (el lio con la hija de George y Anita, donde la abuela se ve involucrada casi sin comerlo ni beberlo), cómo molestan, sin querer, cuando los hijos tiene cosas que hacer (la aparición de la abuela en la clase de bridge de Anita)…

Las incomodidades y molestias que los padres pueden generar y el egoísmo de los hijos mostrados sin demagogia alguna, con talento y sensibilidad exquisitas.

McCarey acaba concluyendo que todo son excusas poco justificadas, que con un poco de esfuerzo por parte de todos se podría honrar a esos padres y esas madres. Los hijos buscan la menor justificación o dificultad para quitarse la responsabilidad de encima. Que la hija de George y Anita, Rhoda, ponga como excusa a la abuela para no llevar a sus amigos a casa es una mera mascarada para ocultar a sus padres que sale con un hombre, algo típico de la edad.

Reflexiones de verdadero calado y profundidad.

Tras la introducción con la mencionada defensa a los padres, columna vertebral de la sociedad, y un breve y espiritual plano del cielo, nos introduciremos en la vida de los Cooper. El cabeza de familia reúne a sus hijos para comunicarles que van a perder su casa de toda la vida. Esta sencilla noticia desencadenará los tormentos, problemas y preocupaciones de los hijos al verse obligados a ocuparse de sus padres.

Esta primera escena es un auténtico portento de naturalidad, frescura y talento cinematográfico por parte de McCarey. Lo podemos comprobar en toda la secuencia, esa mancha a Nellie, la hermana más adinerada, al servir Robert, el hermano graciosillo, el café; las conversaciones y bromas varias entre hermanos y padres… Todo cambiará cuando el padre anuncie la noticia. El banco se queda su casa.




Aquí la puesta en escena, precisa, clásica y depurada de McCarey deslumbra de forma excepcional. Separará de forma sutil a los padres de los hijos. Así, si en un principio aparecían mezclados, hijos al lado de la madre o junto al padre, encuadres con dos hermanas por un lado y otros por otro… ahora veremos cómo los cuatro hermanos quedarán juntos sentados frente a los padres y en el contraplano, detrás de los cuatro, veremos a los padres, juntos también , enfrente. De esta sutilísima forma McCarey muestra el inicio del distanciamiento real, padres enfrentados a los hijos. Encuadres que aíslan a los dos sectores de la familia, un detalle sencillamente magistral. Ellos empezarán a debatir sobre la situación, intentando solucionar el problema y ver la mejor manera de proceder, intentando buscar soluciones con las que todos estén contentos. Unos se intentarán escaquear alegando problemas de dinero, irónicamente la más adinerada, y se van echando la responsabilidad de llevárselos a vivir con ellos de unos a otros. Será George, el personaje que interpreta el gran Thomas Mitchell, el que lleve la voz cantante y además acceda a llevarse a su madre por un tiempo hasta que Nellie, la que está en mejor situación económica, pueda hacerse cargo de los dos. El padre se irá a vivir esas semanas con la otra hermana, Cora.


Así empezaremos a ver los problemas de convivencia en casa de George. Rhoda, su hija, ve invadida su intimidad, su habitación. La abuela, con sus comportamientos y modos parece incomodar las rutinas de madre e hija.

La historia que cuenta McCarey es desoladora, verdaderamente triste. Es la constatación del desprecio a los padres, de no saber cómo decirles que sobran, que no se les quiere a tu lado, que estorban y, en definitiva, que no aporta nada. La constatación de que sólo importan como personas con las que pasar un breve rato, generalmente por compromiso y obligación, o mientras se les puede sacar algo. Esta idea tan real, y por desgracia habitual en la actualidad, sería difícil de manejar sin caer en la sensiblería o un exceso de melodrama. Para solucionar esto la maestría de McCarey no tiene límites. Un ejemplo lo vemos en la escena donde George pretende ayudar a su mujer, que cree que la abuela la molestará en su clase de brigde. Para ello decide llamar a Nellie, la hermana rica, para que se quede con ella esa noche. Veremos como Nellie y su marido no están dispuestos a quedarse con ella ni esa noche ni ninguna, aunque ella no lo haya reconocido aún y siga dando largas. La escena concluirá con una pequeña broma donde el marido, tras decir que no piensa dejar que los padres de Nellie convivan con ellos y que él no ha metido a los suyos en sus vidas, dice a su esposa que pasarán la velada con su madre. Este uso de la ironía y el humor como distensión, perfectamente integrados en la narración, es una marca registrada que lima la dureza y hacen más asumibles los hechos.


Además de esto la obra derrocha sutileza por todos lados, sólo le hace falta mostrar la estancia de Nellie y su camisón para hacernos saber su acomodada posición.

 


A mis padres





4 comentarios:

  1. En un tweet me he referido a tu post como "reseña" pero sin duda estos post que te marcas son artículos o tratados ;-). He visto algunas de las películas que mencionas del director, pero no "Dejad paso al mañana". Me encanta cuando señalas el momento en el que se pasa de ver a cada miembro de la familia indistintamente mezclados con otros, a ya convertirse en dos bandos. Está claro, que detrás de un buen director, no hay decisiones al tuntún, y que siempre hay un porqué detrás, aunque nos parezca todo tan natural. Esperamos el resto! Quiero seguir sabiendo más de los Cooper...
    Un abrazo,
    Patricia

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  2. Honor que me haces Patricia, tanto por tus palabras como por tus aportes aquí. Mañana habrá más.

    Un beso.

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  3. Tiene razón Patricia: tratados.

    Tus padres (y ya lo dije una vez) son afortunados por tenerte como hijo. Si bien la labor de educar es (loable y enemplar) mérito suyo, las enseñanzas son como semillas: germinan mejor, más fuertes, en buena tierra.
    La recompensa es ver crecer el fruto, regado con amor.

    Esperando las otras partes!

    Bss.

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  4. Muchas gracias Reina, yo sí que lo soy. Me alegra leer eso y más viniendo de una gran madre.

    Besos.

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