Leo McCarey pasa por ser uno de los cineastas más grandes que ha dado el séptimo arte en la historia. Uno de los genios de la comedia y el melodrama que contó con
un gran éxito y aceptación tanto de público como de crítica. Ganador de dos
Oscar de la academia como mejor director por “La Pícara Puritana” (1937) y
“Siguiendo mi camino” (1944), sus éxitos de taquilla se cuentan por decenas.
Toda la filmografía de McCarey se encuentra bañada por la
influencia e ideas católicas. El director fue educado en la religión católica
que practicó hasta el día de su muerte en 1969. Esto se aprecia en todas sus películas,
títulos como “Tú y yo” (1939-1957); “Siguiendo mi camino” (1944); “Las campanas
de Santa María” (1945) o esta que nos ocupa son exponentes evidentes de lo
comentado. Una reivindicación de los valores tradicionales, de las enseñanzas y
principios católicos donde las iglesias o los sacerdotes tienen un papel
importante o principal. La capacidad de Leo McCarey para la emoción, su sensibilidad
sin límites, ha sido pocas veces igualada, sin caer en la sensiblería, con un
manejo de los silencios y las miradas, que casi remite a cineastas orientales o
al propio Bresson, muy posterior a él, sencillamente perfecto. Por ello, además de ser un talentoso
creador de comedias que manejaba como pocos la screwball (“La pícara puritana”) o
el slapstick (“Sopa de ganso”) (1933), es considerado uno de los mejores
directores de melodramas de la historia del cine (“Tú y yo”, “Dejad paso al
mañana”, “Las campanas de Santa María”).
Licenciado en derecho, tras sus intentos como abogado y
boxeador se dedicó a lo que de verdad la apasionaba, el cine. Comenzó como
director cómico en cintas de Laurel y Hardy o Los Hermanos Marx, para luego
dirigirse a proyectos más personales. Estas primeras cintas y su sentido del humor
serán una influencia que marcará la obra del director hasta el final, un humor
totalmente reconocible y explotado en todas sus facetas, diálogos, escenas
físicas etc.
La renuncia (“Las campanas de Santa María”, “Tú y yo”,
“Siguiendo mi camino”, “Dejad paso al mañana”…), el amor verdadero (“Tú y yo”,
“Las campanas de Santa María”…), el sacrificio (“Dejad paso al mañana”, “Las
campanas de Santa María”…), entre otros muchos temas, son constantes en el cine
de McCarey y los veremos fielmente reflejados en esta película.
Para McCarey “Dejad paso al mañana” era su mejor obra,
incluso manifestó cuando le dieron el Oscar ese mismo año por otra de sus
grandes cintas, “La pícara puritana”, que le habían premiado por la película
equivocada.
Esta obra indiscutible del maestro McCarey aborda un tema
similar, o igual, al tratado por Yasujiro Ozu en “Cuentos de Tokio” (1953), otra
obra de arte descomunal de obligado visionado. No sería raro que el maestro
japonés se hubiera fijado mucho en la cinta de McCarey para su genial película.
Los valores religiosos y católicos están especialmente
presentes en esta cinta, así McCarey la iniciará recordando uno de los
mandamientos de alguien “muy sabio”. "Honrarás a tu padre y a tu madre”.
El conflicto, muy actual y moderno, entre los padres mayores
y los hijos que no quieren o creen que no pueden ocuparse de ellos cuando tienen
sus propias vidas es el eje que vertebra esta desoladora historia, de la que
Orson Welles, un absoluto fan de esta película, dijo que haría llorar a las
piedras. Además John Ford la tenía entre sus cintas predilectas. ¡Ahí es nada!
Lejos de lo que cabría esperar McCarey huye de cualquier
tipo de sensiblería y maniqueísmo, profundizando en todos los problemas y
comprendiendo las razones de todos, aunque toma un evidente partido, algo que
no esconde en ningún momento, ya que como he comentado, inicia su película
mencionando el mandamiento en el que se debe honrar a los padres.
McCarey mostrará las dificultades de la convivencia de esos
abuelos con las nuevas generaciones, las dificultades para congraciar trabajo y
deberes familiares, las tiranteces y diferencias entre las distintas
generaciones que conviven. El director nos mostrará la incomodidad de los
hijos, las presiones de los yernos, la incomprensión de los nietos, los
descuidos de los abuelos… Se preocupará por las razones de todos ellos, por
cómo influye la presencia de la abuela en la vida y el trabajo de una nuera,
como una nieta no se siente cómoda con sus amistades al estar su abuela presente,
como los hijos se sienten presionados por sus mujeres, cómo sienten una falta de
intimidad… No hay trazo grueso en ningún momento, no sitúa a todos los hijos
en el mismo lugar, son distintos aunque todos acaben tomando la misma decisión en
grupo, su mirada diferencia y, aunque severa, se advierte interés en sus
justificaciones, que no comparte. Del mismo modo no escatima las dificultades
que los abuelos pueden crear, McCarey no las ve graves, pero las muestra como
parte del conflicto, cómo se inmiscuyen en la intimidad o en las relaciones
entre padres e hijos (el lio con la hija de George y Anita, donde la abuela se
ve involucrada casi sin comerlo ni beberlo), cómo molestan, sin querer, cuando
los hijos tiene cosas que hacer (la aparición de la abuela en la clase de
bridge de Anita)…
Las incomodidades y molestias que los padres pueden generar
y el egoísmo de los hijos mostrados sin demagogia alguna, con talento y
sensibilidad exquisitas.
McCarey acaba concluyendo que todo son excusas poco
justificadas, que con un poco de esfuerzo por parte de todos se podría honrar a
esos padres y esas madres. Los hijos buscan la menor justificación o dificultad
para quitarse la responsabilidad de encima. Que la hija de George y Anita, Rhoda,
ponga como excusa a la abuela para no llevar a sus amigos a casa es una mera mascarada
para ocultar a sus padres que sale con un hombre, algo típico de la edad.
Reflexiones de verdadero calado y profundidad.
Tras la introducción con la mencionada defensa a los padres,
columna vertebral de la sociedad, y un breve y espiritual plano del cielo, nos
introduciremos en la vida de los Cooper. El cabeza de familia reúne a sus hijos
para comunicarles que van a perder su casa de toda la vida. Esta sencilla
noticia desencadenará los tormentos, problemas y preocupaciones de los hijos al
verse obligados a ocuparse de sus padres.
Esta primera escena es un auténtico portento de naturalidad,
frescura y talento cinematográfico por parte de McCarey. Lo podemos comprobar
en toda la secuencia, esa mancha a Nellie, la hermana más adinerada, al servir
Robert, el hermano graciosillo, el café; las conversaciones y bromas varias
entre hermanos y padres… Todo cambiará cuando el padre anuncie la noticia. El
banco se queda su casa.
Aquí la puesta en escena, precisa, clásica y depurada de
McCarey deslumbra de forma excepcional. Separará de forma sutil a los
padres de los hijos. Así, si en un principio aparecían mezclados, hijos al
lado de la madre o junto al padre, encuadres con dos hermanas por un lado y
otros por otro… ahora veremos cómo los cuatro hermanos quedarán juntos sentados
frente a los padres y en el contraplano, detrás de los cuatro, veremos a los
padres, juntos también , enfrente. De esta sutilísima forma McCarey muestra el
inicio del distanciamiento real, padres enfrentados a los hijos. Encuadres que
aíslan a los dos sectores de la familia, un detalle sencillamente magistral. Ellos
empezarán a debatir sobre la situación, intentando solucionar el problema y ver
la mejor manera de proceder, intentando buscar soluciones con las que todos
estén contentos. Unos se intentarán escaquear alegando problemas de dinero,
irónicamente la más adinerada, y se van echando la responsabilidad de llevárselos
a vivir con ellos de unos a otros. Será George, el personaje que interpreta el
gran Thomas Mitchell, el que lleve la voz cantante y además acceda a llevarse a
su madre por un tiempo hasta que Nellie, la que está en mejor situación
económica, pueda hacerse cargo de los dos. El padre se irá a vivir esas semanas
con la otra hermana, Cora.
Así empezaremos a ver los problemas de convivencia en casa
de George. Rhoda, su hija, ve invadida su intimidad, su habitación. La abuela,
con sus comportamientos y modos parece incomodar las rutinas de madre e hija.
La historia que cuenta McCarey es desoladora, verdaderamente
triste. Es la constatación del desprecio a los padres, de no saber cómo
decirles que sobran, que no se les quiere a tu lado, que estorban y, en definitiva,
que no aporta nada. La constatación de que sólo importan como personas con las
que pasar un breve rato, generalmente por compromiso y obligación, o mientras
se les puede sacar algo. Esta idea tan real, y por desgracia habitual en la
actualidad, sería difícil de manejar sin caer en la sensiblería o un exceso de
melodrama. Para solucionar esto la maestría de McCarey no tiene límites. Un
ejemplo lo vemos en la escena donde George pretende ayudar a su mujer, que cree
que la abuela la molestará en su clase de brigde. Para ello decide llamar a
Nellie, la hermana rica, para que se quede con ella esa noche. Veremos como
Nellie y su marido no están dispuestos a quedarse con ella ni esa noche ni
ninguna, aunque ella no lo haya reconocido aún y siga dando largas. La escena
concluirá con una pequeña broma donde el marido, tras decir que no piensa dejar
que los padres de Nellie convivan con ellos y que él no ha metido a los suyos
en sus vidas, dice a su esposa que pasarán la velada con su madre. Este uso de
la ironía y el humor como distensión, perfectamente integrados en la narración,
es una marca registrada que lima la dureza y hacen más asumibles los hechos.
Además de esto la obra derrocha sutileza por todos lados,
sólo le hace falta mostrar la estancia de Nellie y su camisón para hacernos
saber su acomodada posición.
A mis padres.
En un tweet me he referido a tu post como "reseña" pero sin duda estos post que te marcas son artículos o tratados ;-). He visto algunas de las películas que mencionas del director, pero no "Dejad paso al mañana". Me encanta cuando señalas el momento en el que se pasa de ver a cada miembro de la familia indistintamente mezclados con otros, a ya convertirse en dos bandos. Está claro, que detrás de un buen director, no hay decisiones al tuntún, y que siempre hay un porqué detrás, aunque nos parezca todo tan natural. Esperamos el resto! Quiero seguir sabiendo más de los Cooper...
ResponderEliminarUn abrazo,
Patricia
Honor que me haces Patricia, tanto por tus palabras como por tus aportes aquí. Mañana habrá más.
ResponderEliminarUn beso.
Tiene razón Patricia: tratados.
ResponderEliminarTus padres (y ya lo dije una vez) son afortunados por tenerte como hijo. Si bien la labor de educar es (loable y enemplar) mérito suyo, las enseñanzas son como semillas: germinan mejor, más fuertes, en buena tierra.
La recompensa es ver crecer el fruto, regado con amor.
Esperando las otras partes!
Bss.
Muchas gracias Reina, yo sí que lo soy. Me alegra leer eso y más viniendo de una gran madre.
ResponderEliminarBesos.