Londres, 1923.
Primer duelo entre Liddell y Abrahams. Hudson muestra una
admiración total por el espíritu deportivo y los grandes competidores. Puede
chocar su limpia mirada en la actualidad, donde la deportividad puede no ser
tan marcada al haber cedido al espectáculo, en el atletismo especialmente, pero
era así en aquella época sin lugar a dudas. Así veremos todo esto en detalles
como el respeto que muestran los compañeros a la concentración de Abrahams
antes de la competición. Ben Cross está realmente bien en su papel de
competidor nato sin fisuras, de firme ambición y decisión. Nicholas Farrell
hace de amigo fiel, un papel que parece irle como anillo al dedo, sólo hay que
recordar también su excelente encarnación como Horacio en el Hamlet (1996) de Kenneth
Branagh.
Por otro lado, e insistiendo con el tema de la deportividad,
vemos a Eric Liddell comportarse como un caballero y desear suerte a su rival
antes de la competición, en el mismo vestuario. Tendremos más ejemplos de todo
esto.
Liddell vencerá con suma facilidad en los 100 metros. Una magistral escena en la que se rueda
toda la carrera en un solo plano. Además de la cámara lenta, el momento de la
derrota de Abraham será resaltado por la música distorsionada de Vangelis. El
director parece tomar partido a favor de Abrahams antes que por Liddell, si
bien es cierto que no se sabe muy bien por qué.
Esta derrota implica varias cosas, tanto a nivel narrativo
como reflexivo. La derrota abrirá dos relaciones para Abrahams, con la chica,
Sybil, y con su entrenador, Sam Mussabini (Ian Holm). Del mismo modo Hudson
hace hincapié en el verdadero espíritu de la competición con la actitud de
Abrahams, su insistencia, no limitarse a participar, luchar por mejorar y ganar
hasta el final.
La repetición de la carrera, a cámara lenta de nuevo, en un
montaje paralelo sobre el rostro de Abrahams, muestra el sentimiento del deportista
en la derrota. Se ha oído en multitud de ocasiones a deportistas de todas las modalidades
comentar como reviven una y otra vez momentos, jugadas o partidos enteros donde
han fallado para corregir errores. Esto lo vemos visualmente con Abrahams
sentado en la grada mirando frustrado la pista donde los fantasmas a cámara
lenta reviven su fracaso.
Así se inicia su trabajo de mejora, estudio y entrenamiento.
Volveremos a tener un montaje paralelo, en esa continua comparación que hace
Hudson de los dos deportistas, donde los veremos entrenar con intensidad. Uno
tratando de mejorar, el otro tratando de seguir siendo el mejor.
Para Eric Liddell correr y vencer es complacer y honrar a
Dios, lo hace por él, su mayor amor y creencia. Para Harold Abrahams vencer,
ser el más rápido, es reivindicarse, a él y a su religión, a sus creencias, si
alcanza la inmortalidad sería su victoria definitiva. La idea de una
motivación, de una creencia y objetivo claro, honesto y definido, como vehículo
del éxito. Todo esto vuelve a dejar un vínculo entre los dos corredores, cuando
les vemos haciendo entender sus motivaciones a sus parejas, la mencionada de
Liddell, y la de Abrahams con Sybil. En este segundo no será Abrahams el
que exponga dichas motivaciones, no tiene el mismo don de palabra, es más retraído
y blindado que Liddell, sino su amigo Andrew Lindsay (Nigel Havers).
Tendremos otro momento dedicado a Lindsay cuando le veamos
entrenar, tras hablar de los valores de Abrahams con la novia de éste. Un
entrenamiento con vallas y champagne. Una escena que no hubiera resultado raro
que eliminasen, pero que resulta interesante como reflexión sobre la influencia
e inspiración que gente como Abrahams o Liddell pueden ser para el resto, como
son de hecho, especialmente para los más pequeños.
Mencioné anteriormente un encuentro entre los profesores de
Cambridge y Abrahams, encuentro que llega hacia el ecuador de la cinta. En esta
conversación se verbalizará la importancia del deporte para Cambridge y sus
valores. Una escena rodada con gran precisión. Un ejemplo, el travelling de
retroceso que incluye al tercer interviniente (los otros dos son Ben Cross y John
Gielgud), justo en el momento que habla.
“A toda costa no, pero deseo ganar dentro de las normas. ¿Preferiría
que representase el papel de caballero y perdiera?”
En la pregunta anterior está la esencia de todo competidor y
deportista nato. Abrahams no entiende la postura de Cambridge, él sabe competir
y sabe en qué consiste, la cuestión no es participar si compites, la cuestión
es ganar. Si sólo pretendes divertirte, participa, si compites lo importante es
ganar. El no darlo todo por una subjetiva cuestión de caballerosidad, que varía
según quien la mire y en la época en la que estemos, es una vacuidad para todo
competidor nato. Esto además no tiene nada que ver con ser deportivo.
Precisamente ser deportivo consiste en competir a tope.
Abrahams contrapone el esfuerzo, el sacrificio, la lucha por
ganar a los obsoletos valores de Cambridge.
Todos nuestros protagonistas clasificados para los Juegos
Olímpicos de París, con Estados Unidos como la gran potencia a batir,
profesionalmente entrenados.
Aquí tenemos otro pequeño giro en la trama, que se ha ido
planteando con antelación, con el conflicto moral de Liddell al tener que
correr en domingo, algo que prohíbe su religión como ya se mostró en una de las
primeras escenas donde el personaje recriminaba cariñosamente a unos niños por
hacerlo. Se mantendrá firme y coherente con sus creencias, si bien es cierto
que parece que esto no es muy preciso históricamente. Los subrayados en over
para el conflicto de Liddell vuelven a sobrar, quedaban perfectamente mostrados
sin necesidad de ellos.
Hudson mostrará la
camaradería del equipo Olímpico, usará otra carta de Aubrey (Farrell), como
vehículo narrativo.
Uno de los grandes temas de la cinta es la individualidad,
así como su integración e importancia dentro de un equipo. Para retratar esto
Hudson recurre a los mencionados planos secuencia con largos travellings, como
el que vimos cuando los alumnos elegían actividades extraescolares o cuando se
nos muestra el sofisticado entrenamiento en grupo del equipo americano (otro
magnífico plano), incluso en la mítica secuencia inicial, y final, con el grupo
corriendo por la playa, pero parándose en cada uno de los miembros importantes
del equipo. Un detalle magistral.
La mencionada secuencia en el entrenamiento del equipo
americano se inicia con un plano de uno de los talentosos deportistas del
equipo, Jackson Scholz (Brad Davis), para pasar a una sucesión de travellings
con el resto del grupo entrenando. Ahí tenemos ese diálogo entre individualidad
y equipo. Los travellings y planos secuencia muestran a los equipos como un
todo, pero singularizará a los más destacados, especialmente en deportes
individuales.
Comienzan los juegos.
Una cámara lenta que en cuadra a la bandera Olímpica mecida
por el viento dará solemnidad a la participación de los deportistas. Una
primera carrera, vallas, tensión, insinuaciones de Vangelis, la cámara lenta
retratando la estética atlética…
Hudson nos regalará otro plano secuencia en la llegada a la
fiesta de gala que celebra la inauguración de los juegos. Allí se dilucidará el
conflicto de Liddell con su negativa a correr en domingo. Su amigo Lindsay
cederá su puesto en los 400 metros para que él pueda correr. Cabe puntualizar
que Liddell fue seleccionado para correr los 200 y los 400 metros. También hay
que mencionar que el problema de su oposición a correr los domingos está
manipulado y exagerado con intención dramática y no se corresponde del todo a la
realidad de los hechos. Liddell fue avisado con meses de antelación del
problema con la fecha de los 100 metros y entrenó para la prueba de 400.
Se suceden las derrotas inglesas, Hudson mostrará una de
ellas de manera especial, la de Aubrey (Nicholas Farrell), con un lejano plano
en picado, sostenido largamente, solidario. Esta derrota dará paso a una
hermosa escena donde el fiel amigo, que siempre había estado ahí para el
protagonista, mostrando su admiración y apoyo, recibirá una merecida
contraprestación con las bellas palabras de Abrahams, además de manifestar su
propio temor a la derrota.
Hudson se recrea en el uso del flashback, el entrenador de
Abrahams, Mussabini (Ian Holm), escribirá una carta a su pupilo, veremos cómo
éste la escribe al tiempo que Abrahams la lee. Es un nuevo ejemplo del uso de
las cartas como elemento narrativo dentro de la película.
Llegamos a uno de los momentos culminantes, la prueba
estrella, los 100 metros lisos, con Abrahams como protagonista. Es excelente la
meticulosidad en los detalles en la recreación de época, un ejemplo lo tenemos
en esas azadas que los corredores usan para hacer un pequeño agujero que les
permita apoyar mejor en las salidas. Abrahams vencerá de forma emotiva y será
repetido a cámara lenta. Se resarcirá de su anterior derrota en 200 metros.
Hay cierto ensimismamiento en la repetición de la carrera,
algo que aparece en distintos momentos de la cinta, y en el uso de la cámara
lenta.
Por el contrario resulta magistral la idea de que Holm sepa
lo ocurrido al ver izarse la bandera británica desde su piso frente al estadio,
ya que no podía entrar en el mismo. Un detalle brillantísimo de puesta en
escena, muy emocionante. La satisfacción, su satisfacción, vivida en soledad.
Una soledad que Abrahams subsanará enseguida al querer celebrar su éxito con
él, con Sam, a solas. Muy conmovedor.
Tan solo queda la prueba de 400 metros con Eric Liddell.
Arrasará sin contemplaciones, con una contundencia total. Una estupenda escena,
emotiva, con la banda sonora en su esplendor, aunque no el tema principal, con
el uso de la cámara lenta, pero lastrada en cierta medida por la cargante y
redundante voz over. Hudson no dejará ningún detalle en el olvido, Scholz (Brad
Davis), el atleta americano le dará ánimos con un mensaje escrito en un papel
que le entregará antes de la salida, mientras que Charles Paddock (Dennis
Christopher), que perdió una apuesta con el Príncipe de Gales (David Yelland),
mira con admiración y cierto celo a su victorioso rival. Todo resulta emotivo,
si bien en líneas generales es una cinta bastante contenida, incluso algo fría.
Familiares, amigos, parejas, emocionados con los triunfos de los suyos.
En la conclusión volvemos al “presente”, como era menester,
al homenaje y funeral de Harold Abrahams, que también tuvo su final feliz al
reunirse con su chica tras su medalla en París. Una hermosa despedida que
cerrará de forma circular, como ya comenté, la cinta, rubricada en la
repetición de la escena del equipo británico corriendo por la playa al ritmo de
Vangelis para despedirnos. Son varias las ocasiones en las que se repiten
escenas, todas ellas deportivas, como si de una retransmisión moderna se
tratara.
“Carros de fuego” es una magnífica reflexión sobre la
competitividad y la competencia, sobre el esfuerzo y el sacrificio, sobre el
afán de superación y el carácter para acometer aquello en lo que de verdad
creemos aunque el resto se oponga (los dos protagonistas tendrán que luchar
contra prejuicios y opiniones anquilosadas o descreídas, Liddell contra la
incomprensión hacia sus creencias y Abrahams contra la incomprensión hacia su
ambición y afán de mejora). Una reflexión sobre la amistad y la lealtad,
exaltada en casi todas las relaciones que vemos (Abrahams con su entrenador o
con Aubrey; Liddell con su mujer…). Una reflexión sobre la lucha, la tenacidad,
el orgullo, sobre la esencia del deporte y su espíritu. Una reivindicación de
todos esos valores indispensables para cualquier ámbito de la vida, no sólo el
profesional.
En definitiva una película notable que supera holgadamente
sus defectos, cierta rigidez y excesiva afectación, cierta frialdad y problemas
de ritmo, con un exceso de ensimismamiento. Todo esto es muy común en el cine
inglés.
También es evidente la mirada extraordinariamente patriótica
de la cinta. Lo que no es ningún defecto, aclaro.
Muy buenas interpretaciones de todo el reparto, que hace
gala de su saber hacer, talento inglés, y una notabilísima dirección, que a
pesar de sus redundancias y parsimonias, de sus inseguridades narrativas, es de
una gran elegancia clásica y en sus mejores momentos resulta realmente
inspirada.
Dedicada a Elcapita, una persona de valores al que espero haya gustado.
Pues sí. Me ha gustado mucho la última parte.
ResponderEliminarPorque creo q coincides en lo q explicaba ayer de los valores.
Ah, algo que me encanta: este toque tan cuidado en vestuario, caracterizaciones, escenarios. Son los mejores.
Y algo que me encantó d aye fue el comentario en el q se trae Gallipoli. Esa peli, las últinas escenas, me ponen un nudo en la garganta. Cada vez q la veo. (La he visto 3 veces!).
Besos Sambo!! Gracias por tus lecciones!!!
Gracias a ti Reina, me alegra que te haya complacido la conclusión jejeje.
ResponderEliminarEl gran Wsmith la mencionó, la tengo en el blog como sabrás.
Un besazo.
Claro q lo sé!! ;-P
EliminarYeaaaaah
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