“Adiós, muñeca” es considerada por muchos como la mejor obra
de Raymond Chandler. Desde luego parece una de sus obras más elaboradas
literariamente, la que más giros artísticos contiene, la más rica, aunque su
historia no sea la más embaucadora de las creadas por Chandler, ahí pierde por
la mano con “El largo adiós”, por poner un ejemplo.
Esa riqueza literaria, esa búsqueda del recurso artístico,
poético, es lo que más llama la atención de una obra que en general tiene las
grandes virtudes de Chandler en su estilo único como autor de novela negra. El tono, la
ironía, la gracia, el cinismo, los entornos recreados, son puro Chandler pero
con un poso aún mayor, como más cansado, incluso nostálgico, de lo habitual. Y
eso que sólo es su segunda novela. Además presenta algunas peculiaridades que
la hacen distinta.
Las novelas de Chandler se plantean con una desviación de
trama, con dos casos, uno el que se plantea de inicio y otro que surge poco
después sin aparente relación con el primero, que parece sustituirlo incluso,
para acabar confluyendo ambos finalmente. Este aspecto en “Adiós, muñeca” está
tremendamente marcado. Otro de los aspectos más interesantes de la novela es el
inicio con la descripción de la rutina detectivesca, casos de medio pelo y un
vagar sin un destino claro hasta que el caso que se tratará cae como por arte
de magia en manos de nuestro protagonista.
En “Adiós, muñeca” Chandler examina todo el espectro de
corrupción, desde los bajos fondos, pasando por la policía o los millonarios
gangsters. Aunque hay millonarios, el fiscal que aparece en escena no es,
precisamente, el peor de los personajes.
Será en “La dama del lago” donde Chandler no recurra a los
millonarios y su universo para montar su trama.
La película de Dick Richards carece de genialidad, no tiene
ninguna, es académica y artesanal, pero sí posee una seguridad y convicción que
la hacen muy notable, aparte de recrear el mundo chandleriano con acierto.
Aunque es a color la fotografía y el tono captan
perfectamente la atmósfera negra de Chandler, una película nocturna, oscura, un
protagonista cansado, una iluminación muy de cine negro clásico, expresionista,
un ambiente muy conseguido.
“Adiós, muñeca” tiene todos los elementos característicos
del cine negro más clásico, voz over, flashbacks, iluminación muy expresionista
con un uso de las sombras notable a pesar de ser una cinta a color (aunque en
ocasiones se va la mano con las sombras y cuesta reconocer a nuestro
protagonista), mujer fatal, una trama rocambolesca y un detective de los de
toda la vida.
La película se inicia con un Marlowe que decide contar los
secretos del caso en el que está inmerso a la policía. Nos narrará, y también
veremos, la rutina más pesada del detective, los casos de poca monta, asuntos de
adulterio o seguimiento a adolescentes, hasta que el azar lo lleva a meterse en
un asunto tremendamente enrevesado y oscuro. Un gigante (Jack O’Halloran) anda
buscando a su chica, acaba de salir de la cárcel, quiere que Marlowe le ayude.
El retrato de la noche, con las calles tenuemente iluminadas
de dorados, los bares, los salones, la gente… una excelente atmósfera sobria y
clásica que nos introduce en la zona reservada a los negros en la ciudad, al bar
donde trabajaba la enamorada buscada por el grandullón. Velma.
Se plantea de forma sutil el conflicto racial, y también de
forma curiosa porque el grandullón ni siquiera se percatará de esta circunstancia
cuando se mete en el que fuera lugar de trabajo de su novia, ahora un bar de
negros.
En el hotelito donde Marlowe habla con una familia interracial
rezuma la miseria. Aquí Richards muestra uno de los problemas de su dirección,
cierta torpeza en la puesta en escena que la hace previsible, por ejemplo
pasando del plano corto a uno general que nos anticipa que Marlowe se levantará.
Es evidente que no vamos a encontrar rasgos de genialidad en el trabajo de este
director aunque sí mucha corrección, elegancia y gusto clásico.
La miseria se mantiene en la casa de la señorita Florian,
Jessie Florian, una esperpéntica Norma Desmond de tres al cuarto, alcoholizada, que
se dedicaba a las variedades y vende lo que sea por una botella de licor. Se
incluyen referencias a la invasión de Rusia por parte de los nazis.
El retrato de Marlowe es tremendamente fiel y ajustado y se
ve además revalorizado por el excepcional trabajo de Robert Mitchum en el
papel. Honesto, viviendo al día, honrado, incapaz de renunciar a sus principios
por dinero, este último aspecto lo diferencia del Marlowe que interpretó Dick
Powell en “Historia de un detective” (Edward Dmytryk, 1945), donde parecía
vivir sólo para el dinero, lo que acababa desnaturalizando al personaje. Hay que
tener en cuenta que aquella fue una de las primeras apariciones de Marlowe en
pantalla.
La historia de la búsqueda de Velma parece acabar tras la
larga entrevista y la pista que le da la señorita Florian a Marlowe pero, como
ya he comentado, esto es típico de Chandler, aunque aquí sea aún más radical,
pasar de un caso a otro sin aparente relación hasta que todos los hilos de
ambos casos acaban confluyendo al final.
Aquí sí apreciamos el aspecto cansado, cínico, irónico, el
duro trabajo de investigación con nuestro protagonista mal dormido, sucio, mal
planchado o afeitado, que se trasluce de las novelas de Chandler y que brilla
por su ausencia en la otra encarnación que hizo de Marlowe el gran Robert
Mitchum en “Detective privado” (Michael Winner, 1978). También veremos a
nuestro protagonista recurrir a la botella cuando sea menester.
Harry Dean Stanton tiene un pequeño papel como policía
cínico y graciosillo.
El otro caso no parece tener que ver con el anterior, un
mero encargo, una protección para un pago que el cliente (John O’Leary) tiene
que hacer. No parece muy complicado pero todo se torcerá. Marlowe no le ve
ventajas al caso pero acepta porque está apurado de dinero.
Richards muestra con precisión la soledad del detective, un
héroe solitario, y no le tiembla el pulso para retratarlo con planos largos
pensando o descansando ante su mesa en la penumbra, aunque la voz over nos
acompañe. Esta voz over y los diálogos son brillantes como no podía ser de otra
manera, “Adiós, muñeca”, la obra de Chandler, tiene frases y momentos literarios
excelsos. La voz over no siempre está bien usada, en algunos momentos no es
necesaria redundando simplemente en lo que ya vemos.
La fotografía es bella y está realmente cuidada, se usan
iluminaciones altas o frontales, lo que potencia las sombras, especialmente
sobre los rostros en muchas ocasiones. Como ejemplo tenemos el interrogatorio a
Marlowe por parte de los policías, donde estos aparecen bañados en sombras sin
que se aprecie su rostro, se les elimina así su individualidad convirtiéndolos
en un colectivo abstracto. También se usarán iluminaciones desde zonas bajas
cuando sea necesario con la misma intención. Una iluminación que nos remite al
blanco y negro, sombras, rostros ocultos
o iluminados con una simple cerilla, como en la escena donde golpean a
Marlowe en su propio despacho… Muy expresionista.
El lujo, el poder y el dinero aparecen por primera vez con
la presentación de un juez y su mujer, relacionada con el cliente que contrató a
Marlowe y acabó muerto en el intercambio de dinero. El juez no es,
precisamente, el más deshonesto de los personajes que pueblan “Adiós, muñeca”.
El otro millonario será un gánster, pero eso es una cosa distinta.
En el barrio chino le darán la pista para visitar al
mencionado juez.
Dick Richards planifica muchas escenas en un solo plano,
aunque inserte algún primer plano o planos medios en ocasiones, un ejemplo de
esto lo tenemos en la escena donde se pide a Marlowe que deje el caso. Dicha
escena se inicia con un plano cerrado de nuestro protagonista lavándose las
manos que se abrirá, sin cortes, a uno general de la sala en la que están hasta
tres personajes y en la que se desarrollarán los diálogos. Una planificación
muy clásica.
La aparición de la imprescindible mujer fatal, una Charlotte
Rampling más Lauren Bacall que nunca, no puede ser más clásica tampoco.
Bajando, sensualmente, una escalera. La escena de seducción es brillante.
-“Desde luego estás muy anticuado”.
-“De cintura para arriba”.
La escena con la madame es magnífica. Se rodarán sus planos
en contrapicado y los de Marlowe en picado, incluyendo a ambos en los mismos.
Lenguaje clásico constante, como en la mencionada escena de seducción. La
madame sacudirá de lo lindo a un aparentemente indefenso Marlowe, pero éste no
se quedará atrás. Divertida y brillante escena.
Esto nos da paso a la escena onírica cuando nuestro
protagonista es drogado, un montaje pesadillesco y curiosos planos para
resaltar su intoxicado estado, su desorientación, mareo… también ayuda la
música que ambienta la escena.
Otro ejemplo de lenguaje clásico lo tenemos en la
conversación entre Marlowe y el mafioso Brunette (Anthony Zerbe), con un gran
tempo en la escena. Marlowe aceptará el dinero como protección. Marlowe
consumará su relación con Velma, será víctima de un tiroteo y de una traición.
Marlowe no es de muchos amigos, o de ninguno, pero aquí
recibirá la ayuda y se llevará bien con un quiosquero que siempre se muestra
fiel a él.
Otra de las escenas destacadas la tenemos con la muerte de
Florian, una escena de auténtico sabor a cine negro del mejor, claroscuros,
sombras, contrastes lumínicos, suciedad, naturalismo, investigación, pausa,
soledad… Una cortinilla acuosa cerrará el flashback que ha ocupado la práctica
totalidad de la narración hasta este momento.
En la parte final volvemos al presente, Marlowe debe ir a un
casino que se encuentra en alta mar, propiedad de Brunette, para acabar de
solucionar y aclarar la investigación una vez tiene todos los datos a su
disposición, una decisión arriesgada de la que piensa tiene muchas opciones de
no salir con vida. Una sensación de fatalidad donde Marlowe parece buscar un
destino desgraciado que es un acierto y perfectamente adecuado a una cinta de
cine negro. Alli se desvelará la verdad sobre Velma y su relación con Moose
Malloy.
La metáfora del beisbol con el tema de DiMaggio batido por
dos cualquiera, algo que no gusta a Marlowe, acaba reivindicando a los
mediocres, como muchas de esas vidas que Marlowe contempla, como la de la
familia a la que regalará 2000 dólares.
Una magnífica reflexión sobre la corrupción que invade cada
rincón de una sociedad podrida, como muestra Chandler con mayor contundencia
aún en su novela.
También tendremos un gran momento en ese plano solitario de
Harry Dean Stanton en la calle, cuando el resto de policías deciden comportarse
honestamente e ir a ayudar a Marlowe. Aquí el director no evita dar su opinión
y muestra su desprecio dejando en soledad al policía más cobarde.
La película rezuma romanticismo descorazonado, desazonado,
desencantado…
Como curiosidad mencionar que el escritor Jim Thompson
aparece en esta cinta, lo que acaba siendo algo magnífico, un recurso
metalingüístico que homenajea a la literatura negra con uno de los grandes
maestros apareciendo en la adaptación de la obra de otro de los grandes
maestros. Interpreta al juez Baxter Wilson Grayle.
En definitiva, un título notable, carente de genio, pero con
la corrección de un buen artesano que se disfruta y paladea con ese aliento
clásico en todo momento.
Mucho mejor que El detective la otra peli setentera que hizo Mitchum de Michal Winner. Esta peli la tengo mucho cariño, ya que la ví en mi adolescencia, época en la que era muy fan de Stallone y me descubrió el cine negro. Me gustó tanto que empecé a fagocitar la filmografía de Robert Mitchum y de ahí, descubrí el gran cine
ResponderEliminarclásico en B/N.
Gran película
Ruben Redondo
Me gusta eso que cuentas, parece que es una peli especial para ti. Así empiezan las cosas y tú evolución es ejemplar y envidiable.
ResponderEliminarUn abrazo.