“La Locandiera” es una
comedia que Carlo Goldoni escribió nada menos que en 1753. Una obra que trae el
aroma del orégano y el Chianti, unido a la picardía de las mujeres mediterráneas,
tan astutas como sensuales y poderosas, hasta que tropiezan con un guiño a su
corazón. Un vodevil delicioso, con siete personajes expresivos, expansivos, que
conectan con un espíritu común, liberándolo desde lo más hondo hasta ponerlo a
flor de piel: ese que hace que compartir un mismo mar suponga, aunque parezca
mentira, entender que la alegría de vivir fluye, también, entre manteles de
cuadros blancos y rojos…
La Locanda Trattoria
Estamos en Florencia, en un
momento indeterminado de los 60, en el Hostal La Mirandolina, un local que regenta
la propietaria del mismo nombre, tras haberlo heredado de su padre. La
guapísima y presumida patrona, ayudada por su fiel empleado Fabrizio, atiende a
los viajeros y es cortejada por casi todos los hombres que allí recalan. En el
hostal se hospedan el Marqués de Forlipopoli, un aristócrata sin un duro pero
con mucha alcurnia, y el Signore Albafiorita, un comerciante enriquecido y
amante de la opulencia. Ambos, cada uno en su estilo, cortejan a Mirandolina
que, simplemente, se deja querer y juguetea con las ilusiones de ambos nadando
entre dos aguas. Un buen día llega el Cavaliere Ripafratta, misógino
empedernido que se ríe de los dos pretendientes y trata de sacarle defectos al
servicio, con el fin de mostrarse ajeno a los encantos de Mirandolina.
La patrona, picada en su
orgullo, pues no está acostumbrada a ser tratada con este desdén, promete
enamorar a Ripafratta, y su plan es colmarle de atenciones hasta que consiga reblandecerle y, al declarar su desprecio por las mujeres que buscan los
favores masculinos para llevarles al matrimonio, alcanza su objetivo de
seducción.
A todas estas, asistimos a las
quejas de un celoso Fabrizio, que también ama a Mirandolina, a quien recuerda
que su padre le prometió su mano. Mirandolina responderá que es propietaria,
independiente y que tiene derecho a vivir siguiendo sus decisiones, sin que
esto suponga rechazar a Fabrizio, sólo pedirle algo más de tiempo.
Dos actrices llegarán al hostal, y viendo lo que allí se cuece se plantearán engañar al Marqués haciéndose pasar
por nobles, sin renunciar a intentar aprovecharse económicamente del
comerciante.
Finalmente, Mirandolina enfada a
Forlipopoli, Albafiorita y a Ripafratta, que amenazan con dejar el local. Todo
ello termina por decidirla a aceptar a Fabrizio en matrimonio, en honor a la
promesa hecha a su padre.
Pan, amor… y macarrones
Esta adaptación fue una delicia
de principio a fin.
Y es que el precioso espacio
gótico de la Biblioteca se convirtió en una plaza florentina, con su kiosko,
sus persianas, sus toldos, en la que se situaban las mesas del local donde los
comensales/espectadores debían sentarse compartiendo mesa y mantel, pasándose
el programa de la obra, en formato de menú.
La obra era coral en sus
interpretaciones, con unos actores (segundo reparto, con cambios en los papeles
masculinos) vestidos con trajes que recordaban las fotos de nuestros padres
jovencitos, y unas actrices que aportaban color y cardados en esos moños
sesenteros tan característicos.
El director, quien por cierto
estaba en una de las mesas de la sala el día que asistimos a la obra, se
planteó la adaptación haciendo al público cómplice e involucrándolo directamente
en la representación (un poco como los aficionados del fútbol son el jugador
nº12), y los clientes/comensales/espectadores eran interpelados directamente
(sutilmente, la iluminación aumentaba cuando esto ocurría), con gran regocijo
de la sala: cuando Ripafratta, enamorado, se lamentaba de haber caído en las
garras del amor y de la astucia femenina, se dirigía directamente a las señoras
de las mesas cercanas al escenario diciendo “ay
sí, señora mía, estas cosas del amor…” o “sí, sí, no se ría señora, que sabe que esto es verdad”; también
cuando llegaban las “actrices” al local, pasando entre las mesas de la sala
hasta subir al escenario acompañadas de Fabrizio, que llevaba los equipajes,
éste iba diciendo, con ese tono de apuro de los camareros: “buenas nocheees… no se preocupen, que los
macarrones llegarán pronto… ¡Es que estamos desbordados con tanta llegada! ¡Qué
trajín!”; la misma Mirandolina era la encargada de marcar el final del
primer acto y el descanso con un gracioso “¡Ayyy,
por Dios!, con tanta ida y venida les estamos desatendiendo. Esto es
imperdonable. Gracias por la paciencia. Ahora mismo les sirven la cena…”. ¡COSA
QUE OCURRIÓ!, porque lo gracioso fue que el personal de La Perla, vestidos con delantales
y empujando carros, empezaron a pasar las fuentes de macarrones y las botellas
de vino negro “de la casa”… Así que cenamos…
Tras un tiempo prudencial fue
disminuyendo la luz en la sala e intensificándose la del escenario, para que
éste recobrara protagonismo…
El reparto estupendo. Todos con
ese aire de comedia italiana, especialmente el dúo protagonista, recordando al
gran Marcello Mastroianni y a Sofía Loren.
Mención especial al papel de
Jordi Llovet como Marqués de Forlipoppoli, hilarante aristócrata venido a menos
(lo que le ponía en una posición de, digamos, “poca generosidad”), que hablaba
en un castellano relamido, muy castizo y chulapón, esclavo de las apariencias y
siempre mirando a los demás por encima del hombro, con unas escenas memorables cuando
pretendía agasajar a las que creía nobles damas invitándolas a un vino
exquisito en una botella… del tamaño de las del mini bar en un hotel. Una de
sus frases repetida varias veces: “yo
soy… quien soy”, dicho mirando al infinito y poniendo mucho énfasis e
histrionismo…
Pero las virtudes del montaje no
terminaron ahí. Tras la resolución de la trama, asistimos a una performance en
vivo de música italiana: los actores interpretaron canciones melancólicas,
baladas de amor con piano, violín, guitarras… Hubo panderetas y pitos para las
alegres tarantelas que el público coreó con palmas. Canciones con las que
despidieron la velada, consiguiendo que nos fuéramos a casa con una sonrisa de
oreja a oreja.
FICHA TÉCNICA
Dirección y versión: Pau Carrió
Intérpretes: Laura Aubert (Mirandolina), Júlia Barceló
(actriz), Oriol Guinart (Albafiorita) , Jordi Llovet (Marqués de Forlipopoli),
Alba Pujol (actriz), Ernest Villegas (Ripafratta) y Pau Vinyals (Fabrizio)
Escenografía: Sebastià Brossa y Pau Carió
Iluminación: Raimon Rius
Vestuario: Sílvia Delagneau
Arreglos musicales: Arnau Vallvé
Proveedor de macarrones: Pere Carrió – El Gat Blau
Sala: Teatre Biblioteca de Catalunya
Producción: La Perla 29
Por @MenudaReina
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