miércoles, 7 de marzo de 2018

TEATRO: Calígula

TEATRO












No se puede destruir todo sin destruirse a uno mismo”. Calígula, Albert Camus.



No íbamos desprevenidos. Tanto el personaje como el autor decían a voces que nos enfrentábamos a una velada intensa, y nos daba la razón el estreno de Calígula de Camus, dirigida por Mario Gas, en el festival de Mérida y en el Grec de Barcelona del año pasado: Calígula es el vacío vital, el absurdo de la existencia, el peso de la condición humana frente al colectivo, la lógica del poder y sus límites, la relatividad de la moral, el imposible como anhelo, la infelicidad, la certeza de la muerte.

Pongámonos en situación

Del personaje sabemos mucho; no relataremos aquí todo lo que ponen las crónicas, sólo un poco, para situarnos: Calígula (su verdadero nombre era mucho más largo, pero es más popular por el mote que hacía referencia a unas sandalias militares que calzaba de crío) fue el tercer emperador de Roma. Noble de casta (bisnieto de Augusto, sobrino de Tiberio y de Claudio, que le sucedió en el trono romano) gobernó sólo cuatro años porque le asesinó Quereas, miembro de su guardia personal (un pretoriano del que se burlaba, y que también mató, ya puestos, a la mujer de Calígula, Cesonia, y a su hija Julia Drusila, que lleva el nombre de su hermana, la preferida de entre todas las relaciones incestuosas que mantuvo). Esos cuatro años le dieron a Calígula para mucha sangre: mandó asesinar a familiares, amigos, políticos…y fueron años marcados por grandes excentricidades, pasando a la historia como un megalómano loco y cruel que empleó el poder para satisfacer caprichos desmedidos. De hecho, eso es lo que nos retrata la soberbia y mítica serie de la BBC “Yo Claudio (1976), en la que Calígula está interpretado por un jovencísimo John Hurt, o la película “Calígula” de Tinto Brass (1977), en la que el personaje está interpretado por Malcom McDowell.




Por su parte, el autor es Albert Camus, escritor y filósofo existencialista francés de origen argelino que obtuvo el Nobel de Literatura en 1957 y al que ya nos hemos referido en otra de sus obras, Don Juan, que trajimos a Cinemelodic . Publicó (tras darle forma durante varios años) “Calígula y tres piezas de teatro más” en 1944, estrenándose en 1945. La obra le da un giro a esa mala fama legendaria de Calígula; ahora algunos estudios de psiquiatría forense hablan de un enfermo, quizá de esquizofrenia o de epilepsia, y también hay que reconocer que las crónicas que nos han llegado de los senadores e historiadores Suetonio y Tácito son imprecisas, y con un carácter muy hostil. Esa mala fama se relanza en el texto, teñida de un marcado sentido existencialista, lejos de la crueldad sádica: un hombre desolado por la pérdida de su amada se da cuenta de lo vacío y absurdo de la existencia, que está dominada por la infelicidad y por la certeza de la muerte y busca, de manera radical, demostrarlo; para ello niega y se niega todo y a todos: reglas, moral, poder, sentimientos…guiándose únicamente por la fría lógica.. Pero, en palabras del propio CamusCalígula es la historia de un suicidio superior. Fiel a su lógica e infiel al ser humano a causa de la excesiva lealtad a sí mismo, Calígula hace lo necesario para armar a aquellos que al final le asesinarán, consiente en morir al darse cuenta de que no se puede salvar solo, y que nadie puede ser libre si es en contra de otros”.








El director, Mario Gas, abunda en ese tono existencialista de este Calígula de Camus: “Calígula no es un perturbado ni un loco histriónico. En la obra nos devuelve todo aquello de que la sociedad le ha alimentado y destruye el orden establecido. Es una obra dialéctica, un estudio del dolor, de las contradicciones y de la toma de conciencia, en un mundo injusto desde el punto de vista metafísico, ideológico y político. Nuestro Calígula, en su desesperación, piensa que comportándose con tiranía podrá ser tan indiferente al sufrimiento humano como los Dioses lo son, y que el poder le dará la libertad total. Así, aprovecha el poder que supone la posibilidad de materializar un imposible. Pero se obsesiona con la búsqueda del absoluto e intenta ejercer, mediante el asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, una conseguida libertad que, finalmente, descubre que no es buena. La obra nos habla de los caminos erróneos del poder, sus “renglones torcidos”, la gélida certeza que produce la existencia al saberse finito e infeliz, el sufrimiento incomprensible, la arbitrariedad brutal contra una casta corrupta, (lo que entronca y abre algunas preguntas ante los crecientes totalitarismos actuales a los que estamos asistiendo). Nos pone ante un monarca castigador que persigue un imposible, la Luna, en una carrera que no puede ser más que autodestructiva, y nos enseña la búsqueda implacable de un verdugo que deberá acabar con su vida”.






La obra

Drusila ha muerto y Calígula vuelve a palacio tras tres días desaparecido. Ante Helicón, y con una gran luna llena como testigo, lamenta su pérdida y reclama querer tener “la luna en mis manos”, el imposible como razón de ser que supone el llegar a un total desapego de las cargas que el sentimiento y las normas traen, para conseguir la libertad.

El consejo de Roma se reúne inquieto ante las primeras manifestaciones del emperador, que cuenta con el apoyo incondicional de Helicón y Cesonia, su antigua amante, que aún le quiere. Calígula inicia una serie de enfrentamientos con sus senadores, les pone en situaciones extremas, insultantes, les hace sufrir. Inflige medidas despiadadas que empobrecen a su población porque (recita) “gobernar es robar”, así que, para qué hay que ocultarlo con argucias… Promueve fiestas desfasadas por explorar el placer, para equipararse a los Dioses, pero no disfruta. Cesonia, en principio protegida por estar cerca del emperador, sucumbe en sus manos ya que Calígula no se puede permitir ataduras. Habla con Helicón para explicarle que se siente incomprendido, que no es un loco destrozado por la muerte de Drusila, sino una mente lógica que somete a sus súbditos a toda clase de horrores porque pretende demostrar el absurdo, la infelicidad y el dolor interior, intentando liderarles en pos de un pensamiento superior. Pero, desazonado, viendo que, al final, la libertad última implica la ausencia de los otros y que eso es igual a la Nada, solivianta a sus pretorianos, al frente de los que está Quereas, y, finalmente, éstos conspiran y le asesinan. Su último grito es “¡Todavía estoy vivo!





Un tirano en estado de gracia



No vamos a andarnos con rodeos: Nos entusiasmó.

Una obra realmente intensa, que nos atrapó ya desde la entrada en la sala, donde el original escenario nos recibía. Inclinado, con arcos de una reminiscencia romana inmediata (la ingeniería civil del imperio, el acueducto de Segovia, o el Coliseo, claro…) es donde se desarrolló toda la obra.

Muy austera en cuanto al atrezzo, hay que destacar el vestuario, ambientado en la actualidad, con trajes de corte clásico (y muy blancos) para los cortesanos y un elegante mono para Drusila (Mónica López), en blanco y luego el mismo modelo en negro. Una Drusila elegante, seductora. Nuestro Calígula (Pablo Derqui) viste una dorada corona de laurel que le inviste como emperador, y diversos trajes: blanco clásico, smoking, un kimono o absolutamente nada porque, ¡oh sorpresa!, hay desnudo integral masculino. Éste tiene lugar en un momento de la reflexión con Helicón, tomando un baño (en un hueco logrado al extraer la “tapa” de uno de los arcos). No es la única concesión al cuerpo, ya que la esposa de uno de los senadores a quien Calígula reclama para su goce con el fin de vejarla públicamente y vejar a su marido, es desprovista de la toga y asistimos a un buen masaje pectoral, con la cara de sufrimiento que pedía el personaje y situación, y que imaginamos fue bastante fácil lograr…





Uno de los momentos realmente sorprendentes de la noche, fue la aparición de Calígula vistiendo un ajustado mono y bailando con una expresividad corporal tremenda al ritmo de las canciones de Bowie, y la aparición de Cesonia y Helicón ataviados con los trajes de “El Joker", el malísimo de Batman, y “La Máscara", del inefable Jim Carrey. Maldad y Megalomaía, vale, pero, personalmente, me pareció un tanto extraño y chirriante.





Pero hablemos de Derqui, verdadera alma de la obra. Un trabajo realmente regio. Intensidad y modulación en todo momento (gritó sólo en determinadas ocasiones, lo que es de agradecer), rabia, determinación, un tirano despiadado, pero vocalizando, con una dicción impecable, con contención. Y una expresividad gestual y corporal espléndida (esas mandíbulas apretadas enseñando los dientes y esa mirada fiera…).






Bien López y Vert, pero lo cierto es que Derqui se comía el escenario en todo momento.
Lo dicho al principio: nos gustó y, caso de reposición, se impone tener entradas…





FICHA TÉCNICA

Calígula de Albert Camus (Traducción al catalán de Borja Sitjà)
Dirección y dramatúrgia:
Intérpretes: Pablo Derqui (Calígula), Mónica López (Cesonia), David Vert (Helicón), Pep Molina (corifeo), Ricardo Moya (corifeo), Borja Espinosa (Quereas), Bernat Quintana (escipión), Pep Ferrer (corifeo), Anabel Moreno (corifeo).
Escenografía: Paco Azorín
Iluminación: Quico Gutiérrez
Música original y espacio sonoro: Orestes Gas
Figurinista: Antonio Belart
Ayudante de vestuario: María Albadalejo
Sala: Teatre Romea; primera función 10 de noviembre 2017
Producción: Coproducción de Teatre Romea, Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Grec 2017 Festival de Barcelona



Por @MenudaReina

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