Deckard NO es un replicante. ¡Que Deckard NO es un
replicante! Y, señor Scott, por mucho que insista con revisiones, nuevas
versiones, secuelas, precuelas, series, cortos y cintas de animación, seguirá
sin serlo, lo único que logrará será redundar en su calamitoso error y
enfatizar una decisión ridícula. Jamás superará a la versión original, cortada
por los productores, de 1982.
“Porque nos estaban dando caza”. “Nunca se le ha ocurrido
que fue por eso por lo que recurrieron a usted. Diseñado únicamente para que se
enamorara de ella nada más verla. Todo en aras de la creación de ese único
espécimen perfecto. Eso, si es que fue usted diseñado. ¿Amor o precisión
matemática?”
“Blade Runner 2049” pretende ser un digno replicante, pero
se queda en holograma. No diré que “Blade
Runner 2049” es una infamia como secuela porque la propia idea de secuela lo
era. Como película es simplemente aceptable… ¡Qué lejos!
"Blade Runner 2049"
es correcta, y ya. Cumple visualmente, pero queda lejísimos de la original en
casi todo. Carece de simbolismo e integración de forma y fondo en casi todos
los detalles y aspectos. Ha cogido sólo la carcasa. Lo que demostraremos y
explicaremos, evidentemente.
Es carcasa, bonita, brillante, si se quiere, pero no pasa de
ahí. Lo que en la original tenía sentido, subtexto, simbolismo, filosofía, aquí
es mero remedo.
El aspecto estético y técnico es excelente, pero ¿alguien
esperaba otra cosa? Sería el colmo que no fuera así si acometes una secuela de
un clásico. El tema es que es lo menos valorable e importante, porque se cuenta
con muchos más medios que en 1982 y el referente, eterno y mítico, así como las
infinitas obras basadas en ese referente para guiarte… Meter la pata en eso
sería imperdonable, sencillamente.
Por lo demás, no se me ocurre un director más adecuado que
Denis Villeneuve para acometer un proyecto análogo a "Blade Runner", porque yo
mismo lo postulé como heredero de Scott. Tiene la potencia estética y el pulso
narrativo adecuado para este tipo de proyectos. Un ritmo pausado y denso,
profundamente atmosférico, que es una gozada para los sentidos. Aquí, tras la
notable experiencia con “La llegada” (2016) del año pasado, de buena prueba de
esta afirmación.
Hay buenos detalles, como algún bello encadenado que nos
lleva del fuego en el que agoniza un herido K a la lluvia de la ciudad. Los
planos de cristales con lluvia ante K o la jefa de éste, encarnada por Robin
Wright, tienen poco sentido metafórico. Una Wright con un papel meramente
funcional, de las pocas humanas que vemos, si bien por su comportamiento es
indistinguible… salvo porque le insinúa a K que le apetece acostarse con él.
Aquí se apuesta por el thriller, porque ya no es una cinta
Noir, en esa expansión del universo y la mitología pretendido. Es cierto que
hay una trama retorcida, con dos seres en apariencia iguales, un niño y una
niña que habrían nacido de replicante, una trama para encubrir el paradero del
crío, un padre que lo abandona para protegerlo y demás, pero decididamente se
aleja de la esencia de Cine Negro que tenía la película del 82. Tiene una buena
atmósfera, aunque no envuelva como la original. Quizá en ello tenga que ver que
el trabajo con los efectos de sonido está muy lejos del que se hizo en la original,
y por la estridente, efectista y disonante banda sonora de Zimmer, que es evidente
homenajea a la de Vangelis, pero a la que separa un abismo, porque el gran
éxito de la mítica banda sonora del 82 es que además de esa atmósfera creada
con sonidos y demás, tenía unas melodías sublimes que se hicieron eternas… que
aquí no existen. Mero remedo.
Se prescinde de voz over, como en las retocadas versiones de
Scott, pero sí se usa para enfatizar alguna frase a modo de recordatorio, como
también se hacía en la original.
Movimientos de cámara muy cuidados y medidos, una cadencia
precisa (esas cámaras que entran en estancias son muy del gusto del director),
las justas palabras, la ambientación musical… marca el tono desde el mismo
inicio. Un estilo que entronca muy bien con el de la original, aunque posee
ciertas particularidades, como esos repentinos planos cortos, a veces no tan
repentinos, desde el general, aunque no se abusa de ellos. Además, se enfatizan en exceso momentos que son previsibles o quedan claros tiempo antes, producto de
ese tempo pausado a veces no calculado.
Aunque hay algo más de pirotecnia, en absoluto es excesiva,
coherente con ese mundo expansivo que se pretende y muy medida y distribuida por
el metraje (el tiroteo al coche de K). El clímax es potente con la pelea
definitiva en un lugar simbólico como es esa especie de orilla…
Y es una lástima, porque la idea tiene su interés, daba al
menos para un entretenimiento aceptable e incluye elementos en la mitología
para su expansión, algunos algo burdos como lo del apagón para poder justificar
casi cualquier cosa. Los hechos se dividirán entre preapagón o postapagón. Un
apagón que borró grandes cantidades que información (fotos, archivos, registros bancarios…), por lo que sólo el papel, lo físico, sobrevivió.
“… porque nunca han visto un milagro”. El parto en una
replicante. El nacimiento.
Sobre la coherencia de los hechos y las comparativas entre
replicantes, mejor no quebrarse mucho el coco. Nos queda claro que Rachel fue
uno de los últimos modelos antes de la prohibición de replicantes.
Qué bonito todo, pero…
La alabada estética, por mí mismo incluso, se descubre
vacua.
Son magníficos los grises iniciales, así como los parajes
desérticos que vemos al inicio, que contrastarían con el comienzo de la película original,
puramente urbanos. Ese árbol seco en medio de la niebla, de influencia
taskovskiana… A Villeneuve le gustan los grises, es mucho más de nublado que de
oscuridad.
En la Corporación Wallace nos inundarán los amarillos,
colores cálidos, llenos de reflejos acuosos, que remiten también a la cinta
original, con música de ambientación entre tensa y relajante… Esos amarillos,
que destacan en algunos de los escenarios, como la casa del primer replicante, Sapper,
o la citada Corporación Wallace.
Luv aparece como una silueta, como el ser artificial y
despiadado que es. También K, cuando entiende que no es él el niño especial, pero
es un recurso simbólico ocasional, concreto.
Esa ciudad naranja, que de alguna forma encaja a la
perfección en el universo “Blade Runner”, donde K va a buscar a Deckard.
Colores que lo invaden todo.
Los decorados de un mundo derruido, remiten en cierta medida
al edificio Bradbury del clímax de la original. Por ejemplo donde el esclavista
de niños tiene su negocio…
Y en todo este esfuerzo no se aprecia la frialdad, ni la
incomodidad de ese mundo… ni tampoco la calidez, si la hubiera… “Blade Runner”
(Ridley Scott, 1982), era profundamente física, real, un particular universo
que entroncaba directamente con el nuestro, donde la lluvia nos calaba, la
urbe atestada nos asfixiaba e incomodaba, nos saturaba y pegaba, y la llegada a
casa se sentía plácida y acogedora. Esto no se logra transmitir nunca,
apostando más por esa aspiración intangible, fugaz y efímera. Es una gran
estética, pero menos física y real.
La iluminación, excepcional fotografía, también acentúa la
potencia estética del film, con detalles como en la escena de Niander Wallace y
Deckard, su conversación entre acuosos amarillos que deja intermitentemente en
sombras los rostros.
Animales. También hay muchos animales e insectos, como en la original.
El caballo (del unicornio al caballo), abejas, gusanos, el perro de Deckard.
Esas tallas de madera recreando rinocerontes, elefantes, perros, leones… animales
varios, en el hotel de Deckard. Porque de repente se ha hecho tallista…
Muy bonito todo, ¿verdad?
Bien, todo esto ya estaba en 1982, con los medios de cada
época, en una estética revolucionaria, pionera, influyente, que esta no va a
ser, entre otras cosas porque tiene la servidumbre de seguir al referente, pero
sí podría mantener la riqueza, cosa que no hace.
La estética negra de “Blade Runner” (1982) tenía un sentido
profundo en los conceptos y estereotipos de la trama y los personajes, no era
una pura exhibición estética. El detective, la mujer fatal, la investigación,
los claroscuros…
Cuando vemos los vestuarios y la arquitectura, además de
fascinarnos como aquí por su estética, nos remite a referentes. Esos elementos
entroncan con la estética nazi, con la filosofía de Nietzsche, como la propia
trama desarrolla. Aquí lo único que tenemos son unos prototipos de replicantes, como si fueran “Davides”
de Miguel Ángel, en la Wallace Corporation ¿Dónde está aquí eso, esa integración?
Cuando vemos al villano, perfecto, rubio, volvemos a la idea
del ser perfecto, ario, que vuelve a entroncar con una concepción filosófica en
desarrollo. Cuando vemos el traje de Rachel, como si fuera una secretaria de
las SS, volvemos a lo mismo. Cuando vemos un búho vinculado a Tyrell en su
compañía, adquiere nuevas concepciones, ya que el animal es símbolo de
sabiduría, no un mero elemento narrativo.
Cuando Roy Batty acude a ver a Tyrell, ya nos ha quedado claro que
es un hijo pródigo, un ángel caído que regresa a ver a su padre, el dios
creador, y de nuevo en relación a Nietzsche, todos los elementos se integran. El
ser perfecto que sube al cielo, en ascensor, donde le espera Tyrell, el dios, para
matarle. La muerte de dios, como en Nietzsche. ¿Dónde demonios está algo
parecido aquí? Y mejor lo dejamos para no hacer más sangre.
¿Entienden la diferencia entre lo que es una obra maestra de
otra que es pura carcasa al pretender imitar?
Y no significa que no tenga virtudes, las tiene, y
reflexiones, que también, pero su calado es muy relativo, su originalidad en el
tratamiento mínima y lo que funciona ya está en la original…
Eso es lo que hacía que el universo de "Blade Runner" fuera
mucho más que una estética fascinante. Esa estética fascinante aquí lo es
porque lo era la de la original, pero no tienen nada más.
Limitaciones filosóficas.
Esta innecesaria secuela ha quedado huérfana de filosofía y
profundidad, los conceptos que se desarrollaban en la original aquí no
aparecen, y los que aparecen se insinúan torpes, titubeantes, vacuos, mucho
mejor tratados en multitud de películas. “Her” (Spike Jonze, 2013), “Inteligencia artificial” (Steven Spielberg, 2001), el
anime “Ghost in the Shell” (Mamoru Oshii, 1995)… El “Yo, robot” de Isaac Asimov…
La perfecta integración de fondo y forma, de los vestuarios,
la iluminación y los decorados con la filosofía nietzscheana, por ejemplo, aquí
queda reducido a la insoportable, pedante e ininteligible verborrea del personaje
que interpreta Jared Leto, que más parece una digievolución de Valdano.
Por cierto, ¿por qué demonios mata Wallace (Jared Leto) a
las criaturas que crea? ¿No tiene ya suficiente el pobre con recitar esos
diálogos que recita como para tener que hacer esas chorradas? Que no salga lo
que él busca, que sea incapaz de crear replicantes (resulta que Tyrell sí era
capaz y eso) que puedan reproducirse, no me sirve de justificación, y más con
lo que debe costar cada criaturita… En fin.
Su universo expansivo, con esas tramas absurdas e innecesarias,
como la revolución de replicantes, en ocasiones resulta tan forzado como ridículo, sobre
todo cuando escuchamos algunas de sus ideas.
¿Por qué demonios tienen que matar a Deckard? Se insinúa que
por precaución, pero es completamente absurdo e innecesario.
Se explicita que el parto, la procreación, es lo que dota de
humanidad, de conciencia y de libertad… lo que es completamente absurdo de nuevo.
¿Las personas estériles merecen ser esclavas y son menos personas o cómo es
esto?
¿Para qué se tiene que esperar a la hija de Deckard para
acometer la revolución? ¿Por qué no la han empezado ya? Sobre todo con una
chica muy alejada de todo el lío que este grupo rebelde tiene montado, sin
adiestramiento ni preparación…
Pero además, ¿no demostró Roy Batty todo lo que había que
demostrar sobre todos estos aspectos, sobre la humanidad y sus valores aunque
ni siquiera seas humano?
“Si un bebé puede provenir de uno de nosotros, somos
nuestros propios amos”.
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