miércoles, 7 de febrero de 2018

Crítica TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS (2017) -Parte 1/2-

MARTIN MCDONAGH












La imprevisibilidad parece una de las normas del cine de Martin McDonagh, así como cierta idea metalingüística más o menos explícita y la mezcla de géneros. Aquí, esos giros que generan la imprevisibilidad, están perfectamente justificados, buscando la complejidad, el matiz y los grises de todos los personajes. Hay en ese aspecto algo que recuerda a lo pretendido en la oscarizada “Crash” (Paul Haggis, 2004), pero lo que allí era torpe a más no poder aquí funciona.

No es ese el principal referente. Disfrutando del visionado de esta pequeña joya de McDonagh, la figura de los hermanos Coen se erguía orgullosa, esos hermanos Coen primerizos, que reinventaban géneros pulsando en sus puntos fuertes o en los menos transitados, mezclándolos con otros de manera sutil y natural sin desvirtuarlos jamás. Esta es una de las películas que los Coen hubieran estado orgullosos de hacer, la más brillante en la línea de los hermanos en años.

Y dos referentes clásicos. “Alma en suplicio” o “Mildred Pierce” (Michael Curtiz, 1945), con esa madre, que en ambas cintas se llaman Mildred, capaces de hacer cualquier cosa por su hija, y “Carta a tres esposas” (Joseph L. Mankiewicz, 1949), con ese juego de redentoras cartas que hay con el personaje de Woody Harrelson mediada la película.








Casi nada, pero centrándonos en la concepción de la propia película, debo incidir en esa idea, que tiene mucho de metalingüística, de sorprender, de ser siempre imprevisible, de girar, jugando con los estereotipos y comodidades del espectador para darles la vuelta, con los tópicos y previsiones del que ve la película, acostumbrando a líneas habituales en las películas que ve, a prejuicios, para girar en el momento oportuno. Aquí no hay malos ni buenos, salvo el invisible asesino al que no vemos. Los personajes se mueven en un limbo gris lleno de mezquindades, redenciones, bondades, culpas y remordimientos.

Los giros serán continuos y sorprendentes, alejándose de lo que suponemos o vamos dando por sentado. Dixon no será como parece, ni el suceso con el asesinato, ni la actuación de la policía, ni el que parece culpable; ese repentino y brutal ataque violento de Dixon… Esto le encanta a McDonagh, como demuestra en su cine, en la mencionada concepción metalingüística que juega con los prejuicios, experiencia y suposiciones del espectador, como ha demostrado en otras cintas de su filmografía, como “Siete psicópatas” sin ir más lejos, la anterior a esta. Una gran dirección la de McDonagh, que con poco transmite lo que piensan los personajes, con miradas, con silencios, como vemos a Mildred al tomar la decisión de usar los carteles en la primera escena. Que utiliza los paisajes como punto y seguido narrativo.





Tres anuncios en las afueras”, con todos estos elementos, se descubre como una lúcida película que reflexiona sobre la esperanza y el perdón. Una esperanza escalonada entre los tres protagonistas principales.

Willoughby, que la perderá finalmente, cayendo en el alivio del suicidio (padece un cáncer terminal), pero escribiendo cartas que trasmiten todo lo contrario a su entorno, convirtiéndose en una especie de deidad redentora, transmisor de esperanza.




Dixon, que está a punto de perderla cuando todo se le vuelve en contra, coqueteando con el suicidio incluso, pero no cayendo en él como su jefe, y que gracias a la carta de éste volverá a confiar en él mismo, creerá que podrá resolver el caso de Mildred, incluso le dará esperanzas a la madre con una solución posible y otra compensatoria.




Mildred, que en un arrebato se moviliza para remover a su pueblo en la esperanza de que se encuentre al asesino de su hija…




Y un perdón. El perdón de Willoughby, que lo suplica por su acto cobarde y, en su carácter redentor, logra que el resto también perdone.




Dixon, que perdonará a Mildred por haber incendiado la comisaría y haberle quemado a él; el perdón que Red (Caleb Landry Jones) concederá cuando Dixon se lo pida en el hospital tras haberle propinado una paliza y lanzado por una ventana; el que se plantea junto a Mildred por el camino en busca de una idea de justicia...





Mildred, que perdonará a Willoughby, a su marido finalmente, a Dixon… y como este último, se planteará el perdón total en el incierto camino que emprenden juntos al final.




Y, sobre todo, que se perdonan a sí mismos con sus reconocidos defectos. Una redención final al odio, la ira, el rencor, los pecados y defectos que atenazan a los protagonistas, víctimas de todo ello.

Porque la vida sigue, no para nunca.

Grises.

Todos los personajes importantes del film darán un giro inesperado. No debemos creerlos los buenos y los malos, porque la película pretende subvertir el tópico acomodaticio, enriquecer los patrones, a los personajes, en lo que es uno de los goces de la película. Lo logra McDonagh con una mezcla de thriller, drama y comedia, donde esta última se filtra de manera absolutamente brillante entre cosas que resultan poco dadas a la risa. Algo muy del gusto del director. Una alteración del tópico que, como digo, tiene algo de metalingüístico, una idea que exploró en su anterior y excelente “Siete psicópatas” (2012), que es cinta de culto.

Mildred Hayes tiene la repentina ocurrencia de utilizar tres grandes carteles que permanecen vacíos desde 1986 en las afueras del pueblo donde vive, para denunciar la inacción de la policía por la falta de progresos en la investigación de la violación y asesinato de su hija ocurrido siete meses antes, sobre todo porque ella piensa que sólo se dedican a acosar a negros en vez de dedicarse al asunto, provocando el nerviosismo en los agentes. Policías a los que se califica de vagos y racistas, y lo que vemos en principio no difiere mucho del retrato.

Frances McDormand ha construido, posiblemente, el mejor personaje del año, que no ha dejado indiferente a nadie, que ha ganado el Globo de Oro y que con muchas posibilidades ganará su segundo Oscar. Es la otra cara de la moneda de aquel que encarnó en 1996 en "Fargo", la encantadora agente Marge Gunderson, dirigida por su marido Joel Coen y el hermano de éste, Ethan. Sí, McDormand entiende el universo Coen a la perfección, por eso no es raro que McDonagh la eligiera para esta película.


Mildred Hayes tiene una tienda de regalos, es una mujer firme y dura, de una pieza y muchos matices. Una roca sumamente empática cuando vislumbra debilidad en su prójimo, así la vemos actuar con su marido o el propio sheriff Willoughby. Ahí baja las defensas, deja a un lado su pose dura y se entrega. Lo que no perdona es la deslealtad, aspecto que también vemos con su marido maltratador, Charlie (John Hawkes), del que no olvida su traición marchándose con una jovencita, más allá de las palizas que le propinaba… Su relación con su marido es brillante y compleja. Observen ese plano de la familia, tras la trifulca y amago de agresión del marido, reunida en un solo plano, juntos, mientras la jovencita, la nueva amante de él, permanece sola en el contraplano. Una soberbia escena donde se mezclan con insultante naturalidad los tonos, de la violencia al humor filtrado con esa jovencita… Perfecto.







Pronto vamos pasando de la presentación estereotipada, donde los espectadores toman partido y empatía por unos personajes y repulsión por otros al plantearse la situación y el contexto, para que luego todo vaya matizándose y esos estereotipos vayan humanizándose, cogiendo cuerpo, individualizándose. Así, en ese magnífico primer plano sobre Mildred cuando se identifica, enfocando la comisaría acto seguido (antes desenfocada), justo después de ayudar a un pobre escarabajo que pataleaba bocarriba, parecen definirse los roles (hay otro plano similar posteriormente, en su tienda de regalos, cuando entra el tipo que la amenaza). Mildred representaría la vida y la policía la pura corrupción. Como si fueran un rival, un sospechoso.





Se marca así un antagonismo entre Mildred y la policía (esos primeros planos sobre McDormand parecen definirlos), a los que parece retar, escenificado en que la empresa que alquila los carteles esté justo enfrente que la comisaría o cuando ella contrata a un latino y un afroamericano para colocar sus mensajes sabiendo que considera a los agentes racistas…




Mildred será capaz de mezquindades, por ejemplo con James (Peter Dinklage), del que se reirá en privado y luego no tratará muy bien en su cena pública. Sufrirá entre sombras y en plano de inferioridad, ya que está sentada, en un gran detalle visual, las recriminaciones de la mujer de Willoughby en su propia tienda. Un lógico conflicto de intereses. Anne (Abbie Cornish, que tiene una belleza que me gusta mucho) es la mujer de Willoughby, que aparece en contrapicado, engrandecida en su dignidad.







El cuestionado Willoughby (encarnado por un Woody Harrelson que está en todas las películas del mundo y va mereciendo un reconocimiento), terminará convertido en una especie de deidad redentora epistolar. Con cartas, al estilo de “Cartas a tres esposas” (Joseph L. Mankiewicz, 1949), reconducirá el comportamiento de casi todos los involucrados en la trama. Parecerá el gran culpable, vago y racista, el gran inútil, pero poco a poco se nos irá mostrando humano, razonable y sensible, un tipo bueno y encantador, de hecho. Cuando todo el pueblo de muestras de crispación y lo apoye sin fisuras en su pleito con Mildred, él parecerá el más tranquilo y sensato de todos. Sus explicaciones a Mildred en un columpio, símbolo de concordia (en él conversará tanto con Willoughby como con Dixon), y su confesión del cáncer de páncreas que padece, comienzan a humanizarlo, viaje que alcanzará su culminación cuando veamos su entrañable vida familiar y emotiva despedida… Investigar lo imposible, la impotencia.





Una carta la deja para consolar a su mujer; otra para apaciguar a Mildred, disculparse y hacerla entender que no había habido mala voluntad en el asunto; la última será para Dixon, al que infunde confianza y le muestra sus respetos, explicándole que entiende sus dificultades, que lo valora. Con esas cartas, que como digo parecen surgidas de una deidad redentora, bondadosa y predictiva, los personajes alcanzarán una especie de paz y se redimirán. Como insinuó en su carta a Dixon, este acabará escuchando una historia en un bar que le pondrá en la pista del asunto de Mildred, aunque finalmente no lleve a nada.




Incluso en detalles aparentemente azarosos o involuntarios, se realza esa idea de figura redentora, casi divina, como en el encuadre a su mujer cuando va a entregarle su carta, con una lámpara sobre su cabeza, como una aureola angelical (ella entra en el momento más tenso, cuando un tipo está amenazando a Mildred, salvadora).

La relación entre estos dos personajes, en principio antagonistas, no deja de ser entrañable. Una relación estupenda y compleja, en la que ambos se sueltan las cosas, en ocasiones diciéndose burradas, pero con la humanidad latente y cierto cariño por delante.

En definitiva, Willoughby es un buen hombre, desesperado, que pretende redimirse en su despedida.

Sam Rockwell interpreta a Dixon en un papel complejo. Está recibiendo elogios, pero también críticas. Nominaciones, premios y cuestionamientos. Ese tono casi paródico, de pirado integral, quizá sea el punto más conflictivo y cuestionable del film por excesivo.

Se nos presenta como un tipo corto, torpe, nervioso, imprevisible, casi psicopático… pero tendrá un giro radical tras leer la carta de su referente, Willoughby, alcanzando una redención y construyéndose un gran personaje repleto de grises.




Su relación con Mildred también tiene miga y mucho interés. Dos personas que se presentan como antagónicas, que no se pueden soportar, que se hacen daño, pero que terminarán perdonándose. La soledad de dos seres rotos que acaban comprendiéndose y recomponiéndose en cierta medida, sin nada que perder.




Tres personajes que se redimen o lo intentan. Willoughby, que es un buen hombre, con sus cartas; Mildred, que es una buena mujer, con su lucha por la memoria de su hija; Dixon, que en el fondo no es un mal hombre, con su jugada para redimirse intentando encontrar al asesino de la hija de Mildred.




Y esos secundarios que completan el fresco y complementan a los protagonistas, esos seres llenos de defectos y contradicciones (prejuicios, mezquindades, violencia…). Esos secundarios a los que en algunos casos se les da conclusión con dolor (James, el enano; la mujer de Willoughby, Anne…), que parecen casi intrascendentes...









2 comentarios:

  1. Me viene bien el análisis xq voy a verla pronto!
    Gran trabajo el tuyo, cargado d matices, referencias y con una mirada profunda sobre los personajes!!
    Esperando la 2/2!!
    Gracias Sambo!!
    Besos

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    Respuestas
    1. Vas a verla! Pues cuando lo hagas me cuentas qué te pareció y si sirvió el análisis!
      Besos!

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