El agua… y el huevo.
Elisa es una huérfana que fue encontrada en un río, como
Moisés. Como nacida de las aguas, precisamente. De hecho, Moisés se relaciona
con el agua en las fuentes clásicas, el “entregado por las aguas”…
El agua es otro elemento muy presente en el cine de Del
Toro, que aparece de forma importante de una manera u otra. Fenómenos
climatológicos utilizados simbólicamente, como la lluvia ("El laberinto del
fauno"), el agua como contenedor de mundos o hábitat natural de personajes
("Pacific Rim", "Hellboy")… Una lluvia que gusta para sus clímax o escenas tristes
("El laberinto del fauno", "Hellboy")... El agua no tiene forma, y se adapta a todas,
como lo hace el amor con cualquier persona y circunstancia. Es la metáfora.
El juego que aquí se hace con el líquido elemento es
magistral, siempre vinculado a la vida y la sexualidad. El agua estará presente
en plano constantemente de una forma u otra, y adquirirá sentido en relación a la vida y
la sexualidad.
Elisa dedicará un tiempo fijo todas las mañanas (medido con
un temporizador) para amarse a sí misma en una bañera que le gusta que rebose
(divertida la referencia a los Corn Flakes como cura a la masturbación que no
funcionó y la cara de Elisa). De esta forma Del Toro va vinculando esos dos
aspectos, el sexual con la masturbación y el agua. Aquí Elisa (Sally Hawkins) sigue siendo
incompleta.
El agua hirviendo con la que hace los huevos, que la
vincularán al “Hombre Anfibio” (Doug Jones), es otra sutileza que va hilando conceptos y
trama, y donde subyace la sexualidad también.
Esa relación, agua y sensualidad, la enfatiza Del Toro en
escenas de transición, con el montaje, enganchando planos del agua de esa
bañera llenándose que mira Elisa, testigo de sus masturbaciones, con la que
hace los huevos cocidos, que luego colocará ante su “Hombre Anfibio”,
sugiriendo ya la evolución y desarrollo de su historia, perfectamente
planificada. Una escena de transición que colocará justo después de que el
vínculo entre la Criatura y Elisa se haya hecho más romántico con la escena de
la música y su particular cena juntos.
El momento culminante de la idea del agua como vida y sexualidad
la tenemos con la escena del baño y el sexo entre Elisa y la Criatura. Un baño
que inundarán, en lo que es casi un ritual de purificación, además de
apareamiento, donde nace una nueva relación, una nueva libertad (es una escena
que tiene un toque divertido en la reacción de los amigos de Elisa, sobre todo
Zelda (Octavia Spencer), por su naturalidad, acostumbrada al prejuicio y la distinción). El amor,
que todo lo inunda.
Del Toro dedicará una poética imagen a todo esto, con esas
dos gotas de agua que se funden en una al ritmo del dedo de Elisa en el cristal
del autobús.
Enlazará a los opuestos a través del agua también, con ese
plano, una vez han llegado las lluvias, sobre el rostro enturbiado de
Strickland (Michael Shannon) tras el cristal de su coche, símbolo de su deterioro, putrefacción
interior (esos dedos cosidos que se pudren), que se liga a un plano de la bañera,
luego del grifo, en la preparación de la escena sexual de la pareja comentada
antes, la purificación. Un contraste perfecto.
Y más agua. La lluvia que llega, el sonido del mar, el vaso
de agua que le traen a Strickland para que tome sus pastillas (un Strickland al
que vemos bebiendo a menudo)… todo seguido. Todo el tercio final del film es
bajo la lluvia.
“La vida es sólo el naufragio de nuestros planes”.
La referencia a Tántalo y el agua que le rehúye, como origen
del sentido de la palabra “tentador”…
El huevo es otro elemento importante en relación al subtexto
y los detalles que dan peso a la película. La primera vez que vemos huevos es
en el agua hirviendo, precisamente. El huevo, contenedor de vida, íntimamente
ligado a los anfibios… La presentación del “Hombre Anfibio” será en un
receptáculo pequeño, como si fuera un huevo, de donde surgirá. Son los huevos,
el origen, el principal elemento que vinculará a la pareja y motivo del inicio de
la misma.
El “Hombre Anfibio” aprenderá pocas palabras en el lenguaje
de signos, entre ellas “Música” y, por supuesto, “Huevo”.
Y están ligados a la sexualidad, como no podía ser de otra
forma. ¿Y cómo se ligan? Pues con la mencionada relación con el agua y con ese
temporizador que coloca Elisa para sus sesiones masturbatorias en el baño, en
forma de huevo.
Del Toro dedica una escena en soledad a la Criatura ante una
cáscara de huevo que debe haberse comido, mientras lo nombra en el lenguaje de
signos, como le enseñó Elisa. Es la evolución de la propia relación, que ha
salido ya del cascarón, que ha afianzado el vínculo en esta metáfora.
Toda la concepción de la película está destinada a negar la
realidad, a convertirla en algo mágico. Les recuerdo la primera secuencia,
destacada al inicio por su brillantez y su uso de cebos, una fase expositiva
espléndida. Cada elemento que vemos tendrá un eco y un sentido, casi simbólico,
con respecto a otros elementos de la trama que van apareciendo.
Recordemos la primera secuencia y los detalles que muestra.
Una chica muda y soñadora, que debe serlo por algún maltrato sufrido en su
infancia o juventud, como muestran sus cicatrices en el cuello; un temporizador
que marca la soledad y la rutina de su vida; unos huevos cocidos en
modesta comida; una bañera para masturbarse y consolar ciertas necesidades que
enfatizan la señalada soledad; unos zapatos que añora como símbolo de lo que no
logrará nunca, un sustitutivo material; un amigo pintor y homosexual que se
siente tan solo como ella, que tiene un trabajo en el que no se le valora; las
películas clásicas, esas que nadie va a ver en esa época, y los musicales, como
vía de escape… Todo ello plasma una realidad poco complaciente.
Unas cicatrices en el cuello que se convertirán en
branquias, preciosa y poética idea; unos relojes y temporizadores que rigen una
vida monótona que pasan a convertirse en el símbolo de la aventura y el riesgo
en una vida increíble; unos sosos huevos cocidos que crean un vínculo
mágico con un ser que parece salido de otro mundo; una bañera para masturbarse
que pasará a ser un baño para el sexo compartido; unos zapatos que añora, que
pasan a ser innecesarios en ese mundo acuático (observen el magistral detalle
en el plano final en el que uno de los zapatos cae para perderse en el abismo);
un amigo que abandonará su vida a resguardo para vivir; las películas clásicas
que ve en la televisión, que se convierten en una aventura real en su vida; una
soledad que se transforma en un romántico monstruo…
Es un juego de ecos y evoluciones fascinante. Observen el
incendio a la fábrica de chocolate que se aprecia al fondo del encuadre al
salir Elisa por primera vez a la calle, completamente ajena a él. “Tragedia y
delicia”, dice Giles (Richard Jenkins). Como el tono de la película. El contraste perfecto para
la protagónica agua. Una realidad de la que Elisa prefiere mantenerse al
margen, hasta que termine convirtiéndola en su propio mundo de ensueño
acuático.
Toda esta idea se liga con la de “representación”. El arte
que imita a la vida, que pretende mejorarla.
Giles pinta cuadros imitando la realidad, copiándola y dando
su visión, inspirándose en musicales. Pinta carteles publicitarios. Elisa deja
volar su imaginación gracias a los musicales, la ficción influyendo en la
realidad.
Elisa y Giles disfrutan juntos de los musicales, con los que
ella sueña (la vemos marcando pasos de baile junto a su amigo o en soledad) y
en los que el otro se inspira para sus cuadros.
Del Toro arriesga con una escena que es la sublimación de
esta idea, de la representación, del arte como alivio vital. Una escena que
puede llegar a rozar el ridículo, pero que tiene plena coherencia en el conjunto. Es esa con el baile entre Elisa y la Criatura
en blanco y negro, remedando los musicales que le gustan a Elisa y a Giles,
para su muda declaración de amor, en un éxtasis y una catarsis total con la
lluvia de fondo.
Hay otros sutiles detalles en forma de cebo y eco. Oiremos
en la televisión en casa de Strickland una referencia a “la selva amazónica” en
la serie que están sintonizando, exactamente la procedencia de la Criatura
protagonista. De nuevo la representación y la realidad, que terminan por
confundirse.
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