Me alegra sinceramente el éxito cosechado por Guillermo del
Toro con la película, y no me refiero a lo comercial, sino a la crítica y los
premios, que le han llevado a ser una de las grandes favoritas en los Oscar de
este año. Me alegra además que lo haya logrado siendo fiel a su estilo, a sus
postulados, sus ideas, su estética y sus géneros favoritos, el fantástico en
este caso.
“La forma del agua” no es, ni de lejos, una de mis
favoritas, pero sí resulta una estupenda y encantadora película llena de
detalles y rica para el análisis. Su gran problema vuelve a estar en la
referencialidad, muy aceptada por algunos cuando conviene y lanzada a la cara
de otros cuando no. Cuestionar la originalidad.
Un cuento clásico. Una película indudablemente bonita pero
no exactamente conmovedora.
“La forma del agua” es un cuento de hadas con princesa,
monstruos y príncipe encantado. Una princesa muda, un monstruo muy humano y un
príncipe monstruoso. Pero no sólo eso. El subtexto y matices con respecto a la
trama más evidente son numerosos y brillantes, pero hay más subtextos en los
distintos elementos de la trama que enriquecen el conjunto. Subtextos
relacionados con la época, años 60, la década del viaje a la Luna, los derechos civiles,
la imposición de la televisión, la Guerra Fría, la idea de amenaza nuclear
(coherente con la idea de la Criatura, recordando a los monstruos que
estuvieron en boga en los 50 en el cine advirtiendo de tal circunstancia)… El
racismo (el villano, el camarero por el que se siente atraído Giles...).
Hay un halo poético ya desde el mismo título que se mantiene
vigente durante la narración, en la primera escena subacuática, poesía al
estilo Del Toro… con su toque bizarro.
Apología de la diferencia, la tolerancia, como lleva Tim
Burton haciendo toda la vida. Donde seres marginales y marginados (la incapacidad de Elisa, la homosexualidad de Giles, la raza de Zelda), se alzan, se
aman y se relacionan. Seres solitarios que se agarran los unos a los otros, que
se apegan a lo material o lo aparente (Elisa a los zapatos, Giles al peluquín,
Strickland a su coche…), para redimirse y entender que aquello no es necesario,
que esas muletas y subterfugios no son lo importante (observen la bellísima
idea en la que a Elisa se le cae un zapato en el plano final, Giles dejará de
necesitar peluquín, Strickland se quedará sin coche…).
Son evidentes las referencias a “La bella y la bestia” (por
razones obvias), “E. T. El extraterrestre” (Steven Spielberg, 1982) (un ser
especial que también cura), “La bella durmiente” o “Blancanieves” (una princesa
que renace gracias a un beso de su amado), “King Kong” (Merian C. Cooper y
Ernest B. Schoedsack, 1933) (la atracción y cuidado de un animal hacia una
humana), “El mago de Oz” (esos zapatos), “Un, dos, tres… Splash” (Ron Howard,
1984) (el agua y un ser que pertenece a ella, el amor) o “¡Liberad a Willy!”
(Simon Wincer, 1993) (es la misión con el “Hombre Anfibio”), “La mujer y el
monstruo” (Jack Arnold, 1954) (donde la evidencia es palpable), muchas de ellas
obras que admira el director y que integra en su película. No incluyo a “Alf” y
lo de comer gatos porque quizá sea excesivo, pero… No es un defecto que se construya una obra
frankensteiniana, sobre todo si la mirada es personal, como resulta en este
caso, aunque también es cierto que los paralelismos son demasiado evidentes y
engloban gruesos de la narración, lo que provoca cierta previsibilidad. En
cualquier caso, la referencialidad no es un defecto, es más, resulta casi
obligado en la actualidad.
Lo frankensteiniano, que además de en la referencialidad, se
aprecia en la mezcolanza de géneros con la que juega Del Toro. Ciencia ficción,
fantasía, drama, musical, thriller, terror, toques de humor…
Y es que “La forma del agua” es una reconocible película de
Guillermo del Toro, desde lo conceptual hasta lo estético, con sus fetiches y
tics, donde podemos encontrar grandes elementos para el análisis y detalles
enriquecedores, como pasaré a exponer.
Es cierto que hay defectos en cuanto a algún aspecto del
relato, por llamativo, si pretendemos rigor estricto, por ejemplo que el
tratamiento científico a la Criatura sea nulo, pero esto es absurdo porque a la
película eso no le importa absolutamente nada. No hay que verla como un relato
de ciencia o ficción lógica, sino como un cuento y relato de trazos poéticos,
fantásticos, una fábula, donde ahí sí hay plena coherencia interna.
Dentro del análisis, cabe decir que la fase expositiva,
repleta de cebos que se irán llenando de sentido y contenido una vez se
desarrolle la historia y los ecos vayan apareciendo, es brillante. Una chica
muda y soñadora, sus cicatrices en el cuello, un temporizador, huevos cocidos, la bañera y la masturbación, los zapatos que añora, el amigo pintor,
las películas clásicas y los musicales… Una encantadora presentación la de
Elisa (Sally Hawkins), con desnudo incluido… Comencemos.
La dirección de Del Toro es soberbia, llena de matices y
detalles, de ecos y sutilezas.
Raro es contemplar una película de Guillermo del Toro sin su
pleitesía y fetichismo hacia los relojes. ¡Y aquí tenemos relojes por todos
lados! El tiempo es uno de los temas predilectos del mexicano.
“El tiempo es un río fluyendo desde nuestro pasado”. Una
historia que ocurrió hace mucho tiempo, según nos dice la voz over…En los 60. El pasado.
De hecho, la película casi se inicia con uno, un despertador,
luego aparecerá un temporizador, y veremos el reloj de pulsera de Elisa, otro
donde fichan las empleadas… Del Toro usará este fetiche suyo incluso
encadenándolos: el despertador, el reloj de pulsera, el temporizador… Así retrata la rutinaria vida de la protagonista mientras la vemos hacer lo mismo
cada día: huevos cocidos, limpiar sus adorados zapatos, coger el
autobús para el trabajo…
No será la última vez que los enlace Del Toro, en la parte
de thriller y suspense con el rescate al “Hombre Anfibio” saldrán relojes por
todas partes… Grandes detalles de montaje con múltiples enlaces de imágenes y
rimas.
Uno de los temas en Del Toro es el diálogo entre la realidad
y la fantasía, el otro lado, la comunicación entre esos dos mundos, el
misterio. Así lo vemos en “El espinazo del diablo” (2001), “Blade 2” (2002), “Cronos” (1993), “La
cumbre escarlata” (2015), “Pacific Rim” (2013), “El laberinto del fauno” (2006)… y básicamente toda
su filmografía. Aquí ese diálogo no es traumático, sino todo lo contrario,
poético, romántico...
La cámara del mexicano no deja de flotar, como si estuviera
en el agua, durante todo el metraje, especialmente para presentar entornos (la
casa de Elisa, la del pintor, el vestuario de chicas en el trabajo, el
laboratorio, el restaurante, el concesionario…). Es un rasgo de estilo muy
presente, muy cuidado y bello por la coherencia que tiene con la concepción
misma del film y el agua.
Estéticamente no pueden faltar dos colores en una cinta de
Del Toro. El rojo y el verde, que tendrán su significación. El rojo se presenta ligado al villano, la sangre. Lo veremos sangrar cuando el “Hombre Anfibio” le
arranque dos dedos, y habrá sangre en el clímax, donde Strickland vuelve a
estar presente. Rojas son también las huellas ensangrentadas que va dejando el
“Hombre Anfibio” en su huida tras comerse un gato (huellas que también dejó el villano en un vínculo que analizaré posteriormente).
Verde es el vestuario de Elisa en ocasiones, sobre todo en
la primera parte del film. Pero al final la veremos de rojo, cuando se haya
transformado. Como verdes son las tartas de lima que compra compulsivamente Giles
(Richard Jenkins) en la pastelería del chico que le atrae. También le harán
pintar una gelatina, que variará de color, del rojo al verde. Verdosa es el
agua en la que está la Criatura, y la propia Criatura tiene tintes verdes. El
coche de Strickland (Michael Shannon) es confundido con el verde, si bien explican que es
azulado. En la casa de Strickland veremos gelatina verde, exacta a la que pinta
Giles una vez corrige su anterior versión de color rojo.
La cafetería a la que va Giles para pasar ratos junto al
camarero, su amor platónico, está teñida de verde. Será un lugar de frustración
y decepción cuando el camarero se desvele como homófobo y racista.
Elisa termina el film vestida con un abrigo rojo, mientras
que lo comienza de verde, en cambio a Strickland lo inundan los colores
fríos, especialmente el verde, en la parte final.
Es decir, el rojo tiene relación con la vida, con lo
visceral, lo pasional, con lo auténtico, incluso lo positivo (el rojo de la
sangre ayuda a Elisa a encontrar a la Criatura, del mismo modo que la sangre
que vemos en Strickland es debida a la mordedura de la Criatura, que hizo muy
bien). En cambio el verde se relaciona con lo mediocre, lo mortecino, la
decepción, el prejuicio… Pero esto es así con los elementos exteriores, ya que el verde viste a la Criatura y el rojo lo hará con el villano en un curioso contraste.
Hay más detalles visuales, como esa sombra que rasga el
rostro del espía ruso infiltrado que interpreta Michael Stuhlbarg, definiendo
su naturaleza traidora, aunque no en un mal sentido, curiosamente.
Lo orgánico siempre está muy presente en Del Toro, lo que da
cierta sensación de realidad. Esas gelatinas y fluidos, esas criaturas, mezcladas
con algún elemento violento o gore (la truculencia de los dedos arrancados o
las sádicas prácticas y torturas del villano).
Todo este armazón que analizo y analizaré, el agua, su simbolismo, los
huevos, la representación, los ecos, los cebos, no es simple superficialidad
que dote al film de una apariencia de profundidad o calidad, tienen que ver con
los personajes, sus conflictos, su interior, sus virtudes, defectos y
complejos… es decir, tienen pleno sentido.
Por desgracia hay ciertos defectos, que tienen que ver en
general con la explicitud y la redundancia. Un ejemplo lo tenemos en esa escena
donde el villano Strickland está de espaldas a unos monitores donde esperamos
ver como la protagonista mueve una cámara. No hacía falta enfatizar el momento,
ni hacerle un zoom, sobre todo porque el espectador está esperando ese momento.
Hubiera sido de agradecer una resolución más sutil, demostrar más confianza en el espectador
atento.
Lo mismo ocurre con las verbalizaciones. Es una lástima que
lo que se logra transmitir desde lo visual se reitere verbalizándolo, porque
provoca una sensación de simpleza, vulgarizando la idea, la escena (por ejemplo
en la secuencia donde se decide matar a la Criatura, que quedaba perfectamente
explicada desde las miradas de Elisa a los gestos de los militares; o en el vínculo
entre la Criatura y la chica…).
Del Toro se mueve con acierto en una mezcolanza de géneros
de difícil aglutinamiento: desde la ciencia ficción a lo fantástico, desde el
drama al thriller, del suspense al terror, del musical a los toques de comedia.
Un ejemplo lo tenemos en la fase del rescate a la Criatura, con un gran manejo
del suspense, no exento de humor.
Cabría achacar en la parte final algo de complacencia a ese
villano, dejando torpemente un cabo suelto cuando se entera del paradero de la
Criatura en casa de Elisa, permitiendo a Zelda (Octavia Spencer) que la avise inmediatamente
(podría al menos haber cortado el teléfono para ganar tiempo), pero son
aspectos menores.
La estética de Del Toro es reconocible en la película, en
especial con la Criatura interpretada por Doug Jones, habitual de Del Toro
(está en buena parte de su filmografía, encarnado a especiales Criaturas en
muchas ocasiones), y que nos recuerda clara y meridianamente al Ape Sapiens de
“Hellboy” (2004), también encarnado por Jones.
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