Yo, posiblemente, sería nacionalista o independentista de
vivir en Cataluña, y me cubriría de falsas razones y argumentos, los que más me
gustase oír. Y da miedo. Da miedo porque ves cómo le ha ocurrido a gente
sensata, capaz de discurrir, pero que tiene que terminar retorciendo
argumentos, cuando no inventándoselos, cuando se trata de hablar de la
independencia. Gente preparada, de buena fe, no nacionalista incluso, que
negaban la manipulación o acababan equiparándola (forma de admisión en
cualquier caso) a la que se realizaba en el resto de España, que negaban lo que
ocurría en colegios o medios de comunicación, que negaban, y niegan en muchos
casos, lo evidente. Esa gente que será la que luego diga que no lo vieron venir
una vez llegue la desgracia, que no sabían qué suponía, que no sabían lo que
hacían… y en muchos casos será verdad, porque aunque vivamos en la época de la
globalización, los medios, las redes y la comunicación, hay mensajes que calan
y otros que no, y todo eso se puede manejar y dirigir si posees todos los
resortes. Los otros se limitarán, una vez llegue el desastre, a negar las
causas, negar la realidad o culpar a cualquiera, como ya vemos.
¿Cómo no serlo? ¿Cómo no acabar siendo nacionalista? Sería
lo más fácil. Levantarte todas las mañanas con los cantos de sirena que nos
gritan al oído, que nos dicen que somos los más “guays”, los más geniales, los
más modernos, los mejores, los más eficientes y trabajadores, más europeos que
los europeos, y que el límite es el infinito, que si no lo hemos alcanzado ya
es porque nos lastra España, los vagos de España, simpáticos y tal, pero
distintos a nosotros, mucho menos eficientes, procedentes de otra cultura que
nada tiene que ver con la nuestra, que nos roba, que nos quita para pagarse su
siesta, lo que nosotros producimos y ganamos con el sudor de la frente y bla
bla bla… Pero si vienen a Cataluña serán bien recibidos porque por arte de
magia perderán todos esos defectos ¿Cómo no serlo? Es un mensaje idílico,
precioso, que marca su excepcionalidad y para el que se valen de todos los
medios, sirviéndose de historiadores que retuercen argumentos y se agarran a la
parte por el todo para dar la vuelta a la realidad, economistas de prestigio
que a sueldo recitan fantasiosas fábulas sin sonrojo, afines al régimen que
lanzan su mensaje a diario filtrado por todas las instituciones y medios de
comunicación, en un entramado muy bien pagado que está sumamente agradecido, hasta
que se terminó convirtiendo en un régimen que da pavor… ¿Cómo no serlo? Habiendo tenido el beneplácito de todos los gobiernos centrales, que en su
complejo daban al bebé las chucherías que quería para no tener que oír sus
berreos y para recibir sus mimos en forma de votos que les perpetuaran en el
poder; con la ambigüedad constante de los medios de comunicación estatales,
callando todo lo que ocurría, sin nunca ver nada raro… Lo más fácil es terminar
siendo nacionalista, incluso radical, por eso hay que poner en valor a esa
tierra, Cataluña, que como Odiseo en la isla de Circe, padeciendo embrujos y
placenteras atenciones, ha sufrido durante más de 30 años toda esta tralla y
nunca ha sido mayoritariamente nacionalista. Pero si desde el resto de España,
si desde los gobiernos, no se hace algo, la tendencia es clara e irremediable…
¿Cómo no serlo? No ya porque se dirija desde que eres pequeño hacia la idea
independentista, sino simplemente por el constante bombardeo donde el tema sale
a colación directa o indirectamente, que te obliga, aunque no quieras, a
ingerir un problema y una idea forzada, que en nada te condicionaría, influiría
o haría perder un segundo de tu tiempo y de tu vida en tu día a día.
Pretender que la mística y la pasión nacionalista es
precognitiva, que uno nace y al poco tiempo de comenzar a sentir las pasiones
típicas de la infancia (los Cantajuegos, los juguetes, los columpios…), viene
el espíritu nacionalista, es como pensar que por ciertas regiones más que nacer
a la gente la siembran y la recolectan tras arduos riegos con rica agua
catalanista. No, el nacionalismo es una construcción artificial, cultural y
anacrónica, que sólo cala a base de encender ánimos, aprovechar malos momentos,
manipular y estrechar miras. Si no se pone remedio a ese cáncer, hará
metástasis, sino no se ponen límites al crío, saldrá malcriado (no hay más que
verlo, un nene mimado), porque como todo el mundo sabe, quién con niños se acuesta cagado se
levanta.
Desde su concepción cuasi feudal, donde la modernidad para ellos
consiste en conservar antiguos privilegios a los que, claro, ahora es muy
difícil renunciar, porque el pasado en este caso no molesta, privilegios con
los que están cómodos, aunque vengan de épocas que ahora dicen de dominación y
sometimiento en su fabulación escandalosa de la historia, donde la identidad y
distinción nacional se miden en euros y competencias regaladas, en adquirir
privilegios nuevos para saciar su insaciable “supremacismo”, en la escondida (a
duras penas) creencia de su superioridad sobre el resto, se escenifica la
decrepitud intelectual y moral de todo este movimiento al que es necesario
vencer con los argumentos y la verdad.
Somos un país prepotente (lo que hace de Cataluña una de las
regiones más españolas de todas), que camufla ese defecto en su particular
humor, permitiéndonos dar lecciones a quien menos necesita, usando la
autocrítica para zurrarnos los unos a los otros “porque no son de los
nuestros”. En España hablamos de nuestra diversidad como si el resto de
naciones fueran hieráticas estatuas renacentistas reproducidas en serie,
monocordes y uniformes sin matiz alguno. No es así, ni somos el ombligo del
mundo.
Por esto es tan sonrojante que las comunidades con más
autonomía de Europa, entre las que se encuentra Cataluña, más aún que estados
federales, anhelo de algunos, se regodeen en el chantaje continuo para sacar aún
más, cuestionando la democracia que nos hemos dado, la libertad que
conquistamos y de la que ellos hacen más gala que nadie, amenazando década a
década con romper todo lo que construimos en base a lazos comunes de más de
cinco siglos basándose en falsas historias que eran residuales a principios del
siglo XX.
Entiendo, y deben entenderse, muchas de las reivindicaciones
funcionales o económicas que vienen de Cataluña, es más, puedo defender y estar
de acuerdo con muchas (más allá u obviando las enormes ventajas que han
recibido siempre de todos los gobiernos), en cuanto a su jerarquía,
productividad y beneficio económico para el conjunto de España, cuando desde
otros sitios parecen sentirse cómodos votando en bucle sin que llegue una
mejora que condena a otros a la solidaridad permanente. Es legítimo ambicionar,
querer mejorar, querer más… pero no lo es chantajear ni vertebrar tus chantajes
en la falacia, la mentira, la división, el odio…
Cataluña no es el único sitio que tiene problemas, todos los
lugares del mundo los tienen, y en España es gracioso que las quejas más
grandilocuentes y chantajistas vengan de las regiones con más autonomía. Una
revelación: En Murcia, Asturias, Madrid, Castilla, Extremadura… también tienen
problemas, hay cosas que van mal, en muchos casos mucho peor que en Cataluña,
unas por gobiernos centrales, otras por los autonómicos, pero ninguna de estas comunidades chantajea
ni se pasa la vida amenazando con la independencia rotando argumentos
peregrinos que se han demostrado todos falsos. Pero el nacionalismo lo hace a pesar del incontestable
aplastamiento a sus ideas que los hechos han demostrado estas últimas fechas, donde todos
juntos somos más fuertes, mejores.
Si el independentismo catalán habla de miedo, opresión y
falta de libertad para justificar sus absurdas ansias y anhelos, ¿qué tendría
que pensar un extremeño, un murciano o un andaluz, viendo como aquellos gozan
de lo que ellos no pueden? ¿Por qué los que no han sido educados en la
prepotencia, la idea de superioridad, de las fronteras artificiales, sin tener
un menor sentimiento por su tierra, no se dedican al chantaje sistemático pudiendo
tener más motivos desde ese punto de vista? ¿Qué debe sentir un asturiano o un cántabro
cuando ve a estos pidiendo el oro y el moro aunque se les ha dado más que a
todos juntos desde que tenemos memoria, ya fuera en república o monarquía, en
dictadura o democracia? Extremeños, andaluces, valencianos… que ayudaron a
Cataluña, tierra de inmigrantes, a ser lo que ha llegado a ser, dejando en esa
tierra tantas o más raíces que las propiamente autóctonas. Gente que cuando emigró no lo hizo por placer, sino por
necesidad, porque en aquella zona había más prosperidad, más trabajo y más ayudas,
porque se apostaba por ella como no se apostaba por sus regiones, algunas inmensamente
ricas (Andalucía, por ejemplo), cediendo industrias que podrían haberse creado
más cómodamente en otros lugares. Pero en esos casos no escucharán hablar con
rencor sobre lo que era, fue o debió haber sido…
¿Por qué un nacionalista cree que ama y quiere más a su
tierra que otro que no lo es? ¿Por qué un independentista catalán cree que
siente más por Cataluña que los que no quieren la independencia? ¿Por qué los
nacionalistas catalanes o vascos piensan que su amor por su tierra es más
fuerte que el de cualquier otro ciudadano del territorio español por la suya? Creer
eso es estar totalmente fuera de la realidad, rezuma una prepotencia sin igual
pensar que por ser independentista catalán vas a querer más a Cataluña que un
murciano a Murcia que también se sienta español. Por eso su visión siempre es
retrógrada, porque debe limitar los afectos, amar en corto es amar más, como el
maltratador que considera suya a su pareja y de nadie más. Amar no tiene
límites de ningún tipo, y amar más allá de tu calle, tu pueblo, tu ciudad, tu
región o tu país no merma el sentimiento. Jamás. Todo lo contrario. Cataluña y
País Vasco, las dos comunidades autónomas más independentistas, eran
respetadísimas y admiradas, sin tener en cuenta consideraciones políticas y
demás historias, cuando el tema nacionalista era una excentricidad absurda y
residual.
Sí, Cataluña ha sido (y es en muchos casos) muy admirada siempre
dentro de España, pero no como un ente abstracto, sino porque allí se hacían
cosas (obviando los beneficios sistemáticos mencionados y que mencionaré de los
distintos gobiernos), era un oasis al que escapar para prosperar y conseguir
trabajo. Una sociedad abierta, un lugar que dio entrada a tendencias culturales
en España, donde Barcelona, junto a Cádiz, abrió las puertas al romanticismo en
el siglo XIX. Una Cataluña donde los catalanes son los nacidos de extremeños y
andaluces que allí fueron, de valencianos y castellanos, que se unían a los
oriundos para levantar una industria que escaseaba en España, que forjaron la
realidad de esa tierra, sin rencor, en unidad… Y ahora, a menudo, son esos
llamados “charnegos” los más fanatizados. Pero no hay miedo, ni adoctrinamiento
ni necesidad de aceptación y adaptación al panorama reinante y opresivo…
O quizá no fuera tan abierta, como sostiene Eduardo Mendoza,
quizá siempre miraron con reticencias y reparos al que venía desde el resto de
España, cómoda en sus feudales concepciones que tantos réditos y privilegios
les daba…
Desde el resto de España jamás se ha odiado a Cataluña ni a
ninguna región. ¿Cómo pueden esgrimir desde el catalanismo el odio español a
Cataluña cuando se le ha dado prioridad siempre, régimen a régimen? ¿Cómo
pueden hablar de desafección, desamor, odio y demás cursiladas tras los
beneficios dados con el arancel del algodón en el siglo XIX (los españoles
estaban obligados, vía proteccionismo gubernamental, a comprar el algodón o el
textil realizado con este material que salía de Cataluña, mucho más caro del
que adquirirían de provenir de Inglaterra, por ejemplo), o cuando la primera
empresa productora y distribuidora de electricidad se creó en Barcelona (1881)?
¿Dónde está el agravio a Cataluña si la primera línea
ferroviaria fue la de Barcelona-Mataró (1848) y la primera ciudad con alumbrado
eléctrico en España fue Gerona (1886)? ¿Dónde está la desafección a unas
tierras en las que se desarrolló la única industria que había en el país, en
Cataluña y Vizcaya, beneficiándose de la mano de obra barata, trabajadora y
cuantiosa del resto de España que allí iba esperanzada, no encerrada en el odio?
¿Dónde están los ultrajes y las reticencias cuando en el
siglo XX Valencia y Barcelona pudieron monopolizar durante 36 años las ferias
de muestras internacionales en España (lo que sería Ifema ahora en Madrid, que
no pudo realizar la suya hasta 1979), mediante decreto franquista de 1943 (que
se ve que para algunas cosas el régimen no era tan malo si se pueden omitir en
el discurso); cuando en Cataluña tuvieron las primeras autopistas de España o
cuando todo el país apoyó y colaboró para que Barcelona tuviera unos exitosos
Juegos Olímpicos en 1992, que modernizaron y colocaron a la ciudad disparándola
exponencialmente en el escaparate europeo y mundial? ¿Dónde está el odio cuando
se lleva la única fábrica de coches, la Seat, a Barcelona, y se entrega a
empresas catalanas el más que esencial sector de la energía (Enagás, Repsol pasaron
a manos catalanas)… sin mencionar los beneficios obtenidos por las
modificaciones estatutarias donde Cataluña y País Vasco iban marcando nuevos
hitos en los beneficios para su financiación y autonomía…? No vamos a incluir
los beneficios al F.C. Barcelona en el franquismo, ese icono de resistencia
nacionalista, dicen… o sí…
¿Dónde están los agravios? ¿De dónde se supone que debe
provenir ese miedo al estado español, a Madrid? ¿Qué deberían sentir el resto
de comunidades y pueblos entonces?
¿Cuál es el problema? ¿No hay que conceder nada al resto,
nunca se debe dar prioridad o beneficios a otros lugares que no sea Cataluña,
ni siquiera la pedrea? ¿A Cataluña hay que darle siempre más y primero por un
poder divino que recae allí? ¿Hay miedo a competir en igualdad de condiciones?
Lo que pasa por legítima negociación torna en chantaje
continuado regado de paternalismo y condescendencia, transmitiendo la idea de
que si siguen junto al resto de España es debido a su abnegado carácter
generoso, es decir, lo opuesto a lo que es en esencia el independentismo y el
nacionalismo. Ese paternalismo donde se arrogan el poder de explicarle a la
gente la identidad que debe tener y cómo debe tenerla para despreciar a quien
no se ajuste el cinturón como debe. ¡Explicar a la gente cual debe ser y cómo
su identidad!
CONTINUARÁ...
Me parece muy interesante la pregunta a la que te das respuesta tú mismo, y a las muchas otras que pones en el texto.
ResponderEliminarEn mi opinión, las personas nos movemos y actuamos por muy pocos motivos: Por amor, por ambición, o por odio. no mucho más.
Si tú quieres crear un movimiento, intentarás exacerbar uno de esos motivos en la mayor cantidad de personas.
Imagínate que quieres la independencia de tu tierra. ¿Cómo lo harías?
Por amor: Con amor al prójimo no lo vas a conseguir, evidentemente, porque si todos nos queremos y nos ayudamos, no nos querremos separar. Por lo tanto, con amor no consigues tu objetivo.
Por ambición: Supón que los políticos quieren que su tierra sea "la mejor" y "la más rica" a costa de cualquier otra región. Pero te das cuenta de que cada persona tiene un nivel de ambición diferente. Y no vas a poner a todos de acuerdo. Hay gente que quiere ser muy rica, y gente que se conforma con vivir sin apreturas. Gente que prefiere el reconocimiento social, y gente que quiere ser apreciado en su ámbito privado, nada más. La ambición tiene grados, y la independencia es como el embarazo. O se está o no se está, pero no se puede estar sólo un poco. Con ambición no vas a conseguir tu objetivo.
Por odio: Ahí sí. El odio separa. Por definición. Si algo no te gusta, y lo odias, quieres estar lejos. Más o menos lejos, pero separado. Ese es tu objetivo. Por lo tanto, de los sentimientos que hacen moverse y actuar a las personas, este es el más útil. Hay que crear odio. Sin más. Y si las evidencias son contrarias al odio que quieres fomentar, como bien has puesto en tus ejemplos, pues las ignoras, las escondes y te inventas otras que te valgan, que generar odio es muy fácil. Lleva tiempo, pero es fácil.
Primero, tienes que crear una diferencia. Como las diferencias, per se, no tienen por qué ser malas, tienes que conseguir que los que sean de una manera (hablen determinada lengua, vistan de determinada forma o tengan determinada afición) sean "buenos" y los otros sean "malos". Sin matices. Sólo "buenos" y "malos". Para ello, haz lo que quieras, series de televisión aparentemente inocuas, cuentos infantiles, programas de humor, retransmisiones deportivas, etc. en los que se pueda identificar de forma fácil e inequívoca a los buenos y a los malos por el rasgo diferenciador que te interesa, y sobre todo, que siempre ganen los buenos. Los tuyos. Siempre.
Como los niños siempre van con los buenos, y con los que ganan, hay que evitar que en las familias o en cualquier otro círculo de influencia les enseñen lo contrario. Por lo tanto, cárgate cualquier influencia que puedan tener los niños y que tú consideres negativa. Interesa, en España, por lo tanto, cargarse a la religión católica, a la institución de la familia, a la enseñanza escolar, y a cualquier colectivo o concepto que un niño podría admirar y cuyos valores sean contrarios al odio: Policía, ejército, o respeto por la propiedad, por ejemplo.
Ahora bien, no sólo vale con desacreditarlos, los tienes que cambiar por otros referentes que te valgan, si no, el odio se puede canalizar hacia lugares donde no te interese que vaya. Así, cambias una religión de paz y amor por otra de odio y guerra, una familia estructurada por una no-familia que sea sin ser, la propiedad privada por los derechos ilimitados sin obligaciones, y cualquier fuerza de seguridad por mafias organizadas. Para ello, tienes como herramienta al lobbi islamista, al lobbi del arcoiris, los okupas, o grupos terroristas de todo pelaje.
A partir de ahí, esos niños que aprenden en el odio, y crecen en el odio, transmitirán odio a sus descendientes. Sólo tienes que esperar a que se hagan mayores, y sean suficientes para votar en las elecciones. Ya sólo es cuestión de tiempo.
Y por supuesto, el odio es irracional. Intentar contrarrestarlo con razones o evidencias palpables es inútil. Si lo has dejado crecer, ya no hay nada que hacer, salvo generar odio al odiador, con las consecuencias que ello conlleva.
Estimular incentivar estas reflexiones. Muchas gracias por tu aporte, Walls76.
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