La novela negra escandinava se ha convertido en un género en
sí misma, y en uno de los principales referentes de la novela negra mundial en
la actualidad.
Sus gélidos contextos, que encajan a la perfección con ese
clásico tono escueto y directo de la novela negra clásica, que esconden la
podredumbre social en el aparente estado de bienestar, o sus detectives
atormentados, solitarios y amargados, crepusculares y hastiados, son rasgos de
identidad que han seducido a millones de lectores.
De entre los muchos y destacados autores que están en boga
ahora dentro del género, Jo Nesbø destaca por encima de
todos como punta de lanza. Sus retorcidas historias de la serie Harry Hole, de la que van ya 11 títulos (este es el séptimo), que son un éxito por todo el
mundo (tiene otras exitosas series, quizá menos conocidas, como la juvenil del Doctor
Proctor y la de Olav Johansen), se supone debería seguir la tradición nórdica, con
ese toque más político, que vendría desde Sjöwall y Wahlöö, y que ha tenido su principal
referente moderno en el gran Henning Mankell, icono del género. Pero lo cierto
es que la novela negra de Nesbø, aunque enmarcada en esos entornos gélidos,
algo estáticos, congelados, investigados por un detective depresivo y
angustiado, remite más a la novela negra americana, tanto en ritmo como en tono.
Una dureza muy de Chandler, Hammett, pero sobre todo de Jim Thompson, donde lo
retorcido, lo humanamente cruel y mezquino, aparece brillantemente plasmado. Un
escandinavo muy americano.
Ese ritmo incesante,
trepidante narración, es lo que tenemos en esta “El muñeco de nieve”, con una prosa
potente y muy cuidada, una novela muy bien escrita, que no se pierde en
divagaciones y contextos políticos, ni en excesivas introspecciones, muy bien
insertadas dentro de la historia principal de investigación, que siempre es lo
predominante y presente.
Un soberbio
entramado, un brillante puzle perfectamente elaborado que incluso se deleita en
las piezas más pequeñas, repleto de magistrales paralelismos llenos de distintos matices
y sentido narrativo, de cebos y ecos que van cobrando sentido de manera esencial o sutil y minimalista (a veces siniestros, otras bellos). Cada frase de la novela
puede significar una clave importante, y a menudo lo es, donde el olfato y la
mirada adquieren especial relevancia en muchos momentos.
Tras un caso de
desaparición, el comisario Harry Hole descubre que durante años han estado
desapareciendo un sorprendente número de mujeres casadas y con hijos. Tras
recibir una carta, Hole relacionará los casos, donde siempre aparece un muñeco
de nieve. Ya que él ha sido el único agente noruego capaz de detener a un
asesino en serie, parece el adecuado para enfrentarse a este “Muñeco de Nieve”,
el primero que aparece en Noruega, que tiene aterrado a todo el país con sus rebuscados,
truculentos y retorcidos asesinatos.
Desde el clásico “whodunit”(¿quién
lo ha hecho?) y con todas las características de la novela negra clásica, con una
trama retorcida y compleja, el “hard boiled”, “El muñeco de nieve” desvela una
sociedad inmoral, que soterradamente se sustenta en el engaño, la farsa y la
apariencia, en la mentira y la hipocresía, desposeyendo de sentido a sus
pilares básicos, o convirtiéndolos sino en ídolos con pies de barro sí en
falsos ídolos, como serían el matrimonio y la familia. Un lugar pequeño donde
toda la miseria y la mezquindad se guardan ocultas bajo el bello manto de la
nieve, que acaba siendo metafórica en las continuas menciones y referencias que
tenemos en la novela. Farsas matrimoniales, hijos ilegítimos, padres
inconscientes… Una sociedad enmascarada (tampoco son baladíes las menciones a
las máscaras), en pura pose y apariencia. Todos menos nuestro protagonista. El
20 por ciento de la población tendría un padre distinto del que piensan…
Y desde aquí caemos
en una reflexión acerca de la paternidad, el sentido de la misma, de su pura
esencia y dónde radica, con algunas bellas escenas y motivaciones en los
personajes.
Harry Hole se define
en esta novela a través de otro personaje, calificándolo como su alma gemela: “Una
relación poco saludable con el alcohol, un temperamento difícil, un lobo
solitario, de moral dudosa y conducta muy censurada”. Si bien coinciden en
ciertos aspectos, Hole parece ser duro consigo mismo, ya que esa breve
descripción no le hace justicia, mucho más humano, donde algunos de esos aspectos
no se observan o son al menos cuestionables y matizables.
Este detective tan
humano, lleno de debilidades y defectos, de vuelta de todo, pero en absoluto
indemne a los acontecimientos, a lo que le importa, porque aún le importan
cosas más allá de su competencia en el trabajo, uno de los pilares de su
existencia, es arisco, de pocas palabras (ese “Ya” con el que contesta en numerosas
ocasiones), huraño, taciturno, amargado, cortante… algo que nos sonará de otros
muchos detectives, pero con sus particularidades y su muy definida individualidad.
Ese trabajo, el de
detective, es su impulso vital, una característica también de muchos detectives
del Noir, escandinavos también. El villano llega a decirle, lúcidamente, que
vive para la lucha, aunque sepa que sus victorias sólo serán provisionales.
Es esa lucha continua la que lo mantiene en pie y activo, caminando paso a paso
hacia delante. Sin ello su vida carecería por completo de sentido. Esto quedará simbolizado en la tentación del alcohol, al que renunciará en distintas ocasiones gracias a un nuevo impulso en la investigación, una vez que parecía
dispuesto a caer en ella. Otro simbolismo, el de los hongos de su casa (también invisibles), junto a
su extrema delgadez creciente, mencionada por todos los personajes, definen
cómo toda esa podredumbre que le hace vivir, a la vez lo consume por dentro.
Hole era alcohólico,
un solitario héroe en declive, estropeado, crepuscular, obstinado, atormentado
y depresivo, de vida en apariencia casi destruida de manera permanente (a veces
parece despreciarla), intentando aferrarse a los momentos luminosos que vivió y
destruyó, quizá conscientemente (como ocurre aquí con su relación con Oleg y
Rakel), pero de buen fondo y cierto poso romántico, que parece bloqueado,
incapaz de imponerse, encarcelado en sus tormentos, complejos y dolores.
Su relación con Oleg
y Rakel, sus comportamientos en algunos momentos, su melomanía, la novela está
salpicada de referencias musicales directas o indirectas (no en balde Nesbø es
líder del grupo de Rock noruego Di Derre), lo convierten en un personaje tan doliente
como entrañable. Y es que en esta novela, aunque haya algún personaje que podamos
considerar positivo, todos ocultan algo, todos mienten o engañan, menos Harry
Hole, curiosamente, que como mucho oculta un dolor que no es ajeno al resto,
dignificándose en absoluta autenticidad con todos sus defectos y sus principios.
La mayor parte de la
novela sigue el punto de vista de Hole, lo que al experimentado lector, en
ocasiones, le genera sospechas por ciertas omisiones, donde las averiguaciones
de otros personajes no se exponen, en legítimo artificio (no diré nombres). Eso sí, ese punto de vista, desde la
tercera persona, no es estricto, permanente ni constante. Hay capítulos donde
el punto de vista varía y vemos actuar a otros personajes, incluso capítulos
donde el centro será Hole, pero desde la mirada de otros, buscando lograr la
sorpresa en el lector.
Es innegable que la
novela no puede huir, quizá tampoco lo pretende, de ciertos tópicos del género
con "asesino en serie", con sus buenas sorpresas, giros y emoción, pero también
convencionalismos. Además, algunos diálogos chirrían, extrañan. Quizá se
pretende eso precisamente para que recordemos, pero ya en el momento preciso
de su lectura desconciertan en ocasiones, punzando al agudo lector, que se pone
alerta con sus sospechas.
Ni que decir tiene
que si te gusta la novela negra, esta está más que recomendada. Aprovechen, que
la película que adapta la novela se ha estrenado este fin de semana con Michael
Fassbender de protagonista y Tomas Alfredson en la dirección.
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