Era tremendamente seductora y atractiva, sugerente y cautivadora,
como una sirena resplandeciente que llamara a sus conquistas con el más hermoso
de sus destellos.
La polilla sabía que aquello no podía ser real, no podía ser
tan bueno, intuía que le llevaría a la perdición, pero ¿cómo no caer en la
tentación?
No había visto nada igual. Aproximarse a ella tenía el encanto
de lo prohibido, el hechicero embrujo de la primera vez. Su atracción era irresistible,
de una fatalidad irremediable, pero no podía dejar de avanzar hacia ella. Con
decisión al principio, con timidez cuando estaba más cerca, como si no quisiera
molestar, como con miedo a ser rechazada.
Su calidez era incontenible, se sentía embriagada, seducida,
dispuesta. No podía pensar en otro sitio mejor que ese en el que estaba. Éxtasis
experimental, cúmulo de sensaciones y experiencias, placer supremo, deleite
primerizo, pasión insaciable, calor extremo…
Cuando la polilla agonizaba, con sus alas chamuscadas,
viendo la inmóvil luminosidad que la había traicionado en su fugaz encuentro de
verano, lo único que pensó es que mereció la pena.
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