Estamos ante una tragedia
escrita por uno de nuestros grandes, Federico García Lorca, el granadino
universal. Dramaturgo, prosista, poeta, entre otras artes, y perteneciente a la
llamada Generación del 27.
“Bodas de sangre” es una de las
obras de la trilogía rural del autor, escrita en una combinación de prosa y poesía,
que habla de la pasión como impulso vital irrefrenable que lleva a la muerte.
Se desarrolla en la Andalucía profunda, cargada de tradiciones ancestrales, de
costumbres arraigadas, que bien conocía Lorca, planteada con un lenguaje
tremendamente poético y cargado de simbolismos.
Varias claves antes de entrar en
el análisis de la producción: la obra está basada en hechos reales (sucedidos
en Níjar) y, muy probablemente, en una novela corta previa, con ese mismo
trágico referente real, denominada “Puñal de claveles”. Es el puñal,
precisamente, un elemento fetiche que aparece mucho en Lorca y, por supuesto,
en esta obra, simbolizando la muerte. La Luna es otro de los elementos clave
del autor con ese mismo significado trágico: la violencia, la muerte, tal como
aparece también aquí. Y el azahar que, como en todas las bodas, simboliza la
pureza de la novia.
Una curiosidad de esta tragedia
es que los personajes no tienen nombre. Se refieren a “la novia”, “la madre”,
“el novio”, etc. a excepción de Leonardo, siempre vinculado al caballo, símbolo
de virilidad. Un caballo real, espléndido, actúa en esta producción
proporcionando una gran fuerza vital a la tragedia y acentuando el espíritu
andaluz de la misma.
La representación a la que
asistimos se realizó en el Teatro Biblioteca de Catalunya, donde la compañía La
Perla 29 tiene su sede, enclavado en un entorno arquitectónico en el que
(aunque no tenga nada que ver) estuvo durante años la prestigiosa escuela de
artes Massana; ese espacio se ha habilitado para actividades culturales,
disponiendo, como detalle adicional, de una terraza en la que tomar algo antes
o después de la función, con una iluminación estratégica que, junto a la
temperatura veraniega, créannos, multiplica el placer de asistir a la
representación en sí.
Volviendo a la llamémosle
“sala”, ésta era el refectorio de un antiguo hospital de estilo gótico, con su
inconfundible bóveda de crucería, cargada de historia, aunque de aforo muy
reducido, apenas unas 300 personas pueden asistir a las producciones. Otra
particularidad de la sala es que tiene una cierta semejanza a un coso taurino:
el escenario es de suelo de arena, las sillas dispuestas para el público están
en tres filas en los laterales y en grada en los extremos, y, apoyándose en
eso, las entradas para ubicar al espectador se diferencian en “sol” o “sombra”.
Esta configuración supone una grandísima cercanía a los actores: se les oye
respirar, se les ve brillar por el sudor ante los focos, y los matices de la
dicción se pueden apreciar con más intensidad. Nos encanta esta “sala”…
Argumento
Una madre y un hijo hablan de
los planes de boda de éste último. La madre debe ir a pedir la mano de la futura
novia a casa de su padre, en una zona de secano, menos fértil que la que tiene el
pretendiente. En esa conversación sabemos que al padre y a un hermano del novio
los mató hace años una familia, los Félix, en una reyerta, y aún los lloran.
Una conversación de la madre con una vecina nos revela que la novia había
tenido otro pretendiente, Leonardo, emparentado con quienes mataron al marido e
hijo de la madre del novio. Leonardo no ha olvidado a su antigua novia, pese a
estar casado ahora con la prima de ésta, ser padre de un hijo y estar esperando
el segundo, y va a caballo a escondidas a verla desde lejos.
Al volver Leonardo a casa vemos
a su mujer, enamorada, durmiendo al hijo, cantando una nana triste de la que
después comprenderemos que estaba llena de oscuros presagios. La mujer sabe del
anterior noviazgo de su marido con su prima que ahora se casa, y reclama su
cariño.
El padre de la novia, pese a que
sabe de las idas y venidas de Leonardo y que (a pesar de lo que dice su hija en
el momento de la petición de mano) su hija aún siente algo por aquel, cierra el
acuerdo para poder anexionar a sus tierras de secano las viñas del novio, dando
lugar a una nueva estirpe familiar, rica, sana y poderosa.
La boda se celebra, con la
asistencia de Leonardo, algo que a la madre no le gusta. Leonardo va a caballo,
separado de su mujer e hijo que van en carro, con la excusa del nuevo embarazo.
Encuentra a la novia antes de la celebración, hablan y ambos reconocen la
pasión que aún les impide dejar de amarse, pese a ser inconveniente. Antes del
convite, la novia pide al novio un momento para descansar, pero pronto se dan
cuenta de la desaparición de la novia y Leonardo, que huyen juntos a caballo,
dando rienda suelta a su pasión.
Todo el pueblo les busca, hasta
caer la noche, cuando una mendiga vaticina los malos augurios en esa búsqueda, al
igual que unos leñadores y que la Luna. Finalmente, los prófugos son hallados
por el novio, y los dos hombres se enzarzan en una pelea donde ambos mueren.
La novia, ensangrentada, llega a
la casa de su ya suegra, quien ya sabe el triste final de su hijo y de Leonardo,
a pedir que la maten, aunque defiende su honradez, pero la madre la desprecia,
porque ha muerto el único hijo que le quedaba, su único anclaje a la vida.
Valoración
Una producción muy bien
planteada y muy en línea con el espíritu lorquiano y sus puestas en escena de
La Barraca (la compañía que creó a partir de su estancia en la Residencia de
Estudiantes y que llevaba el teatro a los pueblos de España): en la que el volcán
de las pasiones sobriamente contenidas o locamente desatadas quedan
perfectamente retratadas. Unos personajes de gestos secos, tajantes, pero con
unos sentimientos que les bullen en el interior.
Clara Segura (a quien ya vimos
en La Treva, recogida en Cinemelodic) y Nora Navas se alternan los papeles
femeninos protagonistas con una verosimilitud excepcional; están regias ambas
como madres, y Segura intensa, apasionada y perfecta como novia. Ivan Benet es
Leonardo y el padre de la Novia, dos personajes radicalmente distintos y que
logra captar perfectamente. De hecho, todos los actores hacen más de un papel
(criada, vecinos, leñadores, Luna, mendiga…) y un detalle a resaltar es que el
texto, recitado por todos con hondura y belleza, tiene más potencia que la
propia escenificación, que siendo perfecta en vestuario (muy años 40), es casi
inexistente en atrezzo: apenas unas sillas, una mesa… siendo espectaculares las
escenas en las que el caballo “¡Ay
caballo grande que no quiso el agua!”, aparece montado por Montse Vellvehí.
Muy líricas las apariciones de los personajes más simbólicos como la Mendiga o
la Luna personificada, en las que una larga seda roja simboliza la sangre,
mientras una capa oscura simboliza la muerte; hay que resaltar el momento de la
boda, en que se abren unas cortinas sobre las que se proyectan imágenes,
dotando así al espacio de una mayor profundidad escénica. Muy lírico, elegante
y medido.
A tener en cuenta (y agradecer)
que el recitado se haga en castellano y sin forzar acento andaluz (en realidad,
notamos el acento catalán en algunos actores), para disfrutar tal como fue
concebida la poesía lorquiana, intensa, apasionada: “¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!”
Especialmente bellos los
fragmentos de la novia: “No puedo oírte.
No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en
una colcha de rosas. Y me arrastra y sé que me ahogo, pero voy detrás”, le
dice a Leonardo. “Yo era una mujer
quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de
agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río
oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar
entre dientes”, se justifica la novia a su suegra tras la tragedia.
Preciosos en la nana: “Duérmete, rosal,
Que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas
Las crines heladas,
Dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaba al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
Más fuerte que el agua”.
Certeros el dolor y la preocupación
de la madre: “Cien años que yo viviera no
hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté
tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa
pequeña como una pistola o una navaja puedan acabar con un hombre, que es un
toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos
y hasta en las puntas del pelo”.
Simbólicos en la Luna, o la
mendiga: “Esa Luna se va y ellos se
acercan. De aquí no pasan. El rumor del río apagará con el rumor de troncos el
desgarrado vuelo de los gritos. Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada. Abren
los cofres, y los blancos hilos aguardan por el suelo de la alcoba los cuerpos
pesados con el cuello herido. No se despierte un pájaro y la brisa, recogiendo
en su falda los gemidos, huya con ellos por las negras copas o los entierre por
el blanco limo. ¡Esa luna, esa luna!”
El acento andaluz aparece en una
sola escena, la de los leñadores, muy a propósito para resaltar el tono jocoso
y algo zumbón del diálogo.
Estupenda también la aportación
musical y el espacio destinado para los músicos decorado con su propio ‘atrezzo’.
Varias calaveras auguran el dramatismo de lo que vamos a contemplar. La melodía
de un piano inicia la obra, piano que estará presente en otros momentos (al
igual que hacía Lorca en los montajes de La Barraca); posteriormente, y desde
el “espacio musical”, se interpretan obras creadas por Garriga, a excepción de
la pieza final, tras haber terminado la representación: La Leyenda del Tiempo,
de Camarón de la Isla, en la que están acompañados por todos actores, algunos
de ellos apoyando con elementos de percusión. No podía terminar mejor. Nos puso
la piel de gallina.
Bella, honda, pone el foco en
diversos temas bajo la poesía de las palabras: la moral estricta y agobiante de
la España de los 30-40, especialmente dura para la mujer, en la Andalucía
profunda (bueno, y en el resto de España en esa época, y quizá también en la de
la actualidad), el peso del dolor y los deseos de venganza, la fuerza
irrefrenable de los sentimientos y la cara oscura que conlleva el dejarse
arrastrar por ellos… Todo ello se aprecia en este estupendo montaje. El
programa de la obra recoge textos del propio Lorca que, sobre el teatro, decía:
“Es una escuela de llanto y de risa y una
tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o
equivocadas, y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el
sentimiento del hombre.”
Y es que, queridos lectores
cinemelódicos, el teatro, cuando está bien hecho, es un milagro.
FICHA TÉCNICA
Bodas
de Sangre (Federico García Lorca, 1931)
Dirección y
espacio: Oriol Broggi
Creación Musical: Joan Garriga
Intérpretes: Ivan Benet, Anna Castells, Nora Navas,
Clara Segura, Montse Vellvehí.
Juguetón,
el caballo.
Músicos: Joan Garriga, Marià Roch, Marc Segura
Vestuario: Berta Riera
Iluminación: Pep Barcons
Sonido: Damien Bazin
Sala: Teatre Biblioteca de Catalunya
Producción: La Perla 29
Por @MENUDAREINA
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