La Décima condensando en un latido toda una experiencia
vital de emociones. La Undécima en un aliento contenido en lo que se tarda en
lanzar un penalti. Y ahora la Duodécima.
Sin respiro hemos pasado de la agonía de la sequía a la lluvia
que sacia. Encaramos la final de la Duodécima con la tranquilidad de quien está
donde debe estar, pero con el vértigo y la tensión de quién quiere seguir
haciendo historia, elevando el listón hasta lo imposible. Unas emociones
distintas tras ganar la Undécima y la Liga "treintaytres", pero que al final nos
volvió a desbordar.

Sí, viví esta Champions con inusitada tranquilidad, lo que
estoy descubriendo, en dejes supersticiosos, que es buena señal. Una
tranquilidad que desvela seguridad en la victoria. Y en honor a ello cumplí
escrupulosamente todos mis rituales para mantener en orden el mundo, ese en el que el Real Madrid está en lo más alto, más allá de lo mundano. Mi atuendo, mi
sitio, mi compañía, mis rutinas. Nada podía fallar con todo esto. Y no falló.
Una tranquilidad que no sólo era seguridad. Ya habíamos
vencido antes a la Juventus en una final, nuestro rival no vivía en el constante complejo que
le lleva al odio hacia nosotros, no existía la necesidad extra de callar las
bocas a los faltones, simplemente era deporte de altura. Pura competición, y
por si fuera poco traíamos la Liga bajo el brazo.
Pero es que ganarla otra vez y completando el doblete más
importante, ¡sería tan bonito, sería tan perfecto! Ese era uno de los grandes
alicientes, ¡y vaya si ha valido la pena!
Tanto en la segunda Liga de Capello llena de remontadas, en la Décima y aquella
existencia completa condensada en un segundo o la Undécima y la angustia
alargada hasta los penaltis, las lágrimas se empeñaron en ser indiscretas,
aunque yo sí lo fui por ellas ocultando su desnudez al resto, que uno es muy
suyo.

Por desgracia, este año, como el anterior, no he podido
disfrutar de la presencia en persona de mi hermano, pero gracias al whatsapp
todo está más cerca y los lazos se mantienen firmes. Esas redes sociales que de
alguna forma nos permiten estar tan cerca de los nuestros y de tantos otros,
a veces desconocidos, pero extrañamente queridos también, porque reconocemos en
ellos el mismo sentimiento.

Estoy inmensamente feliz, andando por la calle con cierta
altanería, esa que sale sola cuando algo nos ha salido bien, creyendo que sólo
con mirarme descubrirán que he conseguido un gran logro, como levitando un
poco. Un logro que es de millones y en el que tuve mucho que ver gracias a mis
rutinas, rezos y manías, como los de tantos de vosotros, y que en mi pose a mi paso despertará el cuchicheo admirado o
envidiado de: Mira, ahí va un madridista.
Os he visto hacer lo mismo que hago yo. Unos solos, otros en
familia, otros con amigos, otros rodeados de desconocidos… Chillar, saltar,
reír, como se hace en cada punto del planeta, como si fuéramos uno, como si fuéramos
el mismo, y es que en esos momentos en realidad lo somos. Primitivos, básicos,
auténticos y luminosos. Éramos el mismo.

Y mientras los estertores de la celebración de la duodécima
van desapareciendo, empieza a bullir una angustiosa sensación en nuestro interior,
un picorcito, un escozor que reconocen todos los madridistas cuando se
presenta. Es el ansia por conquistar la decimotercera.
Qué bonito lo cuentas! Me alegro mucho por ti, y lo sabes. Con esa alegría desprejuiciada, sincera y un punto envidosilla de quien celebraY lo que otros a los q se quiere bien consiguen, y q quisiera para sí.
ResponderEliminarDisfrútalo. Ha sido en buena lid y a lo campeón.
Bss!!'
Lo sé, Reina! Tú seguro has disfrutado mucho también y sabes lo que es. Muchas gracias. Besazos.
EliminarQuerido, ha sido para mí algo inenarrable.
ResponderEliminarY encima, por cosas de la vida, un hijo en Oporto, otro en Cardiff viendo el partido (maldito bastardo) y yo en casa junto a mis perros.
Y en una lluvia constante de wasaps y llamadas, segundo a segundo, vibrando más que nunca. El Madrid es como echar un polvo o comer queso, siempre te quedas con ganas de más. Algo que no comprenden los demás, sólo nosotros.
A esos pobres infelices, que los folle un pavo (desde el cariño).
Prefiero que me envidien a que me tengan lástima (palabras de mi padre q.e.p.d.)
Qué gran frase de tu padre! Ha sido tremendo, y veo que has reunido una gran cantidad de esas emociones que intentaba relatar jejeje.
EliminarUn abrazo, fuerte!