miércoles, 8 de febrero de 2017

Crítica HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE (2016) -Parte 1/2-

MEL GIBSON












No es el antibelicismo la principal idea que el brillante e inteligente Mel Gibson quiere exponer en su soberbio último trabajo, aunque también lo logra desnudando las absurdas contradicciones de la guerra y sus mecanismos, sino el heroísmo, el heroísmo desde todo punto de vista. ¿Y por qué? Pues porque aunque Gibson muestra el tremendo horror de la guerra, también te atrapa y fascina con esa última parte visceral, enérgica y visualmente gloriosa, donde lo que refulge con más fuerza son esos héroes muertos, esos supervivientes, esos soldados armados o no, todos ellos idealistas y que van al infierno por sus principios y la defensa de lo que creen justo.

Una reflexión que llevará a determinados personajes a confundir la integridad moral, la firmeza de los principios, con la cobardía, por ejemplo.





La doble idea de violencia y espiritualidad queda maravillosamente expuesta en la primera escena, donde Gibson retrata ese infierno bélico, pero de una forma anónima, casi expresionista, de cuerpos retorciéndose y volando por los aires, víctimas de las bombas y los disparos, de rostros ocultos y fuego permanente e inmisericorde, rodeados de muerte, que contrasta con las palabras religiosas y el rostro de nuestro protagonista, Desmond Doss, herido (junto al rostro de los que tratan de ponerlo a salvo). Él es el único personalizado en ese apocalipsis anónimo.







Desmond Doss fue el primer objetor de conciencia condecorado con la Medalla de Honor de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Un hombre que se negó a tocar un arma ni a matar a nadie en base a sus creencias (era Adventista del Séptimo Día), por lo que fue al frente, amparado por la Constitución americana, en calidad de médico sin protección alguna más allá de su casco… Y salvó a 75 hombres.

Gibson sigue a este excepcional personaje para dar rienda suelta a sus personales obsesiones en esta magistral película que se divide en tres partes bien diferenciadas, o dos con la parte del adiestramiento como bisagra. La vida tranquila y relajada antes de la guerra, la instrucción y la guerra. Es decir, la formación, la teoría y la ejecución o práctica, porque en Gibson la formación radica en los principios morales, en la educación y la familia, no en el aprendizaje profesional o funcional, que incluso podría llegar a ser consecuencia de lo primero. En Gibson es la educación moral la que nos forma y define lo que seremos y haremos.

Doss es un personaje paradigmático del universo Gibson. Un hombre de fuertes creencias y determinación a prueba de bombas, nunca mejor dicho en este caso. Los suyos suelen ser personajes de esencia cristiana y católica que deben emprender un viaje de sufrimiento, aprendizaje y autodescubrimiento, duro y violento, para redimirse y expiar los pecados, donde la sangre y lo espiritual se dan la mano. Un periplo donde la familia es esencial y donde el personaje siempre va de lo humano e individual a lo idealizado y universal. Así, esa familia puede determinarse a los seres más allegados, para salvarlos (Apocalipto), para vengarlos (Braveheart), pero puede extenderse al ejército (Hasta el último hombre, Braveheart), a una nación, un pueblo (Apocalipto, Braveheart) o a la humanidad misma (La pasión, Hasta el último hombre) en la concepción más genérica de familia… Es la familia la motivadora, la vertebradora, la que hace al héroe y su gesta posible, como vemos en esta misma película, a pesar de sus defectos.

Gibson es un narrador nato, puro nervio narrativo, puro talento y poderío visual. No ha hecho película mala. Es pura vehemencia, energía y visceralidad, rasgos que lo convierten en una imposible mezcla entre Raoul Walsh, Samuel Fuller y Sam Peckinpah. Mezcla con maestría de clásico drama y humor. La película es pura progresión narrativa. Las dos horas y veinte que dura vuelan a todo tren. Ni te darás cuenta.




En la primera parte, la más cuestionada, tendremos estampas de la infancia y la juventud, 15 años después, de Desmond, precisamente junto a su familia y la que será su esposa, Dorothy Schutte (la bella y encantadora Teresa Palmer). Una primera parte cuestionada por contener un relato más convencional, pero que es absolutamente necesaria para definir al personaje, a su familia y a sus principios, ejecutada por Gibson con excepcional fluidez y acierto. Un contexto familiar que va aclarando la personalidad de ese chico, con una escena que nos remite a Caín y Abel, cuando en una pelea Desmond casi mate a su hermano. De nuevo Gibson vincula violencia y religión o espiritualidad. Temas indispensables en su filmografía.






Dentro de la familia es obligado destacar la interpretación de Hugo Weaving, que encarna a Tom Doss, el padre de Desmond. Es una pena que no le hayan dado una nominación. Un hombre atormentado por la culpa, la mala conciencia y el dolor, que maltrata a su familia tanto como la ama, que sufre y pasa sus ratos libres en un fordiano cementerio hablando con los amigos caídos en la Gran Guerra, en la que participó. John Ford es un director al que también remitimos varias veces en el film. Él, que tanto hace sufrir a su familia, que tan en contra está de que sus hijos vayan a la guerra porque sabe lo que es de primera mano, porque quizá lo convirtió en lo que es y que tanto le repele, se desvivirá por ellos y será la pieza clave para que Desmond pueda participar en la guerra, como es su deseo. Es duro ver llorar a un padre, aquí lo veremos varias veces.



Son extraordinarios los momentos de la cena con su hijo Hal recién alistado, su encendida petición a Desmond para que no vaya a la guerra o su increíble y emocionante dignidad acudiendo al juicio de su hijo para que le dejen realizar su deseo de servir.





Formando una dualidad, tendremos a la madre, Bertha Doss (Rachel Griffiths), cariñosa y amantísima, en contraste compensatorio con su marido.





Una de las escenas familiares cumbre, en una increíble mezcla de drama y comicidad, es la cena donde Hal Doss (Nathaniel Buzolic), el hermano de Desmond, anuncia que se ha alistado. El padre, Tom, contará una tremenda historia con un punto cómico en imposible equilibrio, sobre un amigo suyo y su traje en la guerra para terminar rompiendo en llanto.



Padre e hijo tendrán una clásica disputa. El ímpetu juvenil contra la experiencia. El derrumbamiento de los ideales con la forja de los mismos. La desolación de la realidad de la guerra y las consecuencias que provoca contra la ilusión y el deber… Un padre que conoce muy bien a su hijo...



Se ha cuestionado también que el retrato de Desmond es demasiado amable, blanco, santificado, sin aparentes defectos ni sombras, pero en realidad el personaje tiene más matices de los que han querido observarse, además de ser plenamente coherente con la concepción que Gibson tiene de sus personajes. Gibson no busca la humanidad, los grises u oscuros en sus personajes, ni si quiera en un biopic, ni siquiera aunque sea la tendencia actual, él los convierte en iconos, en modelos, en referentes, por lo que opta por la hagiografía conceptual (la otra opción más extendida), simbólica. ¡Y vaya si lo logra! Un héroe puramente americano en una visceral reivindicación individualista. Esto queda definido a la perfección cuando el capitán Glover le explica lo que sus hazañas y figura significan para sus compañeros, en el icono en el que se ha convertido, antes de la última batalla. Absolutamente coherente la concepción de Gibson. Por ello matizaría las críticas a este respecto, ya que es algo absolutamente buscado que termina en un concluyente éxito, más allá de gustos personales a la hora de encarar determinados aspectos.



En él se desarrollan y personifican varios de los temas básicos de la filmografía gibsoniana: la religión, lo espiritual, la determinación obsesiva, la defensa de la familia y los principios...


Con sutileza, Gibson afianza un vínculo entre Desmond y la naturaleza. En el bosque pasará momentos en soledad, se sentirá a resguardo. Un libro de “Aves raras de Norte América” servirá al muchacho para acercarse a Dorothy (esa pluma de separador). En lo alto de un peñasco la pareja se dará el primer beso (consentido)… Interesante paralelismo entre esas alturas naturales y el acantilado de la muerte.





Un chico sano, majo, familiar, ingenuo, decidido, seguro de sí mismo y poco experto en las relaciones sociales. Esa mirada de obseso que le dedica constantemente a Dorothy en su primera cita, debería incomodarla, pero a ella, que también debe ser excepcional, le hace gracia. Lo cierto es que parece más bruto que un arado y con tintes de acosador en esa escena. Una mirada que focaliza toda esta primera parte (a la chica en su cita, a la pareja que se besa en el cine, por el hospital al llevar al hombre que ayuda…).




La petición de matrimonio es entrañable, encauzada por Dorothy tras enterarse de la noticia del alistamiento de su novio… Quizá el sexo tenga que ver… Que si se muere sin… Una chica también muy decidida. La forma en la que Gibson muestra la feliz unión de la pareja es magistral: Plano de un anillo en la mano de Desmond y ella saliendo del baño preparada para su noche de bodas. No hace falta más.




Es fascinante la capacidad de narrador puro y clásico de Gibson, como va filtrando la guerra en la historia a base de cebos y pequeños detalles que se cruzan con Doss: Ese hombre al que nuestro protagonista ayuda y lleva al hospital (encontrando, quizá, su vocación ahí, incluso el amor), con esa pierna que chorrea sangre; el rostro desfigurado de un soldado saliendo de la clínica; el documental sobre los nazis en el cine; leerá “Anatomía práctica” para el devenir…




Del mismo modo, se avisaba la personalidad del padre en un comentario fugaz al inicio del film, por parte de unos lugareños al reconocer a sus jóvenes hijos jugando… Comentario que se enlazará, precisamente, con el padre velando a sus amigos muertos en plena borrachera.



Me tratan como a un delincuente por no querer matar”. En esta frase Gibson resumen su reflexión antibelicista, desnudando la contradicción inherente, lo absurdo del conflicto bélico, desde una concepción filosófica.




También siento que mis valores están siendo atacados y no sé por qué”.



Desmond tendrá en esta segunda parte un tormento físico, pero también psicológico, junto a los suyos. Entramos en terrenos que guiñan a “La chaqueta metálica” (Stanley Kubrick, 1987) mezclados con “Algunos hombres buenos” (Rob Reiner, 1992), en una línea más light y fusionando con ejemplar acierto humor y drama.



Una segunda parte de película que tiene partes humorísticas para prepararnos antes del infierno, en una distensión muy fordiana también. Un sargento chusquero con sus chascarrillos e insultos para regocijo del espectador, y un final con juicio incluido para terminar con esta parte. Un juicio que no se resuelve por el sentido discurso de Doss, sino por la intervención de su padre y la carta de su amigo general.

Si fueras americano serías más alto”.



Allí tendremos a otros dos personajes importantes: el sargento Howell que interpreta Vince Vaughn y el capitán Glover encarnado por Sam Worthington, donde asistimos a escenas de camaradería varonil en la instrucción, que irán tornando en pesadilla para Desmond cuando reivindique su derecho a no portar armas. Ambos actores cumplen con solvencia.


Allí sufrirá palizas, chantajes emocionales, se le ordenarán malos trabajos, castigos al grupo poniéndole de culpable, presiones de todo tipo y encarcelamientos que le obligarán a faltar a su boda hasta llegar a un juicio. Asumirá todo con resignación, frustración e ira.




Lo siento, sargento, no tocaré un arma”. “Mientras los demás arrebatan vidas, yo las salvaré”.

El ejército de los Estados Unidos no comete errores”. “¿Sabes que en una guerra suele haber algún que otro muerto?”, “No matas. ¿Eso es todo?”, "¿Por qué coño sigues aquí?",
Así que os ruego que no esperéis que os salve en el campo de batalla”.






Esta última frase es visionaria por parte del sargento Howell… Presión y chantaje para poner a toda la compañía en su contra, para forzar su salida una vez logre pasar la prueba psiquiátrica, pero aquí también se sobrepondrá el carácter excepcional de Desmond Doss, fiel a sus principios.


Dos batallas: contra los suyos propios y contra los japoneses.





Lo más fascinante es la pureza de su integridad. Ni siquiera recurrirá a trucos lícitos o mañosos, hábiles, para conseguir su propósito sin traicionarse a sí mismo, como le explica su novia, que plantea las cosas con sentido común: Pasa la instrucción, aprende a usar el arma, pero luego renuncia a él en la batalla… Porque como en todo personaje de Gibson hay una aguda obstinación que los sitúa al borde de la patología.


No confundas tu voluntad con la del Señor”.










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