lunes, 16 de noviembre de 2015

LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO

CINE Y POLÍTICA









A los independentistas catalanes les pasa como a Cecilia en la película de Woody Allen. Lo único que distraía a Cecilia de su trabajo como camarera y de un matrimonio infeliz era el cine, que le permitía evadirse de la realidad y soñar con un mundo de fiestas distinguidas y trajes de noche elegantes, hasta que un día el protagonista de su película favorita, La rosa púrpura de El Cairo, cruzó la pantalla para estar con ella.





Lo único que distrae a los independentistas catalanes de la realidad, en la que no pueden pagar a las farmacias, es fantasear con dejar España, que para ellos es un piso lóbrego, destartalado, sucio y con goteras. Los españoles, como bien habrá adivinado el avispado lector, somos el marido maltratador de barriga abultada, camiseta con lamparones y aliento pestilente que no les permite abandonar el hogar conyugal; aunque sospecho que la mejor opción que tendrían a día de hoy los soberanistas de obtener en un referéndum una mayoría cualificada para romper con España sería que votásemos todos los españoles. Cuestión de hartazgo.



La diferencia estriba en que en La rosa púrpura de El Cairo el personaje de ficción dejaba esta para adentrarse en la realidad y en La rosa púrpura de Cataluña los independentistas han abjurado de la realidad para sumergirse en la ficción.


Tan ofuscados están, que en una ocasión CIU se atrevió a poner en su programa electoral que en una Cataluña independiente aumentaría un 5% la esperanza de vida y otro 5% la tasa de supervivencia al cáncer. Así están las cosas, si logran desembarazarse de España, se solucionarán por arte de birlibirloque todos sus problemas y pasarán a ser un pequeño, encantador y próspero país europeo.

Ni siquiera la corrupción por la que se desangra CIU desalienta a los animosos secesionistas para los que todo es una operación de las cloacas del Estado; como si el hecho de que eso fuera cierto convirtiera en mentira la descomposición del partido independentista y de sus más afamados próceres, ya tan avanzada que no es posible disimular su hedor.

El Parlamento de Cataluña ha declarado solemnemente el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de República, ahí es nada, sin haber obtenido una mayoría simple de votos en las últimas elecciones, planteadas por ellos mismos como plebiscitarias, que soporte el disparate.

Me resulta imposible hacer un análisis hilvanado de las principales razones que nos han conducido al punto en el que nos encontramos ahora, pero no quiero dejar pasar la falta de ánimo y valor para tomar decisiones y afrontar situaciones comprometidas para no calentar el conflicto, ni “crear” (extravagante utilización del verbo) nuevos independentistas. A la vista está que la actitud pusilánime no ha evitado el incremento de estos. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, que se hizo pública cuatro años después de la presentación del recurso de inconstitucionalidad, tardanza que no es aventurado pensar que obedeció a un intento, condenado de antemano al fracaso, de cuadrar el círculo, alimentó el desafecto de muchos catalanes por la madre patria. ¿Y?, me pregunto yo. En un Estado de Derecho existe la obligación inexcusable de hacer cumplir las leyes, si eso supone un problema para una mayoría cualificada de catalanes, no quedará, en efecto, otro remedio que su salida de España, aunque esa salida nunca podrá hacerse de forma unilateral, sin la legitimidad de una mayoría de votos y vulnerando la legalidad vigente.


Los catalanes se han convertido en reos de unos políticos que ya no saben cómo dar marcha atrás o no quieren hacerlo. El término reo, en su acepción de persona que por haber cometido una culpa merece castigo, está bien empleado. Los empresarios catalanes, aterrorizados, suplican ahora al presidente del Gobierno que frene la ruptura de Cataluña con el resto de España para evitar una tragedia económica. ¿Qué sería hoy de Cataluña sin el sostén del Fondo de Liquidez Autonómica?





La rosa púrpura de El Cairo es una película circular. Empieza con Fred Astaire cantando Cheek to cheek y termina con Fred Astaire bailando en Sombrero de copa. El cine como forma de combatir la vida. Lo que me asusta es que el desafío independentista catalán también sea circular y estemos condenados para siempre a soportarlo.





PEARLSBU (@Pearlsbu)


5 comentarios:

  1. ¡Como siempre, un millón de gracias, Jorge! Es un placer que publiques una entrada mía en Cinemelodic.

    Tienes, además, una habilidad especial seleccionando las fotos.

    Besos mil,

    Pearlsbu

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    1. El placer es mío, María. Sólo puedo animarte a prodigarte más! Además, está yendo como un tiro la entrada :))

      Lo de las fotos... la experiencia y que hay mucho material para reírte jajajaja.

      Besos

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  2. Nadie me llama María, usan mi nombre compuesto, que no desvelaré para mantener un halo de misterio. :-)

    Eres tan cielo que, aunque la entrada estuviera muy por debajo de la media de Cinemelodic en número de visitas, sé que no me lo dirías y me animarías a escribir más; aunque espero que de verdad esté yendo bien (o, al menos, no demasiado mal) por ti, que tienes la gentileza de publicar mis reflexiones que ni siquiera encajan con la temática del blog.

    Mil gracias de nuevo.

    Pearlsbu

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    1. Jajajajaja yo sí lo conozco. Cómo no iba a conocerlo!!!

      Me cuesta mentir y es la verdad, es más, como dato objetivo debajo del listado de entradas hay un gadget que señala las 5 entradas más visitadas en los últimos 30 días. Estoy convencido de que aparecerá en las del último mes.

      Mi ánimo es sincero y por admiración :)

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  3. María del Cuerpo Resurrecto tras la Larga Agonía del Calvario:
    No sé qué decir. Precisa y preciosa crónica de una peli que me gustó sin matarme. Cuando el esmirriado egocéntrico pasa de la risa a la ironía, las costuras le tiran por debajo del sobaquillo.
    Besos y abrazos desde mi atalaya de compungida labor, a la cual acuden las prosaicas mesnadas en pos de las aguas de mi conocimiento.

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