sábado, 21 de marzo de 2015

Crítica: EL CIRCO DEL CRIMEN (1968)

JIM O'CONNOLLY













Joan Crawford es una de las grandes actrices y estrellas del Hollywood clásico, su masculina belleza y su fuerza interpretativa tienen rendidos a la gran mayoría de cinéfilos de todo tiempo y toda clase. Tras el éxito de “¿Qué fue de Baby Jane?” (Robert Aldrich, 1962), la actriz fue muy codiciada por muchos directores que pretendían aprovechar el tirón de la película contando con ella en películas del mismo corte, terror y finales sorpresa. Estos proyectos no siempre tenían la calidad esperada, de hecho ninguno se acercó siquiera a la obra maestra de Aldrich, pero en ocasiones sirven de simpático divertimento.

La cinta que nos ocupa se suma a títulos como “Jugando con la muerte” (William Castle, 1965) o “Trog” (Freddie Francis, 1970). Una película discreta, mediocre, que tiene su gracia en sus trucos lastimosos para intentar sorprender al espectador, sin mucho más que ofrecer, tan tramposa como juguetona, tan incoherente como intrascendente. Mala.

Como suele ser habitual en cintas de este corte comenzaremos con un asesinato, una muerte o un acto truculento para marcar el tono, en este caso un trapacista que muere ahorcado en plena función… ¿un accidente o un asesinato?

Un estrangulamiento algo estrafalario y al que se le ve al cartón, vamos, que queda claro el truco de la cuerda, pero no vamos a pedirle peras al olmo. Acto seguido asistiremos a la primera conversación, presentada en ligero picado, lo que representa crispación, disputa, provocada por el trágico suceso. Habrá varias escenas donde las conversaciones se recojan en ligero picado. Se definirán los roles de Crawford, que interpreta a Monica Rivers, fría y calculadora, definida como inhumana, competente trabajadora y negociadora, y Michael Gough, conocido por su papel de Alfred en los Batman de Tim Burton, que interpreta a Albert Dorando, supuestamente más comprensivo, pero también definido como una máquina, un interesado egoísta. Los dos acabarán viendo lo beneficioso de la desgracia a nivel económico, en una demostración de su despiadada frialdad. Rivers reirá al marcharse la policía de su caravana tras un paño que distorsiona su imagen al saberse vencedora en la discusión, aspecto visual que puede indicar falsedad, insinuarla, pero que no será cierto por lo que resulta, así que queda o bien tramposo o bien puramente esteticista. Lo que sí quedará claro es su carácter frío, aunque el desarrollo posterior del personaje se va difuminando en relación a esta primera impresión, quedando bastante indefinido.



Frank Hawkins, interpretado por Ty Hardin, aparecerá repentinamente y sin previo aviso para sustituir al equilibrista muerto... Para redondear su retrato de sospecho de manera torticera y tramposa se le presentará como irascible y poseedor de un secreto, un homicidio en el que participó y salió libre. Este aspecto tiene el único propósito de verter sospechas sobre él, más sumándolo a su oportuna aparición, tan burdo y evidente que cae simpático. El representante que amenaza a Hawkins veladamente es otro elemento para echar de comer a parte, una de esas torpezas ridículas y lamentables de un guión descuidado. ¿Qué hacía ahí ese representante? ¿Qué intención tiene? ¿De dónde saca tanta información de un trapecista desconocido? ¿Le seguía o conocía de algo, tiene algún interés en él? Todas estas preguntas quedan sin respuesta porque el supuesto representante no aparecerá más en toda la película, escenificando el bochorno que delata la verdadera intención de la escena, fijar un sospecho del crimen… de los crímenes.




No sólo él tiene un crimen a sus espaldas, el marido de Rivers (Joan Crawford) también está muerto, otro trapacista que murió en un accidente… lo que son las cosas y la mala suerte.

Hawkins, por supuesto, será contratado una vez demuestre su talento, que veremos con detalle. Un hombre chulo, engreído, seguro de sí mismo, confiando y ambicioso que hará buenas migas con Rivers (Joan Crawford), lo que hace intuir una futura alianza. Así lo demuestra el extraño, sugerente y cómplice plano de ambos en la furgoneta y la posterior cena íntima donde el equilibrista tendrá un arrebato romántico, en una poco sutil declaración de intenciones, con la reticente dueña del circo.




Hay varios números circenses durante la película en lo que viene a ser un sentido homenaje al mundo del circo, pero están extraordinariamente alargados, suponiendo un bache narrativo sin mucho sentido y pudiendo llegar a aburrir o hacerse eternos para algunos espectadores que esperen impacientes cómo sigue la historia. Uno con elefantes, otro con caballos y perros, el del equilibrista, el de los trapacistas, el del domador… El retrato del circo no es malo, aunque básico. Veremos los transportes, el levantamiento de carpas, el funcionamiento interno, los números…






El asesinato de Dorando (Michael Gough) es de los momentos más chapuceros del film, artificioso, forzado y sin sentido narrativo o coherencia alguna. Esto, que Alfred Hitchcock hacía magistralmente, aquí resulta una chapuza horrenda, un desbarajuste que da vergüenza ajena. Resulta que el desgraciado socio de Rivers irá a apoyar su cabeza justo delante de un pequeño agujero que da a otra parte del lugar en el que se encuentra, agujero que es el único punto comunicante entre ambos sitios. Pues bien, el director, Jim O’Connolly, no contento con semejante coincidencia, armará a su asesino con guantes y un clavo, el único arma que podría introducirse por el mencionado agujero, y un martillo, por eso de golpear el clavo para que sea más eficaz… El diestro asesino aprovechará el preciso instante en el que Dorando se dé la vuelta y apoye su cabeza en el agujero para asestar un certero golpe al clavo con su martillo y atravesar la poco pensante cabeza del personaje interpretado por Gough… Asesino previsor, visionario y afortunado… Un despiporre.






Las sospechas siguen señalando a Hawkins, ya que estaría interesado en ser el socio de Rivers, pero acto seguido veremos a la dama robando y quemando el contrato que le unía a Dorando secretamente, y todo con unos guantes negros, como los que portaba el asesino en la escena anterior, con lo que se pretende crear una nueva sospechosa o sugerir la idea de que la pareja está maquinando cositas malas… Todo esto se descubrirá posteriormente como trucos horrendamente tramposos y artificiosos para engañar al espectador. La mano asesina se nota de mujer además.


Si ni Rivers ni Hawkins son los asesinos, ¿para qué quema en ese momento el contrato ella? ¿Por qué necesita unos guantes para entrar en una caravana que transita durante todo el día? ¿Qué hacía ahí el asesino en ese momento si nos cuentan luego que estaba en otro lado, un asesino que no ha sido presentado aún siquiera…? Para engañar al espectador sin más.


Todo esto tiene un evidente regusto a los relatos de Agatha Christie, donde todos son sospechosos, como veremos en la escena donde todos los trabajadores se reúnen para discutir, echarse las culpas unos a otros y verter sospechas, con una rubia supuestamente sexy, Matilda (Diana Dors), llevando la voz cantante contra Rivers, y un detective que vendrá a un sitio concreto y cerrado para resolver el asunto, en este caso aprovechando el paso del circo por Liverpool. Un detective distinguido y peculiar, que nos presentarán poco después, llamado Brooks (Robert Hardy), nuestro particular Poirot, un inspector de Scotland Yard.



En la mencionada discusión de empleados del circo tenemos más ejemplos de guión poco cuidado y gratuito, cuando uno de ellos comente cosas que no debería saber ni se nos mostró cómo se enteró, por ejemplo cuando dice que Rivers manifestó que la muerte del equilibrista era buena para el negocio, lo que hizo en la intimidad, como nosotros mismos, espectadores, comprobamos. Habrá más ejemplos de este tipo, poco después nos enteraremos de que Hawkins, el trapecista, vio a Rivers en el remolque de Dorando, pero se evitó enseñarlo…

Se insinúa que el enano, que muestra una fidelidad a prueba de bombas con Rivers, está secretamente enamorado de ella, pero este aspecto tampoco se desarrollará, como ninguno, porque todo lo que se escenifica y muestra sólo tiene la intención de generar sospechosos y hacer trampas al espectador para intentar sorprenderle al final, no desarrollar ideas, personajes, relaciones o una historia mínimamente bien elaborada. Hay que decir que las apariciones de Rivers con su capa roja no dejan de ser siniestras. El enano será sospechoso porque mentirá sobre Dorando como propietario, con la intención de proteger a Rivers. Jugará con el color rojo y el verde, como el del vestido que luce en varias ocasiones.




El montaje no es especialmente acertado y la trama va dando saltos sin mucho sentido. Entre chantajes y pactos se irá desarrollando la relación de Hawkins (Ty Hardin) y Rivers (Joan Crwaford). Esto es curioso y un mal planteamiento dramático, porque si se pretende mantener la ambigüedad sobre su relación o alianza, sobre su posible carácter asesino, estas escenas de intimidad y discusiones lo desmentirían, haciendo perder ese tramposo aliciente.




La aparición de la díscola hija, Angela Rivers (Judy Geeson), es el colmo del artificio. La señorita no aparece hasta mitad de película y se convierte en personaje esencial… Más manipulador y tramposo, más incoherente, no se puede ser sabiendo lo que será esta adorable chica. Ha sido expulsada del lujoso colegio por rebelde y macarra, pero la buena de Geeson no da el papel, con esa mirada de no haber roto un plato y su rostro angelical sólo se entiende su elección para seguir engañando al espectador.



Las graves acciones de esta joven son infringir alguna norma indefinida, negarse a estudiar, ser desobediente, imitar a los profesores, fumar y alguna broma como esconderse mientras deja almohadas en la cama… Esto último quizá sea el amago de justificación para su escapada al circo a matar a alguien de la rocambolesca manera que vimos, porque si no… Vamos, que con semejantes tropelías en el colegio no sabemos cómo no la detuvieron, ¡una chica que fuma y no estudia! ¡En la cárcel estaría mejor! El guionista seguro que fue muy travieso de pequeño…

La motivación homicida de la jovencita, que será un secreto hasta el final, supuestamente sorprendente, es que se sentía sola y poco querida por su madre… A ver muchacha, estás en un internado, es normal que haya cierta distancia… El caso es que a ella le va el circo, o eso dice, y chantajeará emocionalmente, poniéndole ojitos, a su madre para quedarse con ella allí.

Que no digo que la niña pudiera sentirse algo sola y estas cosas, pero de ahí a ponerse a matar gente va un trecho. Además, los argumentos de su madre son lógicos, una mejor educación y relaciones alejada del circo… Una madre a la que no deben irle mal las cosas con el circo si puede pagarle el lujoso colegio a su hija.

La escena de suspense que tenemos a continuación es el clímax de lo tramposo y rocambolesco, y más teniendo en cuenta lo comentado. Alguien siguiendo a Rivers en la noche a través de los remolques, el asesino, suponemos, pero el asesino sabremos que es la hija y ella no quiere matar a su madre sino acabar con aquello que provoca que no pase tiempo con ella, por tanto ¿qué sentido tiene? Pues el de siempre, engañar al espectador y sacar escenas de la nada para crear una supuesta intriga que no se sostiene. Sombras varoniles tras hablar de Matilda (Diana Dors) para generar confusión. El susto final con el enano apareciendo repentinamente y en plano subjetivo sólo confirma lo burdo que es todo.


El número del domador de leones se mostrará en montaje paralelo con una nueva trifulca entre Rivers y Matilda, como marcando el tono. En la siguiente escena con el número de la voluptuosa rubia y su marido el mago, ella morirá por culpa de un nuevo fallo en otro mecanismo, en una escena teñida de violentos rojos. Este planteamiento pretende volver a señalar a Rivers de forma descarada como sospechosa, ya que la vimos criticar a la chica junto a su hija en escenas anteriores y discutir con ella misma justo antes de su actuación… El marido de Matilda se jugaba el dinero de ambos y ella era un poco golfilla… Más sospechosos.


Angela (Judy Geeson), la hija delincuente, parece perfectamente integrada en el circo, incluso estará dispuesta a arriesgar su vida participando en el número del lanzador de cuchillos, en una escena planificada del mismo modo que la muerte de Matilda. Es en esta parte final y repentinamente, cuando casi no queda película, cuando la chica empieza a mostrar ciertas frustraciones, celos y conflictos. No acepta la complicidad y estima mutua entre Hawkins, el equilibrista, y su madre, una madre que hace partícipe al chico de sus miedos, aunque nos la presentaron como una mujer gélida y sin escrúpulos... Ante todo coherencia dramática.


Ella es muy vieja para él”. Esa ambigua frase es un ejemplo, pero no sabemos si son celos por su madre o por Hawkins… Esa cutre ambigüedad de la película.

Tras un momento de fraternidad y felicidad con un número musical prescindible a todas luces nos acercamos al clímax.



Si hasta aquí la cosa era lamentable, el final haría flipar a Ed Wood. Resulta que a nuestra adorable asesina no se le ocurre otra cosa que matar al causante de sus angustias, Hawkins, en medio de plena actuación y ante el público... Así, para que no la descubran. No se nos mostrará cómo ni cuándo sube a semejante altura y cómo es posible que nadie se percate, porque nosotros la vimos abajo poco antes. No os creáis que lo matará según llegue a su posición, le dejará coger la bicicleta, que haga unos equilibrios con ella, luego con una silla, y cuando termine decidirá apuñalarle. Una asesina que respeta a los profesionales. El caso es que ella en vez de esperar al momento adecuado, en intimidad, cogiendo a sus víctimas de manera imprevista, lo hace ante cientos de espectadores, para que quede espectacular, dando espectáculo… Luego bajará y se dedicará a dar explicaciones que nadie le ha pedido asegurándose de que todo el mundo la vea bien y arremetiendo contra su madre tras el discurso… Alucinante, en serio, y todo esto con un plan de seguridad de primera que nos explicó el detective, no os vayáis a pensar…




Aún hay más, ¿cómo creéis que morirá la joven? ¿La policía, un accidente, se suicida? No, queridos amigo, sale al exterior y le cae un rayo encima, no os engaño, es la justicia divina… Sin cortarse un pelo.

No se explica el comportamiento de esta psicópata, ni los crímenes del comienzo y las motivaciones de la chica, de la que se podría entender cierto malestar o reproches al perder a su padre en el circo, no más. Resultan incoherentes con todo el desarrollo dramático y de su personalidad que fuimos viendo. En serio, deja perplejo y no es fácil que una película deje con la boca abierta, lo que es un punto a su favor.



Desarrollo y dirección convencionales, previsibles y mediocres, guión de espanto, interpretaciones muy discretas pero pasables y un resultado final infumable. Mala e indigna de Joan Crawford.




2 comentarios:

  1. Y es q hasta Joan Crawford tenía q pagar facturas.
    Su compañera d éxito, Bette Davis tuvo q poner un anuncio en el periódico…
    En fin. Esta señora siempre me dio un poco de miedo. De hecho, Q FUE DE BABY JANE es algo angustiosa.
    Creo recordar vagamente haber visto la q traes hoy…estas pelis sesenteras, más malas q un dolor…

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    1. BABY JANE es una joya que tengo que traer aquí tarde o temprano. Bette Davis hizo un montón de este tipo, también a rebufo de BABY JANE, algunas aceptables, otras lamentables jajaja.

      Crawford tiene una belleza masculina muy peculiar, fue una gran estrella, ciertamente.

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