La estructura se complica a través de los flashback que
muestran cómo llegaron los protagonistas a esa celda R17. Una imagen del rostro
de una chica colgada en la pared será el vehículo para ese viaje a la
ensoñación, representa la ilusión, los recuerdos de algo mejor, del exterior.
La miran para evadirse, para sentirse un poco libres. El mismo papel jugará el
cine en otra escena posterior. Así, a la media hora, se rompe la línea narrativa.
El primer flashback será el del educado y distinguido
jugador y timador Spencer (John Hoyt), que narrará la historia con una irónica
y brillante voz over. El recuerdo inmortal de una decepción. Posteriormente
explicará, sin flashback, cómo terminó en prisión. El juego.
“Me pregunto a quién estará estafando Buffy ahora”.
“No lo sé, supongo que cuando uno está aquí dentro hasta
esas cosa le resultan agradables sólo porque ocurrieron fuera”.
Kid Coy (Jack Overman), un boxeador, y “Freshman” Stack (Jeff
Corey) verbalizarán sus deseos y objetivos cuando logren salir de la cárcel, para
ellos no habrá flashback, pero si tendrán este momento relacionado con mujeres
y una vida próspera, uno volviendo a ser boxeador y otro ajeno a miradas, ambos
anhelando mujeres. Coy tiene una novia que le espera, en teoría. Spencer (John
Hoyt) también tendrá un propósito, dejar el juego cuando salga, y “El soldado”
(Howard Duff) querrá viajar a Italia.
El tercer flashback será para Robert “El soldado” Becker
(Howard Duff). Howard Duff debutaba en esta cinta, por lo que también es digna
de reseñar. La causa por la que Becker está en prisión es el sacrifico, dando
la cara por amor, culpabilizándose para proteger a su enamorada. Esta idea de
sacrifico se enriquece cuando vemos un crucifijo en la casa de la chica de
Becker. Una historia que se rememora con una nueva mirada al rostro del
calendario. Becker es un entrañable personaje, abnegado y entregado,
sacrificado, como ya vimos en el detalle donde atiende a un enfermo que se
desvanece mientras hacen trabajos forzados. La mujer es Yvonne De Carlo.
La noche, la lluvia, las intermitentes luces, serán los elementos de la
atmósfera que adorne el momento en el que entraremos en el flashback de Collins
(Burt Lancaster), mirando el rostro del calendario, evidentemente. Este
flashback explica de nuevo la causa por la que el personaje acaba en prisión,
en este caso la bondad… Collins se dirige a cometer un atraco, por el camino se
detendrá a ver a su novia, que está postrada en una silla de ruedas. El
objetivo de dicho atraco es pagar una operación que la saque de ella. Un
flashback y un retrato en exceso idealizado y un tanto melodramático, que sirve
de buen ejemplo de la mayor debilidad del film. Él tiene muchos secretos,
quiere mostrarse ideal ante ella, no decirle a qué se dedica, de ahí que no
quisiera que supiera que estaba en presidio, de ahí que ella se niegue a
operarse al no estar él. El arresto trunca esa relación.
La indulgencia cede a la disciplina, que es el sueño húmedo
del Capitán Munsey (Hume Cronyn). Puede extrañar de inicio que tras las quejas
por la falta de autoridad a Munsey nada cambie, ya que sería precisamente el
momento adecuado para ejercer esa dura disciplina que pretende. La explicación
es que Munsey es ambicioso, no se conforma sólo con que la prisión se organice
de una determinada manera, él quiere ser Alcaide. Se va adaptando a las circunstancias.
Resulta también extraño que si el Alcaide es indulgente y trata bien a los
presos, el burócrata que vimos al inicio se quejara de los problemas y las
quejas que recibía… Todo sería explicable si pensamos que la mano de Munsey
está detrás de todo, moviendo hilos para hacer saltar chispas. Quizá se podían
haber tratado con algo más de claridad estos asuntos.
De igual manera que se afianzan alianzas también habrá dudas
en el grupo, posibles deserciones o quizá traiciones, como la de Spencer. Ante las
dudas de Spencer, Collins (Burt Lancaster) se pondrá de pie ante él para mostrar
su superioridad, perfectamente mostrado en un travelling de retroceso.
La escena del tirano.
La escena donde el doctor y Munsey conversan es excelente.
Aquí el Capitán se quita la careta. Su actitud dictatorial, ordenando la mesa
del despacho y sentándose en la silla del Alcaide cuando éste se va a
descansar, desvela sus propósitos. Será un duelo de citas con posiciones
antagónicas. El lúcido doctor y el perverso Capitán de prisiones. Respeto y
temor como forma de orden, de mando. El doctor (Art Smith) es un Pepito Grillo,
el borracho lúcido pero indefenso que retrata la realidad de ese personaje
despiadado. César, Gengis Kan o Alejandro “El grande” serán usados como
ejemplos del liderazgo ligado a la maldad, en un superficial tópico del
doctor.
“Los débiles heredarán la Tierra”.
“La bondad es sinónimo de debilidad”.
Estas tesis del doctor tienen mucha brocha gorda, porque
Munsey puede ser un malvado, que lo es, pero no es tonto y sí demuestra
habilidad e inteligencia para lograr sus propósitos. Su opinión de César es
simplemente para troncharte, uno de los verdaderos genios que dio la humanidad.
Curiosamente, cuando mencione el tema de la violencia será cuando Munsey explote
en ella. Tras el golpe, Dassin mostrará en un ligero picado, que incluye a los dos
personajes, cómo se levanta dignamente el doctor.
“Nada de inteligencia, nada de imaginación, sólo fuerza,
fuerza bruta”.
“La fuerza hace líderes, pero se olvida de una cosa, también
los destruye”.
En su despacho, Munsey pondrá en práctica esa predilección
por la violencia que comenzamos a ver en la escena anterior. Su presentación en
su hábitat, en su despacho, limpiando un rifle, símbolo fálico, es excelente.
Además Dassin juega magistralmente con la iluminación reforzando la sensación
de amenaza y tensión. Nos disponemos a presenciar una tortura al inocente
periodista que llevaba información, el ayudante de Gallagher. Agresiones y
objetos para imponerse y sacar información. Con esto se manifiesta cierto
complejo de inferioridad en Munsey y quizá una latente homosexualidad que trata
de reprimir, de ahí sus símbolos fálicos. Como contraste, algo a lo que muchos han
recurrido, Munsey pondrá música clásica para ocultar lo que allí sucede, un
hombre sensible dispuesto para la violencia. Eso sí, escuchará a Wagner, como no podía ser de otra manera. Una poderosa violencia en off.
Will, el periodista, mostrará una dignidad y resistencia a
prueba de bombas. Fiel e íntegro. No delatará a ninguno de sus compañeros ni el
plan, pero que Munsey se fije en él y lo presione y torture denota que hay otro
topo en el grupo. Además conoce que hay una fuga programada.
El doctor Walters (Art Smith) nivelará las cosas informando
a Collins de la información que posee Munsey, por lo que tenemos dos “topos” y
las cartas de todos sobre la mesa. Este hecho además advierte a nuestro
protagonista de que tiene un traidor entre sus hombres. El momento en el que el
inteligente Collins examina y prueba a sus amigos para descubrir al que lo
vende es excelente. La mirada de Lancaster, que va escrutando a todos ellos, a
Spencer en primer lugar, asumiendo interiormente y analizando lo que tiene que
hacer a toda velocidad, es un gran momento de cine. Collins dejará libertad para
elegir su posición en el momento de la fuga, todos dejarán la decisión en manos
de su líder… menos el traidor, Stack (Jeff Corey). El primer plano sobre
Lancaster al descubrir a su traidor es magnífico. Un Collins duro y
decepcionado.
Dassin usará un reloj como elemento de tensión, se acerca la
hora del plan de fuga. A las 12:15 es la hora convenida. 10 minutos para el
clímax. Todos en sus puestos. Munsey se situará en lo más alto, en la torre de
vigilancia, el lugar acorde a su ego, a su supuesto éxito. Como la deidad que
se cree. Allí en lo alto, precisamente, recibirá la noticia de su ascenso,
nuevo Alcaide, tras la renuncia del anterior.
Un clímax suicida.
El traidor quedará perfectamente encuadrado mientras Collins
organiza a su gente, como agazapado, en unos encuadres de talento indiscutible.
Collins lanzado a un plan suicida.
Un clímax espectacular en el que la fatalidad lo sobrevuela
todo. Todos los involucrados morirán, conscientes en su mayoría de la
imposibilidad del plan. Cabría reprochar aquí la actitud de Lancaster, llevando
a todos a una muerte segura una vez sabe que ha sido traicionado y su plan ya
no es secreto, se les está esperando para masacrarles. Un tanto injusto, aunque
se pretende retratar que todos están dispuestos a morir si no logran la
libertad, a salir de allí de pie o en el coche fúnebre. Un clímax cruel y duro,
donde usarán al traidor Stack de escudo humano y donde Collins llegará a lo
alto para ajusticiar a Munsey, que conseguirá el récord de Alcaide que menos
tiempo ha estado en el cargo. La muerte de Munsey es salvaje, lanzado desde lo
alto, el lugar de su éxito y símbolo de su triunfo, hacia los abismos para ser
apaleado por los ansiosos presos que esperan al dictador como fieras ávidas de
carne. Las ínfulas de poder de Munsey devoradas por sus víctimas.
La fatalidad se recrea con todos, así el fracaso del plan
será completo, con la ironía de la situación del coche que bloquea la puerta
que les daría la libertad al estrellarse intentando salir…
Un travelling
poéticamente lúgubre pasa por todas las celdas hasta llegar a la R17, la
de nuestros protagonistas, que está vacía. Un plano magnífico que sugiere
desolación y a la vez libertad. Tan solo el preso cantarín, Calypso (Sir
Lancelot), esa especie de narrador que salpicaba con su arte ciertas escenas,
quedará como superviviente junto a su amigo el doctor Walters.
“Nadie escapa, nadie escapa jamás”.
El mayor defecto.
La película es excelente pero no puede disimular su mayor
defecto. El retrato que se hace de los presos es idílico, los flashback son
excesivamente melodramáticos y restan fuerza al retrato penitenciario, lo hacen
algo manipulador, demagogo, torticero, populista incluso. Collins (Burt
Lancaster), por ejemplo, es un criminal, pero tremendamente romántico y
altruista, entregado y de buen corazón. Roba, pero lo hace para ayudar a su
novia inválida… Esto es común al resto de presos que nos presentan, parece que
ninguno ha cometido un delito por maldad o interés personal, todo son producto
de debilidades humanas comprensibles, justificadas u obligadas… Esto huele un
poco. Un retrato incompleto de ese microcosmos que se nos pretende mostrar,
algo deforme y tergiversado, que no muestra toda la realidad que allí acontece.
En cualquier caso, la calidad de la propuesta y la cinta no
puede quedar mermada por estos aspectos.
Una cinta que reflexiona en profundidad y con acierto sobre la necesidad
inherente del ser humano de ser y sentirse libre, incluso aunque no haya
esperanza, de los límites del sufrimiento, de la capacidad de sacrificio, de
los vínculos irrompibles generadores de grandes objetivos, sobre el idealismo, la
amistad, la debilidad humana, aspecto muy bien retratado, la tiranía del terror
y la violencia, la rebelión ante la opresión… La tenacidad, el tesón, la
decisión, el liderazgo, los recuerdos, los deseos y los anhelos como impulso
vital, la memoria salvadora, los grises en la moralidad de todas las
acciones… Una obra muy compleja y rica, con un buen guión, una excelente
estructura y una dirección de un grandísimo talento. Una notable película del
magnífico Jules Dassin.
Pues muy satisfecha!!! Estoy contigo en lo "amañado" de la circunstancia d cada preso a la hora de explicar el porqué de su pena.
ResponderEliminarEl personaje del doctor me gusta mucho. Y la escena del alcaide, con esa camiseta además de violencia me remite a la imaginería gay.
Gracias de nuevo por tu trabajo. A ver si, como sugerías, pronto puedo ponerme a la selección y visionado de pelis q aquí en tu casa he ido encontrando. Tras leer tus análisis, verlas es mucho más gustoso!!
Bss
Yeaah! Sí, se les va un poco la mano progre en ese sentido...
EliminarMuy cierto, comento el tema, el símbolo fálico y la tendencia homosexual que, cierto es, con esa camiseta queda muy patente jajaja.
Ojalá lo hagas y comentes, será genial!
Besos