Desconocida joya del cine español que conviene reivindicar
con fuerza. Desconocida joya de puro cine negro de detectives para dotarla de
más interés aún.
Película depuradísima, de narración y exposición cristalina
y extraordinariamente diáfana y precisa, ejemplar. Un guión detallista,
detallado, preciso, tan bueno que parece sencillo pero que en realidad tiene
muchos elementos de interés, que junto a la puesta en escena de Julio Salvador
y pequeños giros narrativos hacen de esta extraordinaria película un placer
cinéfilo de primera. Un ritmo incesante, constante, sabroso en todo momento,
sacando el máximo partido a todos los elementos, sin apresurarse jamás y sin descanso. Un
película cohesionada y sin fisuras, magnífica en todos sus aspectos.
El retrato del procedimiento policial, incluso postal, es
impecable, realista y casi documental, lo que nos puede llegar a recordar a esa
joya que dirigió Jules Dassin, “La ciudad desnuda”, en 1948. La narración se
inicia con un encendido elogio a las fuerzas de seguridad, que serán a las que
seguirá atentamente la cámara de Julio Salvador en la búsqueda de un asesino.
En los títulos de crédito observaremos las imprentas haciendo periódicos, “La
Vanguardia” exactamente, que será un elemento clave en la investigación, con lo
que actúa de cebo en apariencia intrascendente.
Un joven es asesinado al bajar del autobús sin aparente
motivo. Dos policías, uno novato y otro experimentado, irán indagando punto por
punto y paso a paso cada pista para ir descubriendo las relaciones y los
motivos que pudieron llevar a ese crimen, así como descubrir todo un entramado
de estafadores y a los asesinos.
La descripción de los procedimientos policiales irá en
paralelo a los del servicio postal. Así veremos cómo llegan las cartas en
tranvía y son repartidas por un cartero. Una de esas cartas llegará a la futura
víctima que desencadenará la investigación. Se nos presenta a él y a su padre,
y a un pollito cojo que cuidan ambos y que será otro cebo que tendrá su eco
poco después, cuando los agentes inicien su investigación. La carta será
problemática y cambia la actitud de ambos personajes, especialmente la del hijo,
que se pone enseguida en marcha hacia… su muerte.
Uno de los mejores ejemplos en ese estilo urbano de la
película lo tenemos en el seguimiento que los agentes hacen a la chica
sospechosa que recoge las cartas del apartado de correos 1001 para enviarlas
posteriormente. Siguiéndola a ella veremos el metro, las calles, los tranvías,
la gente movilizándose, los coches…
En el momento del asesinato se nos dejarán elementos
intrigantes, un pasajero del autobús que se fija demasiado en Rafael y un joven
vendedor de periódicos que cae junto a la víctima salvándose de las balas.
Estos personajes serán usados luego por la policía como testigos.
Un montaje encadenado de varios planos nos llevará del
suceso al inicio de la investigación, donde la voz over objetiva, no participa
en la trama, situará la acción y volverá a hacer una apología de la policía.
Una apología que era obligada por censura, temiendo que el crimen resultara
demasiado atractivo, algo que no sólo ocurría en nuestro cine, también en el
americano, por ejemplo. ¿Qué mejor que el cine negro para retratar y mostrar lo
que se palpa en la calle y en la sociedad de una época? En este caso la de la
década de los 50 en España.
Los dos agentes son prototípicos, sus personalidades apenas
quedan esbozadas, son casi neutros, eficientes investigadores en una pareja tipo
habitual de esta clase de cintas, un novato que irá mostrando su competencia,
Miguel (Conrado San Martín), y un agente experimentado que sirve de mentor,
Marcial Velasco (Manuel de Juan). En películas negras de Kurosawa, como “El perro rabioso” (1949), se ve este mismo planteamiento con la pareja de policías,
aunque el cineasta japonés desarrolla una relación paterno-filial, de
aprendizaje, que aquí no se hace. Hay muchas cintas con este tipo de parejas.
Punto de vista policial.
-El planteamiento clave de la puesta en escena de Julio
Salvador estriba en mostrar el punto de vista policial, de los policías, de la
policía en abstracto. Para ello, uno de los rasgos estilísticos más destacados
serán las panorámicas, usadas de una manera magnifica en muchas ocasiones y que
sirven de ejemplo clarificador para lo comentado. Un primer ejemplo lo tenemos
en la panorámica que lleva del novato que cuenta sus inquietudes a sus
compañeros al despacho del comisario jefe, donde además se encontrará su futuro
y experimentado compañero. Un vínculo.
-Otro ejemplo, excelente, lo tenemos cuando en un pasillo de
la comisaría se nos encuadra, dando especial importancia, al padre del difunto,
pero se le abandonara, mediante una de las citadas panorámicas, para seguir a
los dos agentes que pasan distraídos junto a él. Cuando a ellos les informen de
quién es esa persona, volverán hacia él junto con la cámara. De esta sencilla
forma se marca ese punto de vista en el que se muestra todo pero se sigue con
precisión casi documental los pasos policiales.
-Una de las panorámicas más extrañas la tenemos cuando la
pareja de detectives encuentra el taxi asesino. Un hombre pasa fugazmente, como
vimos hacer a otras personas, tras nuestros protagonistas, a los que mirará, y
una vez salga de encuadre la cámara hará una panorámica como para seguirle,
pero un coche se interpondrá en nuestra visión… Poco después alguien con unos
zapatos llamativos observará los movimientos de los agentes en el interior del
lugar, cabría suponer que la panorámica pretendía resaltar el hecho de que esa
persona pasó por allí.
-Más panorámicas interesantes desde el punto de vista formal
y de rigor con la propuesta mencionada de puesta en escena. Los policías se
disponen a seguir y espiar al cartero corrupto. Una panorámica nos situará a la
puerta de la central de correos, de una furgoneta dirigirá su mirada a la
salida del cartero y lo seguirá hasta que se cruza con Miguel, el agente
novato, momento en el que la cámara parará su movimiento para quedarse con
éste. Esta elección a la hora de planificar la panorámica es distinta a la que
vimos al comienzo con el apesadumbrado padre sentado en la comisaría, pero la
filosofía es la misma, mantener el punto de vista policial, una cámara siempre
cómplice con ellos.
-El punto de vista policial llega a su clímax desde la
puesta en escena con la llegada del cartero al lugar donde se hospeda. Una vez
entre en su habitación la cámara se quedará con Velasco, incluso cuando
interrumpa su camino para volver a escuchar la conversación que el cartero
tendrá con un extraño que acaba de llegar, a la que asistiremos desde el punto
de vista del policía desde la escalera, por supuesto, que sólo nos permitirá
ver los pies de ambos… Ninguno con los zapatos que vimos en la calle
Castillejos, donde se abandonó el taxi.
-Esta escena continúa en la habitación del agente. No
veremos absolutamente nada de lo que ocurre en la habitación del sospechoso,
sólo oiremos la grabación cuando Velasco encienda la grabadora, un
extraordinario detalle. No vemos nada porque el policía tampoco lo vio y, como
he comentado, se respeta el punto de vista policial de forma muy escrupulosa.
La escena concluye con un plano de la grabadora, objeto que iniciará también la
siguiente escena inundando el encuadre.
-En la parte final, la más estética del film, en la casa
donde se ocultan los villanos, una panorámica misteriosa se centrará en una
puerta para que asistamos a la aparición del asesino, Julián (Eugenio Testa),
al que vimos merodear por allí, a sus zapatos concretamente, que será de
nuevo lo que veamos de él. Otra panorámica significativa que aquí además es
perfecta para marcar el tono y atmósfera de la escena.
Unos objetos, mostrados en primer plano, serán el inicio de
la investigación. En esta primera secuencia, con el comisario jefe y el agente
veterano reflexionando y analizando los elementos de que disponen, los
mencionados objetos, los testigos, la descripción y matrícula del taxi, las
primeras pesquisas... se recurrirá a ligeros contrapicados en varias ocasiones
para encuadrarlos, resaltando su figura.
Don Rafael Quintana (Luis Pérez de León), padre del difunto
Rafael Quintana (Carlos Muñoz), explicará su situación y las intenciones de su
hijo, una herencia gastada, una hipoteca a punto de vencer, un hijo cariñoso
que pretendía ayudar, el difunto, del que además se hará un gran retrato sin
que apenas aparezca en pantalla. Solitario, responsable, estudioso, generoso,
cariñoso con su padre, con poca vida social… y recibiendo numerosas cartas en
los últimos tiempos, los previos a su muerte. La cámara se acercará al padre y
al comisario cuando el primero inicie sus confidencias, solidarizándose con él. Lo mismo sucederá al final de la escena, cuando haya contado todo. Hay ciertas
correcciones de encuadre, ligeros defectos de dirección que no son raros de ver
en muchos títulos.
Del interrogatorio al padre a la casa familiar, saqueada y
presidida por un pollito muerto, en el eco mencionado. Allí comprobaremos que
el chico asesinado era ordenado y responsable, disciplinado. La casa está
descrita con precisión excepcional en pocos planos, un ejemplo más del detalle y
la claridad de la exposición a todos los niveles que tiene la película. Un
apartado de correos, el 1001, y un anuncio en el periódico “La Vanguardia” serán
las nuevas pistas que impulsen a los policías, que explicarán sus pasos y
averiguaciones con todo detalle.
Me fascinan tus descubrimientos!!
ResponderEliminarSabes q hubo un ciclo dedicado a la BCN noir?
Jo, q chulas las imágenes…
Gracias Sambo!! Esperando la segunda!!
Bss
Jajajaja mola eh! No, pero no me extraña, hay algunas muy interesantes. Hay que reivindicar esto que sí que merece la pena.
EliminarBesos Reina, a ver qué tal.