Tras el éxito de esa obra maestra que es “¿Qué fue de Baby Jane?”
(Robert Aldrich, 1962) salieron no pocas imitaciones, hasta
el punto de que algunos directores aprovecharon el tirón de la película para
ofrecer roles similares en títulos del mismo estilo, guardando mucho las
distancias, de terror psicológico, a las actrices. Así pudimos ver a las
excelentes Bette Davis, una de las mejores actrices que ha dado la historia, y
a la masculina y sensual Joan Crawford en productos o subproductos de calidad
variable.
Bette Davis apareció en la nueva incursión de Aldrich en el
género, la excelente aunque inferior a “¿Qué fue de Baby Jane?”, “Canción de
cuna para un cadáver” (1964); con “A merced del odio” (Seth Holt, 1965),
una cinta correcta donde volvía a hacer un papel siniestro y retorcido, inicia
un periplo británico en el que podemos citar también “El mundo extraño de
Madame Sin" (David Green, 1972), en otro papel de mala malísima. “Su propia
víctima” (1964), dirigida por el inolvidable Victor Laszlo de “Casablanca” (Michael
Curtiz, 1942), Paul Henreid, redundó en ese aspecto de la gran actriz, con un
doble papel de gemelas en el que daba rienda suelta a su maldad y retorcida
psicología. “Pesadilla diabólica” (Dan Curtis, 1976) o “Los ojos del bosque”
(John Hough, 1980), son subproductos prescindibles de terror que contaron con
la actriz en el último tercio de su carrera.
Con respecto a Joan Crawford destacaremos “Jugando con la
muerte” (William Castle, 1965), realizada justo tras ésta que nos ocupa y
dirigida también por Castle, que se adentra en el terror y el thriller con un
sano divertimento tributario de Hitchcock y todos los tópicos del género. “El
circo del crimen” (Jim O’Connolly, 1968), una nueva muestra de historia
truculenta y asesinatos, ambientada en un circo en esta ocasión, y “Trog”
(Freddie Francis, 1970) película de terror y ciencia ficción en un breve paso
británico, como hizo la Davis, serían otras de las incursiones dentro del
thriller psicológico o el terror de la actriz. A eso podríamos añadir el drama
psicológico “Los guardianes” de Hall Bartlett en 1963. Incluso destacar
también “Miedo súbito” (David Miller, 1952), aunque es un título muy anterior a
“¿Qué fue de Baby Jane?”.
En cualquier caso la cinta que nos ocupa es un estupendo
divertimento, tan ingenioso como tramposo, tan eficaz y entretenido como artificioso,
que pretende sacar partido evidente del éxito del título de Aldrich.
Lucy Harbin decapitó y despedazó a su marido (Lee Majors) y
su amante pillados in fraganti en plena infidelidad. Tras 20 años de
internamiento parece rehabilitada para comenzar una nueva vida junto a su hija,
que vive con sus tíos. Una vez todos juntos comenzarán de nuevo las
decapitaciones.
La cinta se inicia con unos escalofriantes gritos,
impactantes y que despiertan al espectador de entrada, junto a una expresiva
foto de Crawford, que interpreta a la perturbada Lucy Harbin. Un narrador over
en tercera persona nos cuenta a modo de introducción el suceso que terminó con
Lucy en un psiquiátrico. La voz over es de su hija, Carol, interpretada por
Diane Baker. Ella nos describirá un poco a Lucy, su madre, le está contando la
historia a su novio y futuro marido, Michael (John Anthony Hayes).
Esta escena inicial es potente y contundente, de detalles
muy aceptables, como ese tren que se oye en off mientras la parejita está
consumando su relación antes de la presentación de Lucy, que será,
precisamente, descendiendo de un tren.
La escena del asesinato es buena. Mirada por la ventana de
Lucy, que ve el panorama, plano general que incluye el hacha que acto seguido
cogerá para cortar por lo sano… El asesinato en sí, las decapitaciones, tendrán
un toque gore-expresionista, con las sombras de las cabezas cayendo y el
crispado y frenético rostro homicida de Crawford saciando su sed de sangre.
Esto será presenciado por su hija, precisamente, lo que supone un verdadero
impacto.
En el “debe” tenemos que Castle abusa de zooms y demás
recursos enfáticos que no hacen falta.
A través del montaje se fundirá en un encadenado los ojos
impactados de la niña con los de la Carol adulta que cuenta la historia. Han pasado 20
años de aquello y la chica quiere ser sincera con su novio antes de la llegada
de su madre, que será ese mismo día. Un nuevo encadenado nos lleva a Lucy, que
20 años después vuelve a descender de un tren, como el fatídico día de los
asesinatos, un paralelismo siniestro.
El guión de esta truculenta historia corre a cargo de Robert
Bloch, autor conocido por todo cinéfilo ya que su obra “Psycho” fue llevada al
cine por el maestro Hitchcock, en la que fue su película más exitosa, “Psicosis”
(1960).
En el reencuentro encontraremos la evidente vergüenza, apuro
y timidez materna que pronto tornarán en felicidad, pero en cambio ambivalencia
en su hija. Esa ambivalencia en el recibimiento parece cambiar a disposición
por llevarse bien de una manera un tanto extraña por parte de Carol, en una
escena donde le enseñará la propiedad que comienza con un picado desde un
molino de viento que oculta su paso de forma intermitente, detalle
significativo por lo que tiene de descriptivo de los personajes. Habrá más
planos del molino posteriormente como símbolo de la evolución de la
perturbación de los protagonistas.
Es extraña la forma que tiene la hija de introducir en
sociedad a su madre porque la lleva a ver animales y jaulas mientras menciona
las futuras matanzas a los mismos… lo que sutil no es. Toda esta primera parte
da pistas sobre la resolución de la película, pero de tal forma que pretende
dirigir al espectador en una dirección concreta o al menos ambigua. Así Carol
no parará de hacer menciones al pasado, forzando recuerdos en su madre que no
son muy agradables y que además resultan bastante arriesgados teniendo en
cuenta las circunstancias… La escultura de la madre es un gran detalle que parece
pretende fortalecer lazos. Carol es escultora.
El juego con las esculturas, algunas de animales, nos recuerdan a los pájaros disecados de “Psicosis”, algo que no sería raro tratándose del mismo autor.
Como la sutileza brilla por su ausencia tendremos que
complacernos con trucos e ingenios del guión. Tras este primer encuentro donde
la hija fuerza los recuerdos veremos el primer gesto extraño de Lucy, cierta
atracción por los cuchillos. Seguimos sutiles cuando vemos como tronchan carne
ante la atenta mirada de Lucy, no se cortan un pelo, aunque supongo que es de
agradecer que la traten con tanta normalidad, casi provocación, a los 10
minutos de haber salido de un encierro de 20 años. El clímax de este
surrealista comportamiento de la hija, que de burdo es evidente, lo tenemos
cuando muestra a su madre un álbum de fotos antiguas, con su antiguo y
decapitado padre incluido… Esto sí que no hay quien lo entienda.
Crawford se irá comportando de forma cada vez más siniestra,
desaparecerá de una quedada preparada con Michael y la veremos oculta tras un
vestido cuando salga con su hija de compras para relajarse un poco. Por si la
cosa no era extraña veremos como la hija le compra hasta una peluca con un
peinado idéntico al que llevaba la noche del asesinato en esa idea de
difuminar, transformar y deteriorar la frágil personalidad de Lucy. Adaptando
su look al de 20 años antes.
Es difícil que el espectador actual no intuya ya las
intenciones de la hija, Carol... esos actos sólo pueden tener la idea de
activarla o usarla de tapadera. Ante estas evidencias Castle intenta
desesperadamente plantear ciertas ambigüedades, mostrar a una Lucy trastornada
y extraña, con los gestos mencionados anteriormente o cuando la vemos oír voces.
Vano intento.
“Lucy Harbin asestó 40 hachazos a su esposo”.
En esta misma línea irá la pesadilla, supuesta, de Lucy,
donde ve dos cabezas cortadas echando un sueñecito con ella. Todo esto tratarán
de explicarlo al final de mala manera, aunque con cierto ingenio.
El entorno en el que está Lucy es entre demencial y viciado,
es una casa donde parecen estar todos compinchados, locos o ser unos psicópatas
redomados… un ejemplo lo tenemos en la escena de la muerte del gallo a manos de
George Kennedy, el trabajador que se encarga de la granja, que hasta le ofrece
un hacha para hacerlo ella misma a Lucy. El perfecto entorno para una
perturbada.
George Kennedy hace un papel poco sutil y muy siniestro, acorde con el tono de la cinta, su cara de tonto tétrico no hace pensar que se convierta en un manipulador, pero los intentos por hacerlo pasar por sospechoso también son inútiles. Además su comportamiento en la escena de su muerte es absurdo, el clásico tópico que llega hasta la actualidad donde un personaje parece buscar conscientemente el sitio más oscuro, amenazador, lúgubre y perfecto para ser asesinado. Ahí Castle volverá a jugar con los segundos planos y las sombras en un aceptable suspense antes de ver una nueva cabeza rodando al descubrir Kennedy el cadáver del doctor.
Castle recurrirá a los obligados sustos gratuitos y
artificiosos, un buen ejemplo lo tendremos en la anterior escena mencionada.
En la escena en la que Kennedy chantajea a Carol vemos como
su madre observa desde la ventana, como fijando un objetivo, un detalle que
pretende hacerla sospechosa también.
Se supone que Carol y Michael llevan bastante tiempo de
relación, sobre todo porque tienen planeado casarse, pero aún no conocen a
las respectivas familias. La escena de la entrevista de Carol con los padres de
Michael es otra muestra de la falta de sutileza que adorna a la película con
unos diálogos algo forzados y no muy agudos. La actitud de Carol al hablar de
su madre provocará la extrañeza de la de Michael.
En el otro bando Lucy se lanzará a conocer a Michael en el
segundo intento, tras su huida en la primera tentativa, allí se mostrará
descarada e insinuante, completamente trasformada con respecto a su
comportamiento hasta ese momento, perfecta en la falta de sutileza para estar a
tono con el conjunto. Una transformación ilógica y absurda, sin sentido ni
explicación, salvo poner el foco del espectador en su perturbación. Aquí Carol
volverá a estar incómoda, aunque no más que Michael.
El doctor Anderson (Mitchell Cox) es el personaje que quedaba
por aparecer, también de forma muy forzada, y que está condenado a ser un
futuro cadáver también. Un doctor que decide dejar libre a Lucy pero luego, a los dos días,
empieza a pensárselo mejor y va a hacer una visita a la propia casa de
los Cutler, los tíos de Carol. Primero llamará y luego se presentará allí para
pasar un tiempo de sus vacaciones con Lucy, un auténtico profesional. Los dos
tíos son personajes bastante intrascendentes, el hermano de Lucy, Bill (Leif
Erikson) siempre será comprensivo con ella, en cambio Emily (Rochelle Hudson)
se limita a mirar mal a Lucy en ocasiones.
El uso de los espejos para estos personajes que vemos en
alguna ocasión parecen indicar falsedad en ellos, con la motivación de una
“paternidad exclusiva” con Carol, pero todo resulta esteticista y vacuo sin
más, o más bien tramposo. La escena donde vemos a la tía tocar el claxon al marido,
que está a pocos centímetros y la oye perfectamente cuando habla, es un ejemplo
de puesta en escena artificiosa. Los tíos además suelen aparecer tras cada
escena de tensión o violenta.
La conversación entre Lucy y el doctor muestra a una Lucy
frenética, dispersa y perturbada, intentando concentrarse haciendo punto pero no
pudiendo evitar que el doctor aprecie su verdadero estado y opte por llevársela
de vuelta al hospital, situación esta que Castle maneja para que sospechemos de
Lucy cuando se cometa el crimen contra el médico. Este asesinato será con el
hacha, como es de suponer, y donde la silueta, y algo más que la silueta, que
se aprecia es idéntica a la de Lucy. El plano final del gallo será una
simpática rúbrica a la truculenta escena. Un buen golpe de efecto. Castle
maneja con acierto el suspense y las sombras.
Lucy parece transformarse cuando se pone la peluca y el
vestido que le regaló su hija, que se quita y pone de forma arbitraria.
Aparecerá sin peluca, comportándose de forma extraña y diciendo frases
ambiguas, lo que sólo tiene la intención de poner de nuevo el foco de las
sospechas del espectador en ella.
Que la hija se haga cómplice de la madre resulta absurdo una
vez conocemos la resolución de la cinta. El inquietante Kennedy espiará primero
para generar un nuevo sospechoso y luego para generar problemas a la bella joven.
La película es convencional en su dirección y desarrollo, un
subproducto entretenido que coge elementos de joyas mayores.
Cuando Crawford habla suena creíble y sincera pero se juega
con la ambigüedad de forma torticera y artificiosa. Se pretende hace dudar de sus palabras o se juega con la posibilidad de que su mente perturbada pueda
hacerla omitir lo que no le gusta, incluso de forma inconsciente. La película
te lleva hacia su culpabilidad mostrando su falta de equilibrio, con lo que
dicha ambigüedad resulta impostada. Ella siempre desaparecerá de escena tras
cada asesinato oportunamente.
La escena de la cena en familia, con reunión de Lucy con los
padres de Michel y la feliz parejita, vuelve a recurrir a extraños recursos
estilísticos que pretenden mostrar la perturbación y el desequilibrio de Lucy,
la imagen haciéndose líquida, el picado extremo en el vestidor que parece una
cámara acolchada de psiquiátrico, parece un flashback o la recreación de la
mente defectuosa de Crawford… Además de esto la verdad es que las perrerías
psicológicas que le hacen a la pobre Crawford son de denuncia.
Toda esta parte final presenta tantas debilidades como
detalles simpáticos, veremos cómo Lucy, que lo está pasando mal, le pide a su
hija ayuda para que hable por ella a los padres de Michael, algo a lo que la
chica accederá para según salen dejarla sola con ellos y largarse con el novio
a dar una vuelta por la propiedad. Un encanto la niña. La conversación de Lucy
con los padres desvelará la verdad de su reclusión, con una Crawford excelente
y desfasada que ciertamente impone y da miedo en su amenaza y advertencia a los
padres de Michael… como para no… Sus argumentos además son realmente lúcidos.
Llegando al clímax tendremos otra buena muestra de suspense
con la muerte del padre de Michael, Raymond (Howard St. John). Soledad, buen
clima, tempo bien medido y modulado, estirando la tensión, uso de sombras y
objetos, como la puerta del baño que se abre o el espejo, bien utilizados, y aparición
final del asesino, una aparición donde se ve con bastante claridad el rostro de
Crawford, un rostro extraño, y su inseparable hacha. Su nueva aparición para matar
a la madre de Michael tras los momentos de suspense hace intuir algo extraño
antes de que veamos a la propia Crawford entrando por la puerta, confirmando que no es la asesina.
Aquí hay que reconocer que la madre, Alison (Edith Atwater), tiene cuajo.
Desvelada la identidad de la asesina, Carol, la propia hija
de Lucy usando una máscara con su rostro, comienza el carrusel de lagunas y
desvaríos que se intentan justificar apresuradamente.
No se entiende qué pinta Crawford volviendo a la casa de los
Fields, ella explica que para disculparse, cogido por los pelos, pero lo que no
tiene justificación es que se meta en el dormitorio de ellos para que así se
desvele el enigma. Puesta en escena artificial de nuevo. Veremos cómo llevan a
Carol a su casa, pero de repente está en la de los Fields cortando
cabezas antes incluso de que llegue su madre. Nadie explica cómo lo logra, de
dónde saca esa súper velocidad.. La reacción de locura final de Carol resulta
tremendamente impostada en una chica tan sensata hasta ese momento, por mucho
que se sienta descubierta. El rigor psicológico de la cinta brilla por su
ausencia.
No se entiende si lo que pretende es inculpar a su madre y que se la
lleven por qué mata al médico que iba a hacer eso precisamente ni por qué
encubre a su madre aparentando ser su cómplice escondiendo el cuerpo. Tampoco
se entiende que confiese lo que ocurrió con su madre al novio y luego se entregue
a una espiral de cabezas cortadas para que nada se interponga en su matrimonio,
que no peligraba salvo por sus extrañas actitudes con los padres de Michael.
Sus motivaciones hacen agua.
Es una cinta, por tanto, tramposa, que pretende guiarte en la dirección de la culpabilidad de Crawford de forma artificiosa con continuos datos y detalles que remarcan su perturbación y desequilibrio. El del álbum de fotos es un ejemplo más, cuando la vemos por la ventana mirar a Carol y Michael escandalizados ante él, cosa que le extraña, que ven como las cabezas de las fotos del padre están cortadas, lo normal es que lo revisase luego, pero no se molesta en comprobar qué ocurre. Esto sin contar con la ilógica de los tiempos mencionados, cuando Lucy sale de la casa andando y dando un paseo y a Carol la llevan a casa en coche, pero en la siguiente escena, cuando vimos que Lucy se daba la vuelta, la asesina está haciendo decapitaciones... Le dio tiempo a disfrazarse, volver, entrar en la casa, ocultarse sin que nadie se entere y matar antes de que Lucy llegue.
La última escena resulta precipitada intentado aclarar todos
los puntos y detalles, la mayoría evidentes ya, como se hiciera en “Psicosis”
(Alfred Hitchcock, 1960), algo frecuente en el cine de la época, aunque ahora
quizá sobre. En cualquier caso algunos de los detalles demuestran el ingenio de
determinados elementos del guión. El final por lo demás es duro y bello a la
vez, con Lucy decidiendo internarse junto a su hija para acompañarla.
Las interpretaciones son correctas, con una Joan Crawford
que se desliza entre lo brillante y lo desfasado y una Diane Baker que está
bastante acertada en su ambigüedad. En el punto negativo de la interpretación
tenemos a John Anthony Hayes como Michael, en un papel anodino y plano que no
para de morderse y hacer cosas raras con el labio.
“El caso de Lucy Harbin” es una película entretenida,
eficaz, tramposa, ingeniosa más que brillante, artificial, tópica y bastante
tosca, carente de la más mínima sutileza, lo que la hace previsible en el peor
de los sentidos.
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