Tennessee Williams no sólo ha dejado un gran recuerdo en el
mundo del teatro, sino que también lo ha hecho en el mundo del cine gracias a
las adaptaciones de sus obras, que han dado un buen número de joyas
cinematográficas.
Personajes al límite, sufridos, desorientados, perdidos,
conflictivos, extremos, donde el alcohol, la locura y las pasiones arrebatadas
siempre comparten intimidad. Historias de madurez y aprendizaje, de superación,
de complejos, miedos y conflictos, de una intensidad dramática mayúscula,
excesiva, y una construcción ejemplar.
Williams es un talento indiscutible y tanto sus obras como
sus adaptaciones han dado buena cuenta de ello.
El Kowalski que interpretó Marlon Brando en la adaptación de
Elia Kazan de “Un tranvía llamado deseo” (1951), obra por la que Williams ganó
el premio Pulitzer en 1948, representante de la masculinidad más ruda y basta,
bebedor y sin tacto alguno. La Blanche DuBois que interpretó Vivien Leigh en la
misma cinta, coqueteando o cayendo de lleno en la locura y la pasión. El
reverendo T. Lawrence Shannon, interpretado por Richard Burton en la adaptación
de John Huston en 1964 de "La noche de la iguana", excesivo, conflictivo, dubitativo, alcohólico, como no
podía faltar, y en el límite de la locura. El Paul Newman alcohólico de la
cinta que nos ocupa y obra por la que Williams volvió a ganar el Pulitzer en
1955, un juguete averiado, ansioso de
cariño paterno…
Todos ellos son ejemplos del universo intenso y extremo del
dramaturgo, con constantes fácilmente discernibles. De igual forma podemos ver en la
Blanche Dubois o la Maggie de “La gata sobre el tejado de zinc” a
representantes femeninos de la mujer sureña, o alguno de ellos, algo que resulta también evidente. Su forma de mostrar y desarrollar sus dramas sureños dejan al desnudo
aquel entorno y sus personajes son estereotipos claros.
Como se puede comprobar la bebida y el alcohol están muy
presentes en las historias de estos personajes, sobre todo los masculinos, de igual forma que la
locura, no nos olvidemos de otra joya cinematográfica como “De repente el
último verano” (J. L. Mankiewicz, 1959), obra escrita por Williams en 1958, y Catherine
Holly, su protagonista, interpretada en la cinta de Mankiewicz por Elizabeth
Taylor, que pierde el juicio e incluso se la quiere practicar una lobotomía…
Muchas otras obras como “El zoo de cristal”, llevada en dos
ocasiones al cine, la primera por Irving Rapper en 1950 y la segunda por Paul
Newman, habitual en las obras del dramaturgo, en 1987, “La primavera romana de
la Sra. Stone” (José Quintero, 1961) o “Propiedad condenada” (Sydney Pollack,
1966) han sido adaptadas. Más otras muchas versiones de las ya citadas o adaptaciones para
televisión.
“Baby Doll” (Elia Kazan, 1956), con muchas similitudes con
la “Lolita” de Nabókov, también está basada en un texto de Williams, por
ejemplo.
Richard Brooks, rodó otra estupenda cinta basada en una obra
de Tennessee Williams, “Dulce pájaro de juventud” (1962), donde la decadencia,
los sueños rotos y últimas aspiraciones para lograr recomponer viejas glorias
lo vertebran todo una vez más.
Brooks es uno de los grandes de Hollywood, un escalón por
debajo de los 5 o 10 imprescindibles pero de lleno en la lista de los más
grandes. Siempre procuro reivindicarlo porque su legado es inmenso. Un director
ameno, ágil, profundo y que tocó un buen número de palos, tan artista como
artesano.
Debut con Cary Grant de protagonista en la correcta “Crisis”
(1950), obras tan magníficas en esta primera etapa como “El cuarto poder”
(1952) con Bogart. Otras tan conocidas como “La última vez que vi París” junto
a Elizabeth Taylor, protagonista de la que nos ocupa. Westerns de la categoría
de “La última caza” (1956), no muy conocido pero título a reivindicar; “Los
profesionales” (1966) joya para enmarcar o “Muerde la bala” (1975),
entretenidísima y una debilidad personal… Un género que se le dio bastante
bien. Agradables comedias como “Banquete de bodas” (1956) con Bette Davis y Ernest
Borgnine; aventuras como “Lord Jim” (1965), sobre la novela de Joseph Conrad adaptaciones
a Dostoievski, que no todo va a ser Tennessee Williams, como “Los hermanos
Karamazov” (1958) y obras de arte como “El fuego y la palabra” (1960),
indiscutible obra maestra que posiblemente sea su mejor cinta o “A sangre
fría” (1967), adaptación de la novela de Truman Capote… Un director
excepcional.
Aquí Brooks se mete de lleno en el universo de Williams, con
tremendo acierto, y como he comentado no sería la única vez, rematando uno de
sus mejores y más recordados trabajos.
Estamos en el sur, en una gran plantación de algodón. Entramos en la vida de la adinerada familia Pollitt, un imperio levantado por
el patriarca de la misma, interpretado por Burl Ives, Big Daddy Pollitt, un
hombre hecho a sí mismo, algo que es su principal orgullo, que tiene en lo
material su mayor deseo, su mayor éxito y la única forma que conoce de
manifestar su cariño. Mississippi.
Ecos del pasado inician la narración, un pasado exitoso que
ha tornado en tormentoso, todo retratado en un alcohólico Paul Newman, al que
veremos con una copa en la mano en todas las secuencias de la primera parte de
la película. Sólo bebe, se tumba, deambula y farfulla… El retrato de un
perdedor, de un derrotado. En un desfase etílico se dedicará a intentar revivir
viejas glorias, saborear en su cabeza antiguas ovaciones, las que le daban
cuando era un exitoso jugador de rugby… se lesionará una pierna al intentar
saltar vallas en una pista de atletismo, cuando esto ocurra esas ovaciones
dejarán de oírse en su cabeza, la cruda realidad. Enseguida se encadenará esta escena con un
picado sobre Newman y su omnipresente copa en la mano. La evasión constante del
alcohol, acallando voces y recuerdos.
El retrato de la familia y su entorno es perfecto, así como
de cada uno de los personajes. Lujo, situación más que acomodada; banderas;
preparaciones para la celebración del cumpleaños del gran patriarca; niños
maleducados del matrimonio de Gooper (Jack Carlson), hermano de Brick (Paul
Newman) y Mae (Madeleine Sherwood); Maggie (Elizabeth Taylor), la mujer de
Brick, que no se corta un pelo ante ellos… Perfecta presentación.
La piernas de Elizabeth Taylor comenzarán pronto a ser una
tentación, así se irá desarrollando la compleja relación entre Brick y Maggie.
El espejo de la habitación de la pareja, que está en la planta alta, también
será un elemento importante del decorado. Taylor manifestará su desprecio por
los hijos de Gooper y Mae, así como por las intenciones de éstos. En esos
desprecios se esconde cierta envidia por no haber podido tener ella ninguno
aún, su relación con Brick es puro formalismo.
En esta conversación se pondrán sobre el tapete algunos de
los temas indispensables de la trama, la futura herencia, los movimientos del
hermano de Brick y su esposa, la posible muerte del abuelo… Todo con el espejo
de imperturbable espectador, un espejo que desvela los sentimientos ocultos de
los personajes, que se esfuerzan en esconder en corazas de rencor, odio o frustración,
como iré explicando.
Taylor no sólo nos tentará a nosotros, hará todo lo posible
para hacerlo también con su marido, sus piernas, cómo se coloca las medias
sugerentemente, despreocupada pero consciente, sobre todo cuando ve a su marido
a través del espejo que desvela el impulso controlado de Newman, de lo que
logra. Una tentación que no logra romper la barrera que Brick ha creado,
aparentemente inmune a sus encantos, aunque el pobre se muere de ganas, como le
delatan sus gestos en el espejo cuando cree no ser visto, cómo la observa, su
deseo en la mirada...
Este juego con el espejo tendrá un momento significativo
cuando Taylor cuente la anécdota del salivazo a Mae. La mirada de Brick a
través de él, su pequeña sonrisa ante la carcajada de ella, hacen que Maggie
distinga ese deseo, aunque él no cederá y se resistirá al acercamiento que
intentará a continuación “la gata”. Despreciándola. El espejo como extractor de
la sinceridad. Dicho espejo estará muy presente en los encuadres, en ocasiones
sin reflejar a ningún personaje, cuando la honestidad no sea lo que prime,
precisamente, en la conversación.
En esta escena y en ese momento mencionado es interesante
como se vincula la lesión de Newman con su deseo sexual, su muleta como símbolo
fálico que sube y luego señala a Taylor, distraída mientras cuenta su anécdota
del salivazo. Brick está autocastrado, negándose a su mujer por un complejo,
frustración y odio que traslada hacia ella… injustamente. La ambición de ella,
su búsqueda de dinero, que él entiende mal, y un hecho del pasado con un amigo
y compañero de equipo lo alejan. Maggie, por su parte, está frustrada
por no poder tener hijos, por la negación de Newman, incluso se podría
sospechar en el inicio que por impotencia de éste, con la muleta como posible
símbolo.
Brick ha caído en una total y derrotada apatía. Maggie se
revela ante la injusticia, se muestra ambiciosa y se opone a los tejemanejes de
sus cuñados, plantea y organiza todas las cuestiones que supondría una
supuesta herencia y las preferencias del abuelo hacia ellos antes que hacía
Gooper y Mae. Reprochará a su marido su actitud, dedicándose a la bebida en
exclusiva.
Maggie da gran importancia a la clase social y al dinero,
esto de alguna forma contraría a Brick, que no es nada interesado. Si bien es
cierto que Maggie no quiere que su marido quede perjudicado, ni ella, no serán
sus principales motivaciones, algo que Brick aún no comprende, pero lo irá
haciendo conforme avance el desarrollo y la evolución de personajes y
situaciones.
Maggie y Brick parecen tener un problema aparentemente
irresoluble, otro eco del pasado enquistado dentro de él. Brick despreciativo,
ella tenaz en su lucha, incapaz de abandonarlo. Podríamos reflexionar sobre los
porqués del no abandono de Taylor, al principio se podría sospechar interés,
dinero, con el retrato de ella hablando del mismo y que convierta la callada
creencia de Brick en la nuestra, pero conforme avancemos en la narración
descubriremos que es amor incondicional, como lo descubrirá Brick también.
Maggie se siente “como una gata en un tejado de zinc
recalentado por el sol”. La frase que da título a la cinta se dirá también en
esta extensa secuencia inicial.
Dedicada a Rosa y a María, gatas cinéfilas.
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