A partir de aquí, mediada la película, la narración cambiará
paulatinamente, de la trama cómica de tintes grotescos pasaremos a una
creciente oscuridad que terminará en tragedia. La adinerada mujer no se dejará
engañar y su denuncia supondrá la detención de Bardone. Su marido fue fusilado,
ante eso no vale la palabrería. El referido fusilamiento ya fue mencionado en
la primera aparición de la mujer, con lo que Rossellini no engaña.
En época de calamidad y desgracia, de desesperación, es
fácil aprovecharse de la vulnerabilidad de la gente, beneficiarse, utilizar,
manipular… sólo hace falta un requisito, no tener escrúpulos, como el personaje
que interpreta Vittorio De Sica. Es la ley del más fuerte y el más listo...
“Se lo explicaré luego.”
La escena donde Bardone debe enfrentarse a un carrusel de
testigos que lo delatan y donde él debe deshacerse de su máscara, de su
disfraz, de su actuación, es la escena bisagra de la película, donde comenzará
el giro dramático y narrativo. Valeria, la neumática rubia que vimos al inicio
(Sandra Milo), y un sinfín de testigo pondrán contra las cuerdas a nuestro
protagonista que confesará y apelará a la fibra sensible. De Sica está
realmente espléndido en esta escena.
No perderá el humor aún Bardone, se justificará con el
juego, causa de todos sus males porque no gana nunca y nunca hace trampas. El
personaje de Emanuele Bardone es magnífico, lleno de matices, complejo, de
igual forma que el del coronel Mueller huye el maniqueísmo.
“No me fio de los curas, son todos unos espías.”
“Confiemos en Dios.”
Un preso privilegiado.
Solemnes travellings seguirán a la cama y al propio De Sica
hacia su celda, remarcando su distinguido rango. Una de las escenas que marca
el punto de partida en la evolución de Bardone la tenemos cuando éste lee los desoladores y valerosos
mensajes que antiguos presos han escrito en la celda. Es su toma de conciencia,
mientras la noticia del encarcelamiento del general de la Rovere se extiende
por la cárcel.
El retrato de la vida en la cárcel también está muy
elaborado, las diferencias de trato al general, la comunicación entre presos,
la soledad, el aislamiento… Todos querrán hablar con el general, un héroe
detenido.
El juego con las comunicaciones entre los presos, el uso del
morse y las voces, es muy interesante.
Anteriormente hablé de la escena donde miembros de la
Resistencia se reúnen para planear sus movimientos en relación a la idea de la
fusión entre realidad y representación. Esta escena será en largos planos
sostenidos con un derruido escenario invernal de fondo y con la cámara como un
miembro más del grupo, en círculo, perfecto retrato de una confabulación. Serán detenidos y uno de ellos, Fabrizio, jefe de la
Resistencia, será el objetivo en el que fijará sus miras el coronel Mueller. Para reconocerle usará a Bardone. Aquí existe un defecto de guión, el más grave
de la cinta, ya que se es consciente de que se ha detenido a Fabrizio pero no
saben cuál de los detenidos es, son nueve. La cuestión es que no se explica ni
cómo y por qué saben que Fabrizio está detenido. Un gran premio por la delación
será lo que ofrezca Mueller.
La banda sonora de la cinta es bastante desconcertante, en
muchas ocasiones su tono no acaba de corresponderse con lo que vemos en
pantalla.
Los amantes del cine clásico, del europeo, apreciarán el
detallismo de Rossellini en mostrar los actos cotidianos con planos largos, el
reparto de comida, la llegada del barbero y el comienzo del afeitado, la
preparación de un café como vemos hacer a De Sica, que guarda el azúcar… sencillez y
sabor auténtico.
El barbero Bianchelli (Vittorio Caprioli) es un nuevo personaje que irrumpe en
la narración y será vital en la transformación de Bardone (aunque ya nos lo presentaron antes). Contará su historia
al falso general, su espera para ser fusilado. Este personaje y todo lo que se
ve obligado a hacer Bardone con respecto a él vertebra su evolución, veremos su
mala conciencia pasando las confidencias que el barbero le cuenta al coronel; su torpeza al pasar una nota condenará a Bianchelli a torturas para que
cuente lo que sabe; el ejemplo del heroico barbero al no decir nada pese a las
torturas y su muerte, su suicidio… Todo irá haciendo mella en la psicología de
Bardone, transformándole.
Del mismo modo otros detalles y ejemplos, como los mensajes
en la celda mencionados; el bombardeo que Rossellini retratará con zooms de ida
y vuelta sobre el plano de la cárcel y sobre el propio Bardone cuando salga,
embriagado de su personaje, a dar ánimos a los presos, su gran actuación; su
rezo sentido posterior y la carta de la esposa del verdadero general, influirán
enormemente en él para que se produzca su cambio definitivo.
El suicidio de Bianchelli está rodado con unas magníficas y
significativas panorámicas hacia el techo, un alma que escapa.
He comentado el interesante retrato que se hace del coronel
alemán, muy civilizado, incluso humano, que prefiere la manipulación y las
triquiñuelas a la violencia explícita, aunque recurrirá a ella como se ha
visto. En este sentido veremos la habilidad de Mueller al tratar a la mujer del
general de la Rovere cuando ésta quiere ver a su marido y cómo logra
convencerla para que lo deje estar.
El uso de la violencia, algo que parece molestar a Mueller, se hará con el bueno de Bardone pero como parte de la farsa, para hacer más
creíble su mascarada. Forjando un héroe por interés. Rebelión en la cárcel y
objetivo cumplido.
“Asesinos.”
El cambio de tono es evidente e imparable, de la frivolidad
inicial a la oscuridad de esta fase de la película, un cambio que va
íntimamente unido a la evolución del personaje protagonista interpretado por
Vittorio De Sica.
La lectura de la carta de la mujer del general de la Rovere
por parte de Bardone es el momento culminante de la transformación. Un camino
casi a la locura, a una transformación radical y positiva. La lectura será en un plano fijo,
demostración de una seguridad narrativa total, donde se deja al descubierto el
desarraigo de un ser solitario en momentos de máxima tensión, frustración,
dolor e impotencia. Agarrándose a lo que puede, una apariencia y vida falsa,
convertirse y convencerse de que es de la Rovere para sobrellevar la carga y
llenarse de dignidad, una dignidad que había perdido, una forma de redención,
escudo ante el horror.
Otro hecho inesperado desencadenará la conclusión.
Las consecuencias por el atentado no se harán esperar,
condenas de muerte a todos los detenidos, incluido al general de la Rovere,
aunque en su caso será una mascarada para que Fabrizio, el buscado líder de la
Resistencia que mantiene oculta su identidad, se confiese impulsado por la
desesperación y tensión de los últimos momentos. Un nuevo juego del hábil y
maquiavélico coronel Mueller. Fabrizio lanzará una mirada a Bardone, lo
reconocerá enseguida como el general. Nuestro protagonista también recibirá algunos
encargos de otro preso para que se los dé a su mujer. La esperanza es lo último
que se pierde. El coronel quemará todas sus opciones hasta el final, pero el
proceso redentor, la transformación definitiva de Bardone en el general de la
Rovere ha concluido.
Estas palabras como general de la Rovere las escribirá
Bardone para “su” mujer.
El sacrificio de De Sica, asumiendo su ejecución, su
fusilamiento, tendrá lugar en un paisaje nevado, blanco, recalcando la pureza
de su acto, de dicho sacrificio. Otro de esos detalles sencillos de una puesta
en escena magistral. El coronel no busca su muerte, sólo tensar las cosas para
descubrir a Fabrizio. Es una digna decisión de Bardone, que prefiere morir por
un ideal junto a los otros 10 condenados. El idealismo como un espíritu
contagioso que pasa de unos a otros, el de la Rovere sobrevivió en Bardone y el
de éste inspirará a otros con seguridad. Son la personificación del idealismo.
Un sacrificio que permitirá la subsistencia de ese idealismo en Fabrizio y
otros muchos.
Hay un elemento religioso, cristiano, en toda esta evolución
y aunque Rossellini no entra en este tema de forma directa hay elementos como
el sacrificio, ese plano que parece guiar el alma de Bianchelli o el rezo de
Bardone durante el bombardeo, que lo referencian de forma indirecta.
Rossellini sitúa su punto de vista en la mencionada
evolución de Bardone, una evolución hacia el idealismo y la responsabilidad. Es
una toma de conciencia que, con su mirada, el director pretende extender a la
sociedad, a toda sociedad, a todo individuo, algo que aquí deberíamos tener muy
en cuenta. De la inconsciencia y egoísmo, el sálvese quién pueda, la falta de
responsabilidad y el ir saliendo del paso que condena pueblos, los pudre, a la
toma de conciencia del dolor, ultraje y sometimiento para oponerse a él; del
mirar con temor hacia otro lado a plantar cara como modelo de conducta, especialmente
en situaciones límite. Una evolución ejemplar perfectamente mostrada en
distintos episodios.
Todo esto hace de “El general de la Rovere” una obra
maravillosa, de hondura, que conmueve enormemente, de progresión dramática
ejemplar, interpretaciones notables, con un gran De Sica a la cabeza, y el
habitual talento de su director. Le falta un punto para igualarse a las obras
maestras de Rossellini pero está entre las destacadas de su filmografía por
derecho propio. Muy recomendada.
Dedicada al maestro Juan Manuel Rodríguez.
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