Discreta película del magnífico director Douglas Sirk, más
conocido por sus melodramas, pero que en sus inicios realizó interesantes
incursiones en el cine negro como es ésta que aquí comento. Una incursión
bastante indefinida y que navega sin un rumbo fijo entre el género negro y el
melodrama sin profundizar y resultando excesivamente esquemática en todos los
aspectos.
El agente de la condicional Griff Marat (Cornel Wilde) debe
encargarse del caso de Jenny Marsh (Patricia Knight), que sale de la cárcel
tras pasar en ella 5 años por asesinato. Esta relación se va haciendo cada vez
más íntima lo que provocará conflictos con Harry Wasson, el benefactor de Jenny
y del que ésta es amante, un turbio personaje que lleva a Jenny por el camino
de la ilegalidad.
Griff es un personaje garante extremo de la legalidad,
estricto, modesto, trabajador, inflexible, que va viendo como su forma de pensar
y sus prioridades van cambiando al enamorarse de Jenny, una mujer fatal
involuntaria. Básicamente la historia de la trayectoria de este personaje y la
redención de Jenny son la columna vertebral de la película, siendo la chica,
como suele ser habitual en el mejor cine de Sirk, el personaje más importante y
el vértice principal del triángulo amoroso. El guión de Samuel Fuller es
discreto, con lagunas, y se queda a medio camino de todo, resultando esquemática
tanto la parte más de cine negro como la melodramática. En la parte final, con la
huida de la pareja, cobra una mayor importancia la trama policial o negra, aunque
resulte acelerada. Algunas escenas entre la pareja no transmiten credibilidad y
las interpretaciones son justitas.
En un principio se hace un análisis crítico sobre el sistema
de libertad condicional, pero la trama se desvía hacia el conflicto de
personajes quedando esa primera intención en un esbozo. Luego vemos la
dependencia, algo indefinida, de Jenny hacia Harry (John Baragrey) y su
posterior atracción hacia el bueno y noble Griff, una relación que hasta el
último tercio no se acaba de tener claro si es auténtica. Esa parte de
melodrama, donde Griff se desnuda (espiritualmente) en la habitación de Jenny,
en una sentida escena, concluye con la decisión final de estar juntos, sin
pensar en otras circunstancias, para centrarse más en la trama negra y la huida
que se ven obligados a realizar debido al disparo de Jenny a Harry. Esta tensa
huida acaba desembocando en un final feliz artificioso y poco creíble, con el
villano convertido en una especie de papa Noel algo absurdo. Una huida al
infierno y renuncia a los anteriores principios. Paradoja interesante con
respecto al cumplimiento de la ley.
El personaje de Harry se desnaturaliza en el final, un
personaje mal construido y con una falta absoluta de personalidad y fuerza. El
final al menos tiene un punto interesante en esa ironía de Sirk con el juego
del periódico.
Lo más brillante, sin duda, de esta película que va como a
tirones, es la dirección de Sirk, su profundidad a la hora de retratar a los
personajes femeninos y los sentimientos así como su puesta en escena. El inicio
con esa rubia despampanante entrando en el despacho del agente remite a los
clásicos del cine negro de detectives, donde la mujer fatal se presentaba en el
despacho del protagonista, sólo que en esta ocasión llama la atención porque la
escena la vemos desde el punto de vista de la chica, que como mencioné es el
personaje vehicular.
En el aspecto de la puesta en escena son destacables sobre
todo las secuencias en la casa de Griff, rodadas de maravilla y donde todo tiene
un sentido y profundidad. El retrato del protagonista, en su vida cotidiana y
sus raíces italoamericanas, el uso de los decorados de forma simbólica, como
las escaleras, tan caras al cine de Sirk, símbolo aquí de tránsito, transición
en la evolución del conflicto o de los propios personajes, son buen ejemplo de
ello. Suelen mantener discusiones o argumentos contrapuestos que ese espacio
simbólico acentúa en su significación. Las escaleras como el espacio simbólico
del progreso.
Es curioso que Douglas Sirk en algunas de sus películas
policíacas se interese tanto por los métodos policiales, de forma bastante
analítica, así si en ésta se toma mucho interés por los procedimientos de la
libertad condicional, en “El asesino poeta” (1947) lo hacía por los
procedimientos de investigación que se usan, un poco en plan C.S.I.
Otro personaje interesante es el de la madre, ciega, la voz
de la sabiduría, ceguera simbólica, que ve más allá y guía en ocasiones a los
personajes, pero que también acaba resultando superfluo en la historia,
totalmente olvidado. Un ejemplo más de las carencias del guión. Los
planteamientos sobre las normas y su cumplimiento son algo simplistas, aunque
eficaces en la descripción del protagonista especialmente, un protagonista que
acabará en el lado opuesto de lo que predica. Todos tienen su evolución aunque
la del “villano” es mejor ni mentarla. Jenny, por ejemplo, se redimirá
totalmente.
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