jueves, 14 de febrero de 2013

Crítica: BESTIAS DEL SUR SALVAJE (2012)

BENH ZEITLIN










Una de las grandes sorpresas del año, que además se ha colado entre las nueve nominadas a los Oscar. Un película, pequeña, independiente, y con una actriz, Quvenzhané Wallis, que ha dejado anonadados a un buen número de críticos. La actriz más joven en estar nominada al Oscar, con tan solo 9 años.

Se ha situado a la película dentro del realismo mágico, algo que la entroncaría, por ejemplo, con “Milagro en Milán” (1951) de Vittorio De Sica, cuando sería más correcto definirla como realismo poético o lírico, ya que su estilo e historia es plenamente realista pero se usan metáforas visuales y recursos líricos como contraste, integrados en la narración, mucho más que elementos fantásticos, que en realidad no tienen peso en la historia si es que se les puede considerar fantásticos (las apariciones de los uros).










El debutante director Benh Zeitlin regala una bella historia sobre un mundo en peligro de extinción, una forma de vida alejada de lo convencional, apegada a la tradición, a la tierra… Una dirección potente visualmente de una nueva voz que parece querer decir cosas interesantes y de formas originales. Una bonita película con sus defectos e irregularidades pero también con sus virtudes. 

El microcosmos donde viven nuestros protagonistas, esa pequeña comunidad, La Bañera, está plenamente vinculado con la tradición, lo artesanal, las raíces de la tierra, ancestrales, una especie de primitivismo opuesto a la industrialización que los rodea. Todo esto se mostrará con una detallada descripción de su forma de vida, la miseria que lo inunda todo, las chabolas, la ausencia de cualquier tipo de lujos, seres que parecen desterrados, marginados del mundo, pero que son felices allí, una vida que defienden, es su voluntad. Animales, pequeñas granjas, pollos, cerdos, pesca… no falta nunca la comida ni la camaradería.


La narración estará constantemente salpicada por lapidarias frases de la voz over de la protagonista, lapidarias y de contenido, en muchas ocasiones fantástico, como corresponde a la mentalidad infantil. Una niña excesivamente filosófica, algo que queda sumamente artificioso en una niña de su edad. La niña-Nietzsche.

Todo será mostrado con un estilo documental, encuadres inestables, aparentemente improvisados, espontáneos, aparentemente sin cuidar, cámara que no para de moverse, al hombro…


La Bañera es un lugar natural, en el límite de lo que conocemos como civilización, a la que vemos lejos en forma de industria.

Somos los hijos de la tierra”.

Es un lugar en permanente peligro, viviendo a diario con la amenaza de la subida del agua provocada por el deshielo, por las posibles inundaciones. Este aspecto podría haber dado para una historia con moralina, panfletaria, demagógica, coartadas ecologistas… pero no hay mucho de esto, uno de los grandes aciertos del director, lo que hay es una poética mirada hacia ese mundo al borde de la extinción.


Zeitlin seguirá a Hushpuppy, una pequeña que vive con su padre, aunque en casas independientes, algo coherente con la filosofía del hombre y de la propia comunidad de La Bañera. El padre, Wink, mantendrá una peculiar relación con su hija, desaparecerá repentinamente para ir al hospital, ya que padece una enfermedad, donde los contrastes serán continuos, del amor a la rudeza constantemente, de hecho están íntimamente ligadas en su relación.


Tras el regreso del padre habrá un conflicto entre padre e hija, conflictos que se repetirán. Ella se culpará de la enfermedad de su padre inicialmente, la interpretará como causa de un golpe que ella le propina, una vez más la mentalidad infantil dominando la escena.

La vinculación con lo primigenio, lo ancestral, lo primitivo, es constante, el director unirá la vida en La Bañera con todo ello en continuas comparativas. La referencia a los uros, las pinturas que va dejando Hushpuppy por todos lados, como en la caja en la que se refugia del fuego, que asemejan las pinturas rupestres. Pinturas que hace con ansia de perdurar en el tiempo, para que se la recuerde y no se la olvide, ansias ancestrales. Lo mismo ocurre con las historias que cuenta el padre o crea la propia niña, que resulta excesivamente filosófica, la niña Schopenhauer, historias con mucho de fantasía, de transmisión oral, de padres a hijos que acaban creando una mitología…


Las metáforas visuales estarán muy presentes, el agua hirviendo en ollas para resaltar la pasión en la historia que el padre cuenta de la madre de Hushpuppy, los propios uros, el cocodrilo que mata la madre…
Veremos escenas donde los casquetes polares se deshacen y los uros se deshielan, vuelven a la vida y van al encuentro de la comunidad. Todo esto lo veremos en pequeños episodios y relacionados con los sucesos del grupo, vinculado siempre a la forma de ver las cosas de Hushpuppy. Liberación, camino, destrucción, muerte, sin compasión, encuentro con la cría… Todo ello relacionado con los episodios donde aparecen los uros. Un halo apocalíptico.

La voluntariamente descuidada dirección usará los desenfoques en multitud de ocasiones, muchas de ellas relacionándolos con elementos o instantes donde la niña deja volar su imaginación, la niña Sócrates. Un ejemplo lo tenemos en la comida con su madre… desaparecida.



La imaginación de la niña dará su particular interpretación a la realidad que la rodea, como si de una deidad se tratara. Es algo que vuelve a unir la narración con esa reflexión sobre el primitivismo y su contraste con la sociedad moderna, que cree saberlo todo. Ese mecanismo de la niña, que adapta lo que ve de forma particular, es lo mismo que hacían en la antigüedad y, en realidad, es lo mismo que seguimos haciendo.


Una tormenta dejará La Bañera en un estado aún más lamentable. El miedo, la inseguridad, un tozudo y algo irresponsable padre, una orgullosa niña… Tras ella apenas quedarán habitantes en La Bañera, muchos se irán a un lugar mejor, más seguro, como es lógico. A esto se opone Wink, que ve en La Bañera su hogar y no está dispuesto a renunciar, a ceder ante otro tipo de vida distinto al que ha conocido y que quiere inculcar a su hija. Tras la desoladora tormenta nuestros dos protagonistas se encontrarán con otros lugareños.


Es normal que cuando se pone la lupa en cualquier comunidad encontremos, sobre todo si la mirada pretende hacerlo, elementos y gentes entrañables, pero por mucho que el director se lo proponga La Bañera no es nada deseable en ningún aspecto, seamos honestos. Con todo se nos mostrarán sus costumbres y forma de vida, así veremos la alegría de sus festejos en los funerales, algo que tendrá un eco al final de la cinta. Sin lloros.

Se desarrollará sutilmente el sentimiento de culpa y luego la preocupación en Hushpuppy con respecto a su padre y su enfermedad. Lo cubrirá simbólicamente con la camiseta con la que representa a su madre, la que vimos cuando fingió comer con ella.


Nuestros amigos se readaptarán a la situación esperando que baje el agua.

Esta rudeza es precisamente hacia donde se encaminan todas las enseñanzas del padre a su hija. Un padre que se dedica a hacer lo más dura posible a su hija, rocosa, capaz de subsistir en ese lugar, sin concesiones. Las discusiones y conflictos entre ambos serán constantes, es magnífica la escena donde Hushpuppy reprocha, temerosa, a su padre que no le cuente la verdad sobre su estado, un conflicto que se resolverá a la manera del padre, con batalla de trastos y un pulso, para acabar durmiéndose juntos. Bella escena, teniendo en cuenta la independencia que siempre buscaba el padre, que ahora permite a su hija dormir con él.


Nada de lloros”.

Wink, el padre, se mostrará orgulloso de su forma de vida, tozudo y cabezota se intenta aferrar a ello, no quiere ningún tipo de ilusión en su hija, ni que se relacione con nada de la supuesta civilización, un buen ejemplo lo tendremos cuando uno de los habitantes de La Bañera pretende enseñar a comer un cangrejo a Hushpuppy con cubiertos y el padre se lanza, con desenfreno, a corregirlo para que lo haga con las manos, afianzándola a la costumbre, al lugar, a ese estilo de vida primitivo, natural.



Muchas de las ideas de la cinta, así como su tratamiento (no en cuanto a estilo que tiene poco que ver), hacen que me venga a la cabeza el nombre de Peter Weir. La pequeña comunidad ajena al mundo supuestamente real casi nos recuerda a los Amish de “Único testigo” (1985). La conflictiva relación entre un padre obsesivo y cabezota y su hija, su lucha contra la civilización apostando por lo natural, el navegar, la tempestad, el acto de “terrorismo”… nos llevan a “La costa de los mosquitos” (1986). Estos son algunos interesantes ejemplos de ese paralelismo.




Las aguas bajarán pero la cosa tendrá poca solución, animales y vegetación muerta por el exceso de sal.

Es loable el intento del director por ver luz en ese infierno, por hacer entrañable esa forma de vida, aunque no logre evitar la realidad por muchas coartadas poéticas que use, es un infierno de miseria. Hay, por tanto, algunos excesos líricos, como esa voz over excesivamente poética de la niña, la niña Kant.


La civilización acabará llegando a ese, cada vez más, limitado mundo. Invadiéndolo. Los llevarán a un hospital, les darán comida, medicina, vestuario… intentarán operar al padre para salvarle la vida, pero Wink se mantendrá firme a sus principio y huirá de allí con todos.

Es muy emotiva la confesión del padre, de su verdadero estado, a su hija, así como la voluntaria renuncia a esa civilización. Esto dará valor a Hushpuppy para afrontar la úlitma parte de su aventura de madurez.



En una última parte de atmósfera muy alegórica y casi irreal, las niñas nadarán hacia la luz donde Hushpuppy cree que está su madre. En el camino encontrarán un barco que las llevará, casi como el de Caronte. Asumirá la muerte como algo natural, la referencia a Caronte no es baladí, pero deberá cerrar el tema de la madre. Llegarán a la luz del destino, un restaurante flotante donde se encontrará con alguien que parece su madre, a la que parece intuir. Las leyendas, los renacimientos, las historias… no eran falsas, sólo reinterpretaban la realidad para hacerla más asumible. La madre se fue. La veremos cocinando cocodrilo, como el que vimos matar, supuestamente, en la historia que el padre contó sobre ella. La madre le dejará útiles enseñanzas.




Allí se hará patente la necesidad de cariño y afecto de la niña, de todo ser humano, el contacto, el abrazo, el baile… todas las niñas tendrán su dosis, como mecidas por las mujeres de allí.


En el regreso, el camino de los uros llegará a su fin, llegarán a La Bañera y se enfrentarán cara a cara con Hushpuppy, que una vez ha visto como su miedo e inseguridad desaparecían, una vez ha asumido las cosas y la muerte, los domarán sin problemas… Otra licencia lírica.

Una vez asumida la realidad tendremos la mejor escena de la película, con seguridad. El compartido llanto entre padre e hija, aunque se dirán que nada de llorar, mientras ella da de comer a su convaleciente progenitor. Una cesión a los incontenibles sentimientos. Extraordinarios los dos actores, Dwight Henry y, sobre todo, Quvenzhané Wallis, la niña protagonista. Una bellísima y conmovedora despedida.



El funeral del padre será como él mismo pidió, con un ritual de fuego en su barquita, además del espíritu alegre que acompaña a estos acontecimientos en La Bañera.

La última imagen nos deja una estupenda y apocalíptica estampa, con las olas entrando en la carretera por donde pasa el grupo, una forma de vida en peligro de extinción.
 


Como en “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2011), hay una íntima relación entre los grandes sucesos universales y los pequeños sucesos personales.

Además de las interpretaciones y la potente dirección debo destacar la música, que me gustó especialmente.
 
Aceptable, de bella poética y dirección contundente, aunque acaba cojeando en sus postulados e intenciones por sus licencias poéticas que no acaban de convencer en su fondo. Plantea cierta objetividad con ese estilo documental y realista que se descubre falso al poner muchos elementos, a veces no muy sutiles, destinados a idealizar ese mundo que nos muestra, mundo que está lejos del ideal. Todo ello está a punto de tirar por tierra el entramado, ya que lo que queda es una indefinida vacuidad que no se sostiene bien. En cualquier caso tiene buenas virtudes.

Bonita.


2 comentarios:

  1. Demasiada Arcadia…
    Qué bello plano el de la niña llorando…muy emotivo.

    Gracias por tu análisis Sambo.

    Besos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un momento que logra conmover, querida Reina.

      Un beso.

      Eliminar