Peliculita de serie B protagonizada por el mítico Boris
Karloff en un clásico papel de los suyos, en este caso el de científico loco,
aunque una locura sobrevenida en la película por la muerte de su esposa.
De poco más de una hora de duración, de ahí lo de
peliculita, que en ningún caso pretendía ser peyorativo, gustará a los
aficionados más incondicionales del terror clásico a pesar de ser un pastiche sin
excesivo talento.
Un científico cree haber encontrado la forma de descifrar el
lenguaje cerebral, al morir su esposa en un accidente cree que es posible
llevar ese descubrimiento más allá de la muerte para poder comunicarse de nuevo
con ella. De evidente influencia romántica y gótica, “Más allá de la tumba” se
limita a coger prestado de clásicos del cine o la literatura de terror y
mezclarlos en un batiburrillo muy visto. Así vemos las claras influencias de
Frankenstein en su protagonista y en el hecho de buscar la vida una vez sucede
la muerte. También en el robo de cadáveres, un tema con el que Boris Karloff debía
estar muy a gusto por la cantidad de películas en las que participó en las que ese
tema formaba parte de la trama, por ejemplo “El ladrón de cadáveres” (Robert
Wise, 1945), posterior a la que comento. “La novia de Frankenstein” es otro
referente evidente, las películas de zombis o de contactos con muertos, que
abundaron en esa época, han sido saqueadas en esta cinta también, o las del
profesor pirado, como ya mencioné ("La isla de las almas perdidas", 1932, Erle C.
Kenton; “Los muertos andan” 1936, Michael Curtiz)… En definitiva, disfrutable
para fans pero carente de la más mínima originalidad. El personaje de Karl (Cy
Schindell), que casi es un zombi, no deja de ser una influencia más de las
múltiples películas que podemos mencionar como referentes de ésta.
A pesar de todos los peros que se le puedan poner está bien
realizada y aceptablemente interpretada, tiene buenos momentos de suspense y
terror y una dirección directa y sencilla que dota de gran ritmo a la
narración, una narración muy competente.
Boris Karloff ofrece una actuación irregular, muy notable su
evolución de profesor entrañable de la primera parte a la locura y enajenación
más terrible del final. En su debe, un exceso de tics como llevarse la mano a la
cara para subrayar su cansancio en demasiadas ocasiones.
Una vez más y como sucede tantísimas veces en la ciencia
ficción, hasta el punto de desprestigiar el género, tenemos el típico final
moralista subrayado, reseñado, marcado e iluminado para que quede claro, que advierte sobre los
límites de la ciencia y los peligros de creerse Dios. Esa moraleja, que se da
en un gran tanto por ciento de la ciencia ficción, suele desmerecer casi toda
la propuesta por previsible, ingenua e infantil. Suelen usarse en este género de
forma habitual varios tópicos como el de los peligros de creerse Dios o el de
la ciencia como mecanismo para el absolutismo.
Buenas escenas, como el descubrimiento por parte de la
asistenta del laboratorio de Karloff, el final con el padre dispuesto a sacrificar
a su hija en su locura, o la siniestra presencia de la médium contratada (Anne
Revere) por el profesor, son algunos de los elementos más destacables. Hay más.
La mujer, que muere al inicio de la película, siempre está
presente en la misma, sobrevuela cada escena. Además en las dos escenas que
sale, interpretada por Shirley Warde, se hace encantadora.
El final, con todo el pueblo buscando el apaleo del
científico, vuelve a recordar a Frankenstein, cuando la muchedumbre persigue a
la bestia para lincharla. Un ejemplo más de la mencionada influencia.
Disfrutable para fans del terror de antaño, sin muchas
exigencias.
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