domingo, 1 de abril de 2012

Crítica: MÁS ALLÁ DE LA TUMBA (1941)

EDWARD DMYTRYK










Peliculita de serie B protagonizada por el mítico Boris Karloff en un clásico papel de los suyos, en este caso el de científico loco, aunque una locura sobrevenida en la película por la muerte de su esposa.

De poco más de una hora de duración, de ahí lo de peliculita, que en ningún caso pretendía ser peyorativo, gustará a los aficionados más incondicionales del terror clásico a pesar de ser un pastiche sin excesivo talento.








Un científico cree haber encontrado la forma de descifrar el lenguaje cerebral, al morir su esposa en un accidente cree que es posible llevar ese descubrimiento más allá de la muerte para poder comunicarse de nuevo con ella. De evidente influencia romántica y gótica, “Más allá de la tumba” se limita a coger prestado de clásicos del cine o la literatura de terror y mezclarlos en un batiburrillo muy visto. Así vemos las claras influencias de Frankenstein en su protagonista y en el hecho de buscar la vida una vez sucede la muerte. También en el robo de cadáveres, un tema con el que Boris Karloff debía estar muy a gusto por la cantidad de películas en las que participó en las que ese tema formaba parte de la trama, por ejemplo “El ladrón de cadáveres” (Robert Wise, 1945), posterior a la que comento. “La novia de Frankenstein” es otro referente evidente, las películas de zombis o de contactos con muertos, que abundaron en esa época, han sido saqueadas en esta cinta también, o las del profesor pirado, como ya mencioné ("La isla de las almas perdidas", 1932, Erle C. Kenton; “Los muertos andan” 1936, Michael Curtiz)… En definitiva, disfrutable para fans pero carente de la más mínima originalidad. El personaje de Karl (Cy Schindell), que casi es un zombi, no deja de ser una influencia más de las múltiples películas que podemos mencionar como referentes de ésta.




A pesar de todos los peros que se le puedan poner está bien realizada y aceptablemente interpretada, tiene buenos momentos de suspense y terror y una dirección directa y sencilla que dota de gran ritmo a la narración, una narración muy competente.

Boris Karloff ofrece una actuación irregular, muy notable su evolución de profesor entrañable de la primera parte a la locura y enajenación más terrible del final. En su debe, un exceso de tics como llevarse la mano a la cara para subrayar su cansancio en demasiadas ocasiones.



Una vez más y como sucede tantísimas veces en la ciencia ficción, hasta el punto de desprestigiar el género, tenemos el típico final moralista subrayado, reseñado, marcado e iluminado para que quede claro, que advierte sobre los límites de la ciencia y los peligros de creerse Dios. Esa moraleja, que se da en un gran tanto por ciento de la ciencia ficción, suele desmerecer casi toda la propuesta por previsible, ingenua e infantil. Suelen usarse en este género de forma habitual varios tópicos como el de los peligros de creerse Dios o el de la ciencia como mecanismo para el absolutismo.


Buenas escenas, como el descubrimiento por parte de la asistenta del laboratorio de Karloff, el final con el padre dispuesto a sacrificar a su hija en su locura, o la siniestra presencia de la médium contratada (Anne Revere) por el profesor, son algunos de los elementos más destacables. Hay más.


La mujer, que muere al inicio de la película, siempre está presente en la misma, sobrevuela cada escena. Además en las dos escenas que sale, interpretada por Shirley Warde, se hace encantadora.

El final, con todo el pueblo buscando el apaleo del científico, vuelve a recordar a Frankenstein, cuando la muchedumbre persigue a la bestia para lincharla. Un ejemplo más de la mencionada influencia.

Disfrutable para fans del terror de antaño, sin muchas exigencias.





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