miércoles, 23 de mayo de 2018

PHILIP ROTH: Pastoral Americana

LITERATURA












Tenía guardado este análisis sobre la excepcional obra de Philip Roth cuando esta mañana me he despertado con la trágica y desoladora noticia de su muerte. Una insuficiencia cardiaca a los 85 años. Se nos va sin el Nobel, que pensé ingenuamente se lo darían… Es por ello que he querido anticipar la publicación del artículo, en homenaje a uno de los más grandes escritores americanos de los últimos tiempos.


Una de las grandes novelas americanas modernas, título de referencia que fusiona con excepcional maestría el realismo, el contexto histórico y el sentido alegórico, y que colocó, si no lo estaba ya, a Philip Roth en la carrera hacia el Nobel, que finalmente no ha logrado…

Philip Roth, multipremiado (Pulitzer, Príncipe de Asturias y otros muchos) y considerado con justicia uno de los mejores escritores vivos, nació y creció en Newark, Nueva Jersey, de origen judío, por lo que esta, como otras de sus novelas, en las que nos guía su alter ego Nathan Zuckerman (personaje que aparece en varios de sus trabajos), se lee en muchos aspectos en clave autobiográfica, ya que pisa terreno bien conocido. Lo cierto es que este aspecto es intrascendente, ya que las intenciones de Roth van por otro camino bien distinto, con una perspectiva infinitamente más amplia que la de plasmar vivencias autobiográficas.

Pastoral americana” (1997) pertenecería a su trilogía americana (se completaría con “Me casé con un comunista” de 1998 y “La mancha humana” de 2000), donde Roth se convierte en un agudo cronista americano, que aquí se centra en las décadas que definiríamos como “de la pérdida de la inocencia”, con todo lo relacionado con el conflicto de Vietnam, los antecedentes, durante el desarrollo y tras él.

Puede pasar desapercibido para el lector de novelas más convencionales, pero Roth va marcando un claro vínculo entre “El Sueco” y el contexto histórico en el que vive, convirtiéndolo en un personaje simbólico, alegórico, iconográfico, al que luego dotará de humanidad. Primero lo veremos relacionado con el contexto de la 2ª Guerra Mundial, luego con la Guerra de Vietnam… Nunca es explícita, y en esa indefinición radica su esencia y virtud alegórica.

Poco a poco se va exponiendo la histeria de una nación en su época más agitada, tras la Guerra Mundial, desde los años 50 pasando por Vietnam, Kennedy, el Watergate… los tensos 60 y 70. Una histeria que provoca un aparatoso y contundente choque de contradicciones en Estados Unidos, contradicciones homologables a las de cualquier otro país, cada uno con las suyas, donde la peculiaridad americana estribaría, quizá, en su apego al ideal en el que creen, que les fundó y define. Un ideal que cuando es contradicho, perturbado, pervertido o negado acaba generando el caos. Del sueño americano a su puesta en duda o rebeldía contra él.

El Sueco” era la admiración en una época de guerra, la evasión en una América que aún no había perdido la inocencia y creaba héroes y se agarraba a iconos que la reafirmaban en sus principios y creencias, que ordenaban el mundo. “El Sueco” es en un principio un ideal, un guía definido, por eso se le define superficialmente, en el puro éxito, para ajustarlo a ese concepto. Ideal físico y moral, el mejor deportista, pero además honesto, sincero, trabajador, íntegro, liberal, comprensivo y capaz de darlo todo por la familia. Un producto perfecto creado por la nación más pujante. El sueño americano.

A “El Sueco” todo el mundo lo admiraba. Personificación del éxito, de origen judío, hijo de un empresario hecho a sí mismo, inmigrante que alcanzó la prosperidad, héroe de los deportes, alivio nacional en Newark.

La positividad, alegría, optimismo del pueblo americano, con todo su eclecticismo, siempre cosmopolita, vertebrado en la inmigración, pero muy arraigado a su propia tierra y valores, que encuentra en sus héroes, en esa facilidad para crearlos, para ensalzarlos, para hacerlos importantes e influyentes, para convertirlos en inspiración, referente y alivio, en ideal, queda plasmado a la perfección en el inicio de la novela, punto de partida con la cuasi legendaria figura de “El Sueco” como piedra angular.

Cualidades que confluyen en el imprescindible carácter emprendedor americano, en la idea de hacerse a sí mismo, de trabajar para prosperar, el valor del trabajo y el mérito, que elimina prejuicios además, en la competencia enriquecedora para mejorar, manifiesta en los Levov… Valores que unen a una nación en su diversidad… El sueño americano, de nuevo.

Una prosperidad vinculada con la 2ª Guerra Mundial, como también se dio históricamente para la nación.

Un sueño americano amenazado y puesto en duda por la hija de Levov, hija también del conflicto en Vietnam, que viene a perturbar y tirar por tierra todo lo que el protagonista creía seguro y establecido, de nuevo en clara alegoría. Una hija que se convierte en terrorista para traer el caos y la ilógica a su vida tranquila y ordenada, comprensiva y liberal, defensora de los valores que hicieron grande esa nación que ama. Levov entiende repentinamente que no se puede controlar todo, que lo imprevisto, el absurdo o la locura, el salvajismo, son reales y están presentes, despertando de la ilusión de confortable bienestar, como lo hizo la sociedad americana.

No debe entenderse “Pastoral americana” como una crítica al “sueño americano” o un cuestionamiento al mismo, de hecho lo da por válido, por real, por constatable, y lo personifica en Seymour Levov y su familia, gente que son ejemplo paradigmático de ese sueño, que lo lograron y confirmaron, gente que cree en él y lo demostraron. Lo que hace Roth es relativizarlo, reflexionar y cuestionar una infalibilidad, incluso cierta prepotencia, que lo adornaba, exponer sus lados oscuros, que los tiene, dotarlo de más dimensiones y matices, claros y oscuros.

Es aquí, en el paso de la 2ª Guerra Mundial: la prosperidad, la búsqueda de iconos; al conflicto de Vietnam: la pérdida de la inocencia, el escepticismo y la locura, donde se descubre el potentísimo carácter simbólico y alegórico de la obra, que se encamina en el tercio final de la novela al sentido y fundación de la hipocresía en buena parte de la sociedad americana, que fingen de cara al exterior vivir la felicidad de ese sueño americano que en muchas ocasiones no es tan feliz.

Esa evolución de América, de los Estados Unidos, es la que encontramos y descubre “El SuecoLevov.

En “Pastoral americana” la confrontación y el conflicto son una violenta forma creativa y de desarrollo, muy americano.

Una obra que es muchas, una novela que contiene otras muchas, que es muchas cosas, incluso un relato crepuscular y germinal, donde el asesinato de JFK se vincula con la desaparición de la industria guantera, esa que llevó a los Levov a la prosperidad. De nuevo el vínculo de la historia americana con la familia protagonista y el carácter alegórico.

El paso del tiempo, esos cambios sociales y generacionales que nos afectan, cambios en los entornos que creíamos nuestra casa y que se vuelven hostiles y desconocidos, los cambios en la historia, que perturban la perspectiva de todos con respecto a los lugares, respecto al prójimo… Se intuye cierta influencia de Proust y Faulkner en Roth.

El retrato de las distintas generaciones, con sus comportamientos, formas de ver las cosas, evoluciones, es muy lúcido y está perfectamente integrado con esa evolución de los propios Estados Unidos que retrata. Del mismo modo, es interesante cómo desarrolla la idea de cómo afecta viajar a una época que no es la presente: las ilusiones futuras, los recuerdos pasados.

La integración judía en los Estados Unidos, su adaptación, es una de las constantes de Roth en su obra. Aquí también presente con esa familia, los Levov, que crearon una próspera empresa de guantes. En relación a ello, el concepto de familia, de raíces, de pertenencia, tiene un peso esencial en la obra. Lo es todo.

La descripción del proceso de creación y funcionamiento de los guantes es excelente, uno de los alicientes, aunque suene soso, de esta cuidada obra. De ahí ese amor por lo artesanal, por las manos, por la piel, base de esa industria guantera que elevó a la familia Levov.

Presente está el complejo y la contradicción judía, cierto sentimiento de prestado, de no ser un estadounidense de pura cepa, su reticencia y relación con los gentiles y cómo el valor del mérito tiende a eliminar prejuicios también en su caso.

Lo mismo ocurre con el mundo del béisbol, al que se le da importancia con ese protagonista, Seymour Levov, “El Sueco”, una estrella y un talento en todos los deportes que practica (fútbol, baloncesto, béisbol…).





No se limita a la grandilocuencia. La obra es tan brillante desde esa perspectiva como desde el prisma más minimalista, humano, reflexivo y filosófico, desarrollando innumerables ideas y conceptos para la reflexión, como el de prejuicio y el exceso, demasiado intelectualizados, y la focalización de nuestro “yo” en los demás, relacionado con la mencionada idea de descontextualización, cierto desarraigo en la comunidad judía en los Estados Unidos, pero llevada, por extensión, a reflexión general.

La imagen y su importancia, que imposta la realidad en muchas ocasiones, que fomenta prejuicios, pero que también crea ideales, resulta inspiradora, genera esperanza y sirve de base a concepciones filosóficas o incluso espirituales que nos elevan o ayudan. La imagen y su importancia, la imagen y sus defectos. “El Sueco” tendrá una imagen para sus vecinos que luego no se corresponderá con su infierno familiar. Su mujer fue Miss Nueva Jersey, pero renegará de aquello; la hija de Levov parece una cosa, pero se descubrirá otra muy distinta… Una obsesión por la imagen contradictoria, ambigua…

Esa importancia de la imagen, de la apariencia, se relaciona también con la de trascendencia e intrascendencia, donde los pensamientos interiorizados no se corresponden y contrastan con la frivolidad aparente y externa.

Su concepción vital. La vida como un error continuo vertebrado en el prejuicio. La vida como una sucesión de errores sostenidos por el prejuicio y la comodidad. Una vida que solamente así parece posible.

Pastoral americana” es una perfecta reflexión sobre una idea que me resulta muy personal. La impotencia que genera la imposibilidad de conocer al otro. Es de esto de lo que va el libro en gran medida, de la imposibilidad de conocer realmente al otro, entre otras cosas porque ni siquiera somos capaces de conocernos a nosotros mismos. Es lo que le ocurre a Seymour Levov, “El Sueco”, ese hombre intachable, tan intachable como el que más, con todos los que le rodean, con todos a los que quiere (su hija, su esposa, amigos…). Descubre que no los conoce, que nunca los conoció del todo. Ni siquiera a sí mismo, cuando se descubre haciendo según qué cosas. Y la imprevisibilidad de nuestros cambios, cuando somos incapaces de verlos venir hasta que estamos inmersos en ellos.

No somos capaces de conocer al otro porque cambiamos, porque somos universos enteros y, en muchas ocasiones, porque sólo miramos nuestro ombligo, focalizando nuestro propio ser en los demás, en vez de escucharlos y comprenderlos. O al menos intentarlo.

La esencia de la desmitificación. Nos habla de la idealizada imagen externa, especialmente una vez se genera el mito, el icono, el ideal, en base a unos méritos concretos, al mismo ritmo que se forma el prejuicio, sin conocimiento de los cotidianos e imprevisibles infiernos íntimos de esos iconos, en los que profundizará la novela.

El humor de Roth es sutil, casi con sordina, semi oculto, extraño dentro de la naturalidad y el realismo. Un humor que se acentúa en el último tercio de la obra. Me divierte especialmente la repentina epidemia de cáncer de próstata que padecen varios de los personajes.

Su estilo es depurado y reflexivo, analítico, cuando desarrolla un tema o reflexión, alguna línea narrativa, la exprime al máximo, sacando todos los puntos de vista y opciones, llevándola al límite sin dejar nada por escrutar, concienzudamente, como entomólogo de las letras. Mezcla estilos y recursos, en gran riqueza, haciendo de la metaficción, el metalingüismo, algo trascendente, no gratuito o esteticista.

El metalingüismo es uno de sus grandes recursos de estilo. Personajes que se repiten y aparecen de una novela a otra, la confusión entre realidad y ficción, entre relato novelado, creación artística y realidad dentro del texto y su universo… Aquí, rememorando lejanamente a “El Quijote” como novela revolucionaria, Roth recoge el apreciado metalingüismo americano posmoderno con ese narrador, Nathan Zuckerman, y la forma en la que deconstruye la vida de “El SuecoLevov, donde la creación artística de ese alter ego de Roth se funde y confunde con la supuesta vida real del personaje, sumando valoraciones y reflexiones personales sin que nunca sepamos a quién pertenecen verdaderamente, exponiendo los supuestos errores, las rectificaciones y los aciertos en una voz interior que parece conocer los secretos más ocultos del personaje sin que éste los haya confesado… un narrador poco fiable.

En este sentido, es importante incidir en la esencia metalingüística de la obra, donde el narrador principal, Nathan Zuckerman, que sería el alter ego del autor, se inventa la historia de “El Sueco” en función a sus propias miserias, prejuicios, a su propia mezquindad e insatisfacción, dotándolo a su vez de humanidad al desmitificarlo. Una ficción que se mezcla con la realidad haciendo desaparecer los límites en los dos conceptos.

Su uso de las subordinadas es excelso, pero logra que a su vez sea tremendamente fluido, nada moroso ni complicado en la lectura, algo francamente difícil. Me gustan alguno rasgos de estilo como esa manera de insertar una frase de concepción tangible, que transmita fisicidad, realidad, en medio de una reflexión profunda o filosófica: “Es algo que sucede cuando muere la gente: la discusión desaparece con ellos, y personas tan llenas de defectos mientras respiraban, que a veces eran casi insoportables, ahora se muestran de la manera más encantadora, y lo que menos te gustaba anteayer se convierte, en la limusina detrás del coche fúnebre, en una causa no sólo de regocijo solidario sino incluso de admiración”.

El uso del diálogo interior, con ocultos sentimientos que nunca sabemos si son propios del personaje (Levov, por ejemplo) o invención del narrador (Zuckerman), es extraordinario, del mismo modo que engarza con la idea de apariencia, que es otro de los temas indispensables en la obra, ya citado. Los estilos indirecto o indirecto libre, su ambigüedad buscada... Los sentimientos interiores contrastando con la evasión y el terreno cómodo de la apariencia exterior... Un ejemplo lo tenemos con la visita de ese misterioso y extraño personaje de la activista a la curtiduría de Levov.

Roth se deleita magistralmente, en una complejísima estructura llena de cebos y ecos, obra de orfebre que se gusta, con los juegos temporales y las elipsis, yendo del pasado al presente o a un indeterminado futuro de manera constante.

En definitiva, por si no ha quedado claro, “Pastoral americana” es una de las grandes obras de las últimas décadas, imprescindible para todos los amantes de la lectura.

Escribir te convierte en alguien que siempre se equivoca”.

Philip Roth, descanse en paz.


2 comentarios:

  1. Un libro que leí cdo me lo recomendaste. Aunq no supuso el alivio q pretendías que encontrara, fue un encuentro con una voz magistral.
    Estupenda reseña.
    DEP Philip Roth.
    Gracias, Sambo.
    Besos

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    Respuestas
    1. No se puede lograr todo, Reina! Pero la recomendación es buena a todos los niveles jajaja.

      Gracias a ti!

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