lunes, 5 de marzo de 2018

Crítica YO, TONYA (2017)

CRAIG GILLESPIE












Hay algo de destino irremediable en que Tonya Harding termine convertida en Toro Salvaje. Ella, convertida en una especie de metáfora en la película de la América de los 90, tocando fondo y levantándose de nuevo, un espejo de aquel Jake La Motta que encarnó Robert De Niro para Martin Scorsese.

Y es que Craig Gillespie ha hecho una de las mejores películas scorsesianas en su vertiente más nerviosa en mucho tiempo, recogiendo buena parte de los recursos estilísticos del maestro para hacer un biopic lleno de vigor y originalidad.

Basada en entrevistas libres, la historia de Tonya Harding se nos cuenta en plan falso documental, rompiendo continuamente la cuarta pared, escuchando los contradictorios relatos de la propia Tonya, su ex marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan), LaVona Harding (Allison Janney), madre de Tonya, y Shawn (Paul Walter Hauser), amigo de Jeff y pirado perdido… También de su entrenadora Diane Rawlinson (Julianne Nicholson) o el periodista Martin Maddox (Bobby Cannavale).

El estilismo scorsesiano aparece desde el primer momento. Observen el principal rasgo de estilo de la película. Esos travellings de acercamiento a los personajes (también objetos, incluido teléfonos, algo que le encanta a Scorsese). Son constantes durante todo el metraje, especialmente en ese trepidante inicio que tiene la película, ejemplar. Con ellos se recalca la tensión, se enfatizan los momentos y los sentimientos, las sensaciones que se pretenden transmitir.



Los mismo ocurre con esas panorámicas, muchas de ellas bruscas, con cámara en mano a veces, que retratan la tensión y violencia que sostiene todo el relato. Panorámicas que incluso varían angulaciones para modificar el punto de vista, el objetivo (plano a LaVona en la pista de hielo junto a la entrenadora), y cámara que desciende cuando lo hace su mirada para remarcar su punto de vista subjetivo (cuando dice “vamos, patina”).



Un estilo muy dinámico, que logra el humor en hechos terroríficos, lleno de desenfocados, travellings y panorámicas que redefinen las escenas con nuevos elementos en encuadre, por ejemplo (la primera cita de Tonya y Jeff cuando en la panorámica aparece LaVona, que acompaña a ambos).




Travellings y encuadres que además tienen mucho contenido. Fíjense en ese plano sobre la madre cuando cínicamente crítica a Jeff por pegarla, de espaldas y desenfocada, cuando ella hizo lo mismo desde que era pequeña. Sólo cuando Tonya la bese al final de la escena volveremos a verle el rostro.




O esos travellings, como en el “Skate America” de 1986, que enseña los preparativos de las patinadoras hasta llegar a un pasillo oscuro y solitario donde encontramos a Tonya, fumando como su madre, apartada. Su inadaptación.

Hay otro parecido para la madre de Tonya, el día de la boda de ésta. Todo es blancura, felicidad y sonrisas, hasta que llegamos a otro pasillo, oscuro, donde esta LaVona, para hacer uno de sus desalentadores comentarios.




Hay otros travellings, muy de Scorsese, pero también de Tarantino, que siguen a personajes cuando van a perpetrar algo o en alguna situación tensa.





Como en Scorsese, cogeremos el referente de “Toro salvaje” (1980) de nuevo por su paralelismo deportivo, nos adentraremos en la pista de hielo junto a la protagonista, como nos adentrábamos en el ring junto a De Niro, para disfrutar de planos sensacionales (todos ellos son espléndidos, pero rescataré el del final, cuando se le rompe el cordón, larguísimo y virtuoso). Una cámara que baila y patina junto a ella en extraordinarios planos secuencia, retratando momentos soberbios, como ese triple axel que ninguna americana había ejecutado antes. Para ello se usan cámaras lentas, montajes y todo recurso a mano. Se plasma muy bien también la fortaleza de Tonya, su potencia, que contrasta con la dulzura y feminidad de otras patinadoras (ella no era femenina, uno de sus problemas). Un endurecimiento grabado desde la infancia.

Patinaste como una marimacho sin gracia. Estaba avergonzada de ti”.



Hay otros travellings brillantes (en este caso con truco), como ese que vaga por la casa en la soledad de Jeff una vez Tonya lo ha abandonado, en el que según avanza la cámara por las estancias lo vemos a él en distintas posiciones tras haberlo abandonado en la habitación anterior, hasta que esa cámara sale de la casa y se marcha por la carreta. El abandono.



Como en Scorsese, el retrato familiar, entrecruzado con el profesional, esa violencia en el interior del domicilio y la intimidad, vuelve a recrearse con acierto. Recuerden de nuevo “Toro salvaje”, “Uno de los nuestros” (1990) o “El lobo de Wall Street” (2013) por poner algún ejemplo. Momentos de felicidad personal que contrastan con frustraciones profesionales y a la inversa.



Lo más destacado, recurso también muy de Scorsese en películas como “Casino” (1995) o “Uno de los nuestros”, es el metalingüismo, esas apelaciones a cámara de los personajes, más allá de las entrevistas. Son contantes y a menudo divertidas. Unas veces interrumpen la ficción que se va desarrollando normalmente, otras aparecen inmediatamente. Todo ello para la descripción de un relato poco fiable, desconfiado, donde no puedes fiarte de los testimonios que oyes, simplemente escuchar las versiones para hacerte una idea… Así veremos los malos tratos mientras ella nos los relata a cámara y Jeff los niega en la entrevista. O ese momento excelso, en el que Jeff la acusa de haberle disparado con un arma, lo que vemos en un flashback, y que ella negará en ese mismo flashback. Recordando en cierta medida a aquel Hitchcock de “Pánico en la escena” (1950), pero de otra forma.

¡Esto es mentira! ¡Jamás hice eso!



En ocasiones tendremos que esperar a la confirmación de otro personaje para poder creernos algo, como esa entrenadora, que es redentora de Tonya, durante su duro entrenamiento (divertida mención a Rocky, justo cuando lo estaba pensando al ver la escena). O en el uso de pantallas partidas donde dos de los personajes coinciden en su exposición.




O cuando para la imagen, otro detalle metalingüístico que le gusta a Scorsese, para recalcar el momento, enfatizar la voz over que escucharemos, como cuando Tonya explica el momento en el que se dio cuenta de que su ex marido había planeado la agresión a su rival.

El montaje irónico también se relaciona con la idea de metalingüismo, declaraciones que luego son contradichas con escenas donde vemos al personaje hacer lo contrario. De nuevo recurso que usa el humor (la falta de preparación y las excusas de Tonya que vemos es dejación, mala dieta y gordura; o en Shawn y su pretendida discreción, al que vemos presumiendo de la agresión a la rival de Tonya por todos lados).

El uso de la música es puramente scorsesiano, canciones constantemente sonado y relacionadas con los sucesos, unas veces de forma irónica, otra emocional, que vemos plasmados. Buena música. A ella le gusta el Rock además. Supertramp, Heart, ZZ Top, Foreigner, Bad Company, Dire Straits, Chicago, Fleetwood Mac

Una vez la llevó a un concierto de Richard Marx. Ahí fue cuando supe que la cosa iba en serio”.

Incluso tendremos un memorable plano ante un espejo, como en “Toro salvaje” o “Boogie Nights” (Paul Thomas Anderson, 1997). En soledad, maquillándose, fingiendo patéticamente una sonrisa esquiva que no logra conservar, una máscara frente a la hostilidad de todo aquello que le espera fuera. Un plano maravilloso con una Margot Robbie espectacular.


Toda la gama scorsesiana.

La parte del “incidente” (Nacionales en Detroit el 6 de enero de 1994), con esos matones contratados para agredir a Nancy Kerrigan, es puro hermanos Coen. Dos matones desastrados, torpes e inexpertos cometiendo una aberrante brutalidad que resulta a la vez hilarante. Una agresión que vuelve a estar retratada con esos travellings de seguimiento guardando el punto de vista del agresor.

El corte para un mismo movimiento, por ejemplo el tránsito a pie del coche del que se bajan a la casa a la que se dirigen, remite a la Nouvelle Vague, y es un recurso que se pone de moda de vez en cuando…

Tonya Harding, casi desde el mismo inicio, se va desvelando como una metáfora de los Estados Unidos, en un interesante subtexto poco piadoso del australiano Gillespie.

Tonya es el sueño americano cumplido gracias al talento propio, el fugaz sueño americano, como fugaz es la fama y veleidosa la opinión pública. Un sueño americano que se vuelve siniestro de todas las formas posibles.

Un universo podrido en el que pretende hacerse un lugar, en pura competencia, por la ley del más fuerte incluso si las cosas no salen bien. Un mundo podrido de mezquindad mediática, ávidos de morbo (llegan a desinflar las ruedas del coche de Tonya para sacarla una foto). Un mundo putrefacto donde la familia te abandona y maltrata, donde la pareja te destroza la vida y los jueces son injustos porque no te acoges al modelo preferente…




América. Quieren a alguien a quien amar y quieren a alguien a quien odiar. Y lo quieren fácil”. Esto es muy español también, aunque sobre todo con la misma persona, una vez tiene éxito.

Tonya terminará, tras ser el juguete preferido de América, reducida a unos chistes en programas de televisión, a la soledad. La tremenda soledad.


Un juguete que se puede intercambiar, como hacen los medios cuando se pasa su moda, sustituyendo su historia por la de O. J. Simpson, como vemos en ese espléndido plano al final de la película.




La escena final de la película es ejemplar. El éxito y el fracaso, el cielo y el infierno, como anuncia la frase de Tonya sobre América. Levantándose del suelo, tras dejar un charco de sangre, para seguir en la brecha.








Y a la vez es un personaje perfectamente individualizado. Peleada con el mundo desde que era una niña, porque el mundo parecía querer agredirla continuamente. Abandonada por su padre que, lógicamente, no aguantó más a LaVona (con el que cazaba). Una madre que la agredía, insultaba, despreciaba y hacía de menos continuamente, exigiéndola cruelmente. Un relato que comienza 40 años antes. En Portland. Oregón. Cuando era una cría.

Un novio desde los 15 años con el que lo aprendió todo, especialmente a recibir más palizas (retrato paradigmático de pareja enfermiza, amor y odio, dependencia, separaciones y reconciliaciones, agresiones y perdones, amenazas de muerte, incluso disparos…). Gillespie pretende relacionar al maltratador con Reagan, si bien no es su casa en la que vemos el poster.

Jeff era mi primera cita… y mi madre vino”.




Sentirá culpa, creerá que es lo normal al haberlo mamado desde niña, creerá que lo merece.

Margot Robbie hace un papel espectacular, sublime en el último tercio del film, de hecho, si bien es cierto que cuesta crearla con 15 años, aunque hace muy bien los gestos en su inseguridad y timidez, en sus torpes primeros besos.

Tonya alcanzará el éxito con su triple axel en 1991, en los Nacionales de Minneapolis. Minnesota. Llegará a los juegos de invierno del 92 en Francia. Era la primera de Estados Unidos, la segunda del mundo. Rozó salir del pozo, hasta su fracaso en los Juegos Olímpicos. Una chica que cayó en desgracia, porque cuando no era su mala cabeza, eran amenazas que la descentraban (campeonato regional en Portland, Orgeón, en 1993) o un entorno desquiciado que terminó por condenarla.

Tonya Harding sólo buscaba aceptación, que alguien la valorara, reconociera y quisiera, es decir, todo lo que no tuvo. Cuando sentía que la vida le regalaba algo o trababa con cierta amabilidad, se deshacía, se entregaba al máximo, hasta la siguiente decepción. Por eso no comprende el comportamiento de Nancy Kerrigan (Caitlin Carver), su rival, cuando ponía cara de circunstancias tras conseguir una plata, una plata por la que ella habría dado cualquier cosa.

Es por ello que insiste en que se la recuerde y se sepa como una “buena madre”. Justo lo que no tuvo, porque vivió una ficción de familia. Ahora tiene algo por lo que sentirse valorada.

El patinaje para ella era una válvula de escape y lo único que la alejaba de la mediocridad, del sometimiento inmisericorde de ese mundo que era hostil con ella. Cuando la condenan a no patinar más tenemos uno de los grandes momentos del film, con una pletórica Robbie. Un momento entre patético y conmovedor.

Una madre pegada a un cigarro (normal que la veamos con la botella de oxígeno en sus entrevistas a cámara) que se reivindicará, que reivindicará su tipo de educación, esa falta de aprecio, sentimiento, cariño, en el hecho de que su exigencia la hizo una ganadora, una competidora, pero es una exigencia mal entendida, asumible de alguien externo, pero no de la que debería ser guía vital y afectiva, especialmente de una niña pequeña.

El personaje que interpreta Allison Janney, que bien podría darle el Oscar, es impagable. Un auténtico monstruo que siente envidia y desprecio por su hija. Capaz de pegarla, lanzarle un cuchillo, humillarla, ir a grabarla por si consigue una confesión que le dé réditos… Es maquiavélica.




Hilarante es cuando en las imágenes finales, comprobamos que la verdadera LaVona también iba con un periquito que le mordisqueaba la oreja en las entrevistas…

Los momentos finales son estupendos, incluso veremos a los personajes reales, con Tonya exhibiendo su arte, lo que le hacía feliz.






Una magnífica película que casi calca el estilo nervioso scorsesiano, digna de aquel, y que sin duda es mucho más notable que varias de las nominadas. Las interpretaciones de Margot Robbie y Allison Janney son impecables. Una Robbie que dio clases de patinaje hasta llegar a hacerlo muy bien, aunque no logró hacer el triple axel que llevó a la fama a Harding.

Se disfruta, se ríe y se reflexiona.




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