El Churchill de Wright es firme, obstinado, visceral,
arrebatado, rudo, sarcástico, borde, grosero, brillante, sensible, encantador,
carismático, autoritario, engreído, seguro… un cúmulo de contradicciones que el
trabajo de Gary Oldman retrata con acierto, en una interpretación tan efectiva y
llamativa que le dará el Oscar con casi toda seguridad. Algunas de estas
características de su carácter, especialmente sus defectos, los expondrá su
propia mujer, Clemmie, encantadora y elegante Kristin Scott Thomas.
Oldman retrata con vigor el genio de Churchill, así como su
humor (esa V que en vez de victoria significa “Jódete” divertirá al propio
Primer Ministro).
“¿Qué yo mismo debería ser hoy?”
Churchill es casi un proscrito, un marginado, incluso por su
propio partido, un talento incontrolable e ingobernable, un mal menor,
finalmente, para los suyos. Su opción era la última, pero la única que
aceptaría la oposición tras la falta de decisión y competencia de Neville Chamberlain
(Ronald Pickup), por su política de “apaciguamiento” con la Alemania de Hitler
y la Italia de Mussolini, buenismo, así como por sus fracasos en las campañas
bélicas, que terminaron por llevarle a la dimisión (a esto se sumaron sus problemas
de salud). A todo esto añadiremos la negativa (y cobardía, me atrevería a añadir) de Halifax
(Stephen Dillane) para asumir la responsabilidad, también defensor del
apaciguamiento.
“Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor…
y tendréis la guerra”.
“Los cuartos hijos no rechazan nada”.
Aparte de por su carácter,
Churchill genera dudas y rechazo por su pasado, su posición y decisiones en la Guerra
Civil rusa, en la India, en Noruega y sobre el Patrón Oro, pero sobre todo por
su gestión en la campaña de Gallipoli, que se le echa en cara en varias
ocasiones. Sufrirá por ello los tejemanejes políticos desde su propio partido,
sobre todo cuando vean que apuesta por el enfrentamiento ante el nazismo, no
por una salida negociada y las concesiones al enemigo. Tampoco le mirarán con
agrado los franceses…
“Es británico”.
“Es un actor enamorado del sonido de su propia voz”. “Nunca debemos seguir su consejo. Tiene 100
ideas al día, 4 son buenas, las otras 96 son un auténtico peligro”. “Su padre
era igual. Gran orador, pero…”. “Tenemos a un borracho al mando. Se despierta
con un whisky, toma una botella de champagne para el almuerzo, otra en la cena,
brandy y oporto hasta la madrugada… no le prestaría ni mi bicicleta”. “Un
conservador que nos abandona por los liberales…”.
El pacto con los alemanes para una salida alternativa a la
confrontación, con los italianos como mediadores, o arriesgarse a la invasión y
sometimiento ante la neutralidad de los Estados Unidos de Roosevelt. Una
situación extrema, que pondrá a prueba la fortaleza y decisión del Primer
Ministro, obligándole a tomar decisiones duras para mantener sus ideas, sacrificando
un comando de 4000 hombres en Calais buscando ganar tiempo para la evacuación de
Dunkerque. Es aquí donde engancharemos con la película de Christopher Nolan,
también estrenada este año y nominada al Oscar, “Dunkerque”.Una situación
límite, sin tiempo ni margen, casi a merced del virtuosismo alemán, que se
encuentra cerca de ganar la guerra.
Una firmeza y determinación que se tambalearán en el retrato
que hace Wright, cuando veamos a Churchill, sin apoyos, accediendo a valorar o
sondear los términos de los alemanes ante una supuesta rendición. Un conflicto
interno entre esa posible cesión ante hechos catastróficos y su resistencia la
resignación, a doblegarse ante el nazismo.
La comentada escena en el metro, es la típica escena
efectiva dramáticamente, con su punto simpático, entrañable y emotivo, pero lo
cierto es que, efectivamente, es algo forzada y artificial. Más allá del hecho de
que nunca ocurriera, que no ocurrió, el tomar una decisión trascendental por una conversación
en el metro con unos ciudadanos y amantes patriotas, ya resulta raro. Lo de
incluir una relación interracial y que el chico negro conozca a los clásicos terminando
el recitado que inicia Churchill (cita a Thomas Macaulay en su célebre loa a
Horacio Cocles) es una rúbrica un tanto burda además.
Churchill, adalid de causas perdidas, un romántico belicoso. Esa cajita,que aparece un mechero, es el objeto que define ese romanticismo. Sí es divertido comprobar el cambio de los tiempos, el respeto en el pasado a los
gobernantes, quizá ganado a pulso, mientras que ahora se prefiere hacer “escraches”.
“¡Nunca!”
Es curioso que el afamado discurso de Churchill tras la
derrota en Dunkerque sea el clímax para las dos películas, la de Nolan y esta
que nos ocupa. Un discurso que no fue recibido con el entusiasmo que aquí se
muestra, por otra parte, pero son licencias dramáticas.
“Aquellos que nunca cambian de opinión nunca cambiarán nada”.
La mujer y el rey.
Lo más destacable de la película son las escenas que Gary
Oldman tiene con Kristin Scott Thomas, que interpreta a su mujer, sobre todo al
principio, y Ben Mendelsohn, que encarna al rey Jorge VI.
La complicidad de matrimonio veterano, baqueteado, maduro,
es magnífica. Un matrimonio fatigado, cansado, que se quiere por encima de todo, pero que se dicen las cosas con claridad, que se educan, controlan y
apoyan mutuamente, que se comprenden y reprochan sus defectos.
Clemmie es esa mujer fuerte que había detrás de cada gran
hombre, conocedora y consciente de su talento, pero también de sus defectos,
que reprende y expone sin tapujos, como ocurre en la primera conversación que
tienen. Lo mismo ocurre después, en la celebración familiar por su nombramiento
como Primer Ministro, donde lo reciben con máscaras de gas, donde Clemmie no
tiene problema en lanzar un velado reproche a su marido reivindicando el
sacrificio familiar realizado por todos ellos, donde subyace una recriminación
al egoísmo del genio, arrastrados tras las ambiciones de él, un sacrificio
aceptado y asumido, y por el que esperan recompensa una vez logrado el
objetivo. Reproches que Churchill asume porque considera que tienen razón.
Cuesta no sentir empatía hacia esa pareja viendo la
autenticidad con la que hablan, donde los reproches son producto del amor,
donde los defectos y las incomodidades son servidumbres del compromiso asumido
y aceptado. Todas y cada una de las escenas de Scott Thomas y Oldman juntos son
ejemplos perfectos. Me gusta mucho esa donde hablan de antiguos pretendientes
de ella, donde discuten, bromean, se aman… Kristin Scott Thomas está maravillosa,
elegante, delicada y repleta de fortaleza.
Lo mismo ocurre con la relación entre el rey Jorge VI y Churchill, pero en otro tono y con otro arco. Una relación difícil de inicio, donde el respeto e incluso miedo atenaza en cierta medida a ambos, con toques de humor, para que poco a poco la cosa vaya cambiando hasta el punto de dejar las mejores escenas de la película. La proclamación como Primer Ministro de Churchill es incómoda, fría y humorística; el almuerzo, en cambio, inicia el afecto mutuo, con una interesante conversación donde Churchill se abre un poco en lo personal, derribando las posibles barreras creadas por el prejuicio; por último, la escena en esa pequeña habitación desecha y desordenada (escenario simbólico perfectamente relacionado con lo emocional de los personajes), a la que acude el monarca para hablar con un abatido Churchill, es la rúbrica a la relación, de completa confianza y lealtad, quizá la mejor de la película. Una relación que va cogiendo peso a lo largo del film.
Dos hombres unidos por sus miedos, sus deberes, sus responsabilidades
y la necesidad de apoyo, el rey pensando en el exilio, Churchill ante la
disyuntiva de mantenerse firme o traicionarse…
“Nos falta… el don de la templanza”.
-Rey Jorge VI: ¿Cómo se las arregla para beber durante todo
el día?
-Churchill: Práctica.
En cambio, la relación de Churchill con su secretaria (Lily
James) es insulsa, los juegos de miradas y demás no terminan por provocar nada,
dejando el papel de ella en insustancial y poco relevante.
Me alegra que Gary Oldman, que nos está regalando unas
magníficas interpretaciones en los últimos años, haya dejado de estar olvidado
en las nominaciones de los grandes premios. Ignorado sistemáticamente. No me
molestaré si se lo dan, aunque quizá su trabajo, excelente, no sea el mejor de todos. De
hecho me alegraré… y raro será que no le den el Oscar como le dieron el Globo
de Oro.
“El instante más oscuro” no es una gran película, si bien al
lado de “Churchill” (Jonathan Teplitzky, 2017), también estrenada este año, podría considerársela una obra
de arte. Desde luego tiene virtudes, sobre todo en las interpretaciones, así como
en el aspecto estético, que es también gratuito y puramente esteticista en muchos
momentos, pero que da al conjunto un estilo visual brillante. Al menos sirve para sumergirnos
en unos interesantes momentos de la historia moderna y en un personaje ya
legendario.
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