El primer amor y sus infinitas y contrapuestas emociones, la
iniciación, el descubrimiento y el verano, temas que el cine ha tocado muchas
veces y de múltiples maneras, brillantemente en muchas ocasiones, y que aquí
tiene un nuevo y extraordinario ejemplo.
La expectativa, los miedos, las inseguridades, las capas de
protección, el gozo, la ilusión, la energía vital, la plenitud, la felicidad
extrema, la decepción, el vacío, la ausencia, el caos, el derrumbamiento… el
calor del amor vivido, el frío del amor apagado. Todo ello pegando en un
inexperto y joven rostro que empieza a vivirlo todo, maravillosamente retratado
en ese plano final que se ha hecho eterno, donde el reflejo del fuego de la
chimenea impacta en el rostro de Elio (Timothèe Chalamet) decorando su llanto y
su flujo de sentimientos sin freno, y la nieve cae cadenciosa en el espeso manto
que vemos por la ventana a su espalda mientras una fugaz sonrisa se escapa en
ese paradójico y lógico contraste. La gélida tristeza y el cálido recuerdo de
lo que fue. Todo ello sostenido por una familia, soporte imprescindible, que
pone la mesa distraídamente en el desenfocado. La vida, las emociones
incontrolables, a veces contradictorias, que tanto refulgen en verano. Un plano
que alberga una vida, que casi todos hemos vivido, para terminar la película. Un
paisaje congelado, la nieve, en radical contraste con la calidez veraniega que
vivimos las dos horas antes.
Es el plano de la película, compendio de todo en la rúbrica,
pero seguramente la mejor escena la encontremos en otro lado, en la
conversación de padre e hijo también en la parte final, repleta de tolerancia,
amor y vida. Una preciosa conversación que se inicia en un solo plano para
pasar al plano-contraplano en el momento en el que el padre desvela su conocimiento. Negarnos
a sentir nos lleva a dar cada vez menos al resto y a nosotros mismos, a morir,
por tanto. Aprovechar el momento, la juventud. De haber concluido la película en esta escena lo habría hecho por
todo lo alto, pero Guadagnino tenía aún un as en la manga. Hay algunas más que
bien podrían ser candidatas a la mejor escena o mejor momento, siempre repletas
de sutileza, pero indiscutiblemente estos dos instantes que aquí subrayo están
entre lo más destacado del año.
La película rezuma naturalidad en cada encuadre, en cada
actuación, en cada momento. Son una colección de escenas que captan pedazos de
vida, que se alargan y sólo acaban cuando tienen que acabar, como cualquier
momento especial de aquellos veranos de infancia y adolescencia que queríamos
alargar eternamente. Todos recordamos veranos parecidos al que Elio comparte
con nosotros en las dos horas y pico que dura el film.
El verano de 1983 en algún lugar del norte de Italia (muy
Quijote), en la casa de campo paterna, disfrutando y vagueando. El nuevo
ayudante del padre de Elio llega a la villa para poner del revés la vida de
Elio, un joven de 17 años inexperto y culto. Oliver es todo aquello que Elio no
es: seguro, encantador, sociable… pero pronto empezará a descubrir puntos de
encuentro más allá de sus compartidas raíces judías. Lo que al principio es
frialdad pronto se convertirá en una bella y profunda relación.
Es difícil no sentirse identificado con el chico en su derrumbamiento
emocional en la estación de tren, tras el silencioso adiós en el andén, ese que
no se puede contener ni esconder, que sólo busca cobijo y consuelo materno.
Todo permanece igual para cambiar, o todo cambia para seguir
igual. Eso ocurre en esta película, donde los mitos griegos se encarnan en chicos
de los años 80, o lo hacen en los de nuestra época, donde las emociones y las
sensaciones varían de vestimenta y entornos para permanecer vigentes,
inalterables.
Unos 80 bien retratados, porque es realmente divertido ver
el bueno de Armie Hammer con su camisa, pantalón corto y playeras bailando con desenfreno
la música ochentera, los walkman que usa Elio, las bicicletas, que son para el
verano…
Son muchas las películas que han mostrado el verano y su
hedonismo, especialmente en Italia, a las que “Call me by your name” se suma
para colocarse en un lugar de prestigio entre ellas, así como en el género gay.
Estamos en una película de miradas, a veces semifurtivas, de
tentaciones, de sutilezas, de personalidades en formación, de detalles en un
lugar tranquilo donde no pasa nada en apariencia… salvo la vida. Da gusto estar
rodeado de naturaleza, en una película amplia, oxigenada, y donde la
naturalidad al aire libre lo envuelve todo.
Una relación que va creciendo entre dos personas con rasgos
muy definidos. Elio, con ese toque taciturno y algo disperso que es muy “de
músico”. Oliver, del que vemos cambiar sus características según Elio lo va
conociendo. Y es que el retrato de ese jovencito, Elio, su comportamiento
infantil, adolescente, juvenil, del que está pasando a otra edad, está muy
logrado.
Dos jóvenes que se encuentran y descubren, aunque uno sea
mayor y más experimentado que el otro. Y la amistad, como la de Elio con
Marzia (Esther Garrel), tras falsedades y traiciones que tienen algo de incontenibles.
Y ahí refulge el fetichismo, ese que aplica Elio, primero
con el bañador de Oliver, colocándoselo en la cabeza, luego pidiéndole la
camisa con la que llegó a la casa una vez se marche. El recuerdo, el apego
necesario.
El verano, perfectamente retratado, su hedonismo, su
libertad, su silencio y el sonido de la naturaleza, el sonido del verano, de
los lugareños del pueblo, con señoras trabajando a la fresca o abanicándose, o ese
pescador observador, definen el perfecto entorno donde se resuelven las más
intensas historias de amor.
La familia, que es absolutamente encantadora en el caso que
nos ocupa. Pura tolerancia y amor por la libertad y los sentimientos. Hablarán
sin prejuicios de sexo, de relaciones, de cultura. Todo esto llega a su punto
álgido con la mencionada escena de padre e hijo y sus consejos y confidencias. Eso
y esa mezcolanza mencionada por Elio de la procedencia de su familia, mezcla
judía, americana, francesa, italiana…
Y no se escatima en humor, como vemos en varios momentos de
la cinta, como esa masturbación interrumpida donde Elio debe disimular su
erección ante Oliver. Un humor sin enfatizar, pleno de naturalidad.
Uno de los puntos que más me llamó la atención y satisfizo
fue encontrar a James Ivory en el guión, director injustamente maltratado que
ha entregado auténticas joyas británicas de época (“Regreso a Howards End”, “Lo
que queda del día”, “Maurice”, “Una habitación con vistas”…). Esa exquisita
sensibilidad que se aprecia en sus mejores títulos, aparece aquí con toda su
fuerza, y de la mano del director Luca Guadagnino, que acierta de pleno con el
tono y estilo, el cual analizaré a continuación.
La belleza, la fascinación por la misma, el arte, lo
platónico, lo carnal, la sensualidad, la juventud… todo lo que forma el verano,
la vida, se entremezcla en un guión brillante y una dirección cuidadísima donde
no hay nada gratuito, y eso que todo rezuma naturalidad. Miradas, manos, pies,
besos, timidez, miedo, deseo…
Uno de los grandes detalles en la dirección del film, es el
uso de puntos de inflexión que precipitan evoluciones en los personajes y sus
relaciones, con escenas o gestos simbólicos.
Lo platónico y el arte.
El padre de Elio es experto en arte, clasifica obras en el
verano, labor para la que contrata un ayudante como Oliver. El arte tendrá vital
importancia en la narración, no sólo como fundamento estético y elemento
funcional, sino como metáfora dentro de todo el entramado de emociones y
relaciones.
Ya desde el mismo inicio, con los títulos de crédito, el
arte, las esculturas, los cuerpos idealizados, los ideales griegos, inundan la
pantalla, cobrando sentido poco a poco.
-Y es que el arte y las esculturas tendrán una
personificación especial y particular: Oliver, el ayudante americano que
encarna magníficamente Armie Hammer. Fíjense en cómo durante toda la primera
parte del film se le observa desde el punto de vista de Elio, y casi siempre en
contrapicado, engrandeciendo su figura, idealizándola, convirtiéndolo en un
mito griego. Punto de vista idealizado. Algo que contrasta con el propio Elio en
cierto sentido. Bajando las escaleras, bebiendo el zumo de albaricoque, en la
cama mientras Elio cedía a una sesión de onanismo, en la pista de baile…
Un punto de inflexión lo tenemos en esa excursión para
ver un descubrimiento arqueológico extraído de las aguas. Unas esculturas con
las que Elio y Oliver jugarán, tocándolas, dándose simbólicamente la mano con
ellas… Desde ese momento, la escultura, el ideal frío y distante, se hace real.
Elio pensaba que Oliver lo ignoraba, que no le caía bien, pero se dará cuenta de
que no es así por medio del arte, en su caso de la música.
Es importante incidir en el tema del punto de vista, ya que
Oliver se nos presenta de inicio como independiente, algo despegado y distante,
exactamente como lo ve Elio, que cree no caerle bien. Oliver en ocasiones
parece también el arquetipo de América, seductor, atractivo, tomado por tonto,
libre, independiente, interpretado en ocasiones como maleducado… aspectos que
se irán matizando. Al menos así lo interpreta algún personaje que visita a la
familia protagonista. Es desprejuiciado y se integra con gran rapidez.
-El cambio tendrá lugar con otra de esas escenas que suponen
un punto de inflexión, si bien el proceso es evolutivo. Será con la escena que analizaré posteriormente en la plaza.
No sólo se limita a esto el arte. La familia protagonista es
amante del arte, de las plásticas, pero también de la música y de la
literatura. La música, concretamente el piano, servirá a Elio para romper muros
con Oliver, para comenzar a afianzar lazos, convirtiéndose en una especie de
flautista de Hamelin. Liszt, Bach, menciones y referencias a Heráclito, a Buñuel
y su “El fantasma de la libertad” (1974), a Heidegger, a Antonia Pozzi… a
Talking Heads o Richard Butler. El “Heptamerón” (Margarita de Angulema), que
lee la madre a su hijo y al marido en los días de falta de electricidad...
El diálogo entre el arte y la vida es constante en la
película, como cita el señor Perlman, el padre de Elio que encarna Michael
Stuhlbarg, mirando las diapositivas con esculturas de cuerpos curvos,
perfectos, insinuantes, ante lo que Oliver se sentirá identificado.
“Cuerpos curvos, como si te retaran a desearlos”.
Como diálogo es la visita de esa pareja homosexual, que tendrá su eco en el propio Elio.
-Cuando ese proceso evolucione, lo platónico se convertirá en carnal. Desde ese momento veremos a Oliver en varios picados, la angulación opuesta a la que lo idealizaba. O expresivos primeros planos que marcan ese cambio.
En un mundo cinematográfico cada vez más metido en los efectos especiales, hacer una película humana (no nos olvidemos que todos, heteros, gays, transexuales,etc., amamos) es algo extraordinario, y hacerlo como han hecho con esta "Call me by your name" pone los pelos de punta.
ResponderEliminarHemosVisto!
Me alegra que te gustara la cinta, Joan. Un saludo.
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