Es inevitable en la mayoría de géneros la previsibilidad en
su final, donde a menudo podemos barajar como máximo un par de opciones (quedan
juntos o no- mata al malo o no), pero esa conclusión jamás define la
previsibilidad de un film, como he intentado dejar claro en multitud de
ocasiones, sino su proceso. Es ahí, en el camino, en la originalidad,
honestidad, sinceridad, frescura… donde encontraremos los alicientes
imprevisibles de toda obra, y esas virtudes las tiene “La gran enfermedad del
amor” en buenas cantidades.
“La gran enfermedad del amor” es una colección de pedacitos
de vida, simpáticos y entrañables, pero auténticos. Una película que capta muy
bien los momentos. No le hacía falta, con esa sensible sutileza, recurrir a
obviedades verbalizadas, aunque no molesten en exceso.
Kumail Nanjiani, que hace de sí mismo y nos cuenta su propia
historia, lo que la dota de una especial autenticidad, es un conductor de Uber
que además hace sus pinitos como monologuista. Pronto iniciará una relación con
Emily (Zoe Kazan), una joven estudiante de psicología, siendo de distintas culturas: él
musulmán con una familia muy estricta en cuestiones religiosas y raciales,
racistas, vamos, y ella una blanca occidental americana.
Con guión del propio Nanjiani, Michael Showalter pone en
marcha una comedia que lo entrega todo a la naturalidad y la frescura, lo que
dota de un gran realismo y veracidad a lo que sucede en su historia, a las
relaciones de los personajes y a su definición, francamente satisfactorios y
creíbles. Diálogos frescos, irónicos, moderadamente trasgresores, situaciones cotidianas, emociones genuinas y creíbles, sentimientos
que se aprecian como auténticos… No se necesitan ni vulgaridades ni
excentricidades. Diálogos y frescura que se potencian enormemente desde la
dirección, de hecho son vertebrales, un pilar de la propuesta, mostrados en
largos planos sostenidos, sobrios, abarcando a todos los interlocutores sin
corte en la complicidad e intimidad, recurriendo al estricto y también sobrio
plano-contraplano cuando hay ciertas diferencias o incomodidades, por ejemplo
cuando la pareja decide no verse más en el coche de Kumail tras la primera cita.
Un ejemplo perfecto de la planificación mencionada lo
tenemos en la nocturna intimidad entre Terry, el padre de Emily, y Kumail en
casa de este último. Showalter suele meter los planos generales de situación
una vez iniciada la escena, filtrándolos ocasionalmente y casi siempre con
sentido. Así, en esa conversación, iremos al plano general que abarca a los dos
personajes cuando van a dormir o en algún incómodo silencio, para volver a los
planos cortos (plano-contraplano), aislándolos, cuando el padre reconozca una
infidelidad de su pasado…
Su separación y enfado será lógico, cuando Emily descubra
las ocultaciones y mentiras de Kumail, sobrepasado por las estrictas normas de
su familia y el miedo a tener que confrontar y presentar a esas dos vidas que
conviven en él. Una pareja que se separa, pero en la que queda un vínculo que
el destino se encargará de unir.
Diálogos donde se dan cita una buena cantidad de referencias
culturales y del mundo del ocio y el espectáculo. Daniel Day-Lewis, "El coche
fantástico", Elijah Wood, "La noche de los muertos vivientes” (George A. Romero,
1968), Hugh Grant, icono de la comedia romántica; “Beetlejuice” (Tim Burton,
1988), “Expediente X”, “El gran Lebowski” (Hermanos Coen, 1998), Vincent Price
y “El abominable Doctor Phibes” (Robert Fuest, 1971), Kurt Vonnegut, “Up” (Pete
Docter, Bob Peterson, 2009), “Satte Pe Satta” (Raj N. Sippy, 1982)…
“¡En internet odiaron Forrest Gump! ¡La mejor película que
se ha hecho!”
Kumail es básicamente un soñador, y cree en el sueño americano. Un soñador que aspira, junto a sus amigos humoristas, a ser captados para dar el gran salto con sus monólogos, un éxito que finalmente tendrá, como otros de sus compañeros. Lo mismo hará con Emily, una vez se integre con su familia y suelte sus miedos. O cuando se vaya a Nueva York. Está completamente integrado en la vida americana, que es la que le gusta y ama. Comprende, respeta pero no encaja en su simpática y racista familia, con la que tiene poco o nada en común, ni con sus estrictas reglas morales y culturales (las chicas casaderas, rezos fingidos, racismo…). Esto no implica que no quiera o que no se sienta a su vez arraigado con su país de origen, como demuestra en esa soporífera obra didáctica a la que obliga a ir a sus amigos (entrañable amistad) y hermano (sólo al final del film). O ese momento donde pregunta a sus padres el título de la película con la que se enamoraron… Su blindaje musulmán irá resquebrajándose… El momento de la confesión a sus padres define uno de los principales conflictos del film, exponiendo las evidentes contradicciones de las reglas que tratan de imponerle y que a ellos les afianza en su fanatismo. Finalmente, intentará en vano un difícil equilibrio (tradición-independencia) desde la sensatez, pero si una de las partes es radical… Con todo resulta entrañable, aunque crítica, la relación de Kumail con su familia y la forma en la que los muestra. Veremos imágenes de los personajes reales al final del film escenificando la plena reconciliación de todos.
El tratamiento de la relación es perfecto, así como su
desarrollo, forjando dos personajes encantadores con una química indiscutible.
Una relación en apariencia fugaz y breve, de una noche, pero donde esa química
es palpable y evidente, una complicidad que los engancha irremediablemente
aunque pretenden negarse. Una complicidad que eliminará prejuicios, al menos
inicialmente, en la antesala a un compromiso mayor (la poca disposición a las
citas, a parejas formales), y al resto de prejuicios que deberán eliminarse. La pareja nos relatará sin complejos sus días de instituto, sus cambios, que darán vergüenza pero unirán lazos… aunque quizá no sepan aún lo fuerte que son en esos inicios. Por eso el segundo polvo caerá por su propio peso. No podrán evitar quedar una segunda vez, para ver una inocente película de Vincent Price, terminando… como debían terminar.
La estructura es clásica. Pareja que se conoce, se gusta, inicia una relación y a la media hora surge el conflicto… pero tanto en esa parte lógica y habitual (así son todas las relaciones), como en el posterior desarrollo, su tratamiento es original, fresco, auténtico, desprendiendo naturalidad y a la vez realismo con los ingredientes mencionados. Uno de esos puntos originales lo tenemos cuando la protagonista cae enferma, desapareciendo de la narración, dando paso a la confrontación de Kumail con la familia de Emily, en la que será la segunda parte del film. Una segunda parte que tiene un punto a “Mientras dormías” (Jon Turteltaub, 1995), aunque luego no tenga nada que ver. O cuando la reconciliación parece avecinarse y se trunca en varias escenas que resultan sorprendentemente crudas, lo que da verismo a esos sentimientos: se siente que los enfados fueron reales, así como el amor que los romperán… También lo es que sea Emily la que busque finalmente la reconciliación, tras un primer intento sutil pero fallido, viajando a Nueva York hasta el chico de sus amores tras haberlo rechazado varias veces. Esos matices del amor y sus dolores van más allá, por ejemplo con el desengaño que tiene la simpática chica musulmana.
Es muy interesante el desarrollo de estas relaciones, en un
riesgo evidente, donde la película podría perder fuerza o interés, pero lo
mantiene en todo lo alto, con ese chico enamorado intentando romper las
barreras que le ponen los padres de su amada, conocedores del desengaño que se
llevó con él. Ese mimo por su desarrollo alarga el film en exceso, pudiendo
haberse depurado más. El padre, Terry, interpretado por Ray Romano, es
encantador y simpático, un tanto neurótico y, finalmente, muy humano. Beth, la
madre encarnada por Holly Hunter, se resiste más, pero el alcohol y el tiempo
también harán derribar sus barreras. Recuerdos de infancia, conversaciones
íntimas, los enamoramientos y cómo surgieron, confesiones personales... serán
algunos de los temas sobre los que hablarán todos ellos. Tendremos momentos muy
entrañables, sobre todo en la parte final con la madre cambiando el tono.
La dirección de Showalter es digna y segura. Con un estilo
invisible al servicio de la historia, lo que podría resultar convencional o
falto de estilo, su distinción está en el ritmo del que dota al interior de los
encuadres, siempre depurados, precisos, invisibles, en los breves silencios que
mejoran los gags en los diálogos y en la velocidad de los mismos. Ya he destacado
ciertos aspectos de la dirección en su forma de potenciar los diálogos, en su
sobriedad y seguridad en lo que cuenta, pero además tendrá ciertos detalles,
recursos y aspectos visuales destacables. Observen esos planos que
ocasionalmente utiliza en algunas secuencias, son planos espía,
semidocumentales, como tomados por una cámara oculta, en la lejanía, en
oriental discreción, enmarcados en muchas ocasiones, que suelen utilizarse para
realzar momentos incómodos, difíciles o donde se requiere discreción (la pareja
en el supermercado con Emily hablando de conocer a la familia de Kumail; la
joven casadera con la familia del protagonista en su casa; cuando se comunica
al padre los resultados de la biopsia; Kumail velando a Emily en el hospital…).
Usa con acierto y sin adornos innecesarios el encuadre. Un
ejemplo: Los dos padres discutiendo y Kumail al fondo, en medio, tras ellos,
desenfocado, escenificando la distancia, donde él no cuenta en la decisión
sobre la que debaten (llevar a Emily a otro hospital). Posteriormente habrá otro
encuadre similar pero inverso, con los padres marchándose y desenfocándose
mientras se mantiene en primer plano la espalda de Kumail, donde se vuelve a
tratar el mismo tema, pero en esta ocasión Kumail pretende intervenir,
encontrando la oposición paterna, responsables de la decisión. Sutilezas muy
bien cuidadas. También hay cebos, como la lesión de tobillo, que luego serán
importantes. Elementos narrativos bien usados, pequeñas sutilezas.
El humor y los gags. Un humor que se usa a menudo como
terapia en conflictos y momentos complicados. Un ejemplo lo tenemos con esa
trifulca que se forma en la actuación de Kumail a la que asisten los padres de
Emily, donde un chico hace un comentario racista fuera de lugar. Esa escena,
catártica, será el primer paso en la concordia entre Kumail y los padres de Emily.
De hecho, las actuaciones son muy importantes. En ellas se habla de los temas
claves del film y se marca el tono emocional y dramático en el que se
encuentran los personajes. En un principio Kumail bromeará frívolamente sobre
los aspectos conflictivos de su vida. Luego los padres de Emily interrumpirán una de sus actuaciones,
significándose como el elemento perturbador en la vida alegre del chico (la
asunción de responsabilidades). Más tarde Kumail se derrumbará en público
debido a la grave enfermedad de Emily. Finalmente, tras toda la catarsis,
Kumail tendrá su redención y reconciliación en Nueva York, alcanzando la paz y
asumiendo la responsabilidad, repitiendo en público el diálogo que tuvo en privado
con Emily.
-Terry: El 11 de septiembre… ¿qué opinas?
-Kumail: Estoy en contra. Fue una tragedia… perdimos a 19 de
nuestros mejores hombres…
Los gags expresan en muchas ocasiones las emociones de los
personajes (ejemplo perfecto ese gag en la hamburguesería donde Kumail intenta
pedir en su coche una hamburguesa con cuatro rebanadas de queso). Es un acierto
también el uso de la tecnología como forma de amor íntima, en completa soledad,
delatora. Él escuchará los audios que compartía con ella, para oír su voz; la
aplicación para “uber” los unirá. Ella verá también en soledad los videos de
las actuaciones de Kumail, en especial el de su dramática representación
hablando de ella que la hará rectificar en su oposición.
El montaje es ágil, dinámico y variado, fraccionado y elíptico, aplicando unas formas u otras según corresponda, jugando a la reiteración y la aceleración en elipsis temporales o transiciones, mientras que se apuesta por la sobriedad en las escenas de diálogos. Las transiciones suelen aparecer tras decisiones drásticas de los personajes. Por ejemplo, es muy buena la descripción inicial del protagonista, conduciendo su coche y haciendo de monologuista incidiendo en lo que será un tema importante en su vida y en el film: su procedencia paquistaní y las diferencias culturales. Imágenes de archivo como presentación y ese montaje reiterado para explicar su rutina en el paso del tiempo. Más ejemplos de transiciones: tras la segunda cita que confirma la relación, con pequeñas escenas de su rutina con su novia y su familia, donde vuelven a usarse las repeticiones y reiteraciones, dos vidas que no deben conocerse la una a la otra. O en las consultas médicas una vez Emily cae enferma...
Encantadora, auténtica, divertida, está más que recomendada
para los amantes del género, que tienen aquí una nueva joyita. A veces sobra
verbalización en lo evidente, y las digresiones, aunque tienen sentido, alargan
la cinta. Bien interpretada, encantadora Zoe Kazan, aunque el protagonista,
Kumail Nanjiani, no está para tirar
cohetes, evidentemente.
Espero que tenga el éxito que merece por aquí.
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